jueves, 30 de junio de 2011

¡Vacaciones!

Despedida y cierre

Nos vamos de vacaciones. Dos meses. Como si fuésemos potentados, pretendemos llevar, durante todo este tiempo, una vida de holganza y haraganería radicales. Leer, pasear, darnos baños de mar, dormir largas siestas... De manera que no vamos a tener tiempo para sostener este blog. Si  todo va bien, volveremos en septiembre. Les dejo, para concluir, un florilegio de citas que avalan lo salutífero del dolce far niente...


"Siento el deseo de una época en el que haya amplio espacio para los que no tienen ganas de hacer nada” (Natalia Ginzburg).



 “¡Cómo os habéis equivocado siempre! Era al afán, al trabajo, al quebranto, a la fatiga; no al sosiego, ni a la holganza, ni al goce, ni a la hartura, a quienes teníais que haber preguntado: “¿Para qué servís?” (Rafael Sánchez Ferlosio).


"Para vislumbrar lo esencial... quédate todo el día tumbado..." (Cioran, que añadía que había además que quejarse, pero ya se sabe cómo era este hombre...).




 “No falta sin embargo a la ociosidad del hombre sabio más que un nombre mejor, y que meditar, hablar, leer y estarse tranquilo se llamara trabajar” (La Bruyère).


Descansa durante el día para dormir bien por la noche” (Proverbio ancestral).




Y recuerden que, también lo dijo Cioran, "salvo la música, todo es mentira".






Pues eso, que nos vamos.


miércoles, 29 de junio de 2011

En el campo de Montiel (III)

El sábado madrugamos un poco y nos fuimos a la Cueva de Montesinos. Aunque era muy temprano, el sol ya destilaba unas temperaturas embriagadoras.




Nos la enseñó un joven guía que nos surtió de cascos de espeleólogo y linternas. A la entrada nos encontramos con lo que nos pareció un mendigo. Tumbado sobre una piedra y con un cartón a sus pies en el que se leía una leyenda. Cuando nos aproximamos vimos que no, que no era un mendigo, sino otro que se postulaba como baquiano, y aseguraba, en aquel cartel, que llevaba cuarenta años haciendo esa función, por la voluntad, a todos aquellos que hasta allí se acercaban.

La hemos visitado un par de veces, y siempre nos pasa lo mismo, que nos acordamos de don Miguel, y damos en imaginarnos cómo llegó hasta esta sima en mitad del campo, quién le traería hasta aquí, y cómo, curioso de todas las cosas, se animó a bajar y a visitarla. Si fue en verano, seguro que disfrutaría, como nosotros, de la frescura y el silencio, estupendos aliados para el ensueño, y es natural que sacase, de esa visita suya, unos capítulos como aquellos, tan oníricos y surrealistas...


Luego nos acercamos al castillo de Fontefrida, y a su fuente, la del romance. No había, por allí, ni un alma. Caminamos por un bosquecillo y subimos hasta lo alto, desde el que se contemplaba un paisaje vicioso de altos chopos, encinares y algunas tierras de labranza. No vimos a la tortolica, ni al traidor del ruiseñor...


Comimos luego en un hotel de las Lagunas, de los años setenta. Estaban estas llenísimas de gentes y tenía todo el aire de un verbena popular...

Después nos tuvimos que volver a la casa, a sestear. Pero no pude dormir porque salieron en la tele un par de economistas que me desvelaron. El primero, muy ponderado, defendía que si se impusiese un impuesto o tasa a todas la operaciones finacieras de naturaleza especulativa  -que no generan ni empleo ni más riqueza que la que se embolsan los que las llevan a cabo-, los estados tendrían dienro más que suficiente para no tener que hacer ningún recorte y atender a los más desfavorecidos. Daban ganas de aplaudir. El segundo, también catedrático como el anterior, era otra cosa. Con una barba como la que saca Gregory Peck en su papel de capitán Ahab, y unas maneras como las de Gustavo Bueno cuando lo llevaban a una tertulia televisiva, declaró que no había ningún remedio para esta crisis, que la gente iba a seguir parada por los restos porque las reformas que se están haciendo solo van a servir para que los salarios sean más bajos..., y, para finalizar, que los bancos no tenían ninguna culpa de lo sucedido, sino que había sido la gente la que, irresponsable y alocada, había consentido firmar unas hipotecas que estaba claro que no iba a poder pagar jamás, así viviese cientos de años.

Se veía que no le gustaba la gente. Nos puso, ese hombre, muy mal cuerpo.



Íbamos ya a apagar el televisor, pero en ese instante anunciaron que el programa siguiente iba a ser un documental sobre Álvaro Cunqueiro.

Fue precioso. Salía don Álvaro hablando de sus libros, y muchos escritores que lo veneran, y hasta algún viejo amigo que lo conoció. Hablaron de su vida y de sus libros con mucho conocimiento y gran naturalidad, sin solemnidades ni pedanterías. Al final, cuando sacaron unas imágenes de su entierro, hasta nos emocionamos un poco, como si hubiese sucedido esa misma tarde. Eran a color, con ese color tímido de las primeras fotos que consiguieron ese prodigio. La gente iba con paraguas...




Los chiquillos llevaban un rato entrando y saliendo para que me metiese en la piscina con ellos, pero yo les decía que esperasen un poco, que estaba a punto de terminar, porque estaban hablando ya de los libros que imaginó y no pudo escribir nunca o se perdieron -entre ellos una novela que quería titular "Ceniza en la manga del viejo" ("Cenizas en la manga de un viejo es lo que dejan a la arder las rosas...")-. Como me veían tan interesado, se quedaron un rato a ver qué era aquello. Pero se cansaron enseguida, y se fueron a bañar solos. Fue una película bellísima y emocionante, que nos libró de la murria que el barbado economista nos había puesto en el alma.

El domingo, tras dejar la casa, volvimos a las Lagunas. Aquello era impresionante. Bullía el pueblo por todos los rincones, el pueblo soberano, ese que pidió unas hipotecas imposibles y hoy vota a la derecha porque cree que va a arreglar todo este desaguisado. Con sus fiambreras, sus mesas de camping, sus tortillas y sus filetes rusos, buscando un lugar donde colocarse cerca de la orilla. Con las pieles tatuadas, enormes gafas de sol y los torsos desnudos... Vimos también unas monjitas, con sus bocadillos y sus tocas grises. Era como un documental de la 2, la vida humana hirviendo, agitándose de un lado a otro una tórrida mañana dominical.



A don Miguel, que las conoció solitarias y en silencio, supongo que también le habría gustado verlas así, curioso como era de las gentes y sus vidas... Y, compasivo, se apiadaría de todos nostros como de sí mismo. Según el economista que considera inocentes a los bancos, no hay trabajo para tanta gente. Sin embargo, no creo que ninguno de los que allí estaban hubiese escuchado a ese hombre. Gracias a dios, se les veía felices y contentos. Daban ganas de abrazarlos a todos, hermanos nuestros, y animarles a que siguiesen disfrutando, que quién sabe lo que nos van a deparar a todos estas galernas que nos azotan... Pero no lo hicimos, y nos fuimos al pueblo de Ruidera en busca de algo de tranquilidad.

De camino, como A. y yo no dejábamos de comentar lo que les habíamos escuchado a esos economistas la tarde anterior, P. pidió la plabra: "Como ya soy mayor, creo que ya tengo derecho a saberlo: ¿Cuál es nuestra situación económica?"

Hacía tanto calor, que tras la comida nos metimos corriendo en el coche, encendimos el aire acondicionado y nos volvimos a nuestra casa, a encerrarnos en ella.



Fin

martes, 28 de junio de 2011

En el campo de Montiel (II)

Como en Munera no celebran a San Juan, A. tuvo que levantarse temprano e irse a trabajar.

Luego, L. y J. C. se fueron a comprar al pueblo, y me quedé con los chiquillos en la piscina. Mientras se bañaban  yo leía en una tumbona a la sombra de una carrasca. Cada cinco minutos me interrumpían.

-Tito, métete.
-Papá. ¿cuándo vas a bañarte?


Yo les contestaba que en cinco minutos, cuando se acabase el capítulo en el que estaba sumergido. Sin embargo, como esas preguntas  las repetían cada treinta segundos, no avanzaba en mi lectura, y se me fue el santo al cielo. Di en pensar entonces que parecía un viudo con tres hijos, en un motel vacío del estado de Nevada, en los EE.UU., huyendo de la justicia, como sucede a veces en el cine. Y me puse un poco triste.

Cuando llegó A. nos fuimos a comer a un bar del pueblo. El dueño resultó un hombre comunicativo y parlanchín que nos contó gran parte de su vida. Evidentemente no era natural de esos campos, donde la gente es más reservada. Era de Alicante, nos dijo, pero había conocido ese sitio hacía seis años y él y su mujer decidieron quedarse. La mujer es húngara, y  la que se encarga de la cocina. Antes tenían cuatro camareros y tres personas más en los fogones, pero ya no necesitan tanto personal. La cosa, nos confesaba, estaba muy rara, y hacía un gesto amplio con su brazo abarcando el comedor, donde solo había otra mesa ocupada. "Antes no dábamos a basto, pero ahora..., ahora está todo muy raro, muy raro..." La comida, copiosa y muy rica, la charla del dueño, inagotable, y el calor, africano, nos dejaron en un estado de grandísimo sopor y fue inevitable la siesta.

