martes, 30 de noviembre de 2010

Books

Quien tenga afición a los libros vive, qué duda cabe, tiempos felices. No sólo tiene a mano cualquier librería o  biblioteca pública, sino que, de un tiempo a esta parte, los avances tecnológicos le permiten llevar en el bolsillo del abrigo unos tres mil o cuatro mil títulos sin desfondarse ni pasar fatiga alguna. Conozco a varios partidarios de estos libros electrónicos, y me hablan maravillas de ellos. Todas estas personas son, como no podía ser de otra manera, grandes lectores, y andan con sus nuevos cacharros como niños con zapatos nuevos. Otros, por el contrario, no quieren saber nada del nuevo invento, al que le sacan todo tipo de defectos. Todos los comienzos son difíciles.




Uno, que ni está a favor ni tampoco en contra, sin embargo prefiere esperar. ¿A qué correr? Además, para qué necesita nadie llevar en los bolsillos tres mil libros. Con uno es más que suficiente. Cuando lo terminamos, se cambia por otro y santas pascuas. Además, a mí me supondría una desazón enorme llevar encima semajante posibilidad de elección. Para alguien como yo, de natural inseguro e indeciso, eso sería mi perdición. Me colapsaría.  Dejaría de leer, traumatizado. Sin embargo, seguramente acabaremos, algún día, haciéndonos con uno y descargando novelas de internet, con tres mil títulos en la cartera, de los cuales la gran mayoría quedarían sin leer. También asegurábamos que nunca tendríamos un blog. Pero no creo que dejásemos de comprar libros de papel. No creo que renunciemos nunca a ellos. ¿Cómo dejar de tener  las ediciones exquisitas de Pre-Textos, El Acantilado o La Veleta? ¿Cómo abandonar a los autores predilectos y seguros? Probablemente eso será lo que va a ocurrir, que unos títulos los tendremos digitalizados -¿se dice así, no?- y otros encuadernados, perfumados y carnales. Del mismo modo que la televisión no mató a la estrella de la radio ni los videoclubs o las descargas de internet acabarán con el cine, así sucederá con estos nuevos soportes. Crecerán, se desarrollarán y se harán objetos de uso cotidiano, pero el libro perdurará.

 De todos modos, para quien como nosotros llega casi siempre tarde a todos partes, no hay prisa. De modo que no vamos a comenzar a correr ahora para ser los primeros de la clase. De momento, esperamos.






lunes, 29 de noviembre de 2010

De jardines ajenos

Así tituló Bioy Casares un libro en el que recogía citas de otros autores, versos sueltos encontrados por ahí, pintadas de las paredes, frases felices escuchadas por casualidad. Es un libro que se lee con gusto.



Pues bien, plagiando al maestro argentino, así vamos a titular nosotros algunas entradas que vendremos a colgar de vez en cuando aquí y en las que copiaremos, sin ruborizarnos, las frases -en ocasiones párrafos enteros- o los versos que vayamos leyendo en los libros que, por una u otra razón, acaban en nuestras manos. Leemos, desde hace tiempo, con una libreta al lado donde vamos anotando las cosas que más nos gustan o llaman la atención. En realidad, lo que copiamos es lo que esos autores nos han plagiado a nosotros, que ya habíamos pensado eso que ellos escriben, o estábamos a punto de pensarlo, pero aún no habíamos tenido tiempo de ponerlo en un papel o más frecuentemente no habíamos sabido cómo hacerlo. 
Comenzamos con un clásico, tal vez el más clásico de todos:
No hacer nada, para un escritor, es hacer mucho” (Azorín)
Las lecturas son simplemente la piedra aguzadera del ensueño” (Azorín)
A juzgar por lo que yo siento, solo llega profundamente a los lectores lo que se les da en forma de vida: vida más o menos palpitante (…); al menos nosotros preferimos, al estudio erudito, la fantasía creadora” (Azorín)
Y seguimos ya con un popurrí desordenado y gratuito:
Quizá sea por eso que leemos, y por qué en momentos de oscuridad regresamos a los libros: a fin de encontrar palabras para lo que ya sabemos” (Alberto Manguel)
El mejor espectáculo para el hombre será siempre el propio hombre” (Eça de Queirós)
“¿Por qué será que en literatura y en arte las mejores obras parecen siempre dichas y hechas de la misma manera, en tanto que las tonterías resultan siempre novedosas?” (Andrés Trapiello)
Creo que los novelistas describen la sociedad, la vida como es, y la aman como es” (Natalia Ginzburg)
Escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir” (Chejov)
Hay pocas cosas malas que no tuviera que decir del ser humano y de la humanidad. Y, sin embargo, el orgullo que siento por ellos sigue siendo tan grande que solo odio verdaderamente una cosa: su enemigo, la muerte” (Canetti)
Escritor es alguien que escribe y que, en su escritura, logra sacarnos de nuestra vida diaria y hacernos vivir otras vidas, andar por otros mundos, pensarnos y repensarnos, y nos asoma al fulgor de la hermosura, o al otro lado de la realidad que nosotros no queremos o no podemos ver” (José Jiménez Lozano)
Saber para quién se escribe es saber cómo hay que escribir” (Virginia Woolf)
Si escribes, que nadie sepa cómo escribes, ni a qué horas, ni de qué modo” (Unamuno)
Y por hoy, lo dejamos aquí.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Arte moderno (continuación de "Pensamientos abstractos")

