lunes, 30 de abril de 2012

Amén

El viernes publicó Juan José Millás un artículo que vale por todos los periódicos juntos de estos últimos meses. Si alguien desease saber qué es lo que está ocurriendo en este país, con leer esas pocas líneas quedaría perfectamente enterado.


jueves, 26 de abril de 2012

El fútbol o la vida

Se acostó hace un par de noches P. muy apesadumbrado y mohíno. Estuvimos viendo el partido del Barça. Aunque a P. el fútbol le da un poco igual, y yo soy hincha del Sporting de Gijón,  es seguidor de ese equipo por mi culpa.

Como desde chico ha contemplado de cerca mi afición por este deporte -cuando había un partido importante en la tele no podía ver Bob Esponja-, uno ha ido tratando de convencerle de que el fútbol es un juego fascinante y de que en esta vida es muy importante no dejar de jugar, porque en el juego se aprenden muchas cosas de capital importancia. Y mientras P. crecía, qué mejor modelo que este Barcelona lleno de belleza, de elegancia y estilo... Me ayudaba la cara de niño de Messi, que Iniesta también tenga cierto aire infantil y sea de Fuentealbilla, las victorias que caían con una regularidad prodigiosa y nunca vista... En los partidos del Barça yo a mi hijo le daba clases de ética y estética. Y con el Sporting, hasta que llegó el malhadado Clemente, que hay que ser humilde, fiel a unas raíces, poseer cierta capacidad de sufrimiento y mucha paciencia cuando las cosas no salen como a uno le gustaría y no se sabe muy bien si el equipo de tu alma juega al fútbol o al rugby...

En otros tiempos, podría haberme servido como modelo el Madrid, pero ahora no. ¿Cómo se le puede enseñar a un niño lo que debe ser el deporte, y la vida entera, con un entrenador como Mourinho, un hombre aborrascado incluso cuando las cosas le salen estupendamente, un cascarrabias sin ética ni estética que va metiéndole el ojo a las pacíficas gentes por ahí como un chiquillo consentido y maleducado, lleno de rabietas? Un hombre que ni sabe perder ni sabe ganar, y que cuando hay una tanda de penaltis los sigue arrodillado. Por no hablar, claro, del psicótico Pepe, cuyo comportamiento es casi siempre para mayores de dieciocho años.

De manera que ayer se llevó P. un buen disgusto. "Ahora que ganamos nosotros al baloncesto -llevan tres victorias seguidas-, pierde el Barça", me dijo. Le consolé recordándole lo bien que nos lo habíamos pasado viendo el partido, lo emocionante que había sido, y lo que nos habíamos divertido explicándole a mamá la diferencia entre un penalti y una falta al borde del área y, sobre todo, el valor doble de los goles en campo contrario. Le expliqué que con el fútbol pasa como con ciertas películas, que acaban mal pero resultan maravillosas. "A veces, el fúbol es como el cine y la literatura, pasándolo mal, lo pasas estupendamente", le dije pedante. "Esto de hoy ha sido una tragedia, pero sin la menor importancia. Vendrán más partidos, cada año hay más de una docena de clásicos. Unos se ganarán y otros, en cambio, no". "Ya, esto es como cuando estás jugando a la wii y me mandáis que lo deje que tengo que ponerme a hacer los deberes...", me replicó. Y se acostó.

Me quedé yo también un tanto cabizbajo, y me metí en el estudio, a revisar la pequeña colección de libros de fútbol que atesoramos en un rincón: Fútbol a sol y sombra, de Galeano, - que es, además, una verdadera historia de América Latina-, las Historias del calcio de Enric González -lúcido y divertidísimo retrato del alma de Italia-, A mí el pelotón, -épico y hermoso- de Patxo Unzueta, Dios es redondo de Villoro, Scunthorpe hasta la muerte, - conozca usted la Inglaterra profunda- de Íñigo Gurruchaga, El fútbol, - delicioso- de Osvlado Soriano, El sentimiento trágico de la liga, -hilarante-de Iwasaki, La vida es un balón redondo, -tierno- de Vladimir Dimitrijevic, El fútbol tiene música, de Otín, Fútbol, dinámica de lo impensado, -libro del 67 del siglo pasado y que prefigura el ideario de Guardiola- de Dante Panzeri, La tribu, de Carlin, Futbol contra el enemigo, -  que estoy leyendo, fascinado, en estos días-de  Simon Kuper... Y pensé que, sin estos libros y sin el fútbol, yo sería, sin duda, una persona mucho peor...



martes, 24 de abril de 2012

Rrrrrrrrrrrrrr

Me ocurre a menudo. Hoy fue al comprar un nuevo teléfono móvil -el viejo, muy viejo el pobre para estos tiempos fugaces que nos llevan vete tú a saber dónde, llevaba ya un tiempo agonizando-; ayer, al hacer la factura en el taller; hace unas semanas, en un albarán de unos libros para la biblioteca... En todos esos documentos mercantiles aparece mi nombre así escrito: Enrrique

En cada una de esas ocasiones, podría haber levantado la mano, o carraspeado, y corregir el error: "Perdone usted, se escribe con una sola erre..." Pero no. Lo dejé pasar. Suena nuestro nombre, de ese modo escrito, más germánico aún, y se diría que nos da un carácter más cuajado y fiero: EnRRique... "¿Cómo se llama usted?", me preguntarían los alumnos, y yo contestaría, marcial y rotundo: "EnRRique", y naturalmente se cuadrarían al instante, firmes como reclutas... Claro que esto es un cándida fantasía, pues los alumnos ya no tratan de usted a nadie y hace tiempo que les interesa poco el nombre de sus profesores y maestros. Yo creo que dentro de bien poco ni siquiera sabrán qué materia le da este o aquel. De un día para otro se olvidarán. "Este del pelo blanco, este... ¿de qué es, de mate o de lengua?", preguntará alguno. Y sus compañeros, encogiéndose de hombros, no sabrán qué responderle: "Y yo que sé..."

