viernes, 30 de noviembre de 2012

El ascensor

Mi padre hace lo mismo: comienza contándome el tiempo que hace y, sin que pueda saber cómo, de repente me está comentando lo bien que habló la otra noche Arturo Fernández en la tele, las verdades -como puños- que dijo en una entrevista que le hicieron a propósito de no sé qué declaraciones suyas sobre la última huelga general. Me dice que está lloviendo y, sin transición y sin que me haya dado cuenta, de pronto me está explicando que a no tardar veremos que este gobierno hace lo que debe.

A mí mi padre me ha engañado a conciencia. Se ha pasado la vida diciéndome que él era apolítico, porque la política es cosa de gentes vulgares, sin vergüenza ni moral, y ahora, en cuanto me descuido, me arrima un mitin. Y cuando le recuerdo todas esas cosas que me ha dicho toda la vida, declara con frescura que sigue pensando lo mismo, que la política es una cosa indigna, y que él, efectivamente, ha sido, es y será, apolítico completo.

Lo mismo me sucede con ***, que cada vez que me encuentra en el ascensor, empieza comentándome el tiempo que hace y, como por arte de magia, pasa a hablarme, prolija y muy detalladamente, de cosas que a mí ni me van ni me vienen y que a duras penas llego a comprender. La diferencia con mi padre es que mi padre es un orador breve y que también me deja, de vez en cuando, meter baza, y me escucha como yo lo hago con él. *** no, *** se pone a hablar y es incapaz de detenerse. Además, ni te escucha ni te permite el derecho a la réplica.

Ayer me atrapó en el ascensor. Cuando me dijo que tenía mucha prisa, me puse en lo peor... Efectivamente, al llegar al segundo, que es mi parada, salto del ascensor detrás de mí cuando ya las puertas se cerraban, y comenzó a contarme unas cosas muy raras: que no sé quién se cambiaba de piso y que lo hacía por los follones; que el del * la había acusado de que en su terraza había sexo, y que ya le gustaría a ella; que ella provine de una familia muy católica; que traían niños de Chernobil para cuidarlos; que su hija tenía dos carreras; que iban a dejar de pagar la comunidad; que le habían roto unas bolsas de basura en el rellano; que todos los vecinos habíamos creído no sé qué que había contado no sé quién... Un boxeador noqueado no creo que llegue a sentirse tan mal como yo me encontraba en esos momentos. Con la llave en la cerradura, pensé en darle con la barra de pan en la cabeza y colarme en casa rápida y cobardemente. Luego llamaría a la policía y alegaría legítima defensa. Con un buen abogado, y si ella declaraba, creo que todo podría salir bien... Eso pensaba mientras *** seguía con su discurso torrencial y disparatado.

Finalmente no le pegué con el pan en la cabeza -que era lo que me apetecía-, pero conseguí represar aquella verborragia arrolladora que amenazaba con ahogarme, le dije que yo también llevaba mucha prisa y entré en casa como quien se tira por la ventana huyendo de un fuego. Al cerrar la puerta, aún la escuché decir: "Yo también tengo mucha prisa, yo también, adiós..."


jueves, 29 de noviembre de 2012

Artículos de broma


Adelantándonos a las celebraciones de la semana que viene, hemos escrito hoy de la Constitución en el periódico (aunque de lo que realmente se habla es de mi viejo profesor, don Prisciliano, por lo que lo iba a titular así: "Don Prisciliano", o "Don Prisciliano y la Constitución". Sin embargo, al final, no sé la razón, preferimos ese de "Artículos de broma").

