martes, 31 de enero de 2012

Desayuno con diamantes

Para no tener que seguir el partido del Sporting -y menos mal que no lo hicimos, perdió 5-1 en San Sebastián-, el domingo por la tarde nos pusimos a ver Desayuno con diamantes... Cada vez que la vemos nos entran unas ganas enormes de hacer las maletas e irnos rápidamente para Nueva York, a darnos una vuelta. Nos gusta, en esa película que parece tan amable pero que no lo es en absoluto, casi todo, pero la escena que preferimos es la final. Los dos protagonistas, frágiles e indefensos bajo la lluvia, después de lo que le ha dicho George Peppard a Audrey Hepburn, todo eso de que ese espíritu libre que guía a la atrabiliaria y bellísima Holly Golghtly, que quiere escapar a América del Sur, no es más que una jaula que se ha construido ella, y que, vaya donde vaya, nunca podrá huir de sí misma...





Y, oh casualidad, al rato, leyendo con desgana en internet, encuentro, en el blog de García Martín, la siguiente cita de Emerson: 

Viajar es el paraíso de los insensatos. Ya los primeros viajes nos descubren la indiferencia de los lugares. En casa sueño que con Nápoles, con Roma, puedo embriagarme de belleza y expulsar mi tristeza. Hago mi baúl, abrazo a mis amigos, me embarco, y, al fin, despierto en Nápoles y surge ante mí el mismo hecho severo, el triste yo, implacable, idéntico, del que quise huir. Busco el Vaticano y los palacios. Simulo una embriaguez de vistas y sugestiones. Pero no estoy embriagado. Mi yo va conmigo a todas partes”.

Y nos abrigamos bajo la manta, tumbados en el sofá, mientras el domingo va hundiéndose lentamente en el reloj...





P. D. Hoy han echado a Manolo Preciado. Nos vamos a segunda fijo.

lunes, 30 de enero de 2012

Machismo (mi corazón al desnudo)

Fue lo que pensé nada más entrar al pabellón. Vi al equipo contrario y me dije: "Hoy a lo mejor sí". Pensé durante unos minutos que tal vez este viernes iba el EBA a ganar al fin. Y todo porque el equipo contrario estaba formado exclusivamente por chicas. Lo confieso, en el fondo del corazón se me levantó, tal que un vientecillo trotador, esa esperanza. Pensaba uno que no era, en absoluto, machista, y ya ven, en un momento, se ve que sí. Los únicos atenuantes que puedo presentar en mi defensa son esas locuciones, ese "a lo mejor", ese "tal vez"...

 Luego, cuando me fijé un poco más, me di cuenta de que eran todas bastante altas, y muy flexibles, y, en el calentamiento, entraban a canasta con una elegancia suprema, y botaban el balón con técnica impecable, y lanzaban y no fallaban una... Finalmente, llegó nuestro amigo Pedro, el padre de C. G., compañero de P. desde la guardería y gran amigo, y jugador también de este EBA. "Son buenísimas. Conozco a la madre de la más alta. Trabaja conmigo en la universidad. No han perdido ni un partido. Hace un par de semanas les cerraron el marcador a los de las Seiscientas..."

Y a nosotros, también a nosotros nos cerraron el marcador. El único consuelo fue comprobar que P. va progresando. Jugó bastantes minutos, se desmarcó con habilidad, dio un par de pases que no fueron interceptados -se los bloqueaban prácticamente todos, con esos brazos larguísimos y longilíneos que tenían esas muchachas-, acertó una canasta desde bastante lejos, que entró limpia, dio un par de asistencias, defendió con algo de más brío que en otras ocasiones, se cobró una personal -los tiros libres correspondientes los lanzó con estilo aunque sin fortuna-, saltó, se cayó, se levantó...

Pero yo me volví con la comezón de haber albergado el pensamiento ese del comienzo...



viernes, 27 de enero de 2012

Pensamientos vagabundos (el fluir de la conciencia)

Todos los jueves jugamos el partido de los jueves. Después del café de sobremesa y de unos breves minutos en el limbo, con la cabeza reclinada en los cojines del sofá, cogemos nuestra mochila y nos vamos caminando lentamente hasta el polideportivo. Como seguimos siempre idéntica ruta -plaza de la Veleta, Zapateros, Mayor, Teodoro Camino, Nueva...-, hacemos ese paseo casi a ciegas, con el piloto automático,  y vamos por ello con el pensamiento vagabundo, recordando ahora una cosa y al momento otra, imaginando esto y aquello...

Ayer me adelantó una pareja de la Policía Montada de Albacete. Montada en bicicleta. Hace un año más o menos que algunos de estos agentes patrullan así, centauros y pedaleadores. Al verlos sentí de nuevo dolorosa nostalgia de la mía. ¿Dónde andará?, pensé, ¿a quién llevará ahora de aquí para allá?



Doscientos metros más tarde, me  encontré de nuevo a los dos policías. Habían descabalgado para pedirle la documentación a un indigente que pedía limosna de rodillas y con los brazos en cruz. Tenían las bicis descuidadas en mitad de la calle. Al cruzar a su lado, se me pasó por la cabeza que estaría bien subirme en una de ellas y huir pedaleando. ¿Qué cara se les quedaría? Naturalmente, lo pensé pero, como tantas veces, no convertí el pensamiento en acción, pues es seguro que me habría traído, esa travesura, muchos y desagradables inconvenientes. Y entonces me vino a la memoria mi profesora de Lengua de COU, que era también la directora del instituto, doña Carmen Díaz Castañón, y aquello que nos contó más de una vez sobre las ganas locas que le entraban, cuando acudía a escuchar una conferencia, de levantarse, acercarse al estrado y beberse ese vaso de agua que les ponen a todos los charlistas y conferenciantes. Recordé todo eso, supongo, porque encontré que ese impulso de mi profesora era primo hermano de este que se me había despertado a mí al pasar delante de la bicicleta sin ciclista...