Pero volviendo a lo que nos ocupaba: la próxima vez que me tengan que hacer una factura, un albarán o un contrato, le voy a pedir a quien lo redacte que le ponga a mi nombre todas la erres que pueda, no dos, sino tres o cuatro... "Se escribe con cinco erres", les diré muy serio.


lunes, 23 de abril de 2012

Profesionales y amateurs

Cuando mi hermano salía mucho por la noche, de un modo metódico y profesional, jamás lo hacía la de nochevieja, pues decía que esa era noche para aficionados.

Pues algo parecido me ocurre a mí con la compra de libros, cada año, en cuanto llega este día de san Jorge. Juro entonces que no voy a adquirir ninguno por mucho descuento y mucha rosa que te regalen, pues ya compramos más de los necesarios el resto del año. Sin embargo, a diferencia de mi hermano, que efectivamente todas las nocheviejas se quedaba en casa, uno siempre acaba por caer en la tentación , y pasamos por la librería y nos llevamos cualquier cosa, lo primero que nos llame la atención.




Lo que no hacemos es visitar la plaza del Altozano, donde ponen unos puestos portátiles, unas carpas donde organizan para la muchachada talleres de esto y de lo otro, un escenario, y unos altavoces en cada esquina por los que sueltan al viento músicas estridentes. Se llena de un gentío inaguantable que te obliga a ir dando codazos continuamente si no quieres que te los den ellos a ti. Eso no. Por la librería sí, pero por la verbena ni hablar...

Este año hemos vuelto contentos, pues nada más entrar nos encontramos con la penúltima novela de Vargas que la han sacado al fin en bolsillo, y la selección de los artículos del Córner inglés de Carlin. Son curiosas estas coasa. Ayer mismo no sabía que existiese este libro, pero después de leer, como cada domingo, esa columna de El País, estuve un rato fantaseando con la idea de que sacasen esos artículos tan lúcidos y divertidos en un tomo, que de esa manera siempre se leen aún mejor, y mira por dónde ...


Es, además, el tercer libro sobre fútbol que me compro en pocas semanas... A lo tonto y a lo bobo -y seguramenet esto no has sido dicho jamás con mayor propiedad-, me voy haciendo con una pequeña biblioteca futbolística muy apañada... Son, casi todos, libros maravillosos que demuestran cómo el fútbol se parece a la vida y que en un tiempo como el que corre seguramente solo se puede hablar con seriedad de él. Y te enseñan que, si uno cree que el mundo debería guiarse por cierta ética, da lo mismo que Mourinho gane en el Camp Nou; el bueno siempre será Guardiola...



jueves, 19 de abril de 2012

Llegar tarde

A las citas yo llego siempre muy puntual. Tan puntual que, en muchas ocasiones, llego antes de tiempo. A veces incluso mucho antes. De tal manera que mi voluntad de ser puntual, extremadamente puntual, tiene el efecto contrario y no llego jamás a la hora. Soy impuntual, aunque al modo inverso en que se acostumbra a serlo. Esto provoca que sea una de esas personas que no están jamás en el sitio adecuado en el momento preciso. 

Así en el artículo de hoy, que en lugar de ocuparme de la polémica del día, esa del Rey y los elefantes, lo dedico al asunto del retrato del señor Bono que, con tanto alboroto real, a quién va a importarle ya...

Sin embargo, por si hubiese por ahí algún desplazado e inoportuno como yo, lo traigo hasta aquí, aunque no con un enlace sino con un más rústico recorto y pego, por haber suprimido el diario, en su versión digital, la sección de opinión.


Grandes hombres, ilustres mujeres

Reconocer a un gran hombre, a un gran mujer, siempre ha resultado difícil. Piensen si no en Cervantes, con su pobreza a cuestas y al que sus contemporáneos jamás se tomaron en serio, o en Santa Teresa y todas las fatigas y angustias terrenales que le hicieron sufrir cuando andaba por los caminos de su siglo, en su labor reformadora.

Podría pensarse que hoy en día ya estos asuntos deberían ser distintos, pues con tantos medios de comunicación, con tantísimos periodistas y tertulianos, tan lúcidos, tan perspicaces y tan bien informados, descubrir al gran hombre, a la gran mujer, tendría que ser cosa de coser y cantar. Nos los traerían a casa, como la compra del supermercado, nos los meterían por los ojos y no deberíamos tener que hacer nosotros esfuerzo alguno. “Fulanito es un gran hombre”, nos dirían en el telediario; “Zutanita es una ilustrísima mujer”, afirmarían; y nosotros lo aceptaríamos de buen grado. El mundo marcharía así, qué duda cabe, con un orden y una jerarquía bien establecidos, no se cometería injusticia alguna y los pueblos serían prósperos e ilustrados.

