jueves, 29 de marzo de 2012

Crónicas hospitalarias IV (y última)

Tras la operación, pasó la tarde muy ricamente mi padre, con las visitas de mi tío J. y mi prima M. J. A mi tío no paró de decirle que lo veía muy mayor -son, más o menos, de la misma quinta-, y de recomendarle que se debía de instalar él también un marcapasos, que se encontraba uno con él estupendamente, que se respiraba mejor... Y eso mismo nos contestaba a nosotros, cuando, cada dos minutos más o menos, le preguntábamos cómo se sentía, si era verdad lo que todo el mundo nos había dicho, que la mejoría era instantánea... "Me encuentro es-tu-pen-da-men-te", nos respondía cada vez más harto de nuestra insistencia.

Pero no era verdad que la cosa fuese tan bien... A la mañana siguiente, después de una hora esperando para aparcar, me encontré la cama de mi padre vacía, y a mi madre sentada al lado, muy pequeña, esperándome. El marcapasos se había movido, y no estaba funcionando correctamente, de manera que habían tenido que subirlo de nuevo al quirófano...

Fue otra hora en aquella extraña sala, pero en esta ocasión fue una hora mucho más larga. Había más nieve en el Aramo, nieve de marzo, tan breve como la vida de los hombres, pensábamos, y nos paseábamos arriba y abajo buscando pensamientos más positivos. Fue difícil, porque a las personas que esperaban por otra intervención llegaron a decirles que había muerto su pariente, y a punto estuvimos nosotros de ponernos a llorar como ellos, y sin saber quién fuese, nos dolió en el alma esa muerte. Una señora tomó el teléfono móvil y comenzó a llamar a todos sus conocidos y familiares: "Belinda, murió...Con lo que a ti te quería..."; "Isolina, murió... Sí, hija, sí, tú estáte tranquila...  Yo estoy tranquila (sollozos)..."; "Avelino, murió..." Así hasta veinte veces.

Al fin nos llamaron, y volvieron a decirnos que de nuevo estaba el marcapasos en su sitio, y que era cosa rara que no les hubiese quedado bien a la primera, pero que ya estaba solucionado. Volvió a salir el cirujano, esta vez por una puerta más alta, me pareció a mí, y estuvo con nosotros un tiempo mayor -dos o tres segundos más que el día anterior-, para decirnos que esos imponderables suceden raras veces, pero que de todos modos había vuelto a quedar muy bien instalado, y que lo habían probado y eran los parámetros muy buenos, y que si a la mañana siguiente todo continuaba igual, le darían el alta...

Y así fue. El viernes, muy temprano, pasó el doctor Cubero, y su ayudante el doctor Federico Pun Chinchay -juro que no es invención, así consta en el informe y quien quiera allí puede consultarlo-, y con unas palmaditas en la espalda le dieron la bendición médica a mi padre y nos dijeron que ya nos podíamos volver a casa. 

Abandonamos el hospital como los chiquillos el colegio al mediodía.




Crónicas hospitalarias III

La sala de espera de la planta de los quirófanos era un poco rara, semicircular, con forma de gajo, y se accedía a ella por un pasillo tan estrecho que se te encogía el alma todavía más. Varias sillas de plástico, unidas por una barra como en las gradas de un polideportivo, una puerta que daba a las escaleras de atrás -por si la cosa no sale bien, supuse-, y una ventana muy estrecha por la que se podía ver -y este era el único consuelo-, el Aramo aún con nieve, un campo de fútbol y la iglesia de El Cristo, pintada de un color salmón muy poco espiritual. Ese era todo el mobiliario.

Después de una hora en ese lugar, alguien nos llamó desde el otro lado de ese pasillo inquietante, con grandes voces, como se llaman entre sí las pescaderas en los mercados. Una enfermera nos comunicó que todo había ido bien y que en breves segundos el cirujano -el doctor Cubero, el de las mil horas de vuelo- saldría a hablar con nosotros. Efectivamente, al poco el cirujano salió por una puerta muy pequeña en la que no habíamos reparado, nos dijo que todo había discurrido estupendamente y se volvió a meter por la misma diminuta puerta, todo tan fugazmente que nos quedó la impresión de haber asistido a un truco de magia o de guiñol...

Al rato apareció, por otra puerta distinta -aquello ya estaba pareciendo una comedia de enredo-, una aguerrida mujer que nos explicó, muy despacio y en voz muy alta, tal vez porque le pareciésemos mi hermano y yo sordos o con cara de lelos, las precauciones que debe guardar una persona con marcapasos, y nos entregó un librillo de instrucciones como los que traen los microondas y otros electrodomésticos, y un carnet de portador de marcapasos. Antes de entregarnos este, lo alzó en su mano con gran solemnidad y nos encareció que realizásemos varias fotocopias de tan importante documento, porque si mi padre lo extraviaba no le iban a dar otro. Yo, para relajar un tanto la tensión dramática, estuve a punto de contestarle que no se preocupase, que así lo haríamos, pero que nos dijese también en qué establecimientos hacían descuentos con ese carnet... Pero me callé, porque yo esas cosas las pienso pero nunca las digo.

Luego sacaron al fin a mi padre -por otra puerta diferente, claro-. Salía contentísimo y hablando sin parar, no sé si por el efecto de la anestesia y los calmantes, o por la alegría de continuar vivo tras pasar por semejante lugar. Sin embargo, como le habían quitado la dentadura postiza, casi no se le entendía nada. "Papá, descansa un poco", le aconsejamos. "¿Descansar? Si yo no estoy cansado. Me encuentro estupendamente".

El celador que empujaba la camilla también resultó ser un viejo conocido, y también llevábamos sin vernos más de treinta años. Jugamos mucho al fútbol juntos en aquellos años. Mientras bajábamos en el ascensor nos dimos sintética noticia de nuestras vidas. Sin hacernos caso, mi padre seguía hablando y creo que lo que decía era que le había explicado el cirujano que ahora no podíamos darle nosotros ningún disgusto ni tampoco llevarle la contraria.






miércoles, 28 de marzo de 2012

Crónicas hospitalarias II

No fue el lunes, como habíamos imaginado; tampoco el martes. Ese día lo vinieron a buscar para medirlo y pesarlo ("¿Me vais a mandar otra vez a la mili?", le preguntó a la enfermera) y nos comunicaron que el miércoles por la tarde le pondrían el marcapasos. También hablamos, mi hermano y yo, con el cardiólogo, doctor Cubero, que nos atendió en una sala diminuta y nos dijo que ya sabíamos lo que era eso -yo estuve tentado de decirle que no, que yo prácticamente no sabía nada de nada- y nos abrió la puerta invitándonos a salir con gran cortesía. "¿No es una intervención muy complicada, verdad?", le rogué que nos tranquilizara. Con la mano en la puerta, nos dijo que siempre que se mete uno en un quirófano, pues bueno, quién sabe, pero que si eso nos serenaba, del mismo modo que la pericia de los pilotos se mide por sus horas de vuelo, llevaba él ya muchas poniendo esos artilugios sobre el corazón de las gentes... Así que salimos de allí, mi hermano y yo, con un lema: "Cubero, mil horas de vuelo...", que fuimos repitiendo, como un mantra, pasillo adelante.

Ese mismo día le dieron el alta a Gelín, lo que dejó un tanto mohíno a mi padre. No habían pasado ni dos horas, y ya entraba en la habitación un nuevo inquilino. Mi madre y yo le dimos las buenas tardes muy sonoramente. Se dio la vuelta el hombre, que estaba sentado en su cama, de espaldas a nosotros, nos miró con fijeza, pero no contestó nada. Era un hombre mayor, con cara de nuez. Ese primer contacto nos espantó. "A lo mejor, -pensamos- se levanta en mitad de la noche, y estrangula a papá". Luego se puso el hombre unas botas negras muy deformadas y se fue al baño, en el que estuvo más de media hora.

Algo más tarde llegó su hija, con una mirada menos feroz, y nos contó su historia: llevaba el hombre dos traqueotomías, un cáncer de próstata y varios infartos. También estaba allí para un marcapasos.

Cuando nos íbamos, levantamos la mano, como los indios sioux en las películas, y ya el hombre de la cara de nuez, con la mirada más dulce, levantó también la suya para despedirnos.

martes, 27 de marzo de 2012

Crónicas hospitalarias I

La planta de cardiología del Hospital de Oviedo es un sitio muy tranquilo. No podría ser de otra manera. No estaría bien alterar a quienes tienen el corazón doliente. Mi padre se lo recomienda ahora a todo el mundo.

Yo tenía miedo de que se desanimase al ingresar en un hospital, él que solo los conocía hasta ahora de visita. Pero no, se instaló allí muy desenvueltamente. "¿Cómo estás?", le preguntábamos cada dos minutos. "¿Yo?Pues muy bien. Como en casa". Ayudó mucho el que el compañero de habitación resultase ser un viejo conocido, Gelín, un hombre de aspecto muy saludable y diagnóstico incierto o muy incierto. Cuando se reconocieron dieron grandes muestras de contento, y al entrar cada mañana a verlos, los encontrábamos de charla, tan a gusto, como dos estudiantes que compartiesen habitación en una residencia universitaria. 

Gelín atesora un informe médico que es una sucesión de catastróficas desdichas. Un infarto, una válvula inutilizada y otra casi ya, un accidente en la mina que lo tuvo en la uvi varias semanas, una infección general que lo hizo entrar en coma, una accidente de tráfico que le devolvió a la uvi de nuevo...Nadie lo diría al verlo, moreno, firme, sonriente, parlanchín... Pero así es. 

Todo ese historial tremebundo e inverosímil nos lo fue contando poco a poco, con el orgullo de un superviviente, en los días largos que pasamos allí. Y nos dejaba muy melancólicos, pero también nos hacía ver lo afortunados que hemos sido hasta ahora, y nos sentíamos agradecidos por estar allí por tan poca cosa, y nos entraban unas ganas enormes de abrazarlo a él, a nuestro padre, a las enfermeras que por allí pasaban...

Una de ellas, muy resuelta y apretada, que llamaba vida a todos sus enfermos, la segunda tarde se dirigió a mí con firmeza: "Tú estudiaste conmigo", declaró rotunda. "Pues no creo", le contesté, "yo soy de letras...". "Sí, pero estudiamos juntos en 2º de BUP", insistió. Y entonces la vi, casi treinta años atrás, morena y no rubia como hoy, con el pelo largo entonces y no corto y recogido como ahora, sin esas gafas rojas tan modernas y con dieciséis años... Nos dimos dos besos, recordamos a algunos de los curiosos profesores de aquel curso, me dijo que ahora estaba más guapo que entonces, le dije que cuidase bien de mi padre... Lo que no le dije es que me acordaba perfectamente de que mi amigo J.C. estaba profunda y desesperadamente enamorado de ella, un amor sin remedio ni esperanza y que de quien yo guardaba memoria era de S. H. S. , su compañera de pupitre, que nos tenía a todos al borde de la taquicardia con las minifaldas extremas que lucía y aquellas piernas suyas tan largas como ríos amazónicos... Eso no se lo dije... 

Teníamos aquel curso dieciséis años y de todo ello han pasado ya, quién lo diría, casi treinta años.



lunes, 26 de marzo de 2012

El corazón es un reloj

Andaba el corazón de mi padre como el viejo reloj que tienen en su salita y que los ha acompañado, desde que se casaron, en cada vaivén y mudanza.

Es un reloj centenario, de péndulo y pared, que da las horas muy sonoramente, y en ocasiones, cuando se acuerda, también las medias. Todos los lunes tiene mi padre que darle cuerda, con una pequeña llave oxidada, para revivirlo, porque ya al final de la semana comienza a desmayarse un poco, y suena muy lento y grave, y hasta se retrasa unos minutos.

En el centro de la esfera, casi medio borrado ya, se adivina el nombre del maestro relojero que lo compuso: Nicasio Fernández. Las primeras sílabas del nombre ya han desaparecido, camino del olvido. Los números que señalan las horas, sin embargo, se mantienen aún rotundos, nítidos, bien perfilados... El tiempo siempre gana...

Justo debajo de ese nombre que se va borrando, hay dos orificios, para darle cuerda y que no se pare.

Pues más o menos como este reloj se le estaba volviendo el corazón a mi padre, desmayándose poco a poco, latiendo cada vez más despacio... De manera que se lo han llevado al hospital para ponerle un marcapasos, que viene a ser lo que él hace con ese reloj tan antiguo todos los lunes: darle cuerda al corazón.

Y, claro, hasta allí me he ido yo, a estar a su lado...

viernes, 16 de marzo de 2012

Libros y morcillas

La otra tarde, mientras curioseaba entre los libros de la feria, aparecieron dos pícaros de setenta años, oliendo a vino peleón, con una bolsa de plástico en la que llevaban un par de morcillas, un chorizo y unas tripas, que trataban de vender a los libreros. 

Las colocaban encima de las novelas desencuadernadas y los libros de esoterismo, y les decían: "Aquí tiene usted lo que me había encargado. Lo mejorcico de la sierra...

El librero los miraba arqueando las cejas y les contestaba que él no había encargado nada a nadie. 

Entonces le replicaban los pícaros: "Eso es que nos hemos equivocado de caseta. Claro, como hay tantas y es esto tan largo...", y levantaban el bastón para señalar lo extenso del paseo, como generales que apuntasen hacia el enemigo. 

Pero no se movían del sitio ni levantaban la bolsa de encima de los libros, sino que la abrían aún más para mostrarle al librero lo lustroso de su mercancía, y sacaban de ella sus embutidos, todos de un color verdinegro sospechoso y triste, y después de hundir sus narices enrojecidas en lo más profundo de esas chacinas, intentaban acercárselas a las del librero, para que gozase él también de semejante aroma y se le hiciese la boca agua. "Si huelen así, imagínese usted cómo sabrán, lo que será tenerlos dentro de la boca...", y los dos pícaros salivaban con gula, voluptuosos.

En esta feria se encuentran tantas novelas dentro de las casetas como fuera de ellas.




miércoles, 14 de marzo de 2012

Un hombre listísimo

Hace unos días, hizo su aparición el dueño de Mercadona y, encumbrado sobre todos los millones que ha ganado este año, se dirigió a los españoles.

Dijo, entre otras muchas cosas, que deberíamos todos aprender de los chinos, de su capacidad de trabajo y sacrificio. Me habría gustado preguntarle si también deberíamos convertirnos en una dictadura comunista.