Tras esta nos fuimos a la Laguna Blanca, que al ser la más alejada de todas, apenas la visita nadie. Se llama así porque tiene un fondo de arena blanca muy fina. Es un lugar bellísimo. Efectivamente, no habría allí más de veinte personas. Siete de ellas, ya talluditas, estaban en el agua, haciendo el corro de la patata, felices como niños... Parecía aquello la Arcadia.


Nos bañamos un rato. Flotando boca arriba, haciendo el muerto, vimos las figuras de don Quijote y Sancho correteando por  los riscos que nos rodeaban.

Luego, como si estuviesen ensayando para la llegada de la noche, comenzaron a croar cientos de ranas. Al rato se levantó una brisa muy suave que rizaba las aguas verdes y doblaba los carrizos y las aneas. Se puso el paisaje oriental. Como para un haiku: "Llega el viento/ y dobla las cañas de los juncos./Así tú, dulce amada,/doblegas mi voluntad".

La vuelta a la casa también fue preciosa. Cuervos sobre los trigales, águilas y gazapos que se escondían entre las encinas, amapolas en las cunetas y el sol que declinaba, la mano en la mejilla, durmiéndose lentamente...



Continuará



lunes, 27 de junio de 2011

En el campo de Montiel

Como desde este año es fiesta el día del Corpus en toda la comunidad, y también el viernes, San Juan, aquí en Albacete, nos fuimos todos estos a los campos de Montiel, a las afueras del lugar de Ossa, a orillas de las Lagunas de Ruidera. Contentos y cervantinos.


Nos alojamos en unas casas rurales muy bonicas, con la recepción en un viejo molino de viento. Con su pequeña piscina. Estaban rodeadas de otras muchas casas del mismo estilo, todas pegadas unas a otras, en una promiscuidad arquitectónica muy rara. Con lo anchos y desiertos que son estos lugares, ¿a qué tanta estrechez, abigarramiento y cercanía? Se encontraba en todo esto cierto aire a poblado del Oeste, con los caminos de tierra, y apenas unos cuantos árboles, desangelados y polvorientos. El pueblo, Ossa de Montiel, también tiene esa pinta, entre manchego y far-west, mitad Almodóvar, mitad Marcial Lafuente Estefanía, con música de Ennio Morricone. De hecho, uno de los bares del pueblo, en un esquina de la carretera general que lo cruza, estaba bautizado como "Cafetería Texas. Saloon".




Era, eso sí, un lugar muy tranquilo, muy solitario, con muchas más moscas que personas. Moscas, además, kamikazes, suicidas y enloquecidas. Tuvimos que hacer tres o cuatro genocidios cada día. ¿Habría tantas en tiempos de don Miguel?, nos preguntábamos, ¿cómo lo sufriría, sin insecticidas? Pues como tantas otras cosas de su asendereada vida, nos contestamos mientras fumigábamos las habitaciones y veíamos cómo caían las moscas tal que aviones en la Segunda Guerra Mundial.

Pero luego llegó la noche, y comenzaron a encenderse, una a una, todas las estrellas. Nos quedamos embobados contemplándolas. Apenas somos capaces de distinguir la Osa Mayor, pero estábamos encantados. Las moscas del día ya estaban todas muertas y recogidos sus cadáveres, y no se escuchaba ni un ruido. Era el maravilloso silencio cervantino que tantas veces debió escuchar don Miguel por estos campos, muy cerca de donde estábamos nosotros, sentados a la entrada de la casa, tal vez en el mismo lugar, fantaseamos, si es que hubo aquí una venta, o cuando esto era un bosques de encinas...



Continuará

viernes, 24 de junio de 2011

La poesía según Simic

"Todo poema es un acto de desesperación o, si lo prefieren, una tirada de dados".

"Los poemas son instantáneas de otras personas en las que nos reconocemos a nosotros mismos".

"Un gran defecto de la poesía, o uno de sus mayores atractivos -depende de cómo se mire- es que pretende abarcarlo todo. A la fría luz de la razón, escribir poesía es imposible".

"La poesía es la serenata del gato bajo la ventana donde  se escribe la versión oficial de la realidad".



jueves, 23 de junio de 2011

Paradoja del escritor

A veces sueño que me toca la lotería -a la que nunca juego- y que abandono el trabajo y me hago escritor. Entonces, me pongo a pensar cómo organizaría mi tiempo.

Para escribir como es debido -pienso- tiene uno que quedarse en su casa, sentado en su cuarto, delante del ordenador, largas horas. Sin embargo -reflexiono-, si quiere que lo que escriba recoja el latido de la vida, es indispensable salir a la calle, mezclarse con las gentes, hablar con todos, observarlo todo. Hay varias soluciones para este terrible entuerto, a saber:

Salir por las mañanas y escribir toda la tarde.
Escribir toda la santa mañana y salir por las tardes.
Dormir toda la mañana, pasearse por las tardes y escribir toda la noche.
Dormir toda la mañna, escribir toda la tarde y pasearse por las noches.

Escribir la mañana, dormir por la tarde y salir al anochecer no parece muy atractivo, pero también es otra posibilidad.

Según su carácter, cada escritor puede elegir una u otra combinación.

Pero surge entonces la pregunta más importante, ¿cuándo leer? Porque escribir sin leer eso es cosa imposible.

Casi mejor que no nos toque la lotería.

miércoles, 22 de junio de 2011

Una mosca en la sopa

Este nos lo hemos leído en apenas tres días. Nos ha gustado muchísimo. De su autor, poeta, no hemos leído ni un solo verso, pero estas memorias se las agradeceremos siempre.


Como ocurre con todos los grandes libros, lo maravilloso es que, aun siendo extraordinarias todas  la peripecias que narra (esa vida terrible de niño en mitad de la 2ª guerra Mundial; la posguerra  en el Belgrado comunista; los intentos de fuga con su madre campo a través;  la adolescencia de refugiado en París; el viaje a los E.E.U.U.; la llegada fascinada a Nueva York...), lo que nos seduce y conmueve es la naturalidad con la que todo eso se nos cuenta, el tono menor que emplea, sin solemnidades, sin victimismos... El encanto que no encontramos por ningún lado el otro día en aquel libro sobre las ballenas, se halla a raudales en estas memorias que son también un ensayo sobre el valor de la poesía, una galería de impagables retratos familiares (inolvidable la figura del padre), un diario de sus años de policía militar en Francia (un poco a la manera del Ardor guerrero de Muñoz Molina), un pequeño centón de anécdotas divertidísimas y, como todos los libros de verdad, un espejo donde  mirarnos.





martes, 21 de junio de 2011

¿Marlango o Los Amaya?

El otro día, en la radio, escuché una rara versión, que nos pareció muy bonita, del Vete de Los Amaya, mítico dúo rumbero. No dijeron quién cantaba esa versión desmayada, lánguida, melancólica... Pero para eso está el Spotify.

¡Resultó ser de Marlango! Nos soprendió. Tan finos y cosmopolitas ellos, y tan bien que canta esa muchacha, lo bilingüe que es, y además actriz de películas ... Después volvimos a escuchar la original. Es, qué duda cabe, más vital, más enérgica, más gitana, como cuando cantan nuestros vecinos del primero. Esas voces agudas  y  esas notas falsas están llenas de encanto y nos traen a la memoria las fiestas de San Juan, cuando subidos a la noria veíamos llegar el verano y casi lo podíamos tocar con las manos...

Tan fina una, tan plebeya la otra, a nosotros nos gustan las dos.





lunes, 20 de junio de 2011

Pecado mortal

Estaba siendo una plácida mañana dominical. Nos levantamos  algo más tarde que de costumbre, incluido P., salimos a por el pan y los periódicos y a por pasteles a esa pastelería finísima que hay cerca del ayuntamiento... A media mañana llegaron las primas y la abuela F., que venían a comer.

Sin embargo, justo antes de ponernos a ello, cuando ya estaban todos a la mesa esperando que A. y yo llevásemos el gazpacho -de Mercadona, por supuesto-, se desató una tormenta. Cuando llegamos al salón con los cuencos en la mano, C. estaba llorando amargamente.

-¿Qué ha pasado? -preguntamos-, ¿por qué lloras?

Se explicó la abuela:

-Nada, lo de siempre, que acaba de echarle unas miradas a su hermana..., y no sé qué le ha dicho al angelico, por lo bajo, nada bueno..., y entonces le he dicho yo que si hubiese hecho la comunión pues que ahora estaría en pecado mortal...


Al oír esto, C. redobló sus sollozos.

-Pero si el pecado mortal ya no existe-acerté a decir, a ver si se calmaba el turbión.- Hace ya un tiempo que lo quitaron-.Y seguí: -Además, como no has hecho la primera comunión..., pues no pasa nada..., no llores por eso C.
-Es que no me gusta que me digan esas cosas...- hipaba la pobre C., y no era capaz de ponerle freno a sus lágrimas.

La abuela no decía nada, pero estaba indignadísima, por lo que había visto que C. le había hecho a su hermana pequeña, pero también por haber provocado, sin pretenderlo, esa pequeña tragedia, y sentirse por tanto responsable del llanto desconsolado de su nieta.

Entonces intervino P.:

-Es que una abuela no puede decirle eso a un nieto...- opinó.

Lo fulminó A. con el rayo de una mirada furibunda seguido de un trueno tremendo que le pedía que él se callase, que nadie le había preguntado nada. Eso sumó un indignado más a la mesa. C., la abuela F. y ahora P.

Después de un rato, hice otro intento, a ver si escampaba.

-Para el postre os he comprado unos pasteles exquisitos, de esos que os gustan tanto -anuncié- La dependienta es de Sao Paulo, me lo ha dicho esta mañana. Hemos estado charlando un poco-. Como nadie parecía muy interesado, me levanté a por esos dulces lujuriosos: chocolate con naranja, chocolate con cereales, bizcochetes de limón y de almendras...



Los coloqué en el medio de la mesa con sumo cuidado. Tenían un aspecto espléndido. Pero ni C., ni P. ni F. consintieron en probarlos. Apenas los miraron, y dijeron sentirse desganados. De manera que allí nos quedamos A. la grande, A. la chica y un servidor, dando buena cuenta de esas delicias...



C. y P. se fueron al cuarto de este, y F. al sofá. Y ya fue pasando la tarde, y la tormenta se fue diluyendo poco a poco hasta olvidarse. Y a las ocho nos fuimos al Altozano, indigandos ya todos, aunque de otra manera, a manifestarnos un rato. Estuvo bien. Poca gente para mi gusto. Y al final, al acabarse los discursos y proclamas, de pronto, comenzó a sonar, por los altavoces, ¡la música de los payasos de la tele! Me alegró, pues nos trajo memoria de los días felices de la infancia, pero no entendí por  qué, en ese momento, en ese lugar, esa música...????


viernes, 17 de junio de 2011

¡Al bar!

Cuentan, pero no se sabe si es verdad, que cierto escritor famoso, invitado a un congreso, se durmió en mitad de una de las mesas redondas en las que debía intervenir. Al rato, alguien mencionó al profesor Alvar. El escritor durmiente se despertó de súbito:

-¿Al bar?- preguntó alborozado. Y se levantó de un salto y salió de la sala tan contento, camino de la cantina.


jueves, 16 de junio de 2011

Eclipse

Ayer, antes de irnos a acostar, nos asomamos un ratito a la terraza de la cocina a contemplar la luna. A esas horas  es ese pequeño rincón el único de la casa desde el que se la puede ver. Lo hacemos a menudo. Sobre el patio de luces, en mitad del silencio de la noche, con la ropa tendida que cabecea mecida por la brisa y la luz de dos o tres ventanas (¿quién estará detrás?), verla allí alzada, engastada en el cielo oscuro, nos tranquiliza y serena y nos vamos a la cama más conformes, más interesantes, como poetas simbolistas y antiguos.

Ayer, cuando nos asomamos, estaba a punto de terminar el eclipse, y se veía, después de él, si cabe más hermosa. Como si la hubiesen pulido. Le hicimos una foto.

Artículo antimonárquico

Teníamos preparado otro, recordando a don Antonio, el cura de Ablaña. Pero el domingo por la mañana me dio un rapto, me senté ante el ordenador y en una hora me salió este PANFLETO ANTIOMONÁRQUICO, a mí, que la monarquía me importa un bledo y no me gusta ser anti nada.



miércoles, 15 de junio de 2011

Expresiones delatoras

A propósito de una reunión rutinaria con el servicio de inspección:

Hay expresiones delatoras. Por ejemplo, si alguien habla de "triangular la información", no hay duda: esa persona es completamente idiota.

martes, 14 de junio de 2011

Leviatán

Casi un mes me ha llevado leerme este libro. Comencé con muchas ganas, muy interesado en lo que me contaba de las ballenas, esos animales prodigiosos y masacrados por la codicia y el progreso. También me animaba el hecho de que se hablase largo y tendido de Melville, de tan ajetreada vida, y de las tierras de Nueva Inglaterra y de New Hampshire, paisajes que para un lector de Irving resultan siempre familiares y queridos.

Sin embargo, poco a poco fui perdiendo la ilusión y las ganas, y cada vez se me hacía más cuesta arriba tomar el grueso volumen. No es que esté mal, no..., pero tampoco bien. Es uno de esos libros en los que el autor va contando un montón de cosas pero un poco a la diabla, por donde le sopla el viento en cada momento. Eso, algunos lo alaban mucho y lo llaman escritura libre o desatada. Citan a Chatwin y a Sebald y ya se quedan tan anchos. No sé. Yo creo que eso no ha existido jamás. En literatura, como en cualquier otro arte, aquello que aparenta mayor naturalidad, y hasta desaliño, si merece la pena es porque ha nacido de un artificio ciudadoso y delicado. Si no lo hay, se desvanece el encanto, y esto precisamente, el encanto, tan intangible y misterioso, es lo que no ha encontrado uno en este abnegado libro. Tal vez ha sido culpa mía, que no lo he sabido encontrar. Mira que lo lamento.


lunes, 13 de junio de 2011

Los distraídos

Anoche, cuando me desvestí para ponerme el pijama, caí en la cuenta de que esa mañana, después de la ducha, me había puesto el calzoncillo al revés. Hasta ese momento no  había sentido nada raro bajo mis pantalones. Se ve que  no distingue ya uno el culo de los..., bueno, la mano diestra de la siniestra.

Dos días antes, estuvimos largos minutos tratando de abrir la puerta de la calle. No dejó de resistírsenos hasta que nos fijamos en que lo estábamos intentando con las llaves del instituto, del departamento y las aulas, y no con las de casa.

Estos despistes no son de ahora. Cuando jóvenes metimos un día las zapatillas en la nevera y, en otra ocasión, nos pasamos más de media hora buscando un tebeo que llevábamos debajo del brazo.

Este carácter nos atormentó y lleno de pesadumbre hasta el día en que cayó en nuestras manos un libro de aforismos del Príncipe de Ligne. En uno de ellos se podía leer: "Me gusta la gente distraída: es un rasgo que indica que tiene ideas y que es bondadosa, pues los malévolos y los estúpidos siempre están alertas".

Desde entonces, me gusta ser distraído.

viernes, 10 de junio de 2011

El arte de omitir

Si la mayoría de las entradas de este blog tuvieran la mitad de palabras, la mitad de sus adjetivos y menos perífrasis y adornos, serían, sin duda alguna, mucho mejores. Pero para eso hay que valer. Ya lo dijo Stevenson:

"¡Ah, Dios mío! ¡No hay más que un solo arte, el arte de omitir! ¡Oh, de poseer únicamente el arte de cortar, no ambicionaría ningún otro don! Un escritor que supiera cómo cortar podría transformar cualquier gaceta cotidiana en una epopeya homérica".


jueves, 9 de junio de 2011

Tratado de economía

Los artículos sobre economía yo no los suelo entender nunca. Me pierdo, desconozco los tecnicismos que utilizan, los argumentos (si se favorece el despido, habrá más trabajo; si se bajan los impuestos a los más ricos, la economía se fortalece...) me parecen absurdos...

Sin embargo, hace un par de días mi hermano me mandó un documento esclarecedor. Es sencillo, contundente y se entiende a la perfección...

miércoles, 8 de junio de 2011

Tarde entretenida

Estuvo ayer la tarde la mar de entretenida. En apenas unos minutos, mudaba el paisaje del cielo como si fuese el decorado de una obra del Romanticismo.




Se veían unas nubes blancas e inocentes, como rebaños que estuviesen pastando en los azulísimos campos celestes, y al pronto todo cambiaba, se deshacían esos rebaños y todo lo ocupaba una oscuridad ominosa color tinta de calamar. Sonaban entonces unos truenos muy dramáticos, como el gong del palacio de Fu-Manchu, y se dejaba caer un aguacero violento y desatado, también muy romántico.


Cuando al fin cesaba este, cinco minutos más tarde, volvían a asomarse las lanudas ovejas, y grandes trozos de cielo azul recién lavado, muy luminoso. Esto duraba una media hora. Porque al pasar esta, otra vez un  ejército de nubes negrísimas y aguerridas, prietas sus filas, conquistaba el horizonte y terminaba borrándolo todo. Y de nuevo se dibujaban los garabatos y cicatrices de los rayos sobre el cielo, y el retumbar de los truenos, y la lluvia torrencial.


Así una y otra vez. Nos lo pasamos divertidísimos en la ventana.



martes, 7 de junio de 2011

De tal palo...

Está la monarquía de capa caída. Ya no son, sus miembros, ni simpáticos ni campechanos, y se muestran gruñones o altivos... A mí, la verdad, me importan poco, pero tal y como están las cosas, tal vez ha llegado el momento de hacer un ERE en la casa real y dejarlos en el paro.

No alberga uno muchas esperanzas en que una república viniese a mudar demasiado las cosas, pues no hay más que ver a los presidentes de los diferentes gobiernos que nos tocan para darse cuenta de que serían entonces estos los que se comportasen como reyezuelos. Pero al menos tendríamos la posibilidad de cambiar de monarca cada cierto tiempo.

Cabe también la posibilidad de mantener la plaza, y sacarla a concurso-oposición. Deberían los aspirantes demostrar, además de un gran dominio de tres o cuatro idiomas, cierta finura, una gracia natural, vasta cultura y unas dotes oratorias que los de hoy están lejos de poseer. Tendrían que demostrar, finalmente, una evidente aristocracia espiritual, que es la única que existe. Además, podría ser un hombre o una mujer, cosa que ahora no sucede.
La que tenemos ahora es, nos dicen, una monarquía moderna, pero eso es un oxímoron. O se es monárquico o se es moderno, pero las dos cosas al mismo tiempo es imposible. Lo que me parece que son es unos pícaros de cuidado, que mientras aceptan con una mano anacrónicos privilegios, recogen con la otra todas las ventajas de estos tiempos. Soy príncipe, pero como soy muy moderno, me caso con quien me da la gana. Pues no. Si aceptas ese título, te unes en matrimonio a una de las princesas que aún circulen por el mundo, y si no te gusta ninguna, porque son todas muy feas o caprichosas, pues te aguantas.

A mí nunca me han parecido ni simpáticos ni sencillos. Si vives en un palacio rodeado de chambelanes, sencillo no lo puedes ser. Y más que simpático, este rey nuestro es más bien un hombre chusco y vulgarote. Muy plebeyo.

Pero caen en gracia. Sin embargo, si se van a empezar a poner desagradables, entonces las cosas resultan muy diferentes. Hasta ahí podíamos llegar.



lunes, 6 de junio de 2011

Premios

A nosotros los premios nos traen al pairo. El Príncipe de Asturias, aún más. Se lo dan siempre a alguien que no lo necesita ya para nada, a gentes suficientemente reconocidas y admiradas. Premios así es muy fácil darlos. Sin embargo, el otro día, el que le dieron a Leonard Cohen nos dejó un poco desilusionados. Nosotros íbamos con Alice Munro, cuyos libros de cuentos nos parecen maravillosos. A L. C., sin embargo, lo hemos frecuentado poco. No hemos leído uno solo de sus poemas, tampoco el par de novelas que le tradujeron aquí. Durante un tiempo, pensamos incluso que cantaba siempre la misma canción.


De todos modos, pensándolo luego un poco más detenidamente, acabó por parecernos bien que se lo hayan dado a un cantante, a un trovador. Son escritores que tienen la gentileza de ponerle música a su composiciones, mejorando así este sordo mundo.

sábado, 4 de junio de 2011

El rey enojado

El rey, tan simpático siempre, el otro día se enfadó. Normal. Envejecer no es fácil. Si además te enteras de que van las comadres diciendo por ahí que estás con un pie en el más allá, donde seguramente será todo más igualitario y es bien dudoso que existan monarquías ni noblezas, pues resulta natural que se te lleven los demonios.

Además, en el caso de este señor, como se ha pasado media vida escuchando halagos y adulaciones sin cuento, el asunto debe serle aún más doloroso si cabe. Le han hecho creer que era distinto y superior. Y no. Se hace viejo, le duelen la rodilla y otros varios achaques y, como a todo el mundo, le disgusta tener que morirse. Y se enfada, y pierde el humor y hasta los estribos. Y como es el rey, el berrinche lo graban en la televisión y lo pasan en los telediarios. Una lástima.






P.D. Trapiello escribe algo muy atinado sobre esto AQUÍ.

jueves, 2 de junio de 2011

A mí el pelotón

Hace una semana cerramos nuestra temporada futbolística. Lo hacemos cada año en el club de golf, en un campo de hierba que tienen allí. Ese partido último nadie se lo quiere perder. Ese pequeño campo es nuestro Wembley particular.


Luego nos vamos a la casa-club, y nos tomamos unas cervezas y unos platos de jamón, mientras contemplamos el atardecer sobre los greens y las largas calles impecablemente peinadas. Lo que antes eran unos bancales arenosos lo han transformado en un paisaje de la campiña inglesa.


Este año ha sido, todo eso, mucho más dulce, porque el partido lo ganamos con contundencia. 4 - 1. Como siempre, jugué por la izquierda, serio en defensa, cerrando hacia el centro cuando correspondía, y, cuando teníamos la pelota, lanzándome intrépido hacia el área contraria, ensanchando el campo. Lo más meritorio me salió al final. Vi la jugada varios segundos antes. Esta especie de videncia me sucede muy raras veces. Casi nunca. Lo normal es que me ofusque y me enrede. Me imagino que a los grandes jugadores, talentosos y geniales, les sucede, en cambio, cada poco. Por esa razón les resulta tan difícil explicar cómo han hecho ese regate, ese pase, ese gol...

Recuperé el balón en mi banda, se lo cedí rápidamente a A., que es el que sabe; tocó este para P., mientras yo aprovechaba para desmarcarme; P. me lo envió hacia la esquina del campo; y allí, la epifanía: tres segundos antes de que sucediera, supe qué iba a pasar: acomodé el balón con mi zurda, y, con esa misma pierna, lancé un pase envenenado, entre el portero y el defensa de cierre, hacia el segundo palo. Tocado, con la fuerza justa, inalcanzable para ambos pero no para X., que colocó su cabeza y remató a las mallas -que ese campo las tiene y en buen estado- el cuarto y definitivo gol.


Mientras nos tomábamos las cañas y el jamón, recordé lo que dice Patxo Unzueta en su maravilloso libro sobre el fútbol en general y el Athletitc en particular, A mí el pelotón, que ya tiene un sitio privilegiado en nuestra colección de libros de fútbol.

"Los zurdos: gentes que amagan hacia fuera, pero recortan hacia dentro, personas que frecuentan el borde exterior y amenazan irse, pero se quedan. Disidentes, en una palabra, en cuyo corazón luchan los bandos y que solo aman el presente por lo que de pretérito imperfecto tiene".


Zurdo cerrado cuando juego al fútbol, esa cita me suena muy bien. Claro que mi zocatería es asunto raro, ya que otras muchas cosas, escribir por ejemplo, lo he hecho siempre con la diestra. No sé qué dirá un neurólogo, probablemente que tengo un lío cerebral de mucho cuidado. Pero el gol y esa cita me hicieron más agradable si cabe ese atardecer frente a la campiña inglesa de Albacete.

miércoles, 1 de junio de 2011

La república de los gorriones

Puente de la patria manchega.

Habíamos pensado aprovechar estos dos días para ir a Madrid y pasarnos por la Puerta del Sol a mostrarles nuestra simpatía a los que allí llevan semanas acampados. Sin embargo, al final tomamos la dirección opuesta y nos fuimos a la playa, a un hotel de cierto lujo. Al pueblo de Águilas. Es vergonzoso, pero es así.





Sentimos a todos esos puertasoleños muy cercanos, y compartimos con ellos casi todas sus quejas y reivindicaciones. Nos emociona verlos en la tele y hasta notamos un cierto orgullo, como si fuesen de la familia. Todo esto es verdad, pero a la hora de elegir, nos inclinamos por la habitación espaciosa con aire acondicionado y vistas al mar. Como se ve, como activistas políticos no valemos un pimiento. Ahora, como ricos, si lo fuésemos, haríamos un gran papel.


El hotel lo encontramos medio vacío. Los únicos clientes eran una docena de alemanes jubilados y un grupo de antidisturbios de la Guardia Civil. No es que los alemanes fuesen peligrosos, todo lo contrario, sino que estaban, esos benémeritos muchachos, de maniobras, cursillo o, tal vez, preparándose para asaltar los campamentos de Madrid.


 
A. y yo nos mirábamos y nos sentíamos un poco mal. Pero solo un rato. Es lo que tiene la vida de rico, que es tan fácil que se hace uno con ella muy rápidamente... Tumbados al lado de la piscina, acariciados por la brisa marina que peinaba las plameras, nos olvidábamos enseguida de nuestros remordimientos...

Sin embargo, al poco aparecía uno de los guardias civiles, se daba un chapuzón, se pedía una cerveza, y de nuevo nos volvían los reconcomios.

-Lo mejor es que aprovechemos este par de días -le decía a A.- porque dentro de poco tendremos que trabajar todo el año y como nos habrán bajado el sueldo a la mitad, estos hoteles no los volveremos a conocer...

-Desde luego, -reflexionaba A.-si todos actúan como nosotros, no nos van a dejar ni el tiempo ni el dinero para venir a sitios como este, aunque sea temporada baja... Deberíamos haber ido a Madrid...


-Nos habría salido mucho más caro: el tren, el hotel, la Feria del Libro... Cuando pase todo eso, tampoco podremos viajar a la capital...

Nos quedamos callados. Me puse entonces a contemplar a los gorriones. Bajaban hasta el borde de la piscina, a beber un poco y remojarse las plumas y se iban enseguida, a sus terrazas en las ramas de las palmeras. También había golondrinas, pero estas eran más circenses. Caían en picado hasta el centro de la cubeta y cuando se iban a estrellar torcían su dirección y pasaban en vuelo rasante sobre el agua al mismo tiempo que recogían un buche con el pico. Seguramente por la cercanía de los antidisturbios, me parecieron como esas piruetas y acrobacias que hacen los aviones de combate el día de las fuerzas armadas.


Entonces, observando a unos y otros, di en pensar que no estaría mal ser un poco como esos pájaros, pertenecer, por ejemplo, a la república de los gorriones, y poder entrar en las piscinas a beber un poco y remojarse sin  tarjeta de crédito ni remordimientos. Ni ricos ni pordioseros, ligeros de equipaje, libres y felices, vagabundos con pequeñas alas. Y por las tardes, visitar a otros pájaros amigos, más concienciados y serios.