Pero no. Existen gentes contumaces y perversas que no quieren darse cuenta de la grandeza de estos hombres y mujeres diferentes que cada siglo da como una cosecha afortunada, y que les niegan el pan y la sal, y provocan el desconcierto, la confusión y la infamia al no reconocerlos como lo que son: distinguidísimos varones, hembras preclaras.

Así está sucediendo con el desafortunado debate en torno al retrato de don José Bono. Les parece muy mal a muchos que se vayan a gastar unos miles de euros en pintar a este benefactor de La Mancha toda y del país entero, y lo critican en los medios, y hasta hacen mofa y befa de una tradición tan inspirada como esta de retratar y colgar luego en un pasillo del Congreso a los que han sido sus presidentes.

Es lamentable. Que un hombre que ha gobernado décadas una comunidad autónoma tan brillantemente que no hay ingeniero que no quiera venir a trabajar a una de sus provincias; que ha abierto aeropuertos, extendido vías de alta velocidad, creado facultades de esto y aquello en cada ciudad de esa región, y que, tras tan luminoso gobierno, ha llevado su benéfico modo de administrar la cosa pública al país entero; que quien ha realizado todas estas proezas sea puesto en la picota pública por el deseo legítimo de que las generaciones venideras guarden el recuerdo que se merece, esto no tiene nombre y es un vileza sin igual.

No un retrato, una estatua en cada pueblo se merece este señor, y si la estatua es aún más gravosa, bien gastados estarán todos esos dineros. Yo propongo que se le levante una en la plaza de Alcaraz, ecuestre y broncínea, a la manera de la de Pizarro en Trujillo, por estar ese pueblo muy cerca de su lugar de nacimiento, y ser plaza tan hermosa que bien se merece, para mejorarla, la estatua a caballo de un noble personaje.

En la de Almagro, en cambio, podría erigírsele otra, también ecuestre, a la manera de Don Quijote, y a su vera una del señor Barreda, cual su escudero. Y bustos y más bustos en cada pueblo que gozó de su buen gobierno, como la ínsula Barataria del de Sancho (aunque este por mucho menos tiempo).

A lo mejor es así como se debe proclamar a las gentes la grandeza de quienes nos gobiernan. No con retratos de miles de euros, sino con grandes esculturas,  con carteles enormes que valgan millones y colmen el espacio de nuestras plazas y las fachadas de los edificios.

De todos modos, afortunadamente, el retrato se va a hacer, y las generaciones futuras podrán recordar no solo al señor Bono sino a todos los que, sacrificados, valerosos y corajudos, han presidido el Congreso de los Diputados. Sin embargo, uno no confía mucho en las generaciones que han de venir, pues si se fija que entre la juventud del día muchos hay que no saben con claridad quién fue Francisco Franco, y lo que es aún más grave, tampoco Charles Chaplin o Cary Grant o Marilyn Monroe, pensar que los que vayan a sucedernos deseen saber quiénes fueron esos señores ahí retratados, me parece a mí de una gran candidez.

Efectivamente anda todo muy mal y torcidamente. De la misma manera que se reniega del gran hombre que se va (¿se irá de verdad?), tampoco se quiere ver el sacrificio enorme de nuestra actual presidenta. Una mujer que vale tanto que tiene tres sueldos porque no solo es grande e ilustre, sino también ubicua. Pues hay gente que no lo ve.




miércoles, 18 de abril de 2012

Cazar elefantes es muy peligroso

La gente tiene, qué duda cabe, muy mala voluntad. Fíjémonos, por ejemplo, en el pobre ministro de Hacienda, al que acusaban de promover una amnistía fiscal cuando lo que realmente había gobernado el hombre era todo lo contrario. Y tuvo que salir a los medios a deshacer semejante entuerto: amnistía, no, se quejó lastimero y herido, sino gravamen al dinero oculto, que es cosa muy diferente.

Ahora la han tomado con el Rey. Pobre monarca nuestro, cuánta incompresión, cuánta injusticia...

Anda el hombre -lo ha declarado muchas veces- tan preocupado con esta crisis galopante, piensa tanto en todos los jóvenes parados, que ha terminado por sentirse terriblemente estresado y es por ello que tuvo que buscarse algunas actividades que le relajasen un poquito.

Naturalmente, a un rey no lo van  a llevar a un karaoke; a un rey, lo mínimo es lo que han hecho, a saber, invitarle a África a cazar elefantes... Menos pienso yo que sería ridículo. Y se ha armado un gurigay y una zapatiesta de aquí te espero... Los de la mala voluntad otra vez, que quieren hacer pasar por irresponsabilidad e inconsciencia lo que es cosa bien distinta.

Menos mal que ahí están los hechos para desmentirlo. ¿Por qué creen que se descompuso la cadera a la peregrina hora de las cuatro de las mañana, hora de Bostwana? Pues porque andaba desvelado, por eso se rompió la cadera a las cuatro de la mañana; porque es tan responsable que no conciliaba el sueño pensando en todo lo que se había dejado aquí; porque andaba paseando por el campamento apesarado y triste, tratando de arbitrar una salida, por eso fue que no se fijó en el escalón y se tropezó.

