lunes, 31 de octubre de 2011

Nunca llegaré a Jaén

En casi veinte años que llevamos viajando a Úbeda con regularidad, y pasando aquí parte de las vacaciones de navidad o verano, nunca ha habido tiempo para acercarnos a la capital, aunque se encuentra solamente a unos cincuenta kilómetros. Ha comentado uno a menudo lo que nos gustaría darnos una vuelta por esa ciudad, visitar su catedral, curiosear por su calles, parar en algún bar a tomar unas tapas, que al parecer son famosas, buscar alguna librería... Simpre me dicen que sí, que les parece una idea bonísima, y que sería ciertamente muy agradable acercarnos una tarde, incluso todo un día, a hacer una excursión. Pero cuando llega el momento de arrancarse, siempre surge algún inconveniente y nos quedamos en casa.

De modo que esta vez, cuando al fin decidimos que este largo fin de semana no iríamos a Ronda, por estar muy lejos, anunciarse un tiempo borrascoso y ser los caminos que allá conducen tortuosos y descuidados, y que, en lugar de ese viaje, iríamos a Úbeda, exigí con energía que unos de los días, el que quisieran, teníamos que vistar Jaén, que ya estaba bien. "Por supuesto", me contestaron, "de esta vez no pasa".

Pues ha pasado, otra vez.

Llegamos el sábado a la hora de comer, y como estábamos todos un poco cansados, decidimos pasar la tarde tranquilamente, y salir a tomar unas cañas a última hora. Iríamos el domingo. Sin embargo, llegado este, el entusiasmo de la gente se había reducido notablemente. Unos no podían por tener que ocuparse de sus suegros, los otros no decían nada y nosotros, bueno, nosotros... P. quería quedarse con sus primas, A. decía que tenía que lavarse el pelo y que ahora, con el cambio horario, a las seis ya se hace de noche, y que era ese día el único en que íbamos a pode comer todos juntos. "¿Y el lunes?", pregunté con voz temblorosa, como la luz de un cirio a punto de apagarse. Huy, el lunes tampoco, que había que bajar a El Rayo, a comprar zapatos todo el mundo, y que concretamente yo necesitaba unas botas con urgencia, y luego había que alargarse a la cooperativa, a por aceite, que ya casi no tenemos... Mientras escuchaba todo esto, iba contemplando, igual que el jinete de Lorca, cómo la ciudad se hacía cada vez más lejana.

Lejana y sola, yo nunca llegaré a Jaén.

viernes, 28 de octubre de 2011

Hablando del tiempo

Siempre que declaro mi pasión por la información meteorológica, la mayoría de los amigos y compañeros se ponen a despotricar contra ella, declarando lo poco que les gustan las presentadoras, por lo exageradas, y lo pesado que es tener que escucharlas, por lo prolijas que resultan sus explicaciones. No entienden la poesía que hay en esos minutos, el lirismo de algunos partes, o la épica que traen consigo, wagnerianas y  belicosas, todas las borrascas. Y además, desconocen el valor de semejante información para llevarse bien con los vecinos.

Qué práctico esto del tiempo para la paz comunitaria. Como todo el mundo sabe, para el ascensor es lo mejor. No existe asunto tan poco comprometido como este, y eso, para la convivencia y la paz social, es bonísimo. Imagínense que en el ascensor nos diese a todos por sacar a relucir nuestras opiniones políticas, lo que pensamos cada cual de Mourinho o, Dios nos libre, lo que tiran o dejan de tirar desde las terrazas... Sería un desastre y nos granjearíamos enemigos feroces... Tendríamos que dejar de hablarnos con mucha gente que, tratando tan solo del tiempo, apreciamos sinceramente... 

Se me podría decir que hay otros muchos asuntos igualmente inodoros, insípidos e incoloros, pero yo no lo creo. Y menos con los tiempos que corren. A mí, en estos días son muchos los vecinos que me preguntan  por la cosa educativa. A los primeros les arrimaba unos mítines tremendos, y notaba cómo se iban apartando de mí, y pegaban la espalda en el espejo, para terminar diciéndome que si no hay dinero, qué va a hacer la pobre presidenta. Así que ahora, cada vez que alguno me pregunta, le contesto que ea, y en cuanto puedo cambio de tema y les comento que si creen que va a llover. Porque hemos pasado un mes entero y verdadero sin ver una gota. Ni los más partidarios de los días soleados estaban conformes y hasta ellos clamaban contra estos calores octubrinos...

Ha sucedido aqui lo contrario de lo que suele pasar en Asturias, que no deja de llover y te encuentras todos los veranos a la gente enfadadísima, de manera que en la calle puedes escuchar cosas como esta:

-¿Qué tal, Avelino?
-Pues hasta los huevos de este tiempo. Mañana cojo a la familia y nos vamos todos a León, a secar...

En verano, en Asturias, algunas gentes se marchan a León como quien se va al exilio...

Afortunadamente, hace un par de días apareció de nuevo la lluvia y, con esta novedad, en el ascensor ya nadie me pregunta por el trabajo...

jueves, 27 de octubre de 2011

Ella

Ciertamente, van a tener razón aquellos que anuncian el final de estos tiempos, la llegada del acabóse o apocalipsis... Todo son señales del fin. Esta tarde, antes de ir a jugar el partido de los jueves, pasé por la biblioteca, a devolver unos libros (unas novelas de Muriel Spark) y sacar otros ( El Brooklyn de Tóibín). Me encontré a las bibliotecarias compungidísimas. 

-No va a poder ser -me dijeron. - Se acaba de caer todo el sistema informático y no podemos hacer nada- y suspiraban con tanto sentimiento que, aunque son casi todas de la rama áspera y amarga, daban ganas de abrazarlas y consolarlas en su terrible abatimiento. 

-Ya, ¿y no saben si se arreglará a lo largo de la tarde? Porque yo he venido con estos libros y ya me había hecho a la idea de ponerme a leer el otro...- les expliqué.

-Lo veo muy negro -me contestó una de ellas, la que parecía más afectada. -En otras ocasiones ha sucedido algo parecido, pero llamábamos a Toledo y siempre nos decían que en media hora lo arreglaban, y así era. Pero hoy no, hoy nos han dicho que no tienen ni idea de lo que haya podido ocurrir, y que por lo tanto no saben cuándo se podrá arreglar semejante desaguisado.

¿Qué demonios estará sucediendo en Toledo?, me preguntaba mientras bajaba las escaleras, irritadísimo por el contratiempo. Primero fueron las farmacias, luego la educación, la universidad, las residencias de ancianos y de inocentes, y ahora, ahora las bibliotecas. "Eso ha sido ella", mascullaba, "sin duda ninguna". Porque yo, con tanto recorte, me he vuelto un paranoico completo y verdadero y ya no me engañan. El sistema no se ha caído, el sistema lo han apagado. Ella, la Cospedal, lo ha desenchufado para no tener que gastar más en libros y, con el tiempo, cerrar todas las bibliotecas públicas. ¿Qué se apuestan?


miércoles, 26 de octubre de 2011

Lo público y lo privado

La Comunidad de Madrid convoca un curso para profesores. El tema, las nuevas tecnologías, que es sobre lo único que se organizan cursos últimamente. Pero llama la atención, entre la información que sobre él se ofrece en la página de la Consejería de Educación, lo que sigue:

El precio de la matrícula asciende a 600 euros (ya puede ser el curso bueno, ya), y entre los que se apunten se sorteará, como si estuviesen de feria y frente a una tómbola, un ordenador portátil. Sin embargo, hay una excepción: si el profesor da sus clases en un colegio o instituto concertado, entonces la matrícula se la paga la Consejería y no tiene que esperar al sorteo del ordenador ya que a estos les regalarán uno directamente, uno a cada uno, se entiende, nada de compartir...

Pues bien, este parece ser el modelo educativo que defiende el PP. El dinero público, para los negocios privados. A este paso, ser profesor público tendrá la misma consideración que  le confiere a la mujer, cuando se le arrima, ese adjetivo. Y si queremos un curso y un ordenador, tendremos que salir a buscarlos por las esquinas o a los polígonos, cuando la tarde caiga y  las protectoras sombras de la noche envuelvan la ciudad...

Así están las cosas...



martes, 25 de octubre de 2011

La barrendera ida

Volvía bastante contento del partido del jueves -empate a 4, dos goles en mi haber más un regate fugaz y diabólico que no acabó dentro de las mallas contrarias por el buen hacer del portero, que envíó el balón a córner y, lo más importante, no había insultado a nadie- y en la esquina de la calle Mayor me encontré con una escena pasmosa: trabajaba entre los coches una barrendera cuando, de pronto, el carro donde llevaba los cubos y los cepillos  comenzó a andar sin que nadie lo empujase, autosuficiente y solo... Al verlo irse separando de su dueña de esa manera sigilosa y fantástica, lo primero que pensé fue que estaría la acera inclinada y que por esa razón se iba el carro tan poco a poco. Pero estaba el suelo liso como la cancha de futbito de la que venía y cuando me fijé en la barrendera comprobé que algo raro estaba sucediendo. Miraba la barrendera a su carro de un modo atravesado y extrañísimo, como se mira a una persona que está a punto de traicionarnos...  De repente se abalanzó hacia él, deteniéndolo en seco y le descargó tremendo escobazo con todas sus fuerzas. Luego rompió a denostarlo de un modo violentísimo...

- Serás cabrona- por qué se dirigía al carro en femenino es cosa misteriosa- La madre que te parió...- y volvió a levantar la escoba, aunque en esta ocasión no la dejó caer, y con ella en alto, por encima de su cabeza, prosiguió: -Como te vuelvas a mover sin que yo te empuje, te deslomo. Qué tú lo que quieres es sacarme loca..., ¡so cabrona!- y sujetándolo con fuerza se fue calle abajo, con el gesto enfurecido.

Con estos ojos vi todo esto que cuento.

lunes, 24 de octubre de 2011

La carta del inspector

El otro día me mandó una buen amigo la carta que el inspector de su centro les había remitido. Se trataba del artículo 53 del BOE que rige los principios éticos que deben brillar en el comportamiento de los funcionarios públicos. Se expone en dicho artículo, entre otras muchas cosas, que no pueden estos, en el ejercicio de sus funciones, alentar proclamas, no ser fieles a la Administración o expresar opiniones personales, etc., etc. Muy bien. Parece que la finalidad de ese envío era frenar el asunto de las camisetas, y que los profesores dejasen de llevarlas a las clases.


Al parecer este inspector es un gran ortodoxo. Sin embargo, encontramos en esa intención suya un gran inconveniente.

El problema de este inspector es que el mensaje de esas camisetas, ("Educación pública de todos para todos") está muy lejos de ser una proclama revolucionaria. Tampoco es una opinión personal, y de ningún modo puede ser tomada como una infidelidad a la Administración, pues la Educación Pública es la que esta gestiona y asegura promover y defender con todas sus fuerzas. Si es algo, es una redundancia, y debería ese inspector, y el poder para el que tan celosamente trabaja, ponerse también esas verdes camisetas, pues bien que se les llena la boca con ella, la Educación Pública, cada vez que salen en los medios a hablar de todo lo que está ocurriendo...

Los inspectores han sido siempre unos seres muy curiosos... Algo así como los comisarios políticos de antaño.

viernes, 21 de octubre de 2011

Meteorología

Desde hace un tiempo, yo la información meteorológica la veo con un boli y un cuaderno al lado, para tomar notas. Estoy aprendiendo un montón. Como me di cuenta de que cada día explicaban muy prolijamente alguno de los misterios de esta ciencia de prevenir el tiempo, me pareció un despilfarro dejar pasar todo ese caudal de conocimientos que de un modo tan didáctico nos aportan los hombres y las mujeres que nos lo explican, y desde que caí en esa cuenta, tomo apuntes, como hacen los alumnos aplicados,  y los repaso luego cada tarde...


Y lo que más me gusta, tanto que no sé ni decir cuánto me gusta, es cuando hablan de los hectopascales... Entonces entro en éxtasis y me desmayo en el sofá. Aunque A. se cree que me estoy echando la siesta.



jueves, 20 de octubre de 2011

No le dejan a uno quedarse en casa

Cuando joven, aunque me lo pasaba muy bien cada vez que salía por ahí con los amigos, al volver a casa sentía siempre un gran agradecimiento, y hasta tenía acuñado un aforismo: "Lo mejor de salir es volver", que venía a ser la versión personal de ese aserto popular que asegura sabiamente que como en la casa de uno en ninguna parte... Luego me enteré de que ya Pascal había tratado el tema, y que aseguraba que todos los problemas del ser humano le sobrevenían por esa manía suya de salir por ahí, en lugar de quedarse en su cuarto, tan ricamente. Yo, en este asunto, soy muy pascaliano.


De todas formas, me doy cuenta de que estos tres aforismos, como les sucede a muchas de estas frases sentenciosas, resultan reversibles al modo de algunos chaquetones y otras prendas de abrigo. Es decir, que lo mismo se pueden formular del derecho como del revés. Depende de la percha de cada cual, y de su gusto. Y así habrá quien piense justo lo contrario y afirme que como fuera de casa en ningún sitio, o que lo mejor de salir es seguir o, finalmente, que todos los disgustos del hombre le alcanzan por no moverse lo suficiente de su casa y no salir a airearse más por las calles y los parques.

Se podría decir, por tanto, que la gente nos podemos dividir en dos grandes grupos: aquellos a los que no se les cae la casa encima, y los que no salen de la suya ni aunque los empujen. Lo dejo aquí consignado por si a algún sociólogo le sirve para algo.

Viene todo esto a cuento de lo que nos está ocurriendo estas últimas semanas, que a pesar de nuestra naturaleza casera y recogida, de lo mucho que nos gusta quedarnos en casa..., a pesar de ello, no hacemos más que andar por ahí, en la calle todo el santo día... Cuando no es con la Marea Verde, es con los Indignados del 15-M; cuando no es una manifestación, es una asamblea; cuando no es una asamblea, es una concentración... Y así uno y otro día, a todas horas en manifestaciones, concentraciones y asambleas...

Y eso que somos, además de caseros, un poquito misántropos, y no han sido nunca muy de nuestro gusto esas promiscuidades... Pero, si uno no se manifiesta ahora, ¿cuándo lo va  a hacer?, ¿cuándo ya no haya nada por lo que luchar y la derrota sea completa? Así que allá nos vamos cada tarde, escépticos pero ilusionados, codo con codo con otras muchas gentes... Porque no queda otro remedio. Porque si nos quedamos en casa, al final ya no nos van a dejar ni ese cuarto propio donde tan a gusto pasamos las tardes, y nos van a dejar a todos a la intemperie...

miércoles, 19 de octubre de 2011

Kevin Johansen

A lo mejor ya lo conoce todo quisque, pero nosotros no habíamos oído hablar de él jamás y, por tanto, tampoco escuchado ninguna de sus canciones. Nos lo encontramos de pronto el otro día, curioseando por ahí. Nos lo tropezamos cantando junto a Jorge Drexler, una de nuestras debilidades, y ya seguimos indagando y nos gustó casi todo lo que oímos... Sobre todo "Desde que te perdí", una curiosa historia bien graciosa y original.

A ver qué les parece...



martes, 18 de octubre de 2011

Marea verde

Para protestar por los recortes -más bien navajazos en las tripas- que está sufriendo la Educación Pública en Castilla-La Mancha, muchos profesores nos ponemos de vez en cuando unas camisetas verdes con la siguiente leyenda: "ESCUELA PÚBLICA DE TODOS PARA TODOS", y damos clase con ellas. Las llevamos los martes y los jueves, para que dé tiempo a lavarlas. El resto de los días nos prendemos de la solapa una chapa con la misma reivindicación. Es por esta razón por la que alguien con alma de poeta ha dado en referirse a estas manifestaciones con el épico nombre de Marea Verde -como si fuésemos los ultras del Betis-, y arde facebook con convocatorias a asambleas, concentraciones, manifestaciones y marchas...

Pues bien, hace más o menos una semana me contaron que el coordiandor de educación de esta provincia en la que vivimos envió un correo a todos los directores de los institutos públicos, exigiéndoles que le proporcionasen información sobre la existencia de profesores que estuviesen acudiendo a los centros con camisetas verdes y reivindicativas... El hombre, además de malvado, como se ve es algo torpe, pues este tipo de cosas se suelen hacer por vía telefónica, para que no queden huellas de la sucia jugada. Pero ahí están los e-mail, y su pobre redacción, y su rancia intención inquisidora. Parece ser que la petición se solicita así: que se le comunique la existencia... Si uno fuese uno de esos directores destinatario de semejante petición, le habría contestado, por embromarle, que, ya que hablamos de existencias, profesores así ataviados haberlos haylos... Ahora, declarar que existen, eso ya es mucho decir, pues quién puede asegurar que no sea todo esto un gran teatro, un sueño eterno, una grandiosa broma..., y todos nosotros poco más que sombras, o sombras de otras sombras, fantasmas, espectros... Y le citaría a Calderón, a Pirandello, a Platón y a Unamuno...

A lo mejor, he pensado, esos hombres de los que hablábamos ayer y que entran por los balcones van a ser inspectores de educación, que vienen a revolver nuestros armarios y los cestos de la ropa sucia... A lo mejor.

lunes, 17 de octubre de 2011

Hombres de balcón

A veces se lamenta  A. de que no tengamos en casa una terraza, aunque  fuese pequeña, o un balcón. Uno, por el contrario, cada día se alegra más... Me explico.

Hace una semana colgó J.Á. en su facebook  la siguiente entrada: "Un tío entró esta mañana en mi habitación por el balcón, levantando la persiana. Decía que huía porque alguien lo quería matar..."

Tenía, esta entrada, multitud de comentarios. La mayoría le pedía más detalles. Al parecer, eran las doce de la mañana, J.Á. aún dormía, y le despertó el sonido brusco de la persiana. Al erguirse en la cama, vio la cabeza de un hombre que, por la rendija que había logrado, miraba a todas partes. Al instante la cabeza desapareció, dejando caer la persiana de golpe, y cuando J. Á. se levantó y salió a ver qué era lo que ocurría y quién ese individuo, lo vio saltando al balcón del segundo, mientras gritaba que lo querían matar. Se coló en el interior de ese piso y al rato salía por el portal, corriendo y sin dejar de pedir ayuda...

Los comentarios se sorprendían de tan peregrino suceso; los parientes le pedían que tuviese mucho cuidado, pues anda la gente muy trastornada y las cosas de este mundo muy desquiciadas y fuera de su carril y también que qué hacía durmiendo todavía a las doce de la mañana, que eso le ocurría por no madrugar; los conocidos se espantaban de que ni en un tercer piso pudiese andar uno despreocupado y dormir tranquilamente hasta la hora de comer; y un amigo gracioso le preguntaba si no iría el hombre en mallas, ya que en ese caso no había duda de que se trataba de Spiderman...

Antes, la gente que veía uno en los balcones eran señores en camiseta que fumaban tranquilamente con los codos apoyados en la varanda y los pensamientos vagabundos, o abuelos sentados en sillas de playa buscando el fresco de los veranos... Ahora se ve que la cosa ha cambiado.
Pues bien, hace un par de días, a una amiga de M.J. se le colaron en la casa unos señores que le entraron también por el balcón y, sin mediar palabra, cruzaron el pasillo, abrieron la puerta y se fueron escaleras abajo.

¡Qué misterios!, piensa uno, ¡qué rara la gente!, nos decimos... Menos mal que no tenemos balcón ni terraza, suspiramos. Pero, ¿no serán estas extrañas visitas signos evidentes de la llegada de ominosos tiempos? ¿Serán ciertas las encuestas que auguran una victoria aplastante del PP? Algo de esto va a ser...

jueves, 13 de octubre de 2011

Saber perder

Decía Albert Camus que él todo lo que sabía sobre la moral y las obligaciones de los hombres lo había aprendido jugando al fútbol. Yo, en cambio, haciendo lo mismo, lo único que he aprendido es que no sé perder...

Saber perder es muy difícil. Sobre todo si uno, a pesar de la edad, no ha madurado aún lo suficiente. Les refiero:

La semana pasada comenzó una nueva temporada de futbito. Comenzamos estupendamente, con una victoria incontestable: 5-1. Jugamos imperiales y espléndidos. Nada pudieron los adversarios ante nuestras acometidas enérgicas y, en algunos momentos, hasta un punto artísticas.


Hoy, sin embargo, la cosa ha sucedido al revés, 2-4, y una sensación de amarga impotencia.

Espoleados por la derrota de la semana pasada, ha llegado hoy el equipo contrario muy belicoso y aguerrido, y aunque hacemos todos un fútbol de residencia de ancianos, con mucho cuidado de no caernos y averiarnos las cáderas y las rodillas, han desplegado una táctica un tanto agresiva, de pierna fuerte y faltas tácticas que nos arruinaban los contraataques y, cuando los conseguiamos, nuestros acercamientos a su portería. Estas estrategias, si uno va ganando, no incomodan ni importan lo más mínimo. Ahora, si vas perdiendo, a mí me sacan de quicio...


Así que en una de las escasas ocasiones en que logré zafarme de mi marcador, cuando este me agarró por la cintura, tal que quisiese sacarme a bailar un vals, me ofusqué un tanto. No obstante, no dije nada.

Pero lo que ya no pude resistir fue cuando esta fea acción se repitió cinco minutos después. Íbame yo como una flecha -bueno, más o menos- con la portería contraria entre ceja y ceja, cuando sentí cómo me cogían del calzón y, no contentos con esto, me pisaban el pie y daban con mis huesos por el suelo, desmañados como un muñeco de trapo, brazos y piernas enredadas en raro amasijo. Así que cuando vinieron mis agresores a disculparse, me levanté con cara de asesino y dije, con todas las letras, la siguiente oración exhortativa: "Iros a tomarrrr porrrrr culo..." Así, arrastrando mucho las erres. Sí, eso dije. Vergonzoso, pero sí; grosero e infantil; completamente idiota... Si hubiésemos ido ganando, lo repito, me habría levantado como si nada hubiera sucedido y hasta puede que hubiese hecho la V de la victoria con los dedos. Luego me habría abrazado al contrario fraternalmente, asegurándole que nada había pasado, que no se preocupase: "Nada, no ha sido nada... Seguimos jugando..." Hasta es posible que no me hubiese cobrado la falta. Pero íbamos perdiendo...


Al final, el hombre que me había maltratado de semejante manera se me acercó. Le di la mano, nos abrazamos, y le confesé la cruda y descarnada verdad: "No sé perder, amigo, eso es lo que pasa..."

Y me volví a casa cabizbajo y lleno de pesadumbre, pensando que tal vez sea ya hora de colgar las zapatillas deportivas y, como no acabamos de cuajar, abandonarlo todo y no jugar ni el parchís...

A P. le vamos a apuntar a un equipo de baloncesto donde juegan varios de sus amigos. Me han contado que el curso pasado solo ganó un partido. Me ha parecido el lugar ideal para que se vaya acostumbrando y no salga a su padre...



miércoles, 12 de octubre de 2011

Pobre bici mía

Acabamos de llegar de La Pulgosa -¡qué nombre tan desgraciado!-, de pasar allí el día. Hemos ido, entre infantes y adultos, veinticinco. La mitad hemos hecho el trayecto en bicicleta, por el carril habilitado para estos vehículos sencillos y perfectos, y el resto a pie, como excursionistas de la Institución Libre de Enseñanza.


La Pulgosa -¡lástima de nombre!- es un parque rústico y bien grande a las afueras de la ciudad. Está lleno de pinos, prados jugosos y senderos de tierra... Hay, también, un bar, y juegos para los más pequeños: toboganes, columpios y otros artilugios más modernos que no sé cómo los llamarán... Por los pinares corren gentes fibrosas con aspecto de maratonianos, en los prados se juega al fútbol sin descanso y las bicicletas dejan sus huellas por los caminos... El resto de la gente que se acerca hasta allí, muy numerosa y variopinta, se queda en el bar, contemplando al resto...


Íbamos a tomar una paella. Salimos temprano los ciclistas, en fila india, tan bien formaditos que éramos la admiración de los paseantes. Se quedaban embobados al vernos pasar. Los ancianos sobre todo, que nos mostraban su admiración levantando el bastón, supongo que para animarnos, aunque todos tenían cara de susto y parecían más bien estarse protegiendo  o a punto de dejar caer la garrota sobre nuestras cabezas. A uno incluso me pareció escucharle algo inconcebible, algo así como: "Jodidos ciclistas, que no me dejan acercarme al paso de peatones..." Pero eso es imposible que lo dijese. Cómo le va a caer mal un cilista a nadie...


El caso es que, sin contratiempo alguno, llegamos al fin a ese parque, le dimos un par de vueltas y ya dejamos que los chiquillos se expansionasen a su gusto mientras nosotros nos sentábamos en la terraza del bar, a pie de césped, a esperar a los caminantes.

El día era precioso, el parque estaba de bote en bote, y más lleno aún el bar y su terraza.

Nos sentamos a comer. Los chiquillos, colocados en mesa aparte, protestaron  porque decían que a ellos nadie les había pregunatdo si querían paella u otra cosa; los que estaban sentados detrás de ellos se quejaron también porque decían que esos niños nuestros hablaban muy alto y a gritos y que ya les estaba doliendo la cabeza; nosotros clamábamos al camarero que  la comida se estaba demorando y se nos estaban insolentando los infantes; y el camarero se lamentaba de la cocina, que decía que iba muy retrasada con las comandas... Al fin llegó el arroz, los chiquillos se lo comieron fatal y muy velozmente y se fueron, de nuevo a por sus bicicletas, de manera que nosotros tuvimos al fin un ratito de descanso... Muy pequeño porque al poco comenzaron a llegar casi todos de vuelta con las ruedas pinchadas. Quien con la de delante, quien con las de detras, quien con las dos sin aire... Parecía una maldición ciclista...


Así que de los doce que habíamos llegado hasta allí pedaleando, volvimos solo cinco. Y cuando ya faltaba poco para llegar a la casa, mi rueda delantera emitió un tristísimo suspiro y se desinfló de repente, como quien pierde todas sus ilusiones de golpe. Recorrí los últimos metros de pie, a su lado, acariciando el manillar como si de un potro herido se tratase... ¡Pobrecilla!


martes, 11 de octubre de 2011

Tapas

El domingo estuvimos de tapas, que andan los restaurantes y bares celebrando la no sé cuántas jornadas de las dichas... Nada que ver con lo que nos ocurrió hace un par de años... En esta ocasión, muy poca gente, aire desangelado y mustio en casi todas partes y bocados poco inspirados, también con aspecto desmayado y poco entusiasta.

Tenía uno la ilusión de que fuese un poco como aquel curso, para hacer un artículo parecido al que escribimos entonces, porque me lo celebararon mucho los dos o tres amigos que tienen la paciencia de leerlos. Tenía pensado hacer, como algunas películas, una segunda parte, pero es imposible...

De manera que, aunque es muy feo citarse a uno mismo y muy deslucido repetirse, para llenar el espacio que la realidad me ha negado, traigo aquí ese artículo de hace dos años, por si alguien no lo leyó...

COQUINARIA

No podía imaginar que iba a venir hoy uno a hablarles de cocina. Los asuntos gastronómicos nos han provocado siempre una gran indiferencia y su literatura, salvo los libros de Cunqueiro y algunas páginas de Pla –que hablen de lo que hablen , siempre dicen cosas necesarias y felices-, un incontestable rechazo. Ando muy lejos de ser un gourmet, adolezco de un paladar insensible a los bocados celestiales y como sibarita no doy la talla. Sin embargo, no sabría decirles con claridad cómo sucedió, el caso es que me he visto envuelto en la IV ( ayer ya la VI)Feria de la Tapa.

Todo comenzó cuando, en un bar al que entramos por casualidad, nos colocaron un folleto en las manos. Allí se podían leer cosas como las que siguen: “Solomillo al cencibel con crudites y bombón de queso”, “Delicias de mar sobre cama de cebolla confitada y lágrimas de Pedro Ximénez”, “Parfait de queso manchego con cebolletas tiernas en tempura y caramelo de moscatel”, “Chipirón relleno de queso manchego sobre dulce de Liétor al aroma de las Rías” y un largo etcétera, exactamente hasta ochenta y nueve títulos más o menos del mismo tono. Me recordó esta lectura un no muy lejano día en el que mi mujer y yo nos fuimos a celebrar nuestro aniversario a un restaurante donde todos los platos tenían denominaciones semejantes a estas que les he glosado líneas arriba, largas y exuberantes como título de libro de caballerías. Además, resultó el lugar tan fino y lleno de cortesías, que el camarero, al colocarte el plato bajo la barbilla, se quedaba unos momentos a tu vera y, con bien timbrada y armoniosa voz, te romanceaba el plato con tal solemnidad que uno no sabía si comérselo o ponerle un marco y llevárselo a casa para colgarlo en el salón. A mí se me ocurrió decirle que, para redondear aún más la cosa, deberían modificar los títulos y hacerlos en cuaderna vía, con  curso rimado y a sílabas contadas, como presumía el clérigo del mester que era gran maestría, en el Libro de Alexandre. Se me ocurrió, pero no llegué a decírselo.

De todas maneras, algunos de esos nombres eran bonitos, con su pequeño aroma de poesía y su misterio: “Ciervo con alma de La Mancha”, “Suspiros de Ángela”, “Hechizo de mar”, “Tarantela”… Y también estaban los que abrían una puerta al surrealismo y el nonsense, como por ejemplo éste: “Tournedo de manitas de cerdo escalope de foie higo borracho y herencia de La Mancha” (así, sin un respiro, transcrito fielmente del folleto).

Pero es el caso que nos tomamos una tapa, y luego otra y otra más esa misma tarde, y caímos presos así de  lo que podría llamarse un espiral taperil que nos ha traído el fin de semana febriles y desazonados de tapa en tapa, de bar en bar.

Y en este deambular hipnótico y obsesivo, también a nosotros se nos han dado ser vistas cosas prodigiosas y terribles, como al personajes de Rutger Hauer en Blade Runner, que decía haber contemplado naves de guerra ardiendo más allá de Orión. Les refiero.

Hace justo una semana, acudí en compañía de unos amigos a probar la tapa de un afamado restaurante. Como aún faltaba media hora para que abriese, nos fuimos a otro  local cercano. Cuando volvimos, una larga fila de gentes aguardaban a que el restaurante abriese sus puertas y, cuando al fin se les franqueó el paso, entraron en tropel, abalanzándose hacia la barra como si de ello dependiese el pan de sus hijos. Por unos instantes pensé que allí sería el pincho gratuito, pero no. Me dejó tan mal sabor de boca semejante espectáculo que no les puedo decir si el bocado merece la pena o no. Así que, al día siguiente, conduje a mi mujer al mismo lugar, para tomarnos el aperitivo tranquilamente. ¡Pobre de mí!, ¡iluso! Un montón de personas se agolpaban de nuevo ante la entrada, acompañados en esta ocasión de cámaras de televisión y flashes fotográficos. Era el señor presidente de esta nuestra comunidad, y la alcaldesa, y un buen número de vasallos que los acompañaban y rodeaban y les reían las gracias. Como nosotros, también querían probar la tapa. A pesar de todo entramos, no sin que antes un guardaespaldas nos preguntase a qué íbamos allí, si éramos clientes. Se me ocurrió contestarle que éramos un comando terrorista y que estábamos allí para atentar contra el presidente, pero como no me iba a creer y ya saben ustedes que estas ocurrencias mías raras veces las verbalizo, le contestamos que sí y nos dejó pasar. Y tampoco pude cogerle el gusto a esa tapa. Porque lo único que tenía en la cabeza era pensar quién iba a pagar todas las que se estaban comiendo, que también invitaron a los periodistas. A lo mejor las ha abonado Caja Castilla-La Mancha, ¿no creen? Al salir, el presidente nos saludó como si nos conociese de toda la vida, pero que quede constancia de que a nosotros dos no nos invitó.

También contemplamos, el pasado sábado al mediodía, un Albacete que bullía lleno de gentes que, como nosotros, corrían enérgicas de un lado a otro, en busca de la tapa aún no probada, agitando sus folletos como banderines, embutiéndose en los locales repletos, tragándose los pinchos en un santiamén para saltar al abordaje del siguiente. Y vimos familias arrastrando a sus hijos –al nuestro lo dejamos al angelico con sus tíos y sus primas, tan rica y tranquilamente, comiendo arroz a la cubana-, a parejas de jóvenes o ancianos, a grupos de amigos, todos con la fiebre de la tapa en los ojos. Y a cocineros y camareros manteniendo el tipo, cual marineros avezados, ante semejante galerna –mi homenaje más sincero para todos ellos desde aquí-, y vajillas ultramodernas, y otras cosas que aquí no cuento por demasiado crudas y desagradables. Y mi mujer y yo, cogidos de la mano, en medio del temporal. ¡Quién se lo iba a decir a uno, que con un huevo frito con patatas soy feliz!






lunes, 10 de octubre de 2011

Día de campo

El sábado nos fuimos a comer al campo. A una antigua finca rodeada de árboles centenarios, un dulce curso de agua y viejas edificaciones: el molino, la central eléctrica, los almacenes, el palomar... Y una casa profunda, llena de habitaciones, cámaras, sobrados...

Hace tiempo fue un lugar lleno de gentes, de ruidos, de trajines... P.L. podría hacer la novela -profunda como esa casa y fluida como el río- de ese sitio. Antes de comer nos enseñó todo: el salto de agua, el canal, las habitaciones numerosas... Lo que más nos impresionó fue la vieja central eléctrica, con el techo de madera apuntalado, a pique ya de venirse abajo, las turbinas y los alternadores oxidados y un imponente panel de madera lleno de palancas, interruptores y otros aparatos de medición, y en un lado el cuadro con los últimos turnos de los trabajadores, escritos a máquina... Parecía, ese lugar, el escenario de una película fantástica...

Y mientras nos enseñaba estas cosas, nos contaba P. la lucha que lleva para que la familia se haga cargo de los arreglos que se necesitan a cada paso para que no se venga todo abajo y se arruine sin remedio.

Después dimos un paseo por la finca, aunque yo me quedé un poco rezagado pegando la hebra un rato con J.L., el viejo hortelano que cuida de todo. A veces no entendía muy bien lo que me decía, pero le contestaba a todo que sí y, cuando el hombre cabeceaba con pesadumbre, le acompañaba en ese gesto y repetía con él que, efectivamente, los tiempos van muy cambiados y que todo acaba por perderse. Se notaba que le gustaba hablar largo y tendido, probablemente porque se debe de pasar mucho tiempo solo laborando por la finca ("A mí no me gusta pasarme todo el día en el bar, o en la esquina de la calle, murmurando de este o de aquel... A mí que cada uno haga lo que le parezca, siempre que no moleste al vecino, claro está... Y es que, sabe usted, a mí el campo es lo que más me gusta, que hasta tengo de vez en cuando algún disgustillo con la mujer, que se queja de que nunca esté en la casa..."). Cuando hablaba de los viejos tiempos de la finca, y de sus dueños más antiguos, yo me perdía un poco, pero se adivinaba en su relato aquel mundo antiguo de grandes pobrezas ("Aunque nosotros, gracias a que mi padre estaba contratado aquí, nunca pasamos hambre, y siempre tuvo mi madre un plato que ponernos a la mesa, y nunca nos mandó a dormir sin haber cenado..."). Rememoraba con gusto los días en los que los almacenes estaban repletos, y la central daba luz a todo el pueblo y no paraban de llegar carros y galeras.  Hombre hablador pero discreto, después de contarme todas esas cosas, debió de pensar que ya me había retenido demasiado, y me animó a seguir el paseo en busca de los demás ("Vaya, vaya usted, que yo soy muy cansao hablando...")

Y ya nos pasamos la tarde a la puerta de la casa, charlando de esto y aquello, pero sobre todo riéndonos sin parar, que es lo que solemos hacer con estos amigos que además son compañeros de trabajo, trabajo que sin ellos y todas esas risas que se nos desbocan cada poco no sabemos muy bien cómo íbamos a poder sobrellevar. Y eran las risas, a veces, tan francas y estentóreas, que sacudían los castaños de indias y, al rato,  se escuchaba un crujido y caían al suelo media docena de castañas, dándonos un susto...
Luego, a pesar de no ser muy tarde, empezó  la luz a palidecer, y el frío se hizo más presente, de manera que aunque nos resultaba  difícil levantarnos, tan a gusto estábamos allí, tuvimos que abandonar tan virgiliano retiro, subirnos a los coches y tomar el camino de vuelta...

Y no hay ninguna foto porque me olvidé la cámara en casa...

Cuando llegamos a Albacete ya era de noche.

Fue un día feliz.

jueves, 6 de octubre de 2011

Huelga

Ayer estuvimos de huelga. Por el bofetón que nos han dado y, sobre todo, porque ya se les ve la mano levantada para continuar zumbándonos. La Consejería ha dicho que la huelga fue seguida por un 30% , es decir, la mitad de los profesores, pues ya se sabe que, en estos asuntos, a la cifra que confirma la administración hay que sumarle  siempre un 20% más, más o menos...

Concentración por la mañana a las puertas de la Delgación de Educación y, luego, a la tarde, manifestación por la calle Ancha. Charlas con unos y con otros, amigos, compañeros, conocidos... Un antiguo sindicalista, compañero de trabajo, se me acercó y me dijo que si yo hacía la huelga es que la cosa era muy seria. No supe si era un halago o un reproche. Después me llamaron librepensador, y tampoco supe si tomarmelo a mal o no. Me lo tomé, finalmente, a broma. Pero ya fui fantaseando con ello entre la multitud -éramos más de mil quinientos-, pensando en lo bonito que sería ser una cosa así, y poder ponerlo en las tarjetas de visita y, cuando lo renovemos, en el DNI: "Profesión: Librepensador". Toma ya...


Bueno, y hoy me han sacado el artículo de este mes, que trata de lo mismo y que me permito dejar AQUÍ.

martes, 4 de octubre de 2011

El libro del otoño

Esta vez nos ha encontrado el otoño metidos en la lectura de Los paisajes iluminados, de Castroviejo, que era muy cazador y, por ello, gran amante de esta estación melancólica y dorada. Es un libro de artículos que se leen como quien se toma un licor de guindas destilado en alguna alquitara aldeana. Altos grados, áspero aroma y color prodigioso. He subrayado algunas frases que le dedica al otoño:



"Suavemente, y casi sin que nos demos cuenta ha llegado otra vez como una dulce herida el Otoño".

"La mano llena de octubre va derramando pródiga los mejores ocres y oros de su paleta sobre la mancha abierta del paisaje".

"En ciertos momentos la luz es ambarina, para velarse luego con la alcahuetería de la niebla baja, que hace estremecer de melancolía a los parques y a los estanques antiguos, sobre los que se desgrana, en infinitos adioses, la cantata nórdica del petirrojo..."

"Lentamente, muy lentamente, se desprenden del bosque -ese gran secreto de melancolías- las hojas áureas. Sobre la rumorosa corona de los viejos árboles se ha posado todo el oro del otoño. Con desgana, dulcemente, planean, en el cristal inmóvil del aire, hojas de roble, hojas de acacia, hojas de abedul, hojas de sauce..., hojas, hojas. Antes de posarse como aves heridas sobre el montón de sus hermanas muertas, danzan, de acá para allá, el último vals de la tarde".

Y escribe del "rosmar" de las aguas atlánticas, de tardes "auricadentes", de una luz de "crisoberilo"...
Sale uno, de estas lecturas, un poco embriagado, pero también muy feliz, muy contento y en armonía con el mundo, más amigo, si cabe, de esta estación meláncolica y dorada...

Castroviejo y  familia
"Cada estación e incluso cada día y lugar tienen su libro...", dice también en este suyo Castroviejo, el hombre que hablaba con los cuervos.


lunes, 3 de octubre de 2011

Entrada del otoño

Con el velo de novia de la niebla estaba la ciudad preciosa. Era, además, domingo, y muy temprano, y salíamos a por el pan y los periódicos, que son recados que nos gusta mucho hacer. Y todo estaba silencioso. Y corría entre los árboles un aire muy fino, indudablemente otoñal... 

Da mucho gusto reconocer, al margen de los calendarios, el momento exacto en el que llega  una estación nueva, y este año, para nosotros, el otoño entró ayer en la ciudad, entre la niebla y muy temprano, rodeado de silencio.

A la vuelta de esos mandados, encontramos ya varias hojas caídas por el suelo. Parecía otra ciudad.