Habló luego de la reforma laboral, y declaró que él habría ido mucho más lejos. Esto a mí me pareció una gran grosería, como quien sale a la palestra a proclamar que es él el que la tiene más grande...Y además, me pregunté, si con la que ya había le ha ido tan bien, ¿a dónde quiere llegar?, ¿hacia el infinito y más allá? 

Y lanzado ya, expresó su convencimiento sobre la necesidad de reformar profundamente la sanidad y la educación públicas, asuntos de los que debe atesorar tanto conocimiento como de la comercialización del papel higiénico, los muslos de pollo y los pimientos morrones.

Como opinó de tantas cosas, a mí me quedó la desazón de no haber estado presente en esa rueda de prensa, para que me leyese la mano o algo parecido y me dijese si nos va a tocar la quiniela algún día, y cuánto.

No sé. Aquí, en cuanto uno tiene algún éxito, si no es muy listo, se cree un gurú de la economía y hasta de la existencia humana... Yo, por mi parte, ya no voy a volver a esos supermercados, porque me va a dar una impresión muy fuerte cada vez que me acerque a la entrada de uno de ellos, como si estuviese ante el umbral de Oxford o Cambridge... Así que, como ya estamos haciendo desde hace un tiempo, visitaremos cada vez más las pequeñas tiendas del barrio, donde el panadero se dedica a amasar el pan, el charcutero a sus chuletas, el pescadero a sus pescados y la frutera a su árboles y sus huertos y ninguno de ellos a pontificar sobre nada...


martes, 13 de marzo de 2012

Historias encadenadas

El primer día que aparecí por la feria, la tarde del viernes y recién inaugurada, el primer libro en el que posé los ojos fue Quizá nos lleve el viento al infinito. De esa novela, al igual que de La isla de los jacintos cortados o La princesa durmiente va a la escuela, tenemos muy buenos recuerdos. A su autor, en cambio, hoy me parece que se le tiene un poco olvidado (de hecho, aparecer entre las casetas de esta feria es señal inequívoca del olvido de las gentes) y, en el mercado de valores literarios, cotiza poco. Guardamos memoria maravillosa de la lectura de esos libros, llenos de una rara fantasía, de un ingenio y un humor limpios y felices que era muy raro encontrar en otras novelas de la época.

Y me acordé entonces de un artículo de Vicente Molina Foix sobre la saga de los Torrente, donde se daba cuenta, sobre todo, de la figura del hijo, que además de escritor, fue, al parecer, ladrón de guante blanco, estafador y trilero. 

Y ese artículo nos llevó inevitablemente al episodio que cuenta Vicent en su Aguirre, el magnífico -        personaje este del que había dos libros en la feria, uno de poemas y otro de memorias sobre sus años de director general de Música- en el que se narra cómo, en plena tertulia literaria en casa de Torrente -con Cela, García Hortelano, Rosales, Ridruejo y alguno más-, se aparecieron dos candelabros de plata y un copón de oro lleno de hostias bajo la cama de Gonzalito, y  cómo llamaron entonces al cura Aguirre, para que fuese y contemplase el milagro, y cómo este, tras consagrar aquellas santas formas, por si no lo estuviesen, les hizo comulgar a todos aquellos escritores, de rodillas, para después devolverlo todo a la iglesia correspondiente...

Vicent habla, irónicamente, de milagro, y al llamar Gonzalito al hijo de Torrente, puede pensarse que se trataba de un crío y que aquel hallazgo fue realmente algo inexplicable y maravilloso. Sin embargo, el artículo recuerda que a Gonzalito siguieron llamándole así cuando ya hacía mucho tiempo que había cumplido los cuarenta, y, tras relatar algunas aventuras más de este señor, ese misterio de las sagradas formas y el oro bajo su cama queda completamente desvelado.

Gonzalo Torrente Malvido

lunes, 12 de marzo de 2012

Feria del Libro

Tan segura como la llegada de las estaciones ha aparecido, un año más, la Feria del Libro. Como los vencejos de Unamuno, esta feria de libros huérfanos y polvorientos no falta jamás, y justo cuando están a punto de brotar las hojas nuevas de los plátanos, levanta sus casetas prefabricadas y las llena de viejos libros. Es, por tanto, una cosa natural, orgánica, viva. 

Como los circos, llega con su troupe de libreros, por los que, a pesar de su aspecto fatigado, no parecen pasar los años. Allí está el viejo anarquista con su apolillada chaqueta de lana, y unas casetas más allá el hombre pequeño y frágil que no para de fumar y de toser, todo al mismo tiempo, y a su lado, pared con pared, la dama educadísima de cerrado acento valenciano. Son siempre los mismos, como son casi idénticos los libros que traen y exactamente los mismos los hombres oscuros que rebuscan entre los rimeros de esos ejemplares desahuciados, descatalogados e imposibles,  y los señores pulcros con un papel arrugado en las manos, en el que llevan apuntados los números que les faltan para completar esta o aquella colección de tebeos...

Y nosotros también, como ellos, como cada año, por el vicio de los libros, nos acercamos allí sin saber ya qué buscamos porque lo que encontramos ya lo tenemos. Sin embargo, nos alegra encontrar títulos muy queridos (Merlín y familia, La isla de los jacintos cortados, Los tres cuadernos rojos...), y pasamos la mano por sus cubiertas fatigadas, agradecidos y soñadores, y nos volvemos para casa con las manos vacías. Tal vez, en la próxima visita...



viernes, 9 de marzo de 2012

La novela como fuente de conocimiento

He terminado ya  Años lentos. Durante un par de días, he vivido buena parte de ellos en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, en lo últimos años del franquismo. Y hoy conozco muchas más cosas sobre ese lugar y esos años que si hubiese leído cualquier libro de historia, cualquier ensayo sociológico. 

Y es que, para conocer cómo son las cosas, nada mejor que una novela. Cómo son, cómo han sido y cómo serán.

Tuve un amigo que, cada vez que en el colegio nos mandaban leer una, se subía por las paredes. Y no podía entender de ninguna manera cómo alguien podía hacerlo por gusto: "¿Qué te interesa a ti lo que les pase a unos personajes que no existen?", me reprochaba. El pobre J.C. siempre tuvo cierta inclinación por los papeles muertos, y se embarcó en los estudios de magisterio, no por amor a la enseñanza o a los zagales, sino por lo mucho que le interesaba la lectura del BOE, y las disposiciones, decretos y leyes educativas. Se sabía al pie de la letra todas las leyes que sobre la cosa educativa se han elaborado en este país desde la Guerra Civil. Luego trataba de discutir con nosotros los diversos apartados y hasta los subapartados, hecho que naturalmente acabó por distanciarnos y hasta nos obligó, en alguna ocasión, a rehuirlo cuando le veíamos acercarse calle abajo. Como no nos encontraba, se pasaba las tardes enteras en la biblioteca municipal de nuestro pueblo, con las narices pegadas a las amarillentas hojas oficiales. Habría hecho un buen papel en el Ministerio de Educación, sección archivos, pero acabó finalmente de maestro en la costa valenciana. Pero no era feliz porque descubrió que tan poco como las vidas de los seres de ficción que salían en las novelas,  así le interesaban las de los alumnos que le tocaron en desgracia. 

Como mi amigo J.C., a Pla tampoco le gustaban las novelas y llegó a decir que quien en su edad madura seguía engolosinado con su lectura, era irremediablemente tonto. Yo creo que era porque a él los dos intentos que hizo de escribir una le salieron regular. Sin embargo, a diferencia de mi amigo, a Pla sí le interesaba la gente, y los libros que escribió, dietarios, reportajes, biografías, artículos, viajes..., son maravillosos. 

Pla, evidentemente, se equivoca en esa afirmación, y mi amigo J.C. en ese desprecio y también en la profesión que fue a elegir. Porque es en las novelas donde se encuentra, mejor que en parte alguna, el conocimiento del mundo y la evidencia de que, por lo general, no hay quien lo entienda, y de que todo o casi todo es un misterio más o menos irresoluble. ¿Quieren conocer cómo era la vida en el País Vasco en aquellos años agónicos del franquisimo? Pues lean Años lentos. Al final, no solo sabrán eso sino que también habrán pasado un buen rato, que según Baroja es de lo que se trata.

N. P. (nota pedante): Digna de elogio la construcción narrativa, que combina capítulos a lo Lazarillo, en forma de confesión que el narrador le hace al autor para que convierta sus recuerdos en novela, y las notas de este para preparar la escritura, llenas de ironía. Ficción y metaficción (esto a J. C. ya lo sacaría de sus casillas) y como resultado una estupenda novela.


jueves, 8 de marzo de 2012

A vueltas con la lengua

Continúa el debate en El País y, claro, se pasa uno parte del día pensando en este peliagudo asunto de la lengua, y, melancólico y mohíno, se dice que sería mejor que ardiesen los periódicos todos, y con ellos las cadenas de radio y televisión, y la internet y sus redes sociales, denunciando algo mucho más grave, y que no es otra cosa que el uso retorcido y demoníaco -han leído bien, sí, demoníaco- de nuestro sufrido y riquísimo sistema lingüístico, al que, de un tiempo a esta parte, todos los políticos hacen decir lo contrario de lo que dice, y allí donde es negro, dicen blanco, y donde día, noche, etc., etc.

Sabios teólogos -esos seres fantásticos que estudian a Dios y sus adyacentes- han declarado hace ya mucho tiempo que lo primero que dio en hacer el ángel rebelde fue trastornar el significado de las palabras, para así confundir a las pobres gentes y, con ellas, el mundo, que desde entonces no hay quien lo entienda... Por eso lo de demoníaco, y por eso se colige que quien llama Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos al conjunto de medidas que están destruyendo, metódicamente, día a día, esos servicios que las gentes más humildes podían aprovechas hasta ahora, son, sin duda, cómplices del maligno, y que esa política suya que va a crear empleo dejando cada vez más parados por le camino, no es otra cosa que un gran aquelarre.

Y no es cosa de los de este o el otro partido, que ya hace muchos años que la gran reforma educativa no dejaba de hablar del espíritu crítico de los alumnos, y miren cómo está la cosa, cada vez todos más aborregados. Lo explica muy bien una carta al director en el periódico de hoy. Al parecer, todos los diputados del PP y del PSOE estuvieron ayer de acuerdo en no renunciar a una dieta de 1.823 de euros mensuales para alojamiento. También se pusieron de acuerdo en no aceptar la dación en pago de la vivienda. Así es como se sacrifican nuestros políticos en estos tiempos de zozobra, así es como se muestran austeros y así es como se ponen al lado de los débiles. 

La próxima semana vendré a contar aquí, para abundar en el tema, de qué manera entiende la austeridad, el sacrificio y la solidaridad nuestro presidente, ese señor misterioso y callado que se apellida Rajoy.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Una carta

Arde estos días, civilizadamente, una polémica en los periódicos -en realidad en uno de ellos, El País-, sobre el uso sexista del lenguaje. El académico don Ignacio Bosque ha tenido la santa paciencia de leerse nueve guías, publicadas por los sindicatos y otras instituciones sobre este asunto del lenguaje sexista, y tras hacerlo, ha escrito un informe en el que denuncia algunas majaderías que ha encontrado en ellas. Fundamentalmente, ese afán por usar el masculino y el femenino allí donde existe el masculino inclusivo y donde todo el mundo entiende que nos referimos tanto a hombres como a mujeres, a niños como a niñas, a chicos tanto como a chicas... Da muy ponderadas razones para negarse a aceptar semejante abuso que haría muy dificultosa la comunicación, y denuncia el lenguaje político del "compañeros y compañeras", "españoles y españolas", etc., etc.



Ese informe, que han firmado todos los académicos, ha sido muy contestado, y llevamos cuatro días con réplicas y contrarréplicas en las páginas de ese periódico, en reportajes, columnas de opinión, artículos o cartas al director... La mayoría son muy sensatas, y aunque le dan la razón al profesor Bosque, también le avisan de que, desgraciadamente, aún existe en nuestra lengua, espejo de los que la hablan, rasgos machistas que estaría bien evitar...

Está siendo una polémica muy entretenida. Pero hay cosas mucho peores, e inquietantes. Ayer recibíamos, con la nómina, una carta del Director General de Recursos Humanos y Programación Educativa. El nombre del cargo ya resulta bien significativo, y deshumanizador. Este señor, José Jaime se llama, de apellidos Alonso Díaz-Guerra, tiene a bien comunicarnos que a partir del próximo mes ya no recibiremos más nóminas (¡horror!, ya no nos van a pagar, pensamos en un primer instante), porque quieren ahorrar papel y ser escrupulosos en el respeto al medio ambiente, y las van a colgar en internet (¡Uffff!, menudo alivio. Eso supone, entre otras cosas, que, de momento, piensan seguir pagándonos, nos decimos para darnos ánimos). Luego continúa, pasándonos la mano por el hombro, y nos recuerda los ímprobos esfuerzos que está haciendo el nuevo gobierno para poner orden en esta comunidad, y que han sido ellos los primeros en sacrificarse, eliminando algunos cargos - de los sueldos que cobran no dice nada, ni de las tres nóminas de la Cospedal, que no sé si las cobrará en mano, en un sobre que le llevará un propio hasta la puerta de su casa, o se las colgarán también en la internet-, por lo que no deberá molestarnos que el próximo mes nos vayan a reducir la soldada un 3%. Se despide muy afectuoso agradeciendo nuestra colaboración (???), y nos manda un cordial saludo. Bien.

Sin embargo, lo que me ha dejado espantado es cómo está escrita la carta de marras. Les copio su primera oración (?). Dice así: "Dentro de las actuaciones que el Gobierno de Castilla -La Mancha viene realizando en materia de gestión de los servicios públicos es el ahorro en los costes." Pues así, hasta el final. La verdad es que no sé cómo se las ha arreglado para que se le entienda. Yo creo que, pasado el sarampión de las vanguardias, uno ya es capaz de comprender cualquier cosa. 

Si un alto cargo no sabe ni siquiera escribir como dios manda, con unas mínimas nociones de gramática..., ¿a dónde vamos a ir a parar? Y no es esto lo más grave, sino el hecho de que este señor no sea consciente de ello y no la haya dado a leer, antes de mandarla a los miles de profesores de esta región,a alguien un poco más ilustrado. Pues estos son los que se ocupan de los graves asuntos del gobierno de esta comunidad.

Y encima continúa sin llover.


martes, 6 de marzo de 2012

Un libro hermoso y triste

Hace a veces uno el propósito de leer de modo metódico y lógico, y compone por ello listas de libros para ir leyéndolos disciplinadamente, uno tras otro, según el orden establecido. Sin embargo, rara es la ocasión en la que cumplimos semejante proyecto. Casi siempre se nos cruzan otros libros, inesperados, sin que nadie los haya invitado, que se cuelan con descaro en esa cola ordenada y, a codazos, desbaratan el plan que tan meticulosamente habíamos trazado.

Así nos sucedió con este, que nos lo encontramos una mañana sobre la mesa del departamento. Nos lo prestaron y, al llegar a casa, lo abrimos y allí se quedó, en la mesita de noche, desairado y mustio, el legítimo de aquella lista, que a saber ahora cuándo lo leeremos...



Cuenta este libro inesperado la vida de Jesús Aguirre, que aunque no llegó a alcanzar el papado, sí consiguió ser duque de Alba, y  vivir en este mundo sin poner un pie en el suelo, de palacio en palacio (Las Dueñas, Liria, Monterrey, Milán...). 

Aunque hay quien ha dicho, a propósito de esta biografía, que es una estampa cruel, a mí me parece  que el retrato es piadoso, hecho por un cronista honesto y fiel, que jamás se regodea en detalles escabrosos, y que pinta, a quien fue su amigo, de perfil, magnífico, cínico e infeliz, solitario por los larguísimos pasillos de esos palacios, con la suela de sus zapatos impolutos, fantasmal y dieciochesco, como una de esas sombras que acostumbran a salir en los espejos del Perucho...

Brillante, mundano y ambicioso, cambiando de amigos íntimos a cada rato, altivo con los inferiores y servil con los que ostentan el poder o estaban un escalón por encima de él, muy pocos tras su boda, fue, como todos, un pobre hombre. Acabó recluido en su gabinete, perdido en los pasillos laberínticos de los palacios de su mujer, que lo dejó morir solo.

Y detrás de esa figura que se va difuminando a medida que el libro avanza, como en un cartón de teatro, vemos pasar los años más negros del final del franquismo y el comienzo de la transición, los años de las últimas condenas a muerte y los detenidos que, según la versión oficial, se echaban a volar desde las ventanas más altas de la Dirección General de Seguridad; los de los asesinatos diarios de ETA o de la ultraderecha; los del 23-F y las sirenas de los coches policía...

Así se lee este libro melancólico y triste, en apenas unas horas. El libro que habla de un hombre que acabó convertido en un fantasma del siglo XVIII mientras la realidad, extramuros de palacio, no podía ser, áspera y terrible, más siglo XX.


lunes, 5 de marzo de 2012

Noticia de libros

A. y yo, por San Valentín, todavía nos hacemos regalos. Hay quien dice que es más satisfactorio regalar que te regalen. Es posible. Esta vez le he comprado un bolso que sabía que le iba a gustar. Efectivamente, me dio mucho gusto entregárselo, y ver la sonrisa que le iluminó el rostro. Aunque todavía no lo ha estrenado, no sé por qué. Sin embargo, casi tanto como esa sensación altruista, tan semejante que casi es lo mismo, fue mi contento cuando me dio ella a mí una tarjeta para canjearla por libros en la librería de Ax.

La he estado guardando, como un tesoro, durante todo este tiempo, y finalmente, este sábado me encaminé a la librería, con esa tarjeta a la altura del corazón. Pensaba gastarme solo una parte de su saldo, pero no fue posible. Desde sus anaqueles, con voz dulce e irresistible, me llamaron tres libros, tres, y tal y como está el mercado de estos volúmenes nuevos, aunque el regalo de A. había sido muy generoso, no solo  agoté mi crédito de una sentada, sino que tuve que añadir de mi bolsillo una pequeña cantidad.

Los libros que me hablaron y me reclamaron seductores como las sirenas a Ulises, para quien quiera saberlo, fueron los que siguen:

Años lentos, de Fernando Aramburu.
Mitologías, de W. B. Yeats.
Bluebird, de Vesna Maric.

El primero porque desde que leí los cuentos de Los peces de la amargura, soy gran partidario del señor Aramburu.


El segundo porque es un bello tomo de Acantilado que reúne los libros que sobre Irlanda escribió el señor Yeats y porque he decidido que será una lectura ideal para el verano (que ya no falta nada).


Y el tercero porque había leído cosas muy elogiosas sobre él, porque lleva un prólogo de Elvira Lindo y porque al verlo y tenerlo en las manos sentí una extraña vibración y se me pusieron los ojos en blanco, como a esas videntes a las que se les aparece la Virgen en El Escorial o cualquier otro pueblo serrano, y que suelen ser señales de que me aguardan, entre las páginas de los libros que me las provocan, placenteras horas de lectura.


 
Los tres traían, nuevos y flamantes, su faja: la del primero decía, muy escuetamente, que esa novela era la ganadora del premio Tusquets de novela de este año, editorial por cierto que edita todas las obras del autor; la del segundo  una cita de T. S. Eliot: "Uno de esos pocos escogidos cuya historia es la historia de su propio tiempo y que forman parte de la conciencia de una época que no puede ser entendida sin ellos", que yo casi ni entiendo por solemne, pedante y vana; y la del tercero, sacada de The Observer: "El relato chispeantemente divertido y conmovedor de una refugiada, rebosante de humor, perspicacia y un toque de rebeldía", que, palabra más, palabra menos, es lo que se suele leer del noventa por ciento de las novelas que se publican hoy en día. De manera que las cogí todas y las tiré a la basura, dejando a esos libros desnudos y puros, como decía JRJ que debía ser la poesía, solos ellos y yo bajo una lámpara. Ya les contaré.

viernes, 2 de marzo de 2012

235 marranos

Conté las cajas de cartón grasientas que estaban tiradas en la calle, en el paseo, al lado de los bancos que hay en él, y también las que se veían caídas sobre los escalones de la iglesia de la calle San Sebastián, muy próxima. Abiertas, vacías, con grandes lamparones como gabardina de pobre. Las conté y el resultado fue ese, 235 cajas que los adolescentes que se pasaron el día haciendo cola frente al Telepizza que tenemos frente a nuestra casa dejaron abandonadas en el suelo. También había, entre esos cartones tristes, restos de comida, los bordes de pizza que alguno de esos jóvenes no quisieron, y que también decidieron dejar tirados por el suelo. Esto sucede, cada año, una vez, cuando esa empresa decide vender esas tortas a un euro. Ese día, como el de ayer, las colas para entrar duran todo la jornada, porque se ve que cualquier hora es buena para comer esa clase de alimento. 

Yo, la verdad, habría llamado a los antidisturbios, y les habría dicho: "Ahora sí", pero no me habrían hecho caso, y seguro que hasta me habrían tratado como a ese señor de Gijón que llamó al 112 porque no querían servirle más copas en un bar. Lo urgente resulta a veces asunto muy relativo...

Pasó algo parecido hace una semanas, cuando se celebró en esta ciudad el Jueves Lardero. Yo no lo vi, que me lo contaron, pero al parecer dejaron los jóvenes el campus hecho una verdadera lástima, lleno de desechos, botellas vacías, bolsas y vasos de plástico y todo tipo de basuras y otras porquerías que es mejor no nombrar. Casualmente, ese mismo día estaba la policía poniendo bien calientes a unos muchachos valencianos que protestaban por la falta de calefacción en sus colegios e institutos, por las bajas de profesores que no se cubren, por lo escaso de los recursos... A esos sí que los visitaron los antidisturbios y les dieron una buena lección. Aquí, sin embargo, se les dejó marranear todo el santo día... 

Que los jóvenes se diviertan, que se emborrachen hasta perder el sentido es, al parecer, una gran cosa, y las autoridades no les estorban jamás esas actividades. Tampoco cuando se ponen hasta las cejas de comida rápida y dejan las calles hechas una mierda... Ahora, si se ponen tontos y empiezan a reivindicar derechos, eso sí que no se lo consienten. "Nene", parecen decirles, "¿es que no te dejo que te lo pases bien, que ensucies, metas ruido, grites y te mees en las esquinas todos los fines de semana y fiestas de guardar, además de sus vísperas...? Entonces, ¿a qué vienes ahora pidiendo cosas razonables?" Eso parece que les dicen...

Al día siguiente, como había muy pocos alumnos en las clases, que hicieron huelga, algunos trataron de que la clase discurriese por senderos menos académicos: "Profesor, lo vi ayer. Iba usted por el Paseo, yo estaba en la cola del Telepizza..."

Los fulminé con la mirada. "¿Y tú qué hiciste con la caja de cartón? ¿Fuiste tú uno de los 253 marranos que la dejaron tirada en la acera?" Cuando les contesté de esta manera, con mirada furibunda y voz tronante, se encogieorn como dentro de un caparazón, y, con un hilo de voz, acertaron a responder: "No, profesor, no, que yo fui a comérmela a casa". "Ah, bueno...", les repliqué. Y ya empezamos con la clase normalmente, que tocaba tratar los elementos lingüísticos de los textos narrativos...




jueves, 1 de marzo de 2012

El arte de reciclar

Gracias a este blog, los artículos de los jueves (un jueves al mes), se hacen solos. El de la semana pasada es, con alguna ligera variación, la entrada sobre Botín que hicimos hace ya varios días. Lo dejo aquí como esos conocidos de naturaleza pelma que siempre nos andan contando la misma historia, y todo lo que hacen o dejan de hacer, una y mil veces... Si no lo colgué en su día, debería dejarlo pasar y contar hoy cualquier otra cosa, pero se ve que es uno igual que esos pelmas, y no puedo dejar de hacerlo, es superior a mis fuerzas...


Imagen tomada de http://wwwvireta.blogia.com