Pensar otra cosa que no sea esta es gran malicia y muy mala voluntad. Lo mismo que no habernos dado cuenta de que no hay una amnistia fiscal, sino muy al contrario un gravamen para el dinero oculto, que se lo tiene muy bien merecido.

¡Qué país de desagradecidos!


P.D.Postsarcástica: Ha salido hoy nuestro monarca, en las teles, a pedir disculpas. Yo no había visto jamás cosa igual. Me recordó mucho a mi sobrino G., cuando sus padres nos cuentan delante de él alguna de su fechorías. Entonces, nos mira con media sonrisa y, avergonzado, pide perdón. Está, así, muy gracioso. Ahora, esta actitud, en un señor de setenta y monarca, pues no sé... Así que para quitarme el mal sabor de boca, dejo estos vídeos aquí debajo.




martes, 17 de abril de 2012

Semana Santa 2012 (Úbeda)

Jueves Santo

La abuela de A. contaba que un día, mientras se estaba poniendo las medias de lana, se le apareció Nuestro Padre Jesús, el que sale en la procesión del Viernes Santo y al que aquí llaman "de las Aguas". La familia, cuando contaba esto, le decía que no dijese eso, que no se lo contase a nadie, pero ella replicaba que por qué no decirlo, si se le había presentado de verdad. "¿Y qué te dijo, abuela?", le pregunatban sus nietas. "Nada, no me dijo nada. Solo me sonrió"

Esto me lo contaron mientras bajábamos por la Trinidad, yo pensaba que a  airearnos después del largo viaje y a tomar unas cañas, pero cuando me di cuenta estábamos en la calle Ancha, esperando el paso de una cofradía...

A mí, creo que ya lo he dicho alguna vez, las procesiones me resultan incomprensibles. Esto, naturalmente, no significa nada porque yo casi todas las cosas de este mundo las entiendo mal o con cierta dificultad. Pero en el caso que nos ocupa no logro entender, por ejemplo, cómo habiendo el hombre inventado la rueda hace ya largo tiempo, pueda nadie ponerse sobre los hombros esos tronos tremendos, y conducirlos después por toda la ciudad, destrozándose la espalda; o que algunos, además, lo hagan descalzos. Sin embargo, lo que menos me cabe en la cabeza es cómo se les permite salir y ocupar las calles a una porción tan grande de gentes encapuchadas, que no puede saber uno quién sea cada cual, con lo que eso conlleva de inseguridad ciudadana. Yo me imagino regentando un quiosco, u otro negocio cualquiera, y que me entre un penitente y ya pienso, cómo podría ser de otro modo, que me van a atracar... A mí, los penitentes me provocan cierto miedo, lo confieso, y no me fío un pelo de ellos...





Así que para no prestarles demasiada atención y sacudirme esos temores míos, mientras pasan al son de fúnebres trompetas y graves tambores, me distraigo mirando a la gente que, como nosotros, ha salido a verlos pasar, o preguntando para que mis cuñados me cuenten historias del pueblo, las novedosas o las viejas, eso me da igual.

- ¿Ya salió de la cárcel la mujer aquella que le cantaba una saeta en la calle Ancha a esta imagen y que había envenenado al marido?

Cosas así les pregunto, y de esa manera voy pasando el trago y la tarde.



Viernes Santo

Antiguamente, este día no se podía realizar trabajo alguno, ni siquiera en la casa, y se dejaban las camas sin hacer, y la comida había quedado enjaretada el anterior....

Los chiquillos, al oír esto, cerraron las libretas muy serios y se negaron a terminar los deberes...

Antes de comer salimos a ver la Humildad. Al parecer, hace años nadie quería pertenecer a esta cofradía, y se veía obligada la directiva a contratar penitentes mercenarios y también a los que hacían de romanos, que es tradición que desfilen delante de aquellos. Eran todos, por ello, gentes miserables, menesterosos, gitanos pobres... Iban muy mal vestidos, no muy limpios, y se comportaban, a veces, de un modo impropio. Tan impropio, que en el 76 disolvieron a esa desgraciada y triste legión.

Hoy, sin embargo, las cosas ya no son así, y van los romanos, de nuevo, muy relucientes, lustrosos y marciales, oro bruñido al sol sus cascos... Al verlos así, tan brillantes y galanes, con sus pieles y su botas altas, con sus cotas y esos cepillos rojos que lucen encima de los cascos, pienso que de penitente no, pero de romano..., de romano a mí no me importaría salir...



Sábado Santo

Sin procesiones pero con un montón de partidos de fútbol.

Domingo de Ramos

A P. la del Resucitado es la que más le gusta, y como el tito P. fue tambor en esa cofradía, anda en negociaciones con él a ver si un año puede salir en ella. Y la tita C. le anima, pues, con la práctica que tiene, poco tardaría en coserle una túnica, la capa y el capirote..., lo que quiera, le dice. Yo, de momento, no digo nada. Confío en el tiempo, que todo lo muda y  dejará -eso espero- estas promesas y deseos en tierra, en humo, en nada...







domingo, 15 de abril de 2012

Semana Santa (El camino del Sur)

Amaneció con lluvia y un cielo morado y penitencial , muy apropiado para un jueves santo. Mientras íbamos camino del desayuno, contemplamos de nuevo las murallas de la ciudad. Con unas murallas así, una ciudad ya tiene el prestigio hecho. Y pensábamos si no sería posible levantar unas parecidas, de cartón piedra, como en el cine, alrededor de aquella en la que vivimos. Al cabo de unos años, ya nadie se acordaría de su origen espurio, y se podría hacer una bonita mistificación que le concediese su pedigrí y su leyenda.


La taberna en la que entramos también estaba llena de fotografías de chuletones y lechoncillos, así que nos tomamos el café y las tostadas sin levantar la vista de la mesa y nos fuimos en seguida.

El viaje hasta Toledo fue precioso. Cruzamos el puerto de la Paramera bajo la lluvia. No había apenas tráfico y el paisaje no podía ser más hermoso. Pasamos el embalse de El Burguillo y los pueblos de El Barraco y El Tiemblo, cuna de grandes ciclistas. Y luego, ya en la provincia de Toledo, le fuimos contando cosas a P. de El Lazarillo al cruzar Almorox, Maqueda, Escalona, y también de don Juan Manuel, al pasar al lado de las ruinas del castillo donde nació...


Y ya entramos, pasada la imperial Toledo, en un autovía, la que aquí llaman de los Viñedos, y ya se deja de ver nada. Porque las autovías son a la circulación automovilística lo que la abastracción al arte: no ve uno nada; al contrario, las carreteras secundarias representan la tradición, el realismo perfilado y nítido. Viajando por ellas, cruzando por sus pueblos, se contemplan las casas, al cura saliendo de la iglesia, el ayuntamiento, a los vecinos que están paseando o van a sus afanes.

Así que de Toledo a Madridejos, tan solo media hora en la que solo se ven los letreros de los pueblos que van quedando al margen y que, ya digo, no se ven: Burguillos, Sonseca, Orgaz, Mora... Campo y cielo. Únicamente pudimos adivinar, apenas y a lo lejos, recortada en el horizante, la crestería de Consuegra, con sus molinos de viento antiguos y su castillo, tan pequeños en la distancia...


Y, como un río, desemboca esa autovía, y nosotros con ella, en la A-IV, que aún a esa altura iba cargadísima de madrileños...

Solo al llegar a Despeñaperros se hizo la circulación más fluida, seguramente porque es paso tremendo y lo cruza cada uno como puede, cada cual a una velocidad diferente, unos más atrevidos y veloces, otros más prudentes, y probablemente muchos se despeñen en una de esas curvas imposibles, caigan en uno de sus barrancos profundos y ya no los encuentra nadie jamás...




Al cruzar, nos paramos en un área de servicio. Aquello no parecía Andalucía, sino la cafetería de la ONU. Japoneses, alemanes, americanos del norte y del sur, británicos, holandeses..., todos rumbo a la semana santa sevillana o malagueña... A dos kilómetros de La Carolina había, aquella mañana, todo un mundo cosmopolita y variadísimo como en la mismísima isla de Manhattan...

Cuando llegamos a Úbeda, el cielo amenazaba lluvia y esta la buena marcha de las procesiones...



sábado, 14 de abril de 2012

Semana Santa (Ávila)

Para no pasar por Madrid, que entonces, miércoles santo, sí que estaría colapsada por todos los madrileños que todos los años, por esas fechas, abandonan su ciudad como quien huye de una catástrofe nuclear, decidimos, en nuestro viaje hacia el sur, hacer parada y fonda en la antigua ciudad de Ávila. Continuaríamos al día siguiente por Toledo y desembocaríamos en la N-IV a la altura de Madridejos, ya bien lejos de la capital.

Como llegamos muy pronto, cominos en el hotel y después de descansar un poco salimos a dar un paseo.



 
La primera impresión es que en Ávila han convertido el misticismo en pastelería. Vimos cientos, muchas más que iglesias o conventos, y en todos sus escaparates, muy bien iluminados, relumbraban con luz divina las yemas de Santa Teresa, los huesos de santo, las pastas, las torrijas, los hornazos...

Pastelerías, restaurantes y mesones, eso es lo que vimos en nuestro paseo. Los restaurantes resultaban todos menos apetecibles, pues prácticamente todos anunciaban con gran aparato tipográfico y unas estampas enormes y muy coloristas, chuletones prodigiosos, cuchifritos, lechones, terneras... Con tanto naturalismo está hecho todo esto allí, que solo caminando ya te sentías un poco empachado...

Estaba el cielo gris, que es el color predominate de esa ciudad, que nos pareció un poco destartalada, un poco abandonada, levítica, solitaria, antigua...

Como es natural, el lugar está repleto de recuerdos de Santa Teresa: la iglesia donde se bautizó, la iglesia a la que iba a confesarse... Y en la plaza que lleva su nombre, dos estatuas, una a los pies de las murallas y la otra encumbrada en un altísimo pedestal en el que, en una placa, se guarda memoria de todos los santos que dio esa provincia, empezando por Teresa Cepeda y siguiendo, como es natural y las matemáticas exigen, por San Segundo.


Esa plaza..., esa plaza sería muy bonita, con sus soportales y su iglesia, y las murallas, si no hubiesen levantado, en uno de sus flancos, un edificio contemporáneo de ladrillo que parece de oficinas... De manera que la única forma de estar en ella es evitando por todos los medio  mirar  hacia ese lado, y es necesario, para no enfadarse, andar de perfil. Eso, claro, resulta muy incómodo, y como además estaba tomada por los adolescentes del lugar, que parecían ser como son los adolescentes de todos los lugares, nos fuimos de allí muy rápidamente.

Callejuelas estrechas, empedradas, viejos palacios clausurados o convertidos en hoteles, piedras grises, conventos, ermitas, iglesias, la catedral con sus dos salvajes en las jambas... Y de vez en cuando un pequeña plaza provinciana, llena de silencio.


Al salir de cenar -de un italiano, nada de chuletones fotografiados-, nos encontramos con la procesión del Cristo de la Agonía, en la puerta del Rastro... Según la opinión experta de A. y P., el paso era más pobre que en Úbeda, más pequeño, y no era llevado por sufridos costaleros sobre los hombros, sino que lo empujaban como a un coche averiado... El silencio, igual que el frío, eran genuinamente castellanos.






 
Sin embargo, al final, la banda, ataviados sus músicos de almirantes, se lanzó a una melodía que parecía más bien el inicio de un pasodoble, como música de boda antigua...

Y ya nos fuimos, bordeando las espléndidas murallas, hacia el hotel.

viernes, 13 de abril de 2012

Semana Santa (Conversación en el ambulatorio)

(Ambulatorio de Mieres. Sala de espera, pintada de  azul celeste, como la bandera de Asturias. Sentadas en unas sillas de plástico naranja, mi madre y una amiga suya, que están a la espera de que la enfermera las llame para hacerse un análisis de sangre)

Amiga: Fíjate, en Semana Santa y aquí ni una procesión...
Mi madre: Ya.
Amiga: Si quies ver una tienes que poner la tele o dir hasta Candás o Luanco, que creo que son muy guapes...
Mi madre: Ya.
Amiga: ¿Y sabes por qué aquí no hay ninguna? Pues porque no quier don Nicanor, que siempre fue socialista...
Mi madre: ¿Tú crees?
Amiga: Dígote yo que sí. Cura, y buen cura, pero más socialista que les gallines...

(Entra en la sala de espera una muchacha muy joven y muy gorda, pero sin complejos de ninguna clase, pues lleva una ropa muy ceñida, y también muy colorista. Va enseñando el ombligo). 

Amiga: ¿Daste cuenta la cantidad de gente joven que está esperando pa el análisis?
Mi madre: Ya.
Amiga: Que vengamos nosotres, con la edad que tenemos, ye normal, pero tos estos, paézme increíble... Ahora ya no hay ni vergüenza ni salud...

(La chica gorda se agacha para recoger el volante, que se le caído de las manos cuajadas de sortijas. Al hacerlo, se le ve la delgada línea de un tanga carmesí).

Amiga: ¡Madre de Dios! ¿Tú ves cómo va esa? ¿No tendrá una madre que-y diga que así nun se pue dir por ahí?
Mi madre: Ay, amiga mía, ahora..., ahora todo el año es carnaval...




jueves, 12 de abril de 2012

Semana Santa (Puerto de Pajares)

El martes santo madrugamos para irnos a Pajares, a que P. esquiase.

La escuela, y dentro de ella algunos maestros entusiastas y sacrificados, pueden resultar, en ocasiones, muy dañinos. Digo esto porque al maestro de P. se le ocurrió un buen día llevárselos a esquiar a Xanadú, que es, a lo que parece, un centro comercial con pistas de nieve artificial que levantaron  hace ya algún tiempo en los suburbios de Madrid. P. no había esquiado nunca, pero volvió ese día a casa convertido a la fe de la nieve, obsesionado y febril... Tanto dio la tabarra, que en un momento de debilidad, y también para que se convenciese de una vez de lo maravillosa que es Asturias, le conté que a media hora de casa de los abuelos hay un par de estaciones. Se le iluminaron los ojos de tal modo que no pudimos dejar de prometerle que, si aún quedaba nieve, y el tiempo acompañaba, estas vacaciones subiríamos con él a que practicase un poco.


Cuánto tiempo sin pasar por esa carretera... Durante nuestra infancia y primera juventud no era raro que algún sábado o domingo subiéramos ese puerto, con la fiambrera repleta de tortillas y filetes empanados, a pasar el día. Era, entonces, un viaje más largo, y también más épico, porque mi padre nunca tuvo otro coche que un 600, (tres veces cambió de vehículo, y las tres veces fue un Seat 600). A aquel utilitario en el que íbamos embutidos cuatro personas y la fresquera, se le hacían muy difíciles esas cuestas tremebundas. Recuerdo que en más de una ocasión se quedó clavado nuestro pobre coche, y se las veía y deseaba mi padre para, manipulando las marchas y el freno de mano, conseguir remontar las pinas rampas del Pajares.



Recordé también nuestras visitas a Puente de los Fierros, donde mi madre tenía una tía que había sido maestra, y varios primos que regentaban un próspero colmado. Fueron, esa familia, de los primeros que tuvieron un automóvil en Asturias. Luego, igual que el pueblo, fueron poco a poco a menos, incluso a mucho menos, y guardo memoria de uno de aquellos primos, Juan Requejo se llamaba, que tenía las orejas muy grandes y expresivas  y acabó de guía en la Cámara Santa de Oviedo.