Artículos de broma

Lo recuerdo, a don Prisciliano, envuelto en una blanca nube de humo. Llegaba cada tarde a clase con paso cansino, el pitillo siempre entre los labios y esa bruma que lo difuminaba y nos lo hacía parecer muy lejano. Tardaba una eternidad en llegar hasta su mesa en la tarima y, cuando al fin se sentaba, nos lanzaba una mirada fatigada y escéptica. Fumaba sin descanso. Debía de ser su forma de suspirar. Durante dos cursos fue nuestro profesor de Historia. Pienso que no albergaba ninguna confianza en la labor benefactora de la educación, y que esa era la razón por la que nos enseñaba esta materia sin ningún entusiasmo. Quiero creer que era consciente de que lo verdaderamente importante nunca se aprende en un aula, y de que la Historia es ciencia incierta y muchas veces fantástica, y que debía de pensar que todo profesor es en buena parte un farsante, pues como dijo alguien, solo  el que no sabe enseña. Me atrevo a imaginarme todo esto porque los únicos momentos en los que don Prisciliano parecía recobrar cierto brillo en su mirada melancólica y miope era cuando dejaba de lado el libro de texto y el programa, y nos contaba cómo se había hecho profesor para evitar tener que trabajar, como su padre, en la mina; o cuando se guaseaba sin piedad del pequeño museo de arte abstracto que la directora del instituto había creado; o cuando nos anunciaba que la vida es muy rara, y que ya nos daríamos cuenta. En esos momentos, se olvidaba durante unos minutos de su pitillo, que se consumía olvidado entre sus dedos, la nube se levantaba sobre su cabeza y entonces podíamos distinguir con nitidez su rostro. Fue en uno de esos momentos en que escampaba cuando nos dijo que una constitución no debería tener artículos que hiciesen reír, y que la nuestra era una verdadera comedia. Luego volvía al libro, al programa y a su cigarro, al que arrimaba un par de caladas largas e intensas, y ya volvía a borrarse tras un velo de humo.

Cada año, cuando se acerca esta fecha en la que se festeja la Constitución, me acuerdo de mi herético y singular profesor de Historia, y de aquella frase suya sobre la Carta Magna. Se refería a dos artículos en concreto: el que habla del derecho al trabajo de todos los españoles y el que lo hace del derecho a una vivienda digna… Cada vez que los leía le daba la risa, decía. ¿Qué pensará ahora, me pregunto, cuando ya son casi seis millones los parados y los desahucios el pan nuestro de cada día? ¿Continuará pensando  que es una comedia o, tal y como están las cosas, le parecerá ahora una completa tragedia?

Porque son muchos más los artículos que nos pueden hacer reír.

Lean ustedes lo que ese sagrado texto refiere de las obligaciones de todos con la hacienda pública, del derecho a la educación,  la sanidad y la justicia, de la distribución de la riqueza o del papel de los partidos políticos y del Parlamento como garante de todos esos derechos ciudadanos… Lean todo eso y guarden cuidado de no atorarse con las carcajadas.

Tampoco ha sido mal chascarrillo ese de que la Constitución no se podía tocar, como si se tratase de un incunable que hubiese que resguardar de la luz y el efecto corrosivo de las corrientes de aire, y mantener por ello dentro de una urna a una temperatura regular y adecuada. Eso nos decían y, de pronto, por arte de birlibirloque, en apenas unas horas y sin inmutarse, se emborrona con un nuevo artículo que asegura que antes de atender a nuestros escolares o enfermos se pagará a esos acreedores y prestamistas que se enriquecen con nuestra deuda. Ese sí que fue, no me lo negarán, un chiste estupendo.

Como resulta igualmente muy gracioso el que tengamos todavía leyes que llevan decenas de años sin modificarse y que chocan de frente y a gran velocidad con lo que la Constitución sanciona. Entre otras muchas, la ley hipotecaria, de la que sabemos ahora un montón de cosas indignas…

Todas las crisis tiene algo positivo, nos animan algunos: aprenderemos a ser más austeros, recuperaremos la vieja sabiduría que nos permitirá disfrutar de las cosas más pequeñas, no confundiremos valor y precio… Puede que todo esto sea cierto, pero también está sirviendo para dejar al desnudo las miserias de esta sociedad nuestra: la incompetencia interesada de los políticos, su ceguera y su egoísmo; la deshonestidad de tantos medios de comunicación que en lugar de informar o formar, deforman; la usura de un indecente sistema financiero sin ética ni moral alguna; las malas artes de las grandes corporaciones y el cabildeo entre estas y los políticos que dicen trabajar por nuestros intereses y que, cuando se jubilan, son premiados con un puesto en el consejo de administración, seguramente como premio por haberles ayudado en la estafa al ciudadano; etc., etc.

Llevaba razón mi viejo profesor don Prisciliano. Una constitución no debería ser motivo de risa, no debería parecer un bazar de artículos de broma. Una constitución tendría que resultar una cosa bien seria y respetable. Hoy, cuando se lee la nuestra, nos asaltan grandes, amargas carcajadas.


miércoles, 28 de noviembre de 2012

Un abrazo

La primera muerte que viví fue la de mi abuela materna. Era muy pequeño aún -creo que ocho años-, y me quedó de aquella experiencia, además de un gran desconsuelo, la idea firme de que mi abuela, de algún modo, seguiría sabiendo de mí. Se me metió en la cabeza que podría ir viendo lo que yo fuese haciendo en la vida, como si esta fuese uno de esos reality show que se pusieron de moda mucho más tarde y los muertos se fuesen todos a un hotel con televisión por cable...

Recuerdo que al poco tiempo de su muerte entramos en una pastelería y sentí con agrado, mientras me comía un milhojas, que mi abuela me estaba observando y que aprobaba que me comiese ese pastel. Puede parecer absurdo, incluso habrá quien achaque esa sensación al exceso de azúcar, pero fue así.

Luego uno se va haciendo mayor y comienza a descreer de casi todo, lo cual provoca que se le sequen la imaginación y el alma. Con la edad uno se empobrece de un modo irremediable. Sin embargo -será porque continúo firme en mi afición a las pastelerías-, no me ha abandonado esa convicción con respecto a los muertos queridos, eso de que, de alguna manera, nos puedan seguir viendo y sabiendo de nosotros. Y que mientras guardemos memoria de ellos, no nos olvidarán ellos a nosotros y seguirán nuestras derrotas y, a lo mejor, hasta nos ampararán...

Viene todo esto a cuento de P., que se murió ayer en Oviedo, y que hoy a las cinco se habrá fundido con las nubes de esa ciudad. A esa misma hora, me asomé a la ventana y alcé la vista al cielo. Cruzaban las nubes veloces. Y me acordé de H., y de M., de C., de M. y de N., que estarían, a esa misma hora en que yo pegaba mi cara al cristal de la ventana, despidiéndose de P. Y me gustaría que esta entrada fuese un abrazo para todos ellos.

martes, 27 de noviembre de 2012

Análisis de la realidad

El otro día encontré esto. A mí me parece una de las claves de todo lo que está ocurriendo.


lunes, 26 de noviembre de 2012

Maratón fotográfico

El sábado por la mañana acostumbro a hacer las compras temprano para tener tiempo luego de ir por ahí, de vagabundeo y librerías. 

Este pasado, nada más salir comencé a cruzarme con gentes vestidas de azul, como aquella muñeca famosa. 

Al principio, distraído como iba, como siempre, pensé con pesadumbre que se trataba de una de las muchas reivindicaciones laborales que sacan a la gente a las calles a protestar; pensé que serían, esas personas, empleados públicos o trabajadores de alguna empresa que estuviese a punto de ponerlos a todos de patitas en la calle. Los miraba solidario a los ojos, pero ninguno me devolvía esa mirada, pues iban también ellos afanados en otra cosa.

Como a cada paso que daba eran más esas gentes de azul, ya les presté mayor atención y comprobé que todas llevaban colgadas al cuello unas cámaras fotográficas muy aparentes, amartilladas con teleobjetivos de grueso calibre. Como si fuesen fotógrafos de prensa... Fue entonces cuando leí el texto que llevaban estampado en los petos azules. No eran consignas sindicales, gritos de protesta. Anunciaban simplemente que estaban participando, todos los que los llevaban, en un maratón fotográfica...

Por eso iban tan afanadas esas gentes... En todas las esquinas te los tropezabas, la cámara pegada al ojo, en busca de la foto que mejor retratase la ciudad... Mujeres y hombres, jóvenes y viejos, se les veía a todos muy serios, concentrados, achinando los ojos por descubrir mejor la imagen definitiva... Algunos se movían muy lentamente, como si acechasen a un animal; otros caminaban con prisa, como si fuesen a perder el tren; otros realizaban contorsiones arriesgadísimas a ras de acera en busca de un ángulo nunca visto...

Me dieron cierta lástima tantos esfuerzos, la fiebre que se les adivinaba a casi todos en la mirada, esa desesperación por encontrar la imagen incontestable, la más hermosa... La ciudad era la misma de todos los sábados por la mañana, el otoño el mismo de cada año... Me entró en ese momento un ataque de pedantería, y pensé que por mucha prisa que se dieran, por muy serios que se pusieran, nada iban a conseguir si no se traían ya de casa lo que buscaban. Solo lograrían esa foto los que supiesen ver en ese sábado corriente y cotidiano lo que la vida esconde de único y milagroso. Lo que todos tenemos delante de los ojos cada día y no sabemos ver. No hay más misterio que ese, no hay ningún otro secreto. Eso es el arte.

Y, pensando esto, continué con mi vagabundeo, hinchado de pedantería, hasta que tropecé con un adoquín mal puesto, y me pregunté:

¿Qué hubiese fotografiado uno el sábado pasado por la mañana?: ¿el mendigo velazqueño, mutilado y colérico, de la esquina de la calle Concepción?; ¿el cielo (seguramente lo más hermoso de esta ciudad)?; ¿las nubes peregrinas, vagabundas? Había llegado ante la entrada del parque. Era, esa mañana, un retablo barroco: ardían los árboles de pan de oro y el suelo se extendía suntuoso de hojas caídas. Parecía un escenario preparado para que el Otoño en persona apareciese subido a una carroza de pámpanos y sarmientos. Naturalmente, había allí delante una docena de fotógrafos azules. Me quedé un rato parado, contemplado el Otoño, así, en mayúsculas. Porque parecía reamente como si el Otoño en persona se nos hubiese aparecido... Pero no llevaba uno cámara de fotos y, de haberla llevado, tampoco habría sabido fotografiar ese prodigio... Uno, el sábado por la mañana, paseaba sin otro propósito que ese de flanear. Ni siquiera pensaba en contar nada de esto aquí. Vivía nada más, y si bien el arte verdadero tiene que estar vivo y palpitante, al contrario, la vida rara vez es un arte; en el mejor de los casos, una artesanía. Y gracias.


(Foto tomada de cuadernodepoesia.blogspot.com)

jueves, 22 de noviembre de 2012

Efectos colaterales de la crisis II


Últimamente voy hecho un pincel. A causa, también, de la crisis. Me explico.

A mí no me gusta comprar ropa, y si voy vestido es porque tampoco me parece bien salir a la calle desnudo, ni andar por la casa así... De manera que tengo en mi armario mis camisas, mis pantalones y mis jerséis, y un cajón con la ropa interior y los calcetines. Compro esas cosas muy de tarde en tarde, porque luego me duran mucho, casi siempre en las rebajas del verano o tras las navidades. Este julio, por ejemplo, me compré una cazadora que valía noventa euros por quince. Casi le doy un abrazo a la dependienta cuando me explicó lo rebajada que estaba esa prenda y me informó de su antiguo precio. Pero yo me visto con cualquier cosa, la que sea. Según A. esto no hace falta decirlo, pues salta a la vista.

A nosotros mi madre nos compraba la ropa en el supermercado de Hunosa, que en cuestiones textiles fue un verdadero precursor de los almacenes chinos de ahora, o nos tejía ella misma los jerséis, y a mí eso siempre me ha parecido bien.

Sin embargo, en estos últimos tiempos se está llenado ese armario mío de tejidos de alta calidad, de ropas finas, exquisitamente confeccionadas, cortadas y cosidas , y todo a causa de la crisis. Por culpa de esta, cada semana cierra en esta ciudad una franquicia de una firma de alta costura, y allí va A. y vuelve con algo para mí. Ella no se compra nada porque ha descubierto algo de lo que yo vengo avisándola desde hace  mucho tiempo, y es que su fondo de armario es abisal, de una profundidad de vértigo, y ahora acostumbra a sumergirse en él y sale de allí con cosas de las que ya no guardaba memoria y que vuelven a estar de moda. Sin embargo, para mí siempre descubre algún chollo: un camisa de cuello mao de Desigual -que el sábado pasado liquidó de un modo contundente todo su stock-, un jersey de..., ahora no me acuerdo -voy a levantarme para ir a verlo en el armario-... Ya está, un jersey de Roberto Verino, etc., etc.

En fin, que como esto se prolongue mucho, al final seremos muy pobres pero yo me habré convertido en un verdadero dandy...

 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

¡Honra a los bomberos!

El sábado por la tarde, que me hallaba solo en casa, llamó el primo J., bombero de Madrid. Llamaba por gusto, para pegar la hebra un rato. J. fue largos años jefe de los bomberos del ayuntamiento de Madrid, hasta que Gallardón lo cesó mandándole un motorista a las once de la noche a su casa, método este que al parecer era el que empleaba el generalísimo aquel para cesar a sus ministros. 

Le pregunté si era cierto eso que se cuenta de la alcaldesa de Madrid, que tiene un mayordomo y ocho secretarias. Me aseguró que esa era una información exacta y rigurosa, y me añadió que cuatro de esas secretarias fueron contratadas sin pasar prueba alguna y que cobran, esas cuatro doncellas, el doble que cualquier funcionario municipal. Se quejó amargamente de que su ciudad tenga una regidora que cada vez que habla los deja a todos en ridículo y me informó de que B., su mujer, como trabaja en ese ayuntamiento y cada día ve alguno nuevo e inenarrable, se ha radicalizado mucho en estos últimos tiempos.

Luego me contó que el día de la huelga, mientras su hija mayor y su mujer estaban en la manifestación, le tocó a él pasar la tarde en el centro de mando de la policía, por si se producían disturbios, se quemaba algo y tenían que enviar alguna cisterna a apagarlo. Me dijo que era impresionante ver la manifestación desde las cámaras de los helicópteros de la policía. "Mientras C. y B. estaban con los buenos, yo allí, con los otros", resumió. Y me contó un hecho sucedido esa tarde que no ha aparecido en ningún periódico, en ningún informativo de la radio o de la tele. Parece ser que en una calle céntrica, algunos de los manifestantes más airados le prendieron fuego a un contenedor, y antes de que aparecieran los antidisturbios llegó uno de sus bomberos que, profesional y eficiente, comenzó a echarle agua al fuego. Pero al poco aparecieron dos o tres camionetas de esos policías-cyborg, y el bombero no lo pudo resistir. Al verlos bajarse de sus vehículos con ese aire de conquistadores arrogantes, blandiendo su porra, rectificó la dirección de su manguera, dejó que el fuego medrara en el contenedor y barrió a los antidisturbios con un enorme chorro de agua a presión. 

Pero, ¿no lo hizo con algún disimulo?-le pregunté al primo J.
- Con ningún disimulo, abiertamente. 

Cuando al fin colgamos el teléfono, nos acordamos, una vez más, de ese capítulo maravilloso del Alfanhuí de Ferlosio, que se titula De los bomberos de Madrid. Lo dejo aquí, para que ustedes disfruten:


Un día Alfanhuí y don Zana vieron un incendio. Una mujer en un balcón daba gritos desgarrados. Por las grietas de la casa, salía humo. La gente se juntó en torno a la casa. A lo lejos empezó a oírse la campanilla de los bomberos. Luego, llegaron esplendorosos por el fondo de la calle, con su coche rojo escarlata y su campanilla dorada y sus cascos dorados, limpios y refulgentes. Traían los bomberos una alegría de fiesta.
Había en aquellos tiempos, en Madrid, muchos niños que querían ser bomberos. Fue una época pacífica y los niños heroicos no tenían otro sueño. Porque el bombero era el héroe mejor de todos los héroes, el que no tenía enemigos, el más bienhechor de los hombres. Los bomberos eran buenos y respetuosos, dentro de sus grandes mostachos, con sus uniformes de héroes cívicos, con sus yelmos como los griegos y los troyanos, pero ecuánimes y corteses, gordos y bondadosos. ¡Honra a los bomberos!
Desde otro punto de vista, eran los grandes amigos del fuego. Había que ver la alegría con que llegaban, el entusiasmo de su faena, el júbilo de sus coches rojos. Rompían con sus hachas mucho más de lo que había que romper. Hartos de su interminable quietud, les embriagaba la alarma, las llamas los enardecían y llegaban eufóricos al incendio. Ponían en marcha su mecanismo de pura actividad y de pura prisa. Vencían al fuego, tan sólo porque le demostraban una mayor actividad y una velocidad mayor. Y el fuego, humillado, se retiraba a sus cavernas. Ellos conocían este secreto, el único eficaz contra las llamas. Ganaban al fuego en aquello que más se tenía por grande: en movimiento y escenografía. Le humillaban. Todos los ojos se volvían hacia ellos; el fuego nadie lo miraba ya.
Corrían menos que una persona normal, pero corrían canónica y gimnásticamente; pecho afuera, puños al pecho, la cabeza alta, levantando mucho los pies del suelo y las rodillas hacia afuera y nunca tropezaban unos con otros. Por eso, todo el mundo decía:
-¡Qué bien corren!
Nunca sacaban a nadie por la puerta, aunque pudieran; siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones, porque lo importante para vencer era la espectacularidad. Bombero hubo que, en su celo, subió a la joven del primer piso hasta el quinto, para salvarla desde allí.
En cada piso había siempre una joven. Todos los demás vecinos salían de la casa antes de llegar los bomberos. Pero las jóvenes tenían que quedarse para ser salvadas. Era la ofrenda sagrada que hacía el pueblo a sus héroes, porque no hay héroe sin dama. Cuando llegaba la hora del fuego, toda joven conocía su deber. Mientras los demás huían aprisa con los enseres, ellas se levantaban lentas y trágicas, danto tiempo a las llamas, quitaban de su rostro las pinturas y los afeites, soltaban las largas cabelleras, se desnudaban y se ponían el blanco camisón. Salían por fin, solemnes y magníficas, a gritar y a bracear en los balcones.
Así lo vio Alfanhuí aquel día, así sucedía siempre que había fuego. Sucedía siempre lo mismo porque era un tiempo de orden y de respeto y de buenas costumbres.



martes, 20 de noviembre de 2012

Intercambio epistolar



De tarde en tarde, encuentro en internet algún libro largamente buscado. Entonces, si no es muy caro y los gastos de envío son razonables, lo pido. Da mucho gusto ir luego a recogerlo a correos, volver a casa con el sobre acolchado o el paquete y abrirlo lentamente en el estudio, paladeando de antemano el placer de su lectura.  Algunas de esas veces, resulta que el libro se encuentra en una ciudad donde tiene uno familia o amigos. Entonces los llamo y se lo encargo a ellos. Esto último me ha pasado varias veces con J.A., que en los últimos años y por razones académicas, ha vivido en Málaga, en Bilbao y en Granada. Ahora está en Logroño. Pues bien, hace una semana descubrí que en una librería de esa ciudad tenían uno de esos libros, y se lo encargué. Le consigné título y autor, y le informé de la dirección de la librería, previniéndolo  de que solo abría por las tardes. Ayer me  anunció en un wasap que iba salir a buscarlo. Un par de horas después me escribió este email:

19:49



Está en mi barrio, pero justo a esas calles no había entrado nunca. Son unas calles más estrechas y oscuras, casi con sólo una farola en cada una. Cuando entré a la calle en cuestión de repente estalló un gran jolgorio. Había decenas de niños gitanos jugando con pelotas en medio del asfalto, y dos coches parados pitando porque no podían pasar. También se escuchaba una música y la voz de alguien que hablaba por un micrófono. Al llegar al supuesto número en el que se encontraba la librería había una puerta de cochera entreabierta; me asomé y había un salón enorme lleno de gente gitana sentada en sillas de madera mirando hacia un pequeño altar donde el gitano más gordo gritaba algo sobre Dios al compás de la música. Parecía una misa. Se me acercó un hombre con mala cara y me dijo de muy malas formas "¡Qué buscas?". Yo le dije que la librería, y me contestó "¡Toca en la puerta de aluminio y te abrirán!". Le di las gracias y me trasladé dos pasos para llamar a la puerta que había al lado de la cochera, mientras el gitano me miraba como vigilando desde la entrada de la improvisaba iglesia. Se encendió una luz de dentro y salió otro hombre con unas pintas muy demacradas, era el librero. Le pregunté por el libro y entre refunfuños se puso a buscar diciendo que otra vez llamase por teléfono antes de ir, porque conforme lo tenía todo y la cantidad de libros que había allí no era fácil encontrar uno. Y era verdad, porque de librería tenía poco. Más bien parecía el portal de un edificio lleno de estantes y cajas sin orden. Pero hubo suerte y encontró el libro rápidamente, y además sólo me cobró 10 euros.

Le contesté de inmediato:


20:02


No te quejarás de los encargos que te hago, menuda experiencia. Lo que te toca ahora es hacerte amigo de los gitanos y del librero, y ya tienes dos reportajes impagables. Tú sabes mirar -como lo demuestran tu expresiva descripción y las fotos que sueles hacer-, así que me parece que te he encontrado un filón. Voy a mirar con detenimiento el catálogo de esa "librería" a ver si hay alguna otra cosa que me interese y así puedes volver a esas calles, a esa cochera y a ese portal. Y luego nos lo cuentas .



Lo dicho, que muchas gracias por el mandao y también por la crónica. ¿Me das permiso para que publique tu correo tal cual en el blog? 

Esperando tu respuesta, se despide tu tito que te quiere.

Enrique

P.D. Tu tita se ha reído un montón con tu relato, pero dice que no se te ocurra volver por ahí, que  a lo mejor son todos - los gitanos y el librero- gentes peligrosas.  

Un abrazo

lunes, 19 de noviembre de 2012

Campo a través

Ayer me guio mi buen amigo C. hasta el lugar de Tinajeros, en bicicleta y por caminos desusados. 

La mañana amaneció otoñal y simbolista. Domingo de nubes bajas y mucha humedad. Antes de coger la bici, salí temprano a comprar el pan y el periódico y me encontré el paseo alfombrado con las hojas caídas. Estaba precioso. Me hacía mucha ilusión esa excursión para la que estaba citado, pero debo reconocer que tuve un momento de debilidad. Estuve tentado de llamar a mi amigo y excusarme, pues me parecía un tiempo igualmente perfecto para hacerse un nido en el sofá, al lado de la ventana, y pasar esa mañana sombría allí, abrigado con la lectura del periódico y el dominical... Pero me sobrepuse. Me vestí con lo más deportivo que encontré en el armario -un poco extravagante me vi en el espejo del ascensor después, un poco espantapájaros, de rojo y gris y negro...-, me calé el casco y bajé al garaje a por la bicicleta...

Mi amigo C. es un hombre  metódico que sale siempre con un mapa muy detallado de la zona por la que va a andar. Fuimos hasta el Puente de Madera y desde ahí ya nos metimos por un camino de tierra. Muy pronto dejó de verse la ciudad, velada por la bruma. El campo estaba silencioso y vacío. Solo de vez en cuando levantaban el vuelo, delante de nosotros, bandadas de pájaros oscuros, o nos adelantaba otro ciclista. A veces el camino se hacía más estrecho, más pedregoso, o nos lo encontrábamos con charcos y embarrado. Pasábamos al lado de alguna nave agrícola, de algún cortijo o cuarto. Los nombres de estos lugares, que C. leía en su mapa, eran casi todos muy poéticos y sugerentes: Cortijo Almedina, Cuarto de Pocopán... Corría también a nuestra izquierda el canal de María Cristina, lleno de agua, por donde flotaban unos patos que, al escucharnos, se escondían veloces entre los juncos. Nosotros seguíamos adelante, acompasando nuestro pedaleo a la charla amena que sosteníamos, y así fuimos devanando el camino como si tal cosa y, casi sin darnos cuenta, en seguida vimos aparecer unos silos que anunciaban que llegábamos ya al pueblo de Tinajeros. El camino, casi siempre recto salvo alguna pequeña inclinación para sortear un alcor, se nos hizo muy amable. 

Decidimos no parar y volver hacia la ciudad por otra trocha. A la salida del pueblo C. pinchó. Sin embargo, como hombre prevenido que es, llevaba todo lo necesario para resolver tan incómoda situación: llaves, cámaras nuevas, bomba... Mientras estábamos afanados en esa reparación, pasó un tractor, que se detuvo a nuestro lado. "¿Necesitáis una llave?", preguntó. Le agradecimos mucho el ofrecimiento, pero le dijimos que no. Si me hubiese ocurrido a mí, sí que le tendría que haber pedido ayuda a ese tractorista amable. Cuando joven, salía mucho en bicicleta, hasta Campomanes, Cabañaquinta, El Pino..., y nunca llevé ni llaves, ni parches o cámaras. Y ahora, cuando salgo con mi bici cada mañana, camino del trabajo, tampoco llevo nada que me pueda salvar de una avería. Me subo, y mientras pedaleo voy pensando libremente en esto y en lo otro, y siempre son, montado en la bicicleