martes, 31 de mayo de 2011

Párrocos

El domingo acompañamos a P. a la comunión de un amigo, que lo había invitado. Nos quedamos un ratillo con él durante la misa.

Comprobamos que, en esto de las comuniones, las cosas han avanzado muy poco. Las chiquillas de novias y los chiquillos de marineros o almirantes. Ataviados de ese modo, tenían todos unas caras muy antiguas, como de niños de antes de la guerra. Si las fotos que les sacaban las editasen después en blanco y negro o sepia, podrían fecharlas perfectamente en 1924.

Lo más fascinate fue el cura. Alto, muy delgado y con unas gruesas gafas de pasta negra, salió cinco minutos antes a leernos la cartilla a la feligresía. Comenzó hablando del silencio interior, que dijo que era el más importante, pero en realidad de lo que estuvo hablando todo el tiempo fue del exterior, y amenazó con parar la ceremonia si la gente no se mostraba lo suficientemente atenta a los ritos y el sermón.

Se le entendía con cierta dificultad porque tartamudeaba un poco, pero su enfado era evidente. Debía de llevar ya dos o tres misas esa mañana y se ve que no estaba dispuesto a aguantar más impertinencias.

Luego, ya metido en faena, se puso a hacerles unas cuantas preguntas a los chiquillos. Parecía un maestro acogotando a sus discípulos.

-A ver, alguien sabe lo que es estar enamorado...- y le acercó un micrófono negro a uno de los grumetes.
-Pues... quererse uno a otro...
-Bueno, uno a otra, querrás decir, o una a otro, ¿no? - le replicó el enjuto párroco.

El pobre es completamente idiota, pensamos A. y yo, y nos lo dijimos con la mirada.

- ¿Vosotros creéis que Dios está enamorado de nosotros?-y le puso el negro micrófono  en los labios a una de aquellas novias tempranas.
-Bueno..., a unos más que a otros... porque a los pobres que hay sentados en el suelo a la entrada de la iglesia, yo creo que a esos los ama poco.

Casi nos ponemos a aplaudir. El cura carraspeó confundido e hizo como si no hubiese escuchado la respuesta de aquella maravillosa niña.

Luego dijo que, desgraciadamente, si a la gente que estábamos allí nos diesen a elegir entre Dios y seiscientos euros, seguramente la mayoría escogería el dinero. Y les preguntó a los comunandos qué pensaban ellos. Estuve a punto de gritarle que le preguntase a la niña de antes. Me imagino que una niña así, con tanta sensibilidad y sentido común, le habría contestado que si la gente está, como tanta ahora, en el paro, pues lo más normal sería que tomasen los seiscientos euros. Pero no dejó que le contestase ya nadie, y siguió con la ceremonia.

A un gesto suyo, tres damas muy altivas se hicieron con unas canastillas y peinaron concienzudamente cada pasillo y cada banco de la iglesia, pisando incluso los reclinatorios para que no se les escapase ni un alma en su acción pepitoria. Esto, antes de darles la comunión a aquellos muchachos, nos pareció que demostraba lo dicho por el cura sobre Dios y el dinero. "El pobre es idiota", le dije a A., "pero en eso de los euros lleva toda la razón". Y ya nos despedimos de P. y nos fuimos a dar un paseo.

(Esta entrada y la de ayer aparecen en diferido, ya que nosotros estaremos, lunes y martes y sin ordenador, celebrando el día de la patria manchega en alguna playa cercana)


lunes, 30 de mayo de 2011

Albacete prodigioso

El ENLACE es cortesía de nuestra amiga R., que nos lo mandó el otro día desde Gijón. No tiene desperdicio y, habiendo sucedido aquí, a lo mejor fue verdad...

viernes, 27 de mayo de 2011

Cuando me viene

Esto lo dijo Jules Renard:

"Escribo cuando me viene y siempre tengo miedo de que no me venga".


jueves, 26 de mayo de 2011

Los bolsillos

Cada equis tiempo tengo que pasar revista a los bolsillos de mis abrigos, cazadoras y chaquetas.

Acostumbro a emprender semejante inventario cuando comienza a hacérseme difícil, al meter la mano en ellos, encontrar el móvil, el bolígrafo o el cuaderno que llevo siempre conmigo.

Entonces cojo una bolsa de basura, abro el armario y comienzo una inspección concienzuda y metódica. Como un trapero o uno de esos mendigos que se ven en la noche revolviendo papeleras y contenedores.

Así voy haciendo el arqueo de mis bolsillos.

Encuentro siempre cosas prodigiosas: canicas de colores de P., piruletas, tiques de Mercadona, larguísimos como papiros bizantinos,quinielas desafortundas y marchitas, papeles con teléfonos de no sabemos quién, billetes de tren Mieres-Oviedo, o del metro de Madrid o Barcelona, entradas de cine, de Terra Mítica o de la Fundación Juan Guerrero de Granada, dos pilas, tres palillos -por supuesto, sin usar-, una pelota de goma, un bolígrafo de propaganda, dos fichas para lavar el coche en El Elefante Azul...

La mayoría de estas cosas las meto en la bolsa de plástico y las tiro luego a la basura, pero otras las vuelvo a guardar, por ejemplo los billetes de tren, que coloco entre las páginas de algún libro nuevo, porque sé que, cuando al fin lo lea, me los encontraré allí, y me dará mucha alegría porque despertarán en nosotros el recuerdo de los viajes que hicimos con ellos.

Luego, durante varias semanas, vamos más ligeros por las calles. Sin embargo, al cabo de muy poco, nuevas compras, viajes, encuentros, colman de nuevo estos bolsillos nuestros, otra vez abultados y deformes. Y así van pasando los días.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Planeta Benidorm (III y final)

Domingo

Como ya habíamos pagado al llegar, la salida del hotel fue rápida. Desayunamos, cargamos las maletas en el coche y nos fuimos a la playa.


Nunca más hablaré mal de Benidorm. Probablemente nunca volvamos a este pueblo, pero he decir que la gente con la que nos tropezamos parecía toda muy contenta. A la vuelta de Terra Mítica, nos perdimos y acabamos en el centro del pueblo. Estaba lleno de gentes que iban y venían o estaban sentadas en las terrazas de los bares y los restaurantes. Se les veía a todos, sedentes o paseantes, muy satisfechos. Vimos también, parados en un pequeño atasco que se formó ante un semáforo, una librería de muy buen aspecto.

Y camino de la playa, y ya sobre la arena, los ciudadanos con los que nos tropezamos se veían igualmente muy serenos y campantes, caminando a la orilla del mar o decúbito supino sobre las tumbonas.

Y en su Diario, Iñaqui Uriarte cuenta lo bien que se encuentra siempre en esta ciudad. Algo debe tener.


Nos dimos un baño. Estaba el agua transparente y limpísima y muy fría. Había, eso sí, medusas, pero pocas, muy vistosas y hasta educadas, que se apartaban en cuanto te veían. A lo mejor, en Benidorm ni hacen mal.

Comimos en una terraza al borde del mar y luego hicimos un poco de sobremesa en la Pastelería Moderna, Salón de te, reflexionando sobre el gentilicio de los habitantes del pueblo: Benifelices, benicontentos, benidurmientes... Al final le preguntamos al camarero. "Benidormenses", nos informó. Tampoco suena mal.

Y ya de vuelta a casa (Ibi, Tibi, Bier, Sax...), a votar...

Foto nocturna de Benidorm hecha por P., desde la terraza
 del hotel. Técnica del centrifugado, a saber, mientras se enfoca y dispara, debe agitarse la cámara como una coctelera.

martes, 24 de mayo de 2011

Planeta Benidorm (II)

Sábado mañana y tarde.

Terra Mítica.

En un cortado de la montaña, levantaron hace ya unos años este parque de atracciones. Como está colgado sobre el mar Mediterráneo, decidieron darle un barniz cultural e histórico y organizaron el parque en zonas dedicadas a cada una de las civilizaciones que comparten este mar o que incluso, intrépidas y navegantes, subieron a sus naves y llegaron hasta estas costas: nada más pasar por las taquillas, Egipto; a la derecha Grecia; más allá Roma; los fenicios a la izquierda...



Obeliscos, peristilos, frontones, circos, faros de Alejandría... Es todo de cartón piedra, claro, pero muy aparente y vistoso. Si se hiciesen películas como las de antes, podrían rodar aquí grandes historias. Además, en todo momento sonaba la música de Gladiator o algo parecido, épico y solemne.



Mientras caminábamos rumbo a los primeros cachivaches, me dio por pensar que no estaría mal contratar en Albacete a los mismos artífices de todo esto, y construir un barrio viejo, alguna ermita románica, dos o tres templos clásicos y, ya puestos y viendo lo bien que trabajan esos alarifes, hasta un vistoso acueducto. Pienso que, así, la ciudad mejoraría muchísimo y se dispararía el turismo.


Las atracciones eran casi todas de la categoría salvaje, de esas que ponen a la gente boca abajo y la sacuden y centrifugan después de haberla subido hasta lo alto. Montañas rusas y otros ingenios más sofisticados, para corazones jóvenes, sanos y en su sitio. Viendo lo que disfrutaban todos con esos estremecimientos, espasmos, alzamientos y caídas, sus caras de satisfacción y alegría, me dio por pensar que viene a ser lo mismo que sucede con la politica levantina, que la gente de estas tierras goza igualmente con que la pongan patas arriba para vaciarles mejor los bolsillos, y como se lo pasan tan bien, les votan en masa cada vez que se presenta la ocasión.

Como excepción, justo detrás del Pórtico de las Cariátides del templo de  Erecteión, un clásico tiovivo. Naturalmente, lo llamaban "El Vuelo de Ícaro", para no desentonar. Estaba un poco arrinconado, y sonaba allí una música distinta, viejas melodías napolitanas, melancólicas y suaves. Fue lo que más nos gustó. Y los chiquillos, a pesar de venir de distracciones que les habían zarandeado con violencia y les habían dejado caer a plomo desde treinta o cuarenta metros, se subieron tres o cuatro veces seguidas, muy felices... Era hermoso verlos girar al son de esa música antigua, recortados sobre un cielo azul inmaculado, con el mar al fondo. Parecía otro lugar.







Continuará


lunes, 23 de mayo de 2011

Planeta Benidorm

Me había jurado a mí mismo no poner jamás los pies en esa ciudad. Fue un pensamiento que me asaltó un verano que pasamos a su lado y la contemplamos espantados desde el coche. Si hubiese estado bajo una cúpula de cristal y se viesen volar extrañas naves espaciales entre los rascacielos incontables, no me hubiese extrañado nada. Aquella visión me dejó anonadado, un poco mareado, miedo me dio.



Sin embargo, esa clase de  promesas siempre resultan bien estúpidas, y lo mejor que se puede hacer con ellas es romperlas, incumplirlas de un modo contundente. Así que cuando los amigos nos propusieron un fin de semana en ese lugar, dijimos que vale, que sí. Y allí nos fuimos.

Los amigos son también los padres de los amigos que P. tiene desde los primeros años de la guarderia. El plan era pasar el sábado en Terra Mítica y luego, el domingo, a la playa, para volver después de la comida y llegar a tiempo de votar.

Y como a veces tenemos pujos de novelistas modernos, vamos a empezar por el final:

Llegamos a votar media hora antes de que cerrasen los colegios. Había un gran ambiente. La mayoría eran abuelos muy estropeados a los que sus hijos llevaban en sillas de ruedas o en sus mismos brazos, para que pudiesen ejercer su derecho antes de morirse. Se notaba que a las generales del año que vienen ya no van a llegar. Alguno no debía saber muy bien por qué lo habían sacado de su casa, y marchaba, del brazo de sus hijos, gruñendo y protestando, y se trataba de soltar y dar la vuelta, pero lo volvían a dirigir muy pacientemente... En esas estampas ya se veía claro, como en las encuestas, quién iba a ganar.


El viaje de vuelta fue muy bonito, con los campos preciosos, muy verdes y cuajados de amapolas. Los carteles nombraban pueblos de exóticos nombres: Sax, Bier, Tibi, Ibi... Parecía como si viajásemos por el extranjero.

A la ida, como iba conduciendo A., los fui apuntando en una libreta y diciéndolos en voz alta, haciéndoselos notar a P. "Esas son las pequeñas cosas sin importancia que luego pones en el blog, ¿a qué sí?", me dijo. Me quedé mudo.

Cuando llegamos a Benidorm, mientras buscábamos el hotel entre el bosque de rascacielos, pensamos un poco en los arquitectos que han levantado esa ciudad. Se pueden dividir en dos categorías: los pragmáticos y los fantasistas o futuristas. Los primeros, a lo que se ve muy numerosos, han levantado unos bloques sobrios, un poco tristes, de un color pardusco monótono y sin gracia; los segundos han dejado volar la imaginación y han conseguido edificios inefables, mezclando Nueva York y Carabanchel...


El hotel resultó impactante. La entrada recordaba mucho al palacio que Sadam Hussein tenía en Bagdad antes de que los americanos lo desalojasen: mármoles, columnas, una cúpula celeste... Algunos clientes lo grababan en vídeo.



Nos hicieron pagar antes incluso de enseñarnos la habitación. Luego entendimos la razón. Camino del décimo piso, donde nos alojaron, cada vez que el ascensor se detenía en una planta, al abrirse las puertas de éste nos encontrábamos con unos señores que nos miraban con una sonrisa beatífica y un gran vaso de cerveza en las manos. Nos miraban fijamente mientras se balanceaban a izquierda y derecha como si estuviesen siguiendo el ritmo de una melodía que solo sonaba en sus cabezas, pero no daban un paso, caballeros del punto fijo frente a nosotros. Hasta que se cerraban las puertas y el ascensor continuaba su viaje. Así en cada piso. Pues bien, en ese estado, lo normal es que se caigan por el balcón o por el hueco del ascensor, cada día, media docena de estos señores sonrientes, y si no les han cobrado antes, a ver cómo lo hacen después...



Los chiquillos, ajenos a todo esto, se bañaron en la piscina, jugaron un partido de fútbol y, después de cenar, se enfrascaron en los futbolines y los billares. Nos subimos a la habitación a medianoche. Ya no había ningún borracho en los pasillos. Antes de acostarnos estuvimos un rato en el balcón. Como todos los lugares, la noche lo hermoseaba todo y, fantaseando un poco, parecía que estuviésemos en Tokio. ¿Qué será de esta ciudad?, pensamos. ¿Seguirán construyendo rascacielos?  Seguramente un dios vendrá, y castigará toda esta locura con un gran cataclismo que derribará estos edificios delirantes, los convertirá en escombros y hará  de todo esto un erial...



Continuará





viernes, 20 de mayo de 2011

Frente al espejo

Esto que sigue lo dijo Samuel Johnson:

"Ningún hombre, a menos que sea un perfecto idiota, querría escribir nunca nada, salvo que se le pague por ello".

Ea.

jueves, 19 de mayo de 2011

Artículo de broma

Hoy me tocaba a mí el artículo, y como estamos en vísperas de las elecciones, escribí este ARTÍCULO... de broma.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La pelota tras la tapia

Volvía del partido semanal agotado y sin fuerzas. Iba pensando en lo larga que se nos está haciendo esta temporada. Acababan de darnos un buena zurra. Últimamente, se nos hace muy cuesta arriba conseguir alguna ocasión de gol y tampoco defendemos con la armonía y fiereza de los meses de invierno. Desde hace varias semanas a duras penas logramos empatar algún partido; los otros los perdemos. ¡Qué lejos quedan aquellos jueves victoriosos del otoño! De manera que regresaba a casa cabizbajo y sombrío y muy cansado cuando, de pronto, al pasar al lado del muro de un colegio, vimos volar una pelota por encima de él. Vino a caer justo delante de nuestros tristes pies. Era un balón blanco, de reglamento, despellejado ya por varias partes, cosido en hexágonos. Un poco deshinchado, apenas botó al tocar el suelo de la acera.

A pesar de la fatiga, armé, sin pensármelo dos veces, mi zurda, y conseguí, esa tarde, mi mejor chut. Subió el balón de nuevo a las alturas y, salvando otra vez el muro, volvió por donde había llegado, de vuelta al patio del colegio. Estalló entonces una ovación infantil y cerrada, como algarabía de pájaros.

Se me fue de repente todo el cansancio, y retomé el camino de casa feliz y ligero.

martes, 17 de mayo de 2011

El charlatán

Estaba desayunando. Mientras me tomaba el café, escuchaba la radio. De pronto, en una cuña electoral, el presidente Barreda dijo: "No quiero engañaros..." Salté de la silla, derramando buena parte del café sobre la mesa. No sé por qué, me llevé la mano al bolsillo, donde guardo la cartera. Me pareció lo mismo que cuando alguien que se dispone a darnos una charla declara que será breve. Te pones en lo peor porque es evidente que va a suceder lo contrario, que hablará largo y tendido y muy tediosamente. Pues igual. Si alguien comienza declarando que  lo último que se le pasa por la cabeza es tratar de engañarte, date por estafado. ¿No tienen asesores que les diseñan estas campañas y les escriben cuidadosamente estos discursos y proclamas? ¿Nadie le habrá hecho ver que ese es un comienzo extremadamente sospechoso? Es, lo recuerdo ahora, como acostumbraba a comenzar el charlatán que aparecía cada domingo, día de mercado, por la plaza de mi pueblo.

Deberían ser, estas campañas, como unas oposiciones, y presentarse los candidatos ante los electores con todos los temas muy bien preparados, con un programa detallado que tendrían que explicarnos, desde su atril, muy fundamentadamente, con ejemplos bien perfilados de lo que harían en caso de salir elegidos. Y tras esto, firmar un documento ante un notario muy viejo y muy serio, en el que se comprometiesen a llevarlo a cabo hasta la última coma o, si no fuese así, a abandonar sus cargos de inmediato e ignominiosamente. Todo lo que no sea esto -a saber: generalidades, vaguedades y declaraciones altisonantes, que es exactamente lo que estamos viendo cada día-, será, por tanto, charlatanería.

lunes, 16 de mayo de 2011

La chaqueta del muerto

Hace un par de años me compré una chaqueta. Tengo dos. Una es para las bodas y bautizos y esta otra, más informal, para salir por ahí, ir al trabajo o darse un paseo. Sin embargo, al poco tiempo, A., cada vez que me la ponía me miraba con reproche. Al principio no decía nada, pero luego ya se sinceró. Según ella, nos habíamos equivocada al comprarla, era de una talla demasiado grande, y me sentaba como un tiro. "Parece la chaqueta de un muerto", concluyó. Esto, aunque uno no suele ser supersticioso, debo decir que me afectó. Aunque no acostumbro a mirarme en los espejos, las dos o tres ocasiones en las que volví a utilizarla después de aquella contundente declaración, me ponía, en el mayor de los secretos, delante de uno cualquiera, y contemplaba cómo me sentaba por ver si el muerto era yo o veía, detras de mí, a un fantasma. La verdad es que yo no apreciaba nada raro, pero A. insitía. De manera que dejé de usarla y  la pobre chaqueta se quedó arrinconada en lo más profundo del armario,  olvidada allí como si hubiese cometido un pecado, como si algo siniestro estuviese relacionado con ella.

Hasta el otro día, que sin saber muy bien qué ponerme en estos días inciertos de la primavera, fríos a unas horas y calurosos a otras, la descubrí en la última percha y, sin dudarlo, decidí rehabilitarla. Me la puse y, sin pararme ante ningún espejo, me fui a la calle con ella. Se la notaba muy contenta, de nuevo oreándose  por ahí. Cuando A. me vio no la reconocía.  "¿Y esa chaqueta", ¿de dónde la has sacado?", me preguntó sorprendida.

"Es la del muerto", le contesté.
"No puede ser, si te está muy bien. Ves, como has engordado, ahora sí que te sirve", me explicó.

Yo no tengo conciencia de haber engordado ni un gramo, pero el caso es que se han disipado al fin las sombras y las murrias que A. le había echado encima a esa pobre prenda, y ya puedo volver a ponérmela sin miedo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Presente, pasado y futuro

Desde hace unos días, los vecinos en el ascensor y los compañeros en los servicios o los pasillos no dejan de abordarnos con la próxima rebaja salarial, que al parecer es inminente. Los primeros, no afectándoles, lo comentan como quien habla del tiempo que hace, y los del gremio con gran pesadumbre, fúnebres, fatalistas. Así que, con tanta insistencia, le obligan a uno a reflexionar y nos salen cosas como la que sigue:
Vive el presente, dicen las gentes sabias, y es verdad que a veces es muy hermosa esa conciencia de estar viviendo un momento feliz; pero es esta una sensación rara, que se logra en muy escasas ocasiones. Lo normal es que el presente se nos ofrezca siempre en estado líquido, yéndosenos de las manos a cada segundo. Lo tenemos entre nosotros, y sin apenas tiempo para nada, ya se ha convertido en pasado, perdiéndose por las alcantarillas y sumideros o, en algunos casos, solidificándose en forma de recuerdo. De modo que el pasado, al menos lo que nos queda de él, aquello que la alquitara de la memoria destila, acaba por fosilizarse pasando así  del estado líquido al sólido. Sin embargo, el futuro, en el que tanto tiempo vivimos soñadores e imaginativos, es, y de eso no hay duda alguna, gaseoso y muy volátil. Como nuestros sueldos.

Trapiello

Del mismo modo que A.  termina su relato cerrando la ventana de su cuarto el último día de un año, así hemos cerrado nosotros Apenas sensitivo, una noche de primavera. Nos quedamos largo rato en silencio, pensando en la suerte de habernos encontrado, hace ya muchos años, con estos libros. Son siempre iguales y distintos, y da un poco lo mismo que sean más voluminosos o menos, que estén hechos con los mismos minbres cada año, a saber: retratos de amigos y enemigos, caricaturas, odas a la vida retirada o familiar, líricas descripciones, amenísimas crónicas viajeras, aforismos -exentos o incrustados en párrafos que hablan de esto o aquello-, las historias de El Rastro, encuentros y desencuentros...; o que estén llenos de iniciales que no siempre se pueden reconocer. Todo esto da igual, porque lo importante es la cálida compañía que nos traen, las horas entretenidas y felices que nos regalan cada año. Y también el extraño modo en que nos hacen creer mejores de lo que somos.



Así que si un día, por lo que fuese, nos viéramos en la obligación de desprendernos de nuestros libros y únicamente se nos permitiese salvar uno solo de ellos, elegiríamos sin dudarlo uno de los tomos de estos diarios, no importa cuál.


P.D. En los chats que organizan en los periódicos para que la gente les pueda preguntar lo que le plazca a famosos, científicos, escritores y otras personas de mérito, se pueden leer cosas muy interesantes, claro está, pero por la naturaleza de una conversación como esa, por la rapidez y urgencia con que  deben contestar las cuestiones que se les plantean, acostumbran a ser sus respuestas un poco destartaladas, apresuradas, de aliño. Salvo si el que contesta es Andrés Trapiello. Entonces, se pueden leer cosas como las que AQUÍ les dejo, bellísimas, poéticas y emocionantes.

P.D. 2 Y si alguien está ocioso y tiene tiempo, esta larga conferencia encontrada en youtube.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Carteles electorales

Han colocado, en una esquina cerca de casa, varios carteles electorales. Y cuando aún no ha pasado ni una semana desde que los pegasen en esa pared, alguien ha decidido mejorarlos. Son cambios muy leves, que solo se aprecian cuando se pasa a su lado, realizados con un rotulador azul de punta fina.



Son infantiles y muy cómicos: bigotes decimonónicos, con las guías alzadas y en rizo, mellas en los dientes, cejas circunflejas y muy pobladas y bocadillos donde los candidatos declaran ser los más guapos. Los humanizan tanto que casi dan ganas de votarles. Son, así, mucho más bonitos que los otros.



También han colocado, a su lado, unos carteles de una próxima feria agrícola donde se ve la imagen de una gran oveja muy lanuda. Sobre esto, sin embargo, ya no voy a hacer ningún comentario.

martes, 10 de mayo de 2011

El boomerang

El domingo le compramos a P., en el mercado medieval, un boomerang. No sabemos muy bien cuál es el motivo, pero P. siente fascinación por Australia, y ya nos ha dicho muy serio, en varias ocasiones, que cuando le llegue el tiempo de irse a estudiar a la universidad, probablemente se vaya a Sidney. A mí esas declaraciones no solo me hacen mucha gracia. También me angustian lo indecible, pues me llevan a imaginar que esa fantasía suya se pueda hacer realidad, y que nuestro hijo se marche a las antípodas me descompone.


Hacía ya tiempo que nos había pedido un boomerang. Naturalmente, nosotros le dábamos largas al asunto. Un día nos comunicó que los vendían en Decathlon. También nos hicimos los distraídos. Pero el domingo, en uno de los puestos de esa feria, vio uno muy bonito, de madera, decorado con unos colores muy vivos, verdes y amarillos, con una técnica puntillista que lo hacía parecer cuajado de pequeñas estrellas. No sabemos si los aborígenes australianos habrán tenido también su Edad Media, pero allí estaba. Como no hemos nacido para el comercio, pensábamos que sería muy caro, y ya estábamos convenciendo a P. de que no podía ser cuando el mercader, ataviado con la larga túnica de Merlín y una cinta de druida en la cabeza, se acercó y nos dijo que era estupendo para cazar canguros. Lo dijo con mucha gracia y con un sedoso acento porteño, también escasamente medieval. Para convencer a P. de lo imposible de la compra, le preguntamos al hechicero del Río de la Plata por el precio.

-Seis euros- nos contestó.

Nos dejó asombrados. Si hubiese dicho veinte, lo habríamos encontrado razonable y P. se habría quedado sin el boomerang. Sin embargo, mientras yo reflexionaba en lo poco dotados que estamos para estas cosas de los negocios, P. sacó el billete de cinco euros que le había dado esa misma mañana su abuela y A. le sumó la moneda que le faltaba.


Camino de casa, recordando la hermosa canción de Manel -todo eso de "s´encallava entre les branques i no tornava mai" y de que " reclamava la perícia d´un professional", - le expliqué que no era nada sencillo de usar y que además, solo podríamos utilizarlo al aire libre, en un espacio amplio y asegurándonos antes de que no hubiese nadie alrededor...


-No te preocupes, ponemos en google "Cómo usar un boomerang" y seguro que aprendemos...

Al llegar a casa lo colocó con mucho cariño encima de la estantería donde guarda  sus libros.

Esta mañana, sin embargo, cuando llegué del trabajo, lo estaba usando como stick de hockey... Me alivió mucho esa escena. Seguramente, pensé, terminará por no irse, cuando crezca, tan lejos.




lunes, 9 de mayo de 2011

Mercado medieval

En otros pueblos más antiguos, que conserven su casco histórico, calles empedradas de guijarros y antiguas casonas blasonadas, esta clase de mercados deben resultar tan falsos que darán un poco de risa. Pero aquí, que es casi todo muy nuevo y muy feo, agradece uno que vengan estas ferias y nos traigan sus estandartes de colores, los tenderetes perfumados, las aves de cetrería y una música acordada de alboques y dulzainas. Aquí ya se sabe desde un principio que todo es entretenimiento para el pueblo y nada más, y no hay sospecha alguna de que a alguien -un concejal, un alcalde- se le haya pasado por la cabeza recrear tiempos pasados. Nos acerca lo que nos gusta, disfrazado de medieval.


Por ello, si uno fuese sociólogo, paseando entre los diversos puestos podría traer aquí un catálogo acabado de los afanes de  las gentes de este siglo, qué es aquello que de verdad nos mueve. Lo primero de todo, la comida, de la que se ofrecían innumerables variedades en una docena de tiendas; después los cachivaches, los adornos y espejuelos, que ocupaban también un gran número de mesas; y los perfumes y las hierbas, cada una curandera de una o varias dolencias; y jabones, lámparas, aceites...


Había asimismo, en algunas esquinas, artífices y artesanos que trabajaban a la vista de todos: escardadores, hilanderos, canteros, herreros, forjadores, hojalateros, encuadernadores, alfareros, cesteros, esparteros, cereros... Uno enseñaba un enorme alambique donde destilaba unos aceites salutíferos y balsámicos.


Un puesto, de los más largos, estaba bautizado con el nombre de Cumbres Verdes, y era un herbolario con todo tipo de floritos, cada uno de los cuales aliviaba un mal, según rezaba en unos cartones explicativos, escritos con una letra igualmente florida: abango contra la tos y el dolor de garganta, ajonjolí para los huesos y los dientes, zaragotana para los estreñimientos crónicos y las hemorroides, ulmaria para prevenir la retención de líquidos, pasiflora para el buen dormir, albahaca para los problemas digestivos, azahar para los nervios, lino para la piel y el estreñimiento, zarzaparrilla para el colesterol, etc., etc., etc.


También se podían contemplar algunos animales, ocas, gansos y patos, y para pasear a los niños, unos tristísimos borricos y dos o tres caballos tan altos que los infantes a los que sus padres alzaban en ellos componían todos unas caras de gran susto. Y buitres, halcones y una lechuza con el empaque de un académico.


Estaba todo llenísimo de gente, que se paseaba  feliz de tener tanta entretenta, y a la que no le importaban los empellones y apreturas.

Finalmente, lo único verdaderamente medieval que había allí eran los panes, redondos y enormes como rueda de carro; y unos quesos descomunales y albos como la piel de las damas de antaño que cantó Villon; y empanadas catedralicias; y carnes de todo tipo: tripas, costillas y embutidos que asaban en unas parrillas descomunales y levantaban al cielo un humo cuajado de grasa...


De vez en cuando, aparecía un juglar que tañía una zamfoña, o un saltimbanqui deshuesado, o un tiritero, que levantaban su pequeño espectáculo en un rincón, recibían el aplauso de las gentes y se iban por donde habían llegado...




En otro rincón estaban levantadas unas jaimas, donde servían cafés arábigos y dulces de Las mil y una noches. Le habían puesto, no obstante, un nombre desafortunado: Café Argana, como el que hace una semana han reventado los terroristas en Marrakech. No entramos.

Luego, cuando nos íbamos a marchar, se desató una tormenta igualmente medieval, un aguacero violento con una aparatosa orquestación de rayos y truenos. Salimos todos en desbandada. Como si nos hubiésemos visto sorprendidos por un temible ejército que asaltase la ciudad. Los truenos, tan huecos y profundos, imitaban el sonido de unos tambores de guerra.

sábado, 7 de mayo de 2011

Mourinho según P.

P. dice que ahora Mourinho querría desaparecer del mapa. Y que por eso se esconde detrás de tantas quejas y excusas.

Los cuatro clásicos

Confieso haber quedado, tras esos cuatro partidos de marras, para el arrastre, fatigadísimo, exhausto. Aunque los seguí todos cómodamente sentado en el sofá, acabé cada uno de ellos como si nos hubiésemos pasado los noventa minutos corriendo de aquí para allá, en la pelea feroz por conquistar la pelota.


Han resultado, al fin, unos encuentros terribles, desasogantes, casi salvajes. 

El desarrollo argumental ha sido como el de una cruda novela de intriga, con algún elemento sobrenatural. Daría, pienso yo, para un excelente best seller veraniego. Conspiraciones de poder, manos negras, confabulaciones en la sombra y, en algunos capítulos, la aparición de seres sobrehumanos en el centro del campo, movidos por una fuerza oscura,  la mirada llena de fiebre, como poseídos, sedientos de sangre y gloria (estoy pensando, naturalmente, en Pepe y en Adebayor, que se han comportado, en esta serie, como zombis caribeños)... Solo ha faltado que alguno de estos partidos se hubiese jugado en el Vaticano.


Parece ser que alguien comentó hace un tiempo que el R. Madrid, más que a un entrenador, había contratado a un asesino a sueldo. Es posible. Pero se trata de un asesino a sueldo muy particular, que exige en el contrato, además de una fuerte suma de dinero, el alma de aquellos que le contratan, y el poder absoluto de un rey sol. Como si dijésemos un asesino endemoniado.Todo se lo concedieron a cambio de la victoria. A estas alturas, ya está claro su  fracaso -solo ha ganado un título y uno de sus muchachos los desgració bajo las ruedas de un autobús-, pero al mismo tiempo ha creado una secta -satánica, claro está- y son muchos los que siguen sus apocalípticos mensajes, sus descabelladas teorías conspiratorias, sus quejas y berrinches. Hasta ha creado un mantra, existencialista y muy sencillo, que sus seguidores recitan por las esquinas: "¿Por qué?, ¿por qué?"...


Como en todos los asuntos humanos, finalmente todo se explica con dos o tres sentimentos. Y en este caso piensa uno que se trata de un simple asunto de envidia. Creo que Mourinho tiene pelusilla de Guardiola. No puede soportar que gane más que él y, sobre todo, que gane jugando maravillosamente al fútbol. Además es guapo. Todo esto, el melancólico entrenador portugués no lo puede sufrir. Le saca de quicio.


Para acabar con él podría haber hecho uso de una plantilla fastuosa y tan amplia como el vestidor de una reina, hecha a su medida; podría haber intentado, con semejantes mimbres, unas estrategias futbolísticas de la misma categoría, rutilantes y variadas. Podría haber orquestado una música maravillosa. Sin embargo, vaya usted a saber por qué razón, prefirió montar una banda de cornetas y tambores y hacerles tocar arrebato. Decidió interpretar una partitura más oscura y tortuosa: la queja continua, la excusa constante, las más viles insinuaciones... Música de charanga. Una pena. Pensó que con tanto ruido y estridencia ahogaría la exquisita melodía blaugrana. Ahora, sin embargo, lo único que tiene es una copa abollada y una corte de seguidores fieles y ciegos, pero el concierto de fin de curso no lo va a dirigir su mágica batuta.



En el bando contrario, sin embargo, ese místico entrenador al que Mourinho creo yo que envidia sin remedio, siguió a lo suyo, hizo afinar sus violines, y la música volvió a ser hermosa, un poco fatigada a veces, difícil de poder escuchar en ocasiones por el estruendo de los contrarios, por sus tambores de guerra... Pero porfiaron y, finalmente, se han ganado la gloria de volar a Wembley.


Uno, que es seguidor de un equipo muy modesto, metido siempre en la lucha por no descender de categoría, esperaba de esos cuatro partidos un fútbol de cierto lujo, vigoroso y sinfónico. No pudo ser. Y no me cabe ninguna duda de que el responsable de todo esto es un pobre hombre melancólico y colérico que ha demostrado tener más miedo que vergüenza.

jueves, 5 de mayo de 2011

Plagio

Mi amigo C.G., que es el que coordina los textos de Tersites, se fue de vacaciones y, por un error verdadero y no como el de Ana Rosa, en la versión digital aparece nuestro artículo con su firma. El plagio, únicamente digital, fue involuntario y se nota a la legua. No hay más que leer unas cuantas líneas. C. escribe mucho mejor, con mayor fundamento y de asuntos verdaderamente importantes.

La mano de la madre

Tuvimos que volver con cierta urgencia el sábado. P. esperaba poder ver El Resucitado, que es, dice A.,muy alegre y colorista. Pero nos llamaron de Albacete, que el hermano de J.C. había empeorado muy rápidamente y se encontraba muy grave.

Cuando, recién llegados, llevábamos a L. al hospital, la llamó J. C. por el móvil. Acababa de morir.

Luego nos enteramos de que la muerte le alcanzó justo en el instante en que su madre, que llevaba largas horas cogida de su mano, convencida al fin  para que se levantara un rato y se moviese un poco, se separó de él.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Semana Santa en Úbeda (III)

Viernes Santo

Bajamos a casa de las titas. Las titas lo son de nuestra cuñada J., pero todo el mundo las conoce de este modo. J. A. las ha sacado mucho en sus cortos, como protagonistas principales, y han demostrado siempre, en esos trances, una gran profesionalidad, sin quejársele ni una vez por las repeticiones, sin ponerle nunca reparo alguno a todo lo que les pedía que hiciesen. Viven en una casa muy grande, de pasillos profundos y decenas de habitaciones, que da a la calle Mesones, casi enfrente de San Isidoro, y como por allí pasan todas las procesiones, en estos días se les llena el balcón de familiares, amigos y conocidos, que se suben a él a ver el espectáculo. Ayer por la tarde ya lo llevaron allí a P. sus tíos, con los que se pasa el día en la calle, a ver a los romanos, y hoy, aunque amenaza lluvia, nos hemos venido todos.


Desde el balcón, se distrae uno viendo a los de las terrazas y ventanas de los edificios de enfrente y, al verlos tan repletos, acabamos pensando que lo más probable es que, antes de que lleguen al fin los carrillos y los primeros penitentes, se van a desplomar, por el peso, estos miradores, arrastrándonos a todos al vacío y aplastando a los que aguardan debajo...
Pero no pasa nada, y la procesión por fin llega. Como la calle es muy estrecha, si alargásemos el brazo podríamos tocar las imágenes, que cruzan a nuestro altura, patéticas, impresionantes...


Cuando ya nos íbamos, rompió a llover. Como nadie llevaba, se les solicitaron a las titas algunos paraguas. Si les hubiésemos pedido de comer se habrían mostrados felicísimas y, llenas de contento, nos habrían sacado todo tipo de viandas: hornazos, ochíos, alcaciles, andrajos... Ahora, lo de los paraguas no les gustó nada.

- Ya os llevasteis ayer un par de ellos -recordaron.

Al final, sus sobrinas las convencieron y abrieron un armario empotrado del pasillo. Aparecieron, dentro, una docena de paraguas, alineados como fusiles. Algunos aún llevaban colgadas las etiquetas, nuevos a estrenar. Eligieron tres y nos los alargaron. Cuando, ya en la calle, los abrimos, emitieron un quejído tan doliente que algunas gentes se dieron la vuelta, pensando seguramente que alguno de nosotros se iba a arrancar con una saeta. Tenían los tres las varillas oxidadas y artríticas, y algunas vías de aguas en las telas, pero nos sirvieron bastante bien. Supongo que si las titas eligieron esos ejemplares desahuciados fue porque no tenían muchas esperanzas de volverlos a ver.


A la tarde, como llovía sin parar, P. se dedicó a pasearse por el pasillo, arriba y abajo, con un tambor colgado al cuello y practicando redobles y filigranas como penitente en procesión. Una alegría.

martes, 3 de mayo de 2011

Semana Santa en Úbeda (II)

Jueves Santo

Bajamos, arrastrados por P., a ver la Oración del Huerto. Mientras la aguardábamos, quedamos fascinados por una pareja que estaba parada en la acera de enfrente, también en la espera. Eran los dos muy bajitos, redondos y lustrosos. Ella con una minifalda vaquera que dejaba ver unas piernas muy gruesas, llenas de bultos, y él con una chaleco que a duras penas cubría un vientre patriarcal y redondo como un globo terráqueo. Lo que nos hipnotizó fue su habilidad y presteza para comer pipas, que sacaban de unas bolsas enormes y rápidamente se llevaban a la boca, rompiendo su cáscara y engulléndoselas en un visto y no visto. Parecían dos hamsters hambrientos.


 

Mientras pasaba la procesión se me ocurrió pensar que el tambor es una más entre las muchas abominaciones que ha industriado el hombre.


Probablemente la culpa fue del tiempo, del frío que corría por las calles y doblaba agresivo las esquinas, o del haber tenido que esperar, a pie firme, algo más de media hora. Seguramente fue por las dos cosas al mismo tiempo, pero el caso es que empecé a pensar en lo poco que me gustan estas manifestaciones religiosas, y en lo poco y mal que las comprendemos. Nos parecen ridículos, y siniestros, los penitentes tocados con sus pirulís de seda;  ridículos y absurdos los pies descalzos de muchos de ellos; ridículos y tristes los niños disfrazados, igual que las manolas de barbilla alzada y repujadas peinetas... Si dios existe, que todo puede ser, todo esto está claro que no es obra suya, sino de los hombres y de ese gusto nuestro tan dudoso.


Lo mejor son las cosas que me van contando mis cuñados. Delante de este paso nos señala J. al cura X., el del Alsina, y me narra su historia. Hombre extremadamente piadoso, al quedarse viudo ya mayor, decidió entrar en el seminario y se consagró como sacerdote. Sin embargo, todo el mundo en el pueblo lo recuerda al otro lado del mostrador, en la estación de autobuses, afanado en la venta de billetes, actividad a la que ha dedicado la mayor parte de su vida.


O, al Paso de la Columna, cómo han tenido que expulsar al camarero de la Virgen de esta misma cofradía, porque con el pretexto de un arreglo o restauración del manto, se lo llevó a Sevilla y se lo alquiló, a espaldas de sus hermanos cofrades, a una procesión de esa ciudad. Lo descubrieron en internet, cuando vieron ese manto suyo cubriendo las espaldas de otra Virgen. O la de la Rubia, voz de oro, que todos los años les cantaba saetas desde su balcón a estas vírgenes dolientes, pero que va a tener que faltar durante una larga temporada a esta costumbre porque está en la cárcel por intentar envenenar a su marido.


Y así vamos pasando el día.