Como íbamos sin prisa y la carretera, igual que los coches que ahora llevamos todos, están muy mejorados, el viaje fue muy hermoso, pues el paisaje es, allí, magnífico. Tan magnífico que no vamos a decir nada de él. Por aquello que escribió Camba: "Se puede ser original en la mesa de un café, en una reunión de amigos, ante los acontecimientos ridículos dela vida diaria, pero no hay manera de adoptar una postura original ante las montañas de tres mil metros (o incluso menos, añadimos nosotros). Frente a estas montañas o se calla uno o dice tonterías".





La estación de esquí se veía un poco desangelada, con los edificios solitarios y algo desconchados. Estábamos comprando ya el bono para que un monitor le diese dos horas de clase a P., cuando los del alquiler nos comunicaron que con los pantalones que llevaba se iba a poner pingando. "Bueno, pues alquilamos unos", replicamos rumbosos. "No, aquí ya no se alquilan pantalones. Cascos, esquís, bastones, sí; pero ropa ya hace unos meses que no se alquila. Era un lío". Tenía todo el aspecto de un viejo saloon del lejano Oeste, y los que regentaban todo aquello, caídos sobre un mostrados de madera deslustrada, el de vaqueros desganados y perezosos. Les insistió A. "A lo mejor tenéis alguno por ahí". Negaron con la cabeza mientras ruimaban cansinamente un chicle. Nada, no tenían nada.

La desilusión de P. resultó inconmensurable, como la belleza de las montañas que nos rodeaban. Para animarlo, y por no volvernos tan pronto para casa, decidimos subir en el telesillas hasta la cumbre, a tomar un café y contemplar el paisaje. Yo jamás había viajado en un medio de transporte como ese. No lo aconsejo. Subirse en difícil, y bajarse aún peor. Y el viaje, a mi parecer, muy arriesgado. Subidos en esas alturas, incómodamente sentados en un lugar de apariencia tan frágil, escuchando cada poco unos chirridos inquietantes, dolientes... Para alguien un poco neurótico -como por ejemplo yo-, no supone un modo conveniente de desplazarse. Colgado de un hilo, no se necesita demasiada imaginación para verse caer sobre los riscos puntiagudos... Lo pasé mal al subir, y si me hubiesen dejado, habría hecho el descenso a pie.










Cuando íbamos camino del aparcamiento pensando en lo afortunados que éramos por no habernos despeñado, recibimos la llamada de mi prima M. J. Mi prima lleva años fatigando archivos parroquiales para hacer el árbol genealógico de la familia. Nos llamaba porque le había dicho mi madre que estábamos en el puerto, y como sabía ella que uno de los albergues se llamaba "Toribión de Llanos", quería pedirnos que preguntásemos la razón de que lo hubiesen bautizado de ese modo, ya que ese señor, Toribio García Morán, parece que era un viejo pariente nuestro, de los de Parana, que es un pueblo colgado en la montaña, cerce de Puente de los Fierros y Flor de Acebos.

Encantados con tan gustoso encargo, nos dirigimos al edificio de ese albergue, que se anunciaba con cafetería, pero no sacamos nada en claro, porque lo encontramos cerrado a cal y canto, y tan solitario y vacío todo a su alrededor que tampoco pudimos preguntarle nada a nadie.

Emprendimos entonces el regreso a casa, para comer, P. ya un poco menos disgustado y yo pensando, mientras trazaba las cerradas curvas cuesta abajo, en lo misterioso de la herencia, y en cómo puede ser posible que alguien tan pusilánime como uno, y tan poco amigo de aventuras y viajes en telesillas, tan amigo de quedarse en casa, en su rincón, pueda tener, entre sus antepasados, un mítico cazador de osos. Y un poco envanecido también, pues se me dibujó una sonrisa tan tonta que A. se dio cuenta y me preguntó:

-¿En qué estás pensando, que te entra la risa?

-¿Yo? En nada- le mentí, porque si le decía la verdad se iba a burlar de uno. Y continué fantaseando con ese intrépido antepasado nuestro, pero ya aguantándome la sonrisa.



P.D. Hace un par de días, mi prima M. J. me mandó un correo con lo que sigue:


(…) El rey D. Alfonso XI, en su famoso LIBRO DE LA MONTERÍA, al hablar de “los montes de tierra de Asturias”, menciona dos en el puerto Pajares, excelentes para la caza del oso, “Lande Cerezal” y “Valgrande”
(…)” En estas montañas se ejercita mucho la montería de los osos, donde son muy ejercitados los hijosdalgo de aquel reino (…) los cuales con mucha destreza, al tiempo que el oso se enhiesta contra ellos, le arrojan el capotillo a los ojos, y métenle el venablo por el pecho, metiendo la cabeza entre los brazos, de modo que el oso no pueda alcanzar con las garras ni l aboca para herirles, y teniéndolos fuertemente, en el venablo los acaban”.
(…) El tipo castizo del montero va siendo raro después que murió, joven aún y no hace mucho tiempo, el célebre Toribión de Llanos (Toribio García Morán), que con su escopeta de chispa mató a la espera treinta y cinco osos, realizando acciones verdaderamente novelescas.