Con cierta frecuencia, se pondera lo saludable que resulta leer opiniones inteligentes pero contrarias a las que uno pueda sostener, ya que, se dice, resultan un estímulo para nuestra mente, que se ve forzada así a buscar nuevos argumentos que oponer y sobre los que continuar sosteniéndose. O, mejor aún,  podemos incluso llegar a mudar de opinión, y comprobar que vivíamos en el error y el extravío. Signo de sabiduría. Yo creo que esto es verdad. Pero también es igualmente cierto que, aunque menos saludable y menos sabio, lo que más gusto da no es eso sino  todo lo contrario, esto es, encontrarse con opiniones inteligentes que piensen lo mismo que uno y que nos den la razón. De manera que imagínense el placer que nos ha producido el leer  lo que sigue sobre el arte moderno:

"Bien están las travesuras, que se ventile burlonamente y con descaro el exceso de seriedad que muchos se empeñan en que tenga el arte; pero cuando las bromas se comercializan con beneficios multimillonarios y además se hacen sagradas, la cosa ya pasa de castaño oscuro."

Y continúa:

"¿Es posible un museo de arte de vanguardia? Seamos juiciosos, las vanguardias no están nunca en un museo, y si están es que ya no son vanguardias. Los vanguardistas han de ser incomprendidos e invendibles, malditos, objetos de befa y escarnio, o como mínimo de indiferencia glacial. Es el precio que se paga por ir delante; se abre camino, pero se reciben todas las bofetadas; cuando no es así, es que nos están engañando miserablemente".

Esto lo acabamos de leer en el libro que llevamos en el bolsillo del abrigo estos días, con el que preparamos un próximo viaje a Barcelona. Se titula Barcelona y sus vidas, y es una colección de artículos bellísimos en los que Carlos Pujol nos cuenta, además de muchas otras cosas, esa ciudad, la visible y la que no se ve, y las vidas que en ellas dos palpitan.




viernes, 26 de noviembre de 2010

Prodigio

Esta mañana, cuando volvíamos del trabajo, ya en el paseo, cayó delante de nosotros, desde el cielo, una pluma. Parecía una pluma normal, corriente, ornitológica, pero no. Era la pluma de un ángel. Lo supimos cuando vimos cómo, nada más tocar el suelo, se deshacía igual que la nieve al sol, en un instante.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fotografías

Las fotografías que a veces aparecen en algunas de las entradas de este blog son de tres clases: buenas, malas y de internet.

Las de internet las busco sin mucho trabajo, alargo la mano y las cojo sin pedir permiso, espero que nadie se moleste.





Las malas son las mías, las que uno ha ido sacando por ahí, a veces pensando ya en que las vamos a colgar y otra no, hechas con la cabeza a pájaros y sin ton ni son.




Las buenas son de Juan Ángel, un sobrino mío por vía de casamiento. Es un fotógrafo sensacional, además de un gran dibujante y pintor. También es muy aficionado al cine y ha rodado un buen número de cortos, con la ayuda de sus amigos. Ha terminado ya la carrera de  Comunicación Audiovisual, que cursó en Málaga, y ahora está haciendo un ciclo superior de fotografía en Granada. El año pasado vivió en Bilbao, donde hasta hizo sus pinitos como actor-protagonista en un corto que les premiaron en un festival de allí.





Es un muchacho formal, atento con sus padres y especialmente delicado con sus abuelos y sus titas. La única pesadumbre que les ha dado en veintitantos años es el aspecto que lleva, un poco al estilo perro-flauta, con pantalones abombados, de rayas de colores, y coleta o rastas en el pelo. Generalmente muy callado, sabe escuchar y ver. Muy buena gente.

martes, 23 de noviembre de 2010

Aforismos escépticos

Aquellos que se tienen por muy listos lo son únicamente la mitad de lo que ellos se creen. Y en muchos casos, incluso menos.

Aquellos que, en medio de una discusión o debate, se quejan de no poder hablar ni decir nada porque alguien no está de acuerdo con lo que dicen, seguro que han hablado ya a su gusto largo y tendido, sin fundamento ni descanso.

Los libros que se consideran prácticos -de autoayuda, guías de viajes, de recetas de cocina- por lo general no sirven nunca para nada. Al contrario, los libros que se supone que no sirven para nada -poesía, novelas, aforismos-, suelen ser los únicos verdaderamente útiles y necesarios.

Lo mejor de salir es volver.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Más educación

Recibido la semana pasado en nuestro correo electrónico:

"Créase o no, esta es una sugerencia que un equipo de inspectores de la Consejería de Educación ofrecieron a los directores/as de centros educativos de una comarca muy cercana a Sevilla:

El alumnado deberá contar entre su material con tres pequeños cubiletes de plástico: uno rojo, otro amarillo y el otro verde. Durante la clase, cada alumno atenderá a las explicaciones del profesorado y situará en su pupitre el cubilete que indique su comprensión de lo explicado. Rojo: "No entiendo nada". Amarillo: "No lo entiendo todo". Verde: "Lo entiendo". De esta manera, el docente, de un solo vistazo, captará si su explicación está llegando a la clase o, por el contrario, debe esforzarse por hacerse comprender y/o por bajar el nivel de complejidad de lo explicado.

Pero miren cómo la realidad supera a la ficción. En los experimentos dentro de una clase ocurría esto:

-¿Maehtro, er cubilete amarillo pa qué eh?
-Maehtro, er Yozua ma quitao loh cubileteh.
-Maehtro, la Yeni eh una empollona, que ciempre tiene er cubilete verde.
-Maehtro, me zan perdío loh cubileteh, ¿puedo i ar cervicio?
-Maehtro, ¿ci zaco er cubilete verde maprueba?
-Maehtro, mira cómo toco la batería con loh cubileteh.
-Maehtro, er Crihtian ma ehcupío en er cubilete.
-Maehtro, yo lo primero lo he entendío pero aluego no, ¿qué cubilete pongo?
-Maehtro, ¿ci traemoh loh cubileteh hay que traé tamién er libro?
-Maehtro, yo er cubilete roho no lo pongo, que me llaman zurnormá."
Tiene toda la pinta de ser un apócrifo, pero, como ocurre con las buenas novelas, aunque fuese mentira, cuánta verdad.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Manuel Rivas y el paso del tiempo

Acabo de terminar Todo es silencio, de Manuel Rivas. No sé si he leído todos sus libros, supongo que no, pero sí un buen número de ellos. Guardo un buen recuerdo. Especialmente de su novela En salvaje compañía. Me gustó muchísimo. También me parecen muy hermosos la mayoría de sus cuentos, y El lápiz del carpintero. Los libros arden mal, su anterior y voluminosa novela, la leí con gusto, aunque también con la sensación, en muchos momentos, de tener entre manos algo muy parecido a Amar en tiempos revueltos, un culebrón con sus malos y sus buenos, los malos todos muy malos y los buenos todos bonísimos, benditos y santos.



Pues bien, en este nuevo libro, esa sensación ha resultado mucho más intensa, a pesar del intento del autor de mezclarlos a todos un poco. Muy poca psicología para ser una novela; la suficiente para una telenovela o una película popular. Esta filiación cinematográfica es bastante evidente, no solo en las frecuentes referencias cinéfilas que salpican la narración, sino también en la composición de algunas de las escenas más importantes, elaboradas con clara vocación de director artístico.



Se salva, si es que se salva -que no lo tengo muy claro-, por el lirismo de la prosa, por algunas descripciones, por transcurrir en un pueblo con mar y por citar, entre otras, a Centauros del desierto. Y poco más.



Posdata frívola: Fíjense ustedes en las dos fotos del autor que hemos traído hasta aquí. En la primera, de cuando El lápiz…, parece un galán de cine clásico. La otra, de estos días, con esos pelos enloquecidos y desquiciados, parece la de un curandero moderno, un astrólogo o un echador de cartas. Cosas del tiempo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Educación y descanso

Descanso el que le queda a uno tras haber leído los artículos que se publican en el número de noviembre de la revista Mercurio. Porque a veces piensa uno si no seremos tontos perdidos y por eso no somos capaces de ver el bien que nuestros politicos están haciendo a la educación de este país, desde hace ya más de veinte años, con sus reformas y las reformas de las reformas; que a lo mejor es que no nos enteramos porque somos muy lerdos, y sumamente torpes, y presentamos graves problemas de percepción de la realidad. Sin embargo, de vez en cuando llegan a nuestras manos cosas como esta revista, y respiramos aliviados. Probablemente no seamos muy listos, pero tan tontos tampoco. Si realmente alguien quiere saber cuál es la verdadera situación de la educación en nuestro país, que no deje de leer el artículo de Muñoz Molina o el de Ricardo Moreno. Más alto y claro me parece a mí que es imposible.





miércoles, 17 de noviembre de 2010

Billy Wilder que estás en los cielos... con Berlanga

Cuando Billy Wilder cumplió 76 años tuvo que dejar de hacer películas no porque se sintiera viejo y sin ideas o la energía suficiente, sino porque ninguna compañía aseguradora aceptaba suscribir una poliza a un director con esa edad. Se tuvo que ir a su casa. De modo que no sabremos nunca qué películas podría haber rodado en todos los años que aún vivió, hasta llegar a cumplir los 91. El aficionado es codicioso y fantasea con estas cosas. Sin embargo, quien nos había regalado ya películas como "El crepúsculo de los dioses", "Perdición" o "Días sin huelllas" no debería estar obligado a más. Pero esas son sólo tres obras maestras dentro de una filmografía extensa y afortunada. Excepto películas del Oeste, se ocupó de todos los géneros y, entre todos ellos, destacó con sus comedias, escritas con bisturí, hilarantes y perfectas. Un prodigio, cada una de ellas, de gracia e inteligencia. ¿Cómo olvidarse, tras encontrárselas por primera vez, de "Con faldas y a lo loco",  "Avanti" o "En bandeja de plata"?






Hace una semana volvimos a ver "Irma la Dulce". La única pega que le encontramos fue esa, que no era la primera vez que la veíamos. Con películas como estas, sentimos siempre mucha envidia de aquellos que se enfrentan a ellas vírgenes e ignorantes de lo que les espera. A pesar de ello, disfrutamos de nuevo de todo lo que esa película lleva dentro, cosas a las que los críticos de cine sabrán ponerle nombre pero que a nosotros simplemente nos hacen sentirnos mejor.




Cuando a Fernando Trueba le dieron un Óscar, declaró que, para él, Billy Wilder era Dios. Al parecer, al día siguiente recibió una llamada y, cuando preguntó quién era, al otro lado del teléfono una voz burlona, con cierto acento germánico, le contestó que era Dios quien le llamaba. Y piensa uno que ojalá que, si existiese, Dios se pareciera un poco a Billy Wilder. O a Berlanga.






Con todas las diferencias que se quieran -muchísimas-, lo más parecido que hemos tenido aquí a Wilder ha sido Berlanga. Desde hace un par de días, estén donde estén, seguro que están juntos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Lindo y hondo

A Elvira Lindo nunca le agradeceremos lo suficiente El otro barrio, una novela diferente, tierna y magnífica, llena de humanidad. Desde entonces, cada vez que saca un nuevo libro  acudimos a él con puntualidad. Así con este último, Lo que me queda por vivir, novela que no lo parece, por autobiográfica y por lo leve de su argumento, que casi podría decirse que no lo tiene. Unos cuantos personajes, no demasiados, unas cuantas anécdotas que resultan mínimas historias, brevísimos cuentos, y el análisis inteligente de una larga serie de comportamientos humanísimos y de los sentimientos que arrastran consigo. Poco más. Y con tan poco, qué gran libro.





Que se trate de un libro más o menos autobiográfico, eso carece de importancia. Meterse a discutir sobre los géneros y sus límites es entrar  en un jardín laberíntico y vano. La novela, en manos de  un narrador capaz, sirve de sobra para lo único importante, a saber, mostrarnos nuestro propio corazón, tan frágil. Y esto se cumple en este libro maravillosamente. Pocos tan verdaderos, tan humanos,  tan ciertos.
La falta de un argumento nítido recuerda a algunos de los libros de Alice Munroe, a esos cuentos que fluyen como la vida, fatal y naturalmente, y que llevan dentro cada uno de ellos su propia novela. Y el tono nos recuerda mucho al de las narraciones de Natalia Ginzburg, bellísimas todas. Saber escoger a los maestros es, qué duda cabe, una señal de talento.
Como en todas sus novelas, los personajes no pueden estar mejor dibujados, perfectamente perfilados, nítidos y hondos, con sus luces y sombras: la joven confundida por una maternidad temprana y sus vaivenes sentimentales, el amigo de infancia reencontrado al cabo de los años, el padre extravagantemente seguro, arrogante y charlatán y, sobre todos ellos, ese niño melancólico, sensible y tierno, como todos los niños misterioso.
Y las pequeñas historias, cómicas como la del cirujano plástico, emocionantes como la del día de viento, tristes como la del huevo Kinder, nostálgicas como la de la niña perdida…
Todas estas cosas juntas, bien contadas, componen esta novela sentimental, inteligente, lindísima y honda.


jueves, 11 de noviembre de 2010

Artículos

Hace ya unos cuantos años que, una vez al mes, nos dejan publicar un artículo en La Tribuna. Se lo debemos a la generosidad de Cristóbal  Guzmán, que no solo nos invitó a ello sino que además nos deja escribir lo que nos da la gana.  Una vez al mes resulta, para alguien de naturaleza perezosa, un margen de tiempo  ideal.  Si tuviésemos que escribir cada día, o incluso una vez a la semana, no sabríamos cómo hacerlo. Además, las dos ideas y las tres convicciones que uno posee no darían para tanto.
Acostumbramos a pasárnoslo bastante bien escribiéndolos  porque, entre otras cosas, tenemos tiempo más que suficiente para ir pensando el asunto y sus derivados y, decididos estos, componerlo  con tranquilidad, sin prisa ni urgencias. Aunque ha habido ocasiones en las que nos hemos visto obligados a escribirlos  en una tarde, un poco a la diabla, porque ya se acercaba nuestro jueves mensual y aún no habíamos escrito ni una frase. Sin embargo, esto nos ha sucedido solo en un par de ocasiones.


Generalmente, nos parece milagroso, una vez concluidos, que haya podido uno llegar hasta los 4.500 caracteres que ocuparán el espacio concedido. Nos da la impresión de que el artículo se ha hecho solo. También nos asalta a menudo la sensación de estar plagiando a nuestros escritores favoritos: Pla, Cunqueiro, Julio Camba, Vicente  Risco –cuyo Libro de horas es el más hermoso de entre  los libros de artículos que uno haya leído jamás-, Andrés Trapiello, Ibargüengoitia…, o a esos dos o tres columnistas que leemos cada día en los periódicos: Enric González, Elvira Lindo, David Trueba… Cada vez que nos ponemos a escribir, pensamos en todos ellos y tratamos denodadamente de imitarlos, pero nada, lo que nos sale es siempre otra cosa, muy poca cosa, porque nunca se escribe lo que  se quiere sino lo que se puede.
Hace unos meses cayó en nuestras manos un  delicioso  libro de Carlos Puyol (el escritor, no el bravo defensa culé). Se titula Cuadernos de escritura e incluye dos tomitos publicados hace ya algunos años, de aforismos y artículos sobre el oficio de escribir. En el llamado Tarea de escribir, hay un breve texto dedicado a los artículos. Me lo sé casi de memoria. Entre otras cosas dice: “El artículo (…) requiere  una buena dosis de levedad, ha de tratar sobre casi nada y sobre casi todo, como sin darle importancia, lo cual no significa que no la tenga”. Y concluye definiendo lo que es, para él, un artículo: “Unas palabras en un papel volandero, una divagación que arranca de cualquier cosa y acaba abarcando el universo, pero sin enterarse, sin pretensiones; si uno quiere conseguirlo, ya no le sale bien. Por eso hay que dejar que los artículos se escriban solos. Como el que silba una canción que no sabe dónde ha oído, que nos hace incomprensiblemente felices, y que quizás alegre también a otros. Como en un juego, y no se debería jugar con el ceño fruncido”. Amén.



Y para concluir, ponemos el enlace del artículo de hoy AQUÍ, y les damos las gracias más sinceras a todos los que nos leen, amigos y espontáneos. De verdad, muchísimas gracias.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pensamientos abstractos

Debe de ser cosa de estos vientos coléricos, que nos ponen la cabeza patas arriba, pero el caso es que, paseando hacia la biblioteca, a devolver una novela de Fred Vargas y con la intención de tomar prestados cinco gruesos volúmenes que con toda seguridad no vamos a tener tiempo suficiente para leerlos todos, me asaltó una idea imprevista, inesperada y sin fundamento alguno, porque iba uno pensando en las cosas más prosaicas. Pero así es la cabeza de uno, sobre todo si soplan aires fríos y violentos.
Era un pensamiento sobre el arte abstracto. Bueno, llamarlo pensamiento tal vez sea demasiado optimista. Vendría a ser, más bien, una razón que explicaría por qué  nos gusta tan poco la abstracción artística. Va uno pensando en las compras que tiene que hacer en el supermercado y, de pronto, se encuentra uno teorizando sobre arte. ¡Qué cosas!




Al llegar a casa, después de pasar por Mercadona, abrí la libretilla verde que llevo a todas partes en el bolsillo del abrigo, e intenté apuntar lo pensado. Me costó bastante. Una cosa es pensar algo, y otra escribirlo. Tan difícil, para mí, como atrapar una mariposa con las manos. Hice tres intentos y, ahora, no sé cuál es la versión más presentable. Por eso, voy a poner aquí las tres versiones, a ver qué ocurre.

Versión 1
El problema del arte abstracto es que, muy a menudo, en él los buenos pintores se confunden con los malos, porque los resultados de unos y otros suelen ser semejantes, y así no hay forma humana de distinguir lo que tiene algún valor de lo que no vale nada.

Versión 2
El arte abstracto es un arte absolutamente democrático. Dentro de él, valen lo mismo el pintor de talento y el mal pintor. No hay manera de distinguirlos.

Versión 3
El arte abstracto es una arte ecuánime. En él, no hay manera de distinguir al verdadero pintor del que no lo es. En esta clase de arte, tanto pinta,  pinta tanto, el uno como el otro.



martes, 9 de noviembre de 2010

Viento marino

Llevamos dos días de vientos furiosos que vienen silbando una tétrica canción por los huecos de las escaleras y los patios de luces. Azotan con violencia los toldos de las casas y de los quioscos y los hacen  chasquear como lo harían con las velas de un viejo barco. Sacuden las banderas de los edificios oficiales y de los balcones particulares que aún siguen celebrando la victoria en el Mundial, y las hacen retorcerse y enredarse en sus mástiles sin descanso. Y agitan las copas de los árboles de tal manera que sale de ellas un ruido de lluvia o de olas estrellándose contra la escollera de un puerto.




Tal vez sea por esto último por lo que, cada vez que llegan a la ciudad unos vientos como estos, sentimos que no nos extrañaría nada encontrarnos, al doblar cualquier esquina, frente al mar, un mar agitado y embravecido, con su pequeño malecón, su dique y su rompeolas. Jugamos entonces un rato con esta idea, con que fuese esta una ciudad con mar, y nos imaginamos dónde lo colocaríamos, si más allá de las vías del tren o, por el contrario, al lado de la Circunvalación... Y con estas fantasías vamos caminando, de vuelta a casa, contra este viento poderoso y marino.






lunes, 8 de noviembre de 2010

Otoño

A pesar de lo que digan los calendarios, el otoño ha entrado en nuestra ciudad hoy, 8 de noviembre de 2010. Hasta ahora no habíamos tenido noticias de él, con días apacibles de temperaturas benignas y cielos claros y soleados. Pero hoy ha llegado un viento furioso y despacible que ha sacudido sin miramientos las ramas de los árboles y ha comenzado a arrancar de ellas sus hojas maduras, verdes unas, amarillo limón otras. Bailan en el aire con alegría, como si estuviesen jugando, realizando cabriolas y tirabuzones de mucho mérito, antes de posarse sobre las aceras. Resulta todo un espectáculo contemplar estas caídas tan artísticas. Además, alfombran las calles con cierto estilo y da mucho gusto caminar entre esas hojas diminutas y pálidas. Pasea uno sobre ellas y parece que piensa mejor y que se vuelve uno más bondadoso, comprensivo y sensible. No me pregunten por qué, pero a nosotros nos da esa sensación. Somos, es cierto, grandes partidarios del otoño, de sus tempranos atardeceres, de esas hojas caídas, de sus vientos iracundos como viejos reyes...

sábado, 6 de noviembre de 2010

El mendigo

Camino de una reunión, por la tarde, en el trabajo, un grupo de críos me abordó entre risas:

-¡Señor!-me llamaron- ¿Tiene usted Twitter?- preguntó el más descarado, mientras continuaba riéndose.

Cómo le miraría que se le retiró la risa de inmediato.

-Era una broma-se disculpó.

-Mejor- le dije- porque si no...- y dejé colgados de esos puntos suspensivos las más terribles posibilidades.

Era esta la forma con la que pedía limosna un viejo mendigo, hace más de cincuenta años, por las callejas de Ablaña. Lo hacía con voz gravísima y centellas en los ojos, nos contaba mi madre, amedrentando a mujeres y niños. Hasta que tropezaba con alguna más brava que se le enfrentaba, valerosa:

-¿Y si no, qué?- le replicaba.

En esos casos, al pordiosero le salía una voz menguada y doliente y, cabizbajo, con la mirada apagada, decía:

-Pues que si no, me marcho sin ella.

Y,efectivamente, se iba camino adelante.



Mendigo, de Nonell

viernes, 5 de noviembre de 2010

Viaje a Teruel (III y final)

1 de noviembre de 2010

El sábado habíamos dado ya un breve paseo por el centro de la ciudad, y nos pareció muy hermosa y vividera, pero era  noche cerrada y de noche pueden parecer bonitas hasta Albacete y Mieres. En las horas oscuras, solitarias y silenciosas, se puede solicitar la declaración de Patrimonio de la Humanidad para casi cualquier pueblo. La oscuridad, es cosa sabida, tiene el don de embellecer cualquier lugar, y les concede a las ciudades, desde el Romanticismo, encanto y poesía. De manera que este paseo mañanero nos iba a desvelar su verdadera naturaleza. Pues bien, Teruel nos resultó tan hermosa de día como nos lo había parecido de noche.

Dejamos los coches en un parking bajo la Plaza de San Juan, que es una plaza amplia y anchurosa, de edificios sólidos y racionalmente clásicos, y nos acercamos al Paseo Óvalo, del que sale una escalinata muy aparente que termina, ciento ochenta y cinco escalones más abajo, en un pequeño parque de árboles frondosos con las hojas ya maduras, rojizas y doradas. Los escalones no los conté, que nos lo dijo una vecina que pasó por allí y tuvo a bien informarnos de detalle tan exacto.




Compramos el periódico, en ese paseo, en un viejo estanco de maderas oscuras que olía maravillosamente. No hemos fumado jamás, pero el olor de ciertos tabacos, por ejemplo el de pipa, nos han embriagado a menudo con verdadero gusto.

Luego nos acercamos a la Torre del Salvador y, ni cortos ni perezosos, subimos hasta la altura. Aquí ya no puedo decir cuántos escalones conducen hasta la cima, porque ni los conté ni hubo vecino que nos lo dijese. Arriba el viento estaba enfadado y apenas nos dejó ver nada. Siempre es bonito escalar una torre y asomarse a ella para ver la ciudad desde allí, pero esta vez no había quien se acercase a los vanos de las ventanas, así que bajamos enseguida. Esta torre, desde el suelo, es igualmente fabulosa.




Por la calle Ramón y Cajal llegamos, al fin, a la Plaza del Torico. Nos pareció, también, un lugar espléndido. Somos muy partidarios de estas plazas antiguas, con soportales y viejos negocios, con casas levantadas hace dos siglos, llenas de balcones, un poco artríticas ya, ligeramente inclinadas. Muy parecidas todas al viejo con bastón con el que pegamos la hebra a los pies de la columna del Torico, tan pequeño y singular éste que parece como de juguete. Nos contó el hombre algunas cosas de este pueblo, y que la plaza está hueca porque hay unos aljibes medievales debajo, que ahora han recuperado y se pueden visitar. Nos decía todas estas cosas abriendo mucho la boca, casi sin dientes, y mirándonos con esfuerzo detrás de las gruesas lentes de unas gafas pasadas de moda. Un viejo alegre y parlanchín que se ahuecó un poco cuando le contamos lo mucho que nos estaba gustando su pueblo. Nos despedimos con un apretón de manos.







Íbamos a ir luego a ver a los amantes, pero entre conversaciones y callejeos sin rumbo fijo se nos echó el tiempo encima y ya era la hora de partir. Nos quedamos, para resumir, con la Plaza de la Catedral, en la que hay una fuente de dos caños, con dos o tres escaparates de negocios galdosianos y con una casa un poco ebria, con las persianas caídas y la pintura desconchada donde bien habrían podido seguir viviendo, pobretería y suposición, las pobres Miaus. Finalmente,dejar constancia aquí de una o dos pastelerías que son prueba evidente de que en una ciudad como esta se puede vivr muy ricamente.





Y ya volvimos, mientras iba cayendo el sol, por carreteras vacías y pueblos solitarios. Llevábamos la melancolía del fin de fiesta pegada a los talones y soñábamos con regresar a Teruel algún día.


jueves, 4 de noviembre de 2010

Viaje a Teruel (II)

31 de octubre de 2010

Tenemos el hotel en Gea de Albarracín, un pequeño pueblo en las estribaciones de esa sierra. Calles estrechas, una vieja ermita, los restos apolillados de un acueducto, una Plaza Mayor muy pequeña, casas con corral y gallinero, silencio y soledad. Casi no hay lugar para aparcar los coches. Un lugar antiguo.

Muy temprano -otra vez-, salimos hacia Albarracín, por una carretera suntuosamente otoñal, con los árboles vestidos de oro viejo. Álamos y chopos y algunas sabinas.

Albarracín es un pueblo precioso, medieval y expresionista, con calles empedradas y casas de ángulos imposibles, unas sobre otras. Tienen todas éstas, salvo un par pintadas de añil, el color del barro cocido, y en cada esquina se abre una vista prodigiosa. La muralla, en lo más alto, parece un fragmento de la China.



La Muralla China, a su paso por el lugar de Albarracín









La Plaza Mayor es bellísima, y hay allí una veleta heroica sobre una pequeña espadaña con reloj.










Cuando llegamos, apenas había gente por las calles, pero a la media hora estaban ya todas a rebosar de turistas, caminando, como nosotros, embobados, husmeando curiosos por todos los rincones,con sus cámaras de fotos colgadas al cuello. A la gente, como se ve, le gustan las cosas bellas, los lugares hermosos, a pesar de la opinión de los políticos y los arquitectos modernos, que llevan años empeñados en lo contrario, y gustan de encerrarnos en edificios tristísimos y lamentables y de hacer las ciudades, si cabe, más invivibles.





Después del alto para la comida, que hicimos rodeados de un ejército de ancianos enérgicos y jubilosos, pastoreados por jóvenes guías de aspecto cansado, nos dimos una vuelta por el campo, a ver pinturas rupestres, y, a la vuelta, visitamos el Museo del Juguete que hay allí.






Un verdadero oxímoron eso de "Museo del Juguete," porque un juguete no puede estar jamás en un museo. El juguete tiene que estar en manos de un niño. Si lo sacas de ahí y lo colocas dentro de una vitrina, ya es otra cosa. Mucho más triste, claro, y sin vida, un objeto disecado y sin alma. Pues eso es ese lugar, un sitio un tanto siniestro. Daban ganas de rompre los cristales y rescatar los madelmanes de nuestra infancia, ponerlos en manos de la chiquillería y salir corriendo, como ladrones.












De vuelta a Gea, nos alargamos hasta Cella, otro pequeño pueblo que me había recomendado mi amigo Enrique porque hay allí un fantástico pozo artesiano, el mayor de Europa. Los años de nieves y lluvias copiosas hace brotar de la tierra 3.500 litros por segundo. Como estaba empezando a oscurecer, nos perdimos por las calles del lugar, y cuando por fin dimos con esa fuente maravillosa, ya era de noche y estaban encendidas las farolas. De manera que el sitio nos pareció aún más delicioso. "La Fuente de Cella", la llaman, y le han levantado alrededor un modesto parquecillo, para que la gente repose un poco, y una capilla, supongo que para dar las gracias por semejante don. Nos pareció un lugar mágico.





Al final, va a ser cierto que Teruel no es un lugar real.

martes, 2 de noviembre de 2010

Viaje a Teruel

Sábado 30 de octubre, a la madrugada.

Si, por falta de tiempo, no se puede viajar a pie, que es lo suyo, al menos hay que salir temprano, aún de noche cerrada, como el alma de San Juan. Así abandonamos nuestra casa, en secreto y sin ser notados, dejando sosegada la ciudad, por la que no se veían más almas que las nuestras.

Cuando amaneció casi ni nos dimos cuenta porque salió el día oscuro, triste y muy nuboso. Llovía. El cielo, un gran techo gris-uralita. Pasamos por dos o tres pueblos dormidos y sólo en uno de ellos vimos a un paseante cabizbajo y a un tractor que abandonaba su pequeña cochera.

Luego desembarcamos en una autovía. De las carreteras secundarias se pueden contar muchas cosas y tienen un paisaje, mejor o peor, pero un paisaje. En las autovías, en cambio, es raro ver nada. Se va tan rápido, es tan fugaz el paso, que resulta muy difícil poder ver algo. Son abstractas, modernas y deshumanizadas, y de las ciudades y pueblos que se anuncian en los paneles sólo se ve eso, sus nombres. Nada más. 

Al abandonarla a la altura de Utiel, se puso el viaje más entretenido. Almendros, viñas, casas de labor. También dos o tres coches conducidos por viejos hortelanos camino de sus bancales. Al cabo de media hora la carretera se volvió estrechísima, peligrosa y muy bella. Llevábamos al río Turia a la izquierda y una montaña a la derecha. Y muchísimos árboles en una y otra orilla, pinos, olmos, chopos..., estos últimos con esa elegancia melancólica con la que los viste el otoño. Pasamos Mas de Mudos, Mas de Jacinto y Libros. Y casi sin darnos cuenta, nos pusimos frente a las puertas de la antigua ciudad de Teruel y sus altas torres.




 



Hace unos años, los vecinos de esta provincia, quejosos al sentirse olvidados por las autoridades, organizaron una campaña para hacerse oír que dieron en titular así: "Teruel también existe". Tendrían sus motivos para quejarse de ese modo. Pero uno, en su lugar, lo habría hecho al revés, y habría tratado de convencer al resto del mundo de lo contrario, habría propagado el rumor de que Teruel no existía, de que se trataba de una ilusión, de una quimera, ciudad fantástica, invisible, imaginaria y prodigiosa. Les habría ido mejor. Además, cuando el viajero, al fin, la descubriera, vería que, efectivamente, se trataba de una muy hermosa ciudad, tan bella que parece de mentira, como esas torres tagarinas que le sirven de faro, y las plazas que aparecen a la vuelta de cualquier esquina, y algunos viejos negocios que no se sabe muy bien cómo pueden continuar funcionando. Vimos, además, varias pastelerías, una fuente de dos caños, un caserón desvencijado, y varios bares, ni muchos ni pocos, los justos. Todo esto pienso yo que habla muy bien de las gentes de este lugar.

Nosotros la visitamos, esta primera vez, de noche, y nos pareció muy hermosa.

Continuará...