Doña Carmen... ¡Qué mujer!, ¡qué recuerdos! Se murió muy joven, y en el instituto acabó mal, por no sé qué asunto con el seguro escolar... No lo recuerdo bien, pero parece ser que un año utilizó parte de ese dinero para comprar un cuadro o una escultura para el museo del instituto. Sí, en mi instituto, que era público, había un museo de arte moderno. Había, también, una jerarquía, y los alumnos de primero, tan asilvestrados, ocupábamos las antiguas cuadras del palacio -porque mi instituto fue un palacio, el de los Bernaldo de Quirós, y sobre la puerta principal, que daba a un hermoso patio, se podía leer la divisa de aquella familia: "Después de Dios, la casa de Quirós", y en él durmió Jovellanos alguna noche, camino de la corte-, y solo accedías al cuerpo principal del noble edificio a medida que ibas pasando los cursos. Tenía también, no podía ser de otra manera,  un enorme y solemne salón de actos, donde se realizaba la apertura de curso cada año, con una conferencia y premios para los mejores estudiantes del  anterior, y, cada poco, los viernes, acudían gentes como Camilo José Cela, Torrente Ballester, Alberti, Juan Benet, Antonio Gala, Buero Vallejo, José Hierro, y no recuerdo cuántos más de semejante calibre. Todo eso lo consiguió aquella mujer menuda, inteligente y fea a la que daba gusto escuchar. Discípula de Dámaso Alonso, por qué se quedó en mi pueblo y no continuó su trabajo de brillante filóloga en Madrid lo explicaba ella con sencillez: se enamoró, se casó, y, gracias a eso, el instituo en el que uno estudió era público y de élite, con su museo de arte moderno, y sus conferenciantes ilustres...



Clases nos dio pocas, la verdad, porque cuando no estaba en un congreso, estaba recibiendo a Gil de Biedma en el aeropuerto, pero las recuerdo magníficas, amenas, sugerentes, provechosísimas... A las conferencias íbamos obligados, y teníamos que presentarle el lunes un resumen de lo dicho por el conferenciante... Recuerdo a Torrente maravilloso, toda su charla de pie, al borde del estrado, contándonos cómo se le ocurrían aquellas novelas suyas maravillosas,  a un Benet displicente y antipático, pesadísismo al sobrino de Menéndez Pidal , y emocionante hasta las lágrimas a Félix Grande aquella tarde que nos contó de su amistad con Julio Cortázar, al que nosotros queríamos tanto, y que acababa de morir en París sin aguacero... Cuando doña Carmen fue directora de aquel instituto, en mi pueblo, minero y oscuro, sucedían, algunos viernes, cosas prodigiosas...

Al museo nos llevaba don Prisciliano, el profesor de Geografía e Historia, cuando no tenía ganas de darnos clase, y se burlaba de aquellas figuras abstractas y de aquellos cuadros que nadie sabía si estaban colgados de derecho o del revés... Yo guardo memoria, sobre todo, de un cubo de metal oxidado que se titulaba "La cabeza del Cid"... Don Prisciliano... ¿qué habrá sido de él? Una tarde nos contó cómo había llegado a profesor, habiendo sido, nos aseguró, tan mal estudiante. Al parecer, ante el desinterés de su hijo por los libros y el estudio de estos, su padre lo llevó un día consigo a la mina. Un solo día. Al siguiente, el joven Prisciliano retomó las clases con desesperación, acabó la carrera y hasta se sacó las oposiciones...


Terminada la carrera, me encontré de nuevo con doña Carmen en un curso del CAP. Ya la tenía asediada la enfermedad, pero ella acudía animosa cada tarde muy arreglada y compuesta, pintada y maquillada. La recuerdo una de aquellas tardes con un vestido rojo de cuero, agarrándose a la vida con todas sus fuerzas... Siempre estaba alabando lo guapos que erámos -ella, tan poco agraciada, valoraba mucho la belleza - y lo jóvenes, y nos daba muchos ánimos...

Y recordando todo esto, sin darme casi cuenta, ya llego al pabellón , me visto de corto, salto a la cancha y lo doy todo que, a esta edad nuestra, ya no es mucho...

jueves, 26 de enero de 2012

Babel

Así hemos titulado el artículo de hoy. A propósito del Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos con el que el gobierno de esta comunidad está quitando los autobuses a los inocentes, echando profesores a la calle o dejando sin pagar a quienes cuidan de los viejos en las residencias, entre otros muchos recortes y ahorros, queríamos hablar de cómo, muy a menudo, se traiciona el lenguaje y se le hace decir justo lo contrario de lo que significa. Pero luego, mientras lo escribíamos, me parece a mí que empezamos a irnos un poco por las ramas, y ya no sé si ese título le cuadra demasiado. Sin embargo, como nos gustaba mucho, así lo dejamos.

miércoles, 25 de enero de 2012

El bar

Ayer salimos a dar un paseo por el barrio. Ya de vuelta a casa entramos a un bar, el Cervantes, al que no habíamos pasado nunca. Según algunos amigos, sirven allí unos arroces deliciosos, y las tapas están todas para chuparse los dedos. No sé. Ayer, el ambiente era desangelado, con dos o tres mesas ocupadas por gentes de aspecto muy triste, y tres hombres que hablaban a voces acodados en la barra. Nosotros nos pusimos en un extremo, que tan solo íbamos a tomar una caña antes de volver a casa. En el televisor, sin voz, estaban pasando el partido de la semana pasada entre el Madrid y el Barça.

Como hablaban tan alto aquellos tres hombres, nos estábamos enterando de todo lo que se decían, nosotros y la parroquia entera. P. no  porque estaba absorto en el partido y no dejaba de hacerme preguntas: "¿Cuándo va a marcar el primer gol el Barcelona? ¿Quién lo va a meter?" Yo, mirando también hacia el televisor, le iba contestando: "Mira, ahora va a ser, en este córner. Lo mete Pujol, mira, ahora..." Y efectivamente, otra vez el bravo capitán azulgrana se lanzaba en plancha y se cobraba el primer gol de su equipo. Sin embargo, no dejaba en fijarme en la cara que se le estaba poniendo a A., y por esa razón me esforzaba por escuchar al mismo tiempo la conversación del trío aquel.

Al comienzo, cuando el gol de Pujol, estaban quejándose de Cospedal, y hablando, esto lo entendí muy vagamente, de subvenciones agrarias y cosas por el estilo. Luego, cuando P. me estaba preguntando por el momento en que Pepe pisaría la mano de Messi, filosofaban sobre lo difíciles que resultan de entender las mujeres, pero que ante el frío negro que acaba de instalarse al fin, nada mejor como ir de putas. Declaró entonces uno, el más viejo -yo le calculo unos sesenta- que él tenía pensado ir esa misma noche a visitar a alguna, en Chinchilla: 

-¿Sabéis si  estará hoy la Mariasun?-les preguntó a sus compañeros.

-No-le contestó el más joven -unos cincuenta y cinco-, la Mariasun se ha ido con el marido para Barcelona. Y ya siguieron glosando, a grandes voces, lo bien que se estaba, una tarde de invierno, en los brazos de una mesalina acogedora. 

Luego, cuando ya nos íbamos a marchar, el más joven regateaba con el dueño el precio de las consumiciones, que le parecía muy alto.

-Pero si llevas aquí desde las cuatro y ya son la nueve y media...¿Qué quieres, que te lo regale?

Y el hombre se reía como un bobo, y luchaba con los billetes, que no parecían querer abandonar el abrigo de la cartera...


martes, 24 de enero de 2012

Domingo por la mañana

Los domingos me gusta salir muy temprano a la calle, a por el pan y los periódicos. Y aunque ahora hace mucho frío y apenas se encuentra uno a nadie por la calle, siempre se descubre algún prodigio.

Este que pasó fue a la puerta del Bar Fútbol-Base. Habían sacado a la calle un pizarra, y en ella se leía lo que sigue: "HOY, de 12:00 a 14:30, GRATIS la tapa HUEVOS AL RIN RAN, a cargo de Juan de Mahora". Me quedé un rato delante de esa pizarra, leyendo una y otra vez tan hermoso anuncio. Me gustó mucho ese GRATIS, así escrito, con enormes mayúsculas, y el misterio de esos huevos al rin ran, tan musicales, y, sobre todo, ese nombre tan flamenco, como de cantaor o guitarrista, Juan de Mahora, que se ve que era artista invitado en los fogones de ese bar siempre lleno de jubilados que se juegan al dominó o a las cartas unos caramelos.

Pensé en entrar, y preguntarle al camarero por todo eso, qué tapa maravillosa era esa, y quién ese hombre, Juan de Mahora. Pero no lo hice. Preferí mantener el misterio, para imaginarme yo todo eso a mi gusto.

Y al volver a casa, sobre los tejados de las cocheras de la calle Gabriel Ciscar, un paraguas rojo como los que le gustaba  llevar Azorín, posado sobre las pardas tejas como un pájaro exótico.

Y ya me volví para casa tan contento.


lunes, 23 de enero de 2012

El potrero

A los partidos de  P. de los viernes llegamos siempre media hora antes, por mandato de su entrenador, para que vayan calentando un poco y practiquen las entradas a canasta y los tiros. Mientras hacen eso, yo me entretengo en contemplar los partidos que han empezado una hora antes y que están a punto de terminar. Los viernes por la tarde, en Albacete se juega al baloncesto a destajo, desde las cuatro hasta las nueve, un partido tras otro. Pues bien, el viernes pasado quedé con la boca abierta. Ya me habían hablado de ellos, pero no había tenido la oportunidad de verlos con mis propios ojos. Por fin pude asistir a un partido del equipo de las Seiscientas, que es un barrio que hay aquí y que sacaron una vez en Callejeros, ya saben, un reportaje de drogas, miseria y Camarón.

Eran casi todos muy bajitos, muy morenos, muy delgados. Pero la mirada de la mayoría era de ave rapaz. Se movían como lagartijas, ágiles, vivos, eléctricos. Y luchaban por cada balón como si en ello les fuese la vida. Eran solo seis jugadores, los cinco de la cancha y una chiquilla menuda en el banquillo, donde el entrenador, un patriarca gordo y melancólico, seguía el juego con una calma filosófica y escéptica. No me fijé si ganaron o perdieron, pero la energía y determinación con la que jugaban resultaban fabulosas y admirables. Se veía que eran jugadores llegados directamente del  potrero, espabiladísimos, atentísimos, despiertísimos, al cabo de la calle, callejeros, que saben desde hace tiempo el modo de buscarse la vida y los balones... Mientras los veía admirado, luchaba por no pensar en lo que será el día que se enfrenten a P. y a sus compañeros...

Luego, nuestro partido: jugaron como nunca y perdieron como siempre. A falta de cinco minutos el marcador daba cuenta de un empate a 32. De ahí hasta el final, el EBA no metió ni una sola canasta y los otros, tres, lo cual dejó el marcador, si no hago mal la cuenta , en un honroso 32-38.


viernes, 20 de enero de 2012

Como una santa borracha

Ayer le contó su madre a A. el velatorio de la prima Mª. Luisa. Le explicó que tardaron un tiempo sus hijas en darse cuenta de su muerte, porque sucedió por la noche, mientras dormía, y ellas era la primera vez que se enfrentaban con semejante trance. Llevaba enferma varios meses la prima Mª Luisa, muy enferma, pero los últimos días parecía haberse recobrado un tanto, y a pesar de sus 81 años se la veía con muy buen color de cara, casi sin arrugas, muy guapa...

Y siguió contando mi suegra cómo, tras la muerte, la habían amortajado, y pintado los labios, y dado color a las mejillas. "Le pusieron rubor -le contaba F. a su hija- pero se les fue la mano, y parecía la pobre una santa borracha. Yo no quería decirles nada a las hijas, por si se molestaban, pero ya se dieron cuenta ellas, y le rebajaron un poco esos coloretes, y ya se quedó muy guapa." Y volvió a pedirle a su hija, como otras veces, lo siguiente: "A mí cuando me muera me pintáis bien. Porque menuda cara de muerta se te pone cuando mueres".

jueves, 19 de enero de 2012

La moda

Ayer, mientras P. estaba en la academia de inglés, nos acercamos A. y yo hasta Correos, a mandar unos paquetes. A. había salido de casa un poco antes, para llevar a P., mientras yo terminaba de rematar los bultos y les ponía las direcciones. Me esperó en la puerta de la academia. Cuando me vio llegar, lo primero que me dijo fue:

-Pero cómo traes esa bufanda, ¿no ves que no pega con este chaquetón?

Y colgándoseme del brazo, continuó:

-Y esta camisa de pana, ¿no te das cuenta que te queda más larga que el chaquetón? ¿Y qué camiseta llevas debajo?, ¿ la verde? Vaya facha... Desde luego, qué poco cuidado tienes con estas cosas...

Entonces yo le contesté que si una combinación de colores como la que uno llevaba la viese en un desfile de modelos, no le parecería mal, y que lo de la camisa que salía por debajo del chaquetón, lo encontraría moderno, original... 

-No compares, por favor- me pidió.