( Bellmunt y Canella, Asturias, 1897)





martes, 10 de abril de 2012

Semana Santa (La aldea y la corte)

Cenera, en el valle de Cuna, ese cuya romería septembrina cantó Víctor Manuel echando la cabeza para atrás como si le doliese la espalda, es un lugar bellísimo. A dos pasos de Mieres, de las ruinas industriales y los pozos mineros clausurados o a punto de ser cerrados, ese valle parece un lugar remoto, una arcadia feliz en la que no resultaría extraño encontrarse, a orillas de su pequeño río, a algunas ninfas ociosas que distrajesen su tiempo peinándose las doradas y larguísimas cabelleras.


Pasamos la mañana del Domingo de Ramos en ese lugar feliz, con mi hermano y los sobrinos, que nos trajeron la palma bendecida y unos bombones exquisitos, por ser sus padrinos. Nosotros, a cambio, les entregamos unos juguetes como pegarata, que es como se llama en mi pueblo al presente que el padrino le lleva en estas fechas a su ahijado. Luego comimos en una sidrería y la sobremesa la hicimos en el prado, corriendo y jugando como salvajes bajo un cielo de un azul perfecto, luminoso y sin tacha...


Por la tarde nos acercamos hasta Oviedo, a visitar a  H. y C., a M. y N. Se había vuelto el día del revés, y el cielo se veía oscuro y gris. Solitarias y frías las calles del centro. Lluvioso. En Asturias las cosas suceden así, cambian de un momento a otro de un modo fundamental y completo. El plan había sido, en su origen, acercarse al Parque de Invierno, cerca de la casa de nuestros amigos, para que los chiquillos jugasen un rato al baloncesto y pudiésemos nosotros charlar tranquilamente. Pero el día, veleta y traicionero, no lo permitió. Así que nos llevaron a un bar muy moderno que, sin mucho esfuerzo, te hacía pensar que estabas en Londres o Nueva York. Te tomas el café allí con una aguda sensación cosmopolita muy agradable y placentera... Se te pone además un cara más interesante y, aunque no lo domines en absoluto, te acometen unas ganas irrefrenables de ponerte a hablar en inglés, a reírte en inglés, a ir al baño en inglés, todo en inglés...


Como se ve, en  Asturias no solo  es muy variable el tiempo; también lo son  los paisajes. Ventajas de ser un país tan pequeño, como hay tan poco espacio, nos hemos visto obligados a colocarlo todo un poco junto, unas cosas encima de las otras... Y así, de la misma manera que en pocos minutos se pasa de un día soleado a la lluvia y el frío, en muy pocos kilómetros puede cambiar uno el agro más asilvestrado por la ciudad más moderna...


lunes, 9 de abril de 2012

Semana Santa 2012 (El viaje)

Estas vacaciones, apenas una semana, tenemos la sensación de habérnoslas pasado en la carretera, como el pobre Miguel Ríos antes de jubilarse: Albacete, Madrid, Castilla, Asturias, Ávila, Toledo, Úbeda, y de nuevo aquí, como si no hubiese pasado el tiempo, pero con un montón de kilómetros entre pecho y espalda...

El sábado salimos para Asturias, sin mucha prisa ni esperanza porque creíamos que al pasar por Madrid nos veríamos envueltos en uno de esos embotellamientos desquiciantes que tan profesionalmente saben organizar los madrileños cada vez que llegan unas vacaciones o un puente. Pensábamos que cruzar el túnel de Guadarrama nos llevaría un buen montón de horas, y que nos veríamos rodeados por todas partes de coches rugientes, avanzando a dos por hora, parando, arrancando y volviendo a parar. Con el panorama del Valle de los Caídos al fondo. Pero no fue así. No sé dónde estarían los madrileños que otros años nos encontramos, pero el caso fue que en esta ocasión cruzamos la capital del reino tan campantes y fluidos, sin aglomeración alguna, pimpantes y tan frescos. Esto nos puso de tan buen humor que cuando llegamos al Huerna nos parecía el viaje que estábamos a punto de concluir un pequeño paseo sin importancia.

En casa encontramos a mi padre contestando lo mismo que hacía una semana, que se encuentra muy bien, cada vez que le preguntábamos. La herida, desde luego, le había cicatrizado estupendamente, y ya le habían quitado los puntos. Sin embargo, yo no le quitaba la vista de encima. Creo que esta vez le alivió mucho el vernos marchar a los tres días.

En el medio, cuando no me estaba fijando en mi padre y preguntándole cómo estaba, hicimos lo de siempre: ver a mi hermano y a los sobrinos, visitar a  los amigos y un pequeño viaje a Pajares, a que P. esquiase. Y escuchamos las viejas historias que cuentan mi padre y mi madre, algunas repetidas como una vieja canción, y otras oídas por primera vez o que habíamos olvidado ya, como la operación de amígdalas de mi madre cuando tenía diecisiete años, en la casa junto a la estación, una casa que temblaba entera cada vez que pasaban los trenes que hacían  temblar los muebles,  movían las mesitas y agitaban el café dentro de las tazas...

Así pasaron esos tres días...