Le expliqué que, desde hace ya mucho tiempo, la moda nos ha liberado a todos, y que ya podemos vestir como mejor nos parezca, y le recordé aquel jersey suyo que todo el mundo pensaba que se había puesto al revés, porque se le veían las costuras, y que resultaba que no estaba al revés, nada de eso, sino que era así, original y moderno, y que jamás le dijo uno una sola palabra al respecto. Hasta un niño la avisó una vez: "Señora, lleva usted el jersey mal puesto". Y que ya sabe ella que los niños, como los locos y algunos borrachos, son los únicos que dicen la verdad. 

Esta conversación la mantenemos A. y yo cada cierto tiempo, cada vez que ella cree que lleva uno unas prendas que no casan en absoluto las unas con las otras. Entonces yo le contesto eso de la libertad de la  moda moderna y le recuerdo lo de aquel jersey suyo mítico que no estaba al revés aunque lo pareciese. Finalmente, A. me mira como si fuese idiota, suspira y hasta la próxima vez.




miércoles, 18 de enero de 2012

Carlos Puyol, in memoriam

No te voy a contar
nada nuevo: vivimos
en una casa demasiado llena.
Con muebles, versos, chismes,
perifollos y plantas de interior,
palabras que no quieren decir nada
y soberbias locuras
para pasar el rato.
Es lo que llaman calidad de vida.
El día en que nos llames estaremos
doblemente desnudos,
echando en falta en medio de la luz
el engaño a los ojos de las cosas.
Hace apenas tres días que leíamos estos versos, de su último libro, El corazón de Dios. Y el lunes por la noche lo llamaron. Fue de repente, como le gustaría que le sucediera a mi padre, a mi suegra, como lo logró Maruja, la compañera de teatro de mi madre. Nos enteramos por la mañana, viendo el periódico en internet. Como la página avanza en vertical, de arriba abajo, lo primero que se nos apareció fue su foto, y pensamos con ilusión que sería una entrevista, que habría sacado ya la novela de este año. Hace apenas tres días, cuando leímos esos versos, estuvimos luego revolviendo por las estanterías, ojeando el resto de sus libros, y nos preguntábamos cuándo sacaría uno nuevo, tan ligero, tan leve y hondo, tan feliz como siempre, uno de esos libros suyos que tan alegres horas nos han procurado... Sin embargo, el titular que aparecía bajo su foto era el anuncio de su muerte. Nos quedamos helados.

A Carlos Pujol nunca le agradeceremos bastante todo lo que ha escrito y nos ha dado a leer: los versos y los prólogos, las novelas y los ensayos... Los tenemos siempre muy cerca, al lado de donde tecleamos cada tarde en el ordenador, y nos gusta cogerlos de vez en cuando, igual que el otro día, para abrirlos, leer una o dos páginas, dos o tres aforismos, tres o cuatro versos... Como escribió mucho, unos noventa libros dicen sus necrológicas, de vez en cuando buscamos por internet alguno de los que nos faltan. Eso es, hoy, el único consuelo, saber que aún nos quedan varios libros suyos sin abrir, y que también volveremos a leer -si nadie nos llama antes-, los que ya tenemos, porque sabemos que nos parecerán nuevos y seremos, una vez más, durante el tiempo que dure su lectura, más ligeros, alegres y buenos...

Hace aproximadamente un año estuvimos en Barcelona. Una mañana me descolgué del grupo familiar para buscar una librería de viejo. Quería recuperar una novela suya que había perdido en una mudanza, El lugar del aire. Quería volver a tenerla por dos razones: por lo hermosa que es y porque se abre con las misma palabras que pronunció  mi madre una tarde memorable: "-¿Y si no nos muriéramos nunca?"... 

No creo que haya hoy en nuestro país un escritor mejor, tan valioso, tan alegre, tan cervantino... Ayer en el telediario hablaron del entierro de Fraga, y nada dijeron de este escritor maravilloso. Esa es una buena radiografía del mundo. El día que todo vaya como es debido, sucederá al revés. Aunque es muy incierto que el mundo marche alguna vez de esa manera, y también que vuelva a haber un escritor como este...

Carlos Pujol era un hombre creyente, y por eso hoy nada nos gustaría más a nosotros, tan escépticos y descreídos, que tuviese su fe razón. Por lo que nos pudiese tocar, desde luego, pero sobre todo por saberlo, aunque nostálgico del engaño a los ojos de las cosas, en medio de la luz.


martes, 17 de enero de 2012

Esperando la nieve

Ayer nos pasamos la tarde pegados al cristal de la ventana, esperando, como habían anunciado en el telediario, la llegada de la nieve. Queríamos sorprender los primeros copos, recibirlos como se hace con todo aquello que nos ilusiona: la primavera, los regalos de Reyes o cumpleaños, el amigo al que llevamos sin ver largo tiempo... Pero no se presentó. Apenas llovió un poco, una lluvia triste, monótona, oscura, gris, una lluvia sin originalidad ni grandeza, una lluvia como todas las lluvias. Así que al final ya nos retiramos, penélopes en nuestro rincón, sin ilusión y sin nieve...




lunes, 16 de enero de 2012

Mercurio

El día de Navidad, después de la comida, mi sobrino R., de dos años, apareció en el salón con el termómetro que mi padre guarda en su mesilla de noche. Se plantó en mitad del salón y, con aviesa sonrisa, mientras todos le gritábamos que noooooo, lo estrelló contra el suelo.

Lo que sucedió después fue más o menos como esas cosas que hacen en El Hormiguero, esos experimentos que tratan de demostrar lo divertida que puede ser la ciencia. Mi hermano y yo, de rodillas por el suelo, recogiendo las bolitas de mercurio sin tocarlas, con unos folios muy finos. Iban y venían, se juntaban, se mezclaban, resbalaban y volvían a multiplicarse... Así un buen cuarto de hora, hasta que al fin las conseguimos agrupar a todas en una única esfera, brillante y gris como una bola de pinball. Antes, en otros tiempos, los chiquillos jugaban con ellas sin miedo ni preocupación, y las tocaban, se las pasaban de una mano a otra, contemplaban su prodigiosa manera de dividirse y transformarse. Pero ahora estamos todos muy informados.

Mi sobrino R. es un niño con muchas ideas y un raro sentido del humor. Es, también, muy curioso, y le gusta abrir todos los cajones y puertas, y explorar cada rincón de su casa y de la de sus abuelos. Una tarde se hizo con una sartén y, muerto de risa, intentó darle con ella a su hermano G. Y estas navidades, en un bar, también con una sonrisa de oreja a oreja, le lanzó un servilletero. Afortunadamente, erró el lanzamiento.

Mi hermano fue un chiquillo algo travieso, pero yo no recuerdo que tratase de hacer jamás nada parecido. De manera que nos preguntamos a quién habrá salido, mientras le echamos una mirada de soslayo a nuestra cuñada.


jueves, 12 de enero de 2012

45

Si hemos llegado hasta aquí habiendo perdido tan solo la color de los cabellos y la vesícula, debemos mostrarnos agradecidos.

miércoles, 11 de enero de 2012

Calle melancolía

Hace exactamente una semana -¡qué felices y despreocupados vivíamos entonces!- entramos por primera vez en un bar que acababan de abrir en Úbeda. Se llama la taberna Calle Melancolía y es un pequeño templo sabiniano o sabino, que no sé cómo deberíamos decir. Las paredes están cuajadas de fotos del cantante, y de versos suyos, las lámparas de las paredes tienen como tulipas negros bombines y hay una estantería con sus libros de sonetos... Y por supuesto la única música que se escucha son las canciones del famoso trovador ubetense. La cerveza y las tapas, sin embargo, son como las de cualquier otro bar. Estuvimos allí, A. y yo, un ratito, el tiempo de un par de cañas. A nosotros Sabina nos gusta mucho, pero aquello parecía, más que un bar, una capilla, y no nos habría extrañado encontrar, al pie de las fotos y estampas, cirios encendidos.


Al poco de estar allí, apretados por la curiosidad y la vejiga, visitamos el servicio. Estaba empapelado con las portadas de todos los discos del cantante. Mientras me aliviaba, los fui observando métodicamente y comprobé que faltaba el primero, un disco muy raro que si yo sé que existe es porque mi hermano es gran aficionado a las canciones de este hombre -sin salirnos de las letrinas, consignar aquí que hasta meó una vez a su lado, en las de un chigre de Avilés- y tiene el vinilo de marras. No recuerdo dónde lo consiguió, pero yo creo que ese disco deben de tenerlo solo media docena de personas y que de ellas no lo pondrán jamás en el tocadiscos cinco, porque si no me falla la memoria era horroroso. De ese disco, que yo conozca, solo se saben algunas canciones mi hermano y A., porque su amiga Pili Gil, del colegio, tenía un hermano que conocía al cantante, y las tarareaba  por su casa cuando ni siquiera lo habían editado. A. recuerda sobre todo "Mi amigo Satán", que cantaba a escondidas, cosa natural, porque para aquella edad suya, alumna de un colegio de monjas, no resultaba muy apropiada.



Mientras me subía la bragueta iba recordando yo en todas esta erudiciones sin importancia,  y pensé que habría que hacérselas saber al tabernero, y avisarle de esa ausencia en el papel estampado de sus váteres. Pero, cómo decírselo sin parecer un pedante idiota y fatuo. Mi hermano sí habría sabido decírselo, con gracia y naturalidad. Pero nosotros no. Además, hasta es posible que conociese de sobra la existencia de ese primer disco, y el no ponerlo allí era una modo piadoso de ocultarlo. Así que, como tantas otras veces, no dijimos nada, apuramos nuestras cañas y nos volvimos lentamente a casa, calle Real arriba, los dos del bracete.




Cuando llegamos, estaba allí el tito P., de visita. Le preguntamos cómo le había ido con la lotería este año: "Na, unas perrillas de na". Todos los años lleva encima un fajo enorme de décimos. "Por si no me muero de repente,- ¡qué manía!- para poder comprarme una casa con balcón en la calle Nueva, para que me pongan allí a ver pasar los santos". Y mientra nos explicaba esto cruzó sus manos de mecánico y olivarero sobre el pecho, como si ya no le quedase, en esta vida, otra ilusión.

martes, 10 de enero de 2012

Funebrismo

Nunca es buen momento para morirse, pero según nuestro amigo N. diciembre y sus alrededores es época terriblemente propicia para ello. Y así debe ser, por lo visto. Se han muerto, casi al mismo tiempo, los padres de C. y de J., y en Asturias encontramos a mi madre conmocionada por la de una amiga muy querida, inesperada y repentina. "Pobre Amalia", suspiraba mi madre, "con lo buena y elegante que era...".


Con este panorama, muchas de las conversaciones que mantuvimos estas vacaciones giraron en torno a esta rara costumbre de morirnos que tenemos las gentes -que decía Borges-. Hasta mi padre, que nunca ha sido muy partidario de tratar el tema, comentaba, sin venir a cuento y mientras dábamos un paseo, que qué suerte eso de morirse de súbito, sin sufrimiento y sin dar guerra. Nosotros, cuando salía el asunto, tratábamos de dar, toreros, una larga cambiada, pero los acontecimientos no ayudaban. Una mañana nos estaba contando mi madre de una compañera suya del grupo de teatro, Maruja, que también opina lo mismo sobre las ventajas de morirse así, de repente y por sorpresa, sin avisar a nadie. Al parecer está la mujer bastante descacharrada, y nada más levantarse, casi sin poner el pie en el suelo, ya tiene que tomarse diez pastillas. Sin embargo, a pesar de sus muchos achaques, se ve que esos medicamentos le sientan estupendamente, no le duele nada y es una de las actrices principales del elenco. Pues bien, a los diez minutos de terminar su relato mi madre, sonó el teléfono. La avisaban de que Maruja había conseguido lo que quería: se había acostado como cada noche y ya no despertó.

Sugestionada de este modo, no es extraño que mi madre se asustase al volver de misa, esa misma tarde. Poco antes de llegar a casa vio venir hacia ella a un grupo numeroso que llevaba cogido de brazos y piernas el cuerpo de alguien grande, alto, corpulento. "¿Qué habrá pasado?", se preguntó. "Pobre", y se persignó. Sin embargo, al acercarse comprobó que a quien así llevaban no era ningún hombre desvanecido, malherido o muerto, sino el figurón de Elvis que tienen en la entrada del Charly, el bar que hay debajo de casa, y que seguramente irían a darle algún arreglo antes de la Nochevieja, que es cuando acostumbran a sacarlo a pasear en un coche descapotable y le hacen una gira por el pueblo, que hasta Ujo y Santullano lo llevan...

lunes, 9 de enero de 2012

Rutina

La rueda de nuestra vida cotidiana se ha vuelto a poner en marcha. Ha vuelto a girar, no sin cierto esfuerzo, chirriando y lamentándose, tras dos semanas de vacaciones. Sin embargo, han sido suficientes un par de horas para que alcanzase su ritmo habitual y pareciese de nuevo engrasada.

Las clases, las comidas, los partidos de fútbol (yo) y los de baloncesto (P.), las visitas a Mercadona (yo) o al gimnasio (A.), la academia de inglés, el Kun-fú, las llamadas telefónicas, las entradas de este blog, los exámenes, los libros leídos y los por leer, las meriendas y las cenas, las lavadoras (A.), la basura (yo), los días y las noches... En fin, como se ve, una vida rutinaria y sin relieve.

Nos parece muy bien que sea de este modo. A nosotros la aventura nos resulta muy fotogénica mucho en las películas y en las novelas. En cambio nuestra vida nos gusta que sea así, monótona y gris, sin sobresaltos ni misterios... Siempre hay, en cada unos de esos días iguales, una pequeña moneda que brilla. A veces la encontramos, a veces no...

Hoy ha sido el encuentro con la vecina charlatana. Es una mujer digna de estudio. Nos la encontramos pocas veces, en alguna ocasión, como hoy, en el ascensor a primera hora de la mañana, pero como nosotros vamos hasta el garaje a por la bici y ella se baja en el portal, apenas daba tiempo para intercambiar un par de frases hechas. En cambio hoy, como yo ya no tengo bicicleta, que me la robaron, nos bajamos los dos al mismo tiempo y salimos a la calle juntos. Como sé que a esa horas va a la piscina de Juan de Toledo, me hice la ilusión de que iríamos juntos un buen trecho y que me contaría muchísimas cosas que yo podría traer luego hasta aquí. Es una mujer que habla por los codos, pero de un modo prodigioso. Es una mujer surrealista que bien podría pasearse por las ferias de los pueblos o por las televisones para pasmo del mundo. Causaría admiración y cosecharia grandes e indudables éxitos. La escritura automática la escribe ella, a cada momento, en el viento...

Habla de un modo torrencial, absurdo e imparable, pasando de una tema a otro con la libertad que pregonaban las vanguardias. Cada año, cuando me toca explicarles ese tema a mis alumnos pienso en ella y en lo didáctico y ejemplar que sería llevármela un día a clase, para que la escuchasen... Un día creo que se lo voy a proponer.

Como  acostumbra a estar tan embebida en aquello que cuenta, raramente escucha nada de lo que se le replica, y como tiene la cabeza llena de palabras, he comprobado que si dices una en voz alta, la que sea, cuando te está discurseando, automáticamente cambia de tema. Por ejemplo, si te está diciendo lo mucho que le cuestan los estudios de sus  hijos, basta que tú digas "berenjena", pongo por caso, para que pase a contarte, sin transición alguna, lo bien que le sale la tortilla de patatas y lo mucho que le gusta a su marido; y si pronuncias "almorrana", es un decir, entonces pude ponerse a narrarte su operación de miopía, y lo bien que se siente desde entonces, y te anima a que te la hagas tú también. Y así indefinidamente, sin pausa ni descanso, sin ton ni son, sin orden alguno ni concierto. Es una mujer divertidísima.

-¿Vas a nadar, no?-le pregunté por decir algo.
- Nooooo-me corrigió como si eso de la natación fuese una cosa muy anticuada-, voy a hacer agua-yin -me aclaró.

Pero tenía que pasar a recoger a una amiga en al calle Industria, y ya no pudimos ir juntos, ni preguntarle qué cosa sea esa del agua-yin, y, lo que es peor, ya no puedo traer nada de su conversación libre y loca hasta aquí. Otra vez será.

viernes, 6 de enero de 2012

Los Reyes de Belem

Hoy, más que con la del día, amanecimos con la luz que brillaba en los ojos de los chiquillos, los de P. y los de sus primas, y con su alegría camino del salón, donde encontramos, un año más, algunos regalos. Después de abrirlos, en voz alta les dimos las gracias a los Reyes de Belem, que a estas horas ya están de regreso a su patria, por escondidos caminos, "por senderos en los que el viento barre las huellas, por el desierto sin memoria..." ¡Los Reyes de Belem!

Así titula Cuanqueiro uno de sus artículos. Cuenta en él, entre otros muchos prodigios, lo que sigue:

" De los tres reyes, en Mateo 2 no se dice el número, ni que fueran reyes, sino magos de Oriente; en Bizancio se disputó sobre su número, que algunos elevaron a setecientos setenta y siete; otros dicen que fueron doce, nueve, siete, cinco; los nombres no se sabe a ciencia cierta cuándo fueron inventados (...) y fue aceptado que el uno era anciano, el otro estaba en la madura edad y finalmente el otro era mozo(...) En Bizancio sabían otros nombres de ellos que ahora no se les dan (...)

San Juan Damasceno oyó una historia en la que el Niño hablaba con los Magos (...) y los Magos le decían a Jesús de dónde venían y maravillosos secretos. En Rusia  pintaban a los Magos descalzos ante el Niño, por respeto, y los coptos creían que tenían alas (...)

Pero hoy no es día de estos recuerdos, sino de contemplar, como en un cuadro de un anónimo flamenco, a las orientales majestades arrodilladas ante el Niño, con el oro, el incienso y la mirra en ricas copas en sus manos. Hay ángeles espectadores. Nieva lentamente y en las torres de la amurallada ciudad de Belem unos armados se pasean ajenos a la maravillosa escena, en la pobre cabaña pastoril".

jueves, 5 de enero de 2012

Noche de Reyes

Ha coincidido que me tocaba el artículo HOY, y, claro, cómo hablar de otra cosa que no sea esta noche...


 Me habría gustado añadirle algunas de las cosas que acabamos de leer en Cunqueiro sobre los tres Reyes prodigiosos, pero ya lo había dejado enjaretado-que diría mi suegra- antes de irnos de vacaciones. De modo que las guardaré para el próximo año, o mejor, para la entrada de mañana... 

P., a pesar de sus dudas, está ilusionadísimo. Esta mañana, cuando bajábamos los dos de paseo por la Trinidad, pasó una camioneta y, al llegar a nuestra altura, asomó por la ventanilla de atrás el rostro embadurnado de betún de un hombre que le gritó a P. "¡Pequeñín, toma!", y le lanzó dos docenas de caramelos. Yo temí lo peor, que le lanzase los caramelos al turbante, o que lo insultase y le tachase de farsante y mamarracho. Ese "pequeñín", otro día, le habría puesto de pésimo humor. Pero no, se agachó tranquilamente, y yo con él, y recogimos los dulces en silencio, doblada la cerviz como quien se encuentra en presencia de un rey antiguo...

Luego, en casa, venían en la prensa algunas referencias a esta noche mágica y a la suerte que puede correr en estos tiempos nuestros, tan desapacibles...




miércoles, 4 de enero de 2012

Ida y vuelta

Ayer nos pasamos el día en la carretera. Úbeda-Albacete, Albacete-Úbeda, como coche de línea. Y no estuvo mal. Fueron ambas rutas viajes lentos, reposados, pacientes, detrás de los tractores de los aceituneros altivos primero, y luego un montón de camiones. Nos dejamos llevar, tras su estela, como si fuésemos río abajo.

Llegué, devolví el coche que nos habían prestado y conduje el nuestro, tuerto de la izquierda, hasta el taller. Mientras lo arreglaban me fui a dar un paseo por ahí. Me tomé un café, leí el periódico -hablaban del ladrón de garajes-, entré a curiosear a una librería... Crucé por calles por las que no había pasado nunca, y me parecía caminar por otra ciudad, desconocida y ajena... De vez en cuando me cruzaba con aficionados del Bilbao -que jugaba esa noche un partido de Copa contra el Alba-, lo cual ayudaba a conseguir esa rara sensación de estar en otro lado.

La vuelta la hice cuando ya estaba el sol tras el perfil de la sierra. Fue muy entretenido, escuchando la radio y viendo cómo el atardecer se deshacía en unos colores fantásticos e inverosímiles. Luego ya se hizo noche cerrada y parecían los pueblos, a lo lejos, las brasas de una hoguera. Solo cabe consignar que me paró una fluorescente pareja de la guardia civil, en el lugar de Reolid, para pedirme el carnet y los papeles del coche. Como siempre que me sucede tal cosa, me puse un poco nervioso. Yo, en cuanto veo un policía, siempre pienso que he hecho algo ilegal y que, perspicaz, el guardián de la ley lo va a notar. Algo así parece que también le sucedía a Hitchcock. Pero todo estaba como es debido, me desearon buen viaje y ya me fui, sin más percances, rumbo a Úbeda, que alcancé con bíen y sin más.

lunes, 2 de enero de 2012

Doce uvas, doce páginas

Como la de las uvas, mantenemos nosotros, desde hace tiempo, otra costumbre para saludar al año nuevo. Justo tras las campanadas, cuando al fin terminamos de comernos la última- comemos cada una con tranquilidad y sin prisas, de manera que todos los años terminamos cinco o seis minutos después de la última campanada, cuando ya hay alguien - La Oreja de Van Gogh, Davis Bisbal, Ana Torroja o cualquier otro semejante- cantado una de esas canciones que suenan siempre igual-; cuando al fin terminamos con las uvas, decíamos, abrimos un libro de Cunqueiro, uno cualquiera, y leemos un buen rato. Cunqueiro es lectura para cualquier día del año, para cualquier estación, para cualquier hora, pero no imaginamos otra mejor para recibir a un año recién nacido. Son las de sus libros páginas siempre felices, cantarinas como un río, luminosas, llenas de vida y sueños, como la mejor de las sonrisas... Y ya que no de champán, cava o sidra, nos vamos embriagando dulcemente con sus historias, tan poéticas y fabulosas, y nos dormimos llenos de alegrías y esperanzas...


El de este año -centenario de su nacimiento- fue El descanso del camillero, que es un libro, al parecer, difícil de conseguir, y que nosotros encontramos, por casualidad y por internet, en una librería anticuaria de Olney, en U.S.A., muy cerca de Filadelfia, y por el que pagamos, hace un par de años, una cantidad que no voy a contar aquí. Está compuesto, como El envés y Laberinto y Cía -que también le editó Perucho en la editorial Taber-, por una  dorada gavilla de los artículos que publicaba en El Faro de Vigo cuando fue su director. Son, todos y cada uno de ellos, una maravilla. Dejo aquí unas líneas del prólogo:

"(...) Los temas saltan como los días, y los artículos son hijos más bien de mi sorpresa ante la fauna y la flora mundanal, el hombre -al fin, según el filósofo griego "el animal más extraño"-, y los rostros que toma en cada siglo, y las estaciones, las dulces sonrisas femeninas, y los grandes y pequeños trabajos humanos, que componen eso que se llama historia. Y el respeto a las verdaderas riquezas, el pan, el pensamiento libre, el vino, los sueños, el derecho a la limosna y al milagro, etc.

Había imaginado que este libro fuese iniciado con una carta dedicatoria al que allá en el siglo XVI fue obispo de Mondoñedo, fray Antonio de Guevara. Y no solamente por lo que aprendí en él, aprendí a escribir, sino porque conforme van pasando los años, me encuentro muy fiel a él -como Borges, por ejemplo-, en la invención de erudiciones, sin temor a ningún bachiler Rhua que salga diciendo que no hay tal griego, que tampoco sabio chino dijo tal verso, y que en la "Heimskringla" no muere de amor ninguna doncella rubia... Al final, con nuestras invenciones, damos un rostro más complejo del mundo, y por ende más veraz. Le prestamos gratuitamente imaginación a quien no la tuvo, y componemos la imagen de un hombre o una edad, yendo más allá de la figura o la crónica, a buscar perfiles y sombras en el fondo de los espejos, o en la memoria parpadeante de las estrellas. Y al final, resulta siempre -y en esto hablo como ajeno a mí, como si predicase de otros-, que hemos ancheado el mapa de la sensibilidad humana, hecho inteligibles muchos misterios, inventado nuevos secretos y formas de azar, y encendido lámparas a cuya luz se ven claramente las urdimbres de los tapices donde se figuran los sueños... Puedo pedir, pues, desde este rincón, que mis invenciones sean aceptadas por sí mismas, por su coherencia con el tema. Y que se vea bien que se scherehadiza siempre un poco en cada capítulo, aun en aquellos de la más profunda y melancólica gravedad. ¿No tiene pena de la vida quien en la larga noche no sepa decirse un cuento?

Por otra parte, los primeros romanos que llegaron a Galicia, mi enorme y antiguo y lejano reino, cuando pisaron la ribera del lento río Limia, creyeron estar  a orillas del Letheo, el río del Olvido, tan funesta agua que aquel que la cruzase, quedaría para siempre vagante amnésico por el mundo, sin saber de patria, sin lengua, sin memoria de mujer e hijos... Por si esto fuese de algún modo verdad, yo he querido poner del otro lado del río, este haz de noticias a salvo. Como quien en cabaña de monte nevado, conserva el tesoro del fuego.

A. C.

Mondoñedo, marzo de 1970"



domingo, 1 de enero de 2012

El año nuevo y yo

Justo en el mismo instante en que entraba el año nuevo, lo hacía yo a la casa de mi suegra, después de un largo día.

Hagamos, pues, para explicarlo, una suave analepsis, y contemos este.

Amanecimos en casa, más o menos descansados después del viaje de las Asturias de Oviedo, que diría Cunqueiro, donde pasamos la Nochebuena y la Navidad. Siempre hacemos lo mismo: antes de continuar camino hacia Úbeda pasamos por casa, a ver si sigue en pie, si hemos dejado la puerta abierta, o algún grifo, si han entrado los ladrones o se ha desplomado el aparato de aire acondicionado sobre algún paseante. También aprovechamos para poner una lavadora, hacer alguna compra -chocolates Amalia, pastas de Conchi, algún regalo postergado...- y descansar unas cuantas horas. Pasamos allí una noche y a la mañana siguiente, esta que ahora cuento, nos subimos de nuevo al coche y bajamos más al sur.

Sin embargo, en esta ocasión todo resultó algo más tortuoso. Cuando bajamos al garaje, cargados de nuevo con maletas, bolsas y paquetes, nos encontramos con que unos cacos se habían colado en él y habían roto algunos cristales de algunos coches, entre ellos uno del nuestro, para los amantes de los detalles exactos y para el parte del seguro, el trasero de la parte izquierda.

Nos contó luego la policía que es el delito de moda en la ciudad, que buscan en los maleteros regalos de Reyes que la gente guarda allí para no tenerlos en casa. A nosotros no nos faltaba nada, porque en el maletero no había nda más que unas botas de A. y un chaquetón, y los discos, revueltos y tirados sobre las alfombrillas, se ve que en estos tiempos de piratería no les sirven de nada. Me robaron, eso sí, la bicicleta, que guardo detrás del coche, apoyada en la pared. "¿Tiene usted una foto?", me preguntó uno de los policías. Se me pasó por la cabeza contestarle que sí, que llevo siempre una en la cartera, al lado de la de mi hijo, pero solo le contesté que no. Y se la describí: "Negra, comprada en el Decathlon, sencilla, humilde, con muy pocos piñones..."


Antes habíamos avisado a los vecinos, entre ellos a P., que es nuestro corredor de seguros, y tratamos, con su ayuda, de arreglar el estropicio para poder continuar nuestro viaje lo antes posible. Pero la mayoría de los talleres estaba ya cerrado en espera del nuevo año y costó bastante dar con uno que, al parecer, estaba disponible. Cuando al fin llegamos allí, lo encontramos con el portón cerrado y nos habríamos ido de no ser por un hombre que nos avisó de que estaban los mecánicos almorzando y que no tardarían en volver. Efectivamente, aparecieron a los cinco minutos, dos muchachos joviales y animosos que, aunque no tenían el cristal para nuestro coche, me aseguraron que me harían un arreglo provisional, con plástico vinilo, y que podríamos viajar sin problema alguno. "Tendremos que ir más despacio, supongo", les comenté. Me contestaron que no, que la única molestia sería el ruido... Aspiraron los cristales desperdigados por todo el coche, me explicaron el método de los ladrones para romperlos sin hacer ruido y procedieron a pegar el plástico vinilo. Cuando terminaron, me despedí de ellos con grandes muestras de agradecimiento...

Cuando llegué de nuevo a casa, con ese parche en el coche, había llegado la policía, que hablaba con el resto de vecinos damnificados. Llevaban un pequeño micrófono colgado del cuello y le iban pasando la información que les dábamos a la comisaría. Fue entonces cuando me preguntaron por la foto de la bici y yo no les contesté lo que se me cruzó por el pensamiento.

Después de un rato declarando, salimos al fin. A 50 por hora sonaba el plastico vinilo como si lo estuviesen azotando todos los vientos de los cuatro puntos cardinales; a  60 le comenté a P. y a A., animoso, que era como si fuésemos en barco velero y que íbamos a llegar a Úbeda marineros y con las ropas cuajadas de sal; a 80 el plástico vinilo se despegó con ruido estruendoso y se perdió volando sobre la carretera, cielo arriba...


Dimos la vuelta, volvimos al taller, que ahora estaba cerrado sin remisión, llamamos al seguro, nos desesperamos un rato... De nuevo en casa, descargamos las maletas, bolsas y paquetes y como ya era la hora, nos fuimos a comer.

Finalmente, nos dejaron su coche J.C. y L. El lunes o el martes yo volveré a Albacete desde Úbeda, les devolveré el coche, arreglaré el nuestro y haré de nuevo el camino del sur.

El viaje lo hicimos ya un poco tensos y cansados. Sin cambio automático y con el sol muy bajo, tal que un ojo ardiente que estuvo deslumbrándonos todo el tiempo. Como a esa hora del crepúsculo, en estas fechas, acostumbran a volver a las almazaras los lentos tractores de los olivareros, y yo iba conduciendo de oídas, a cada paso me imaginaba que nos íbamos a llevar por delante a alguno de ellos, repleto de aceitunas... Afortunadamente no fue así y llegamos con bien, aunque algo cegados.

Cenamos todos juntos y cuando ya esperábamos las campanadas, comenzó P. a quejarse de que le dolía la cabeza. Como no teníamos qué darle, salí en pos de la farmacia de guardia. Estaba el pueblo precioso, sin un alma pero con todas las ventanas y balcones iluminados. No pasaba ni un coche. En diez minutos todo se llenaría de ruido, comenzarían a salir coches de todas partes y grupos de jóvenes se deslizarían por las aceras dando grandes voces... Por esa razón resultaban, aquella soledad y ese silencio, tan preciosos... Pensé que me iba a coger, el cambio de año así, paseante solitario en mitad de la ciudad vacía... Y no me pareció mal que así fuese, sabiendo que los míos estaban abrigados, sanos ( lo de P. con un chute del Junifén que llevaba en la mano se le pasaría en un santiamén) y felices. Pero no. Sonaba la primera campanada justo cunado cruzaba la puerta de la casa. El año nuevo y yo, sincronizados... Ya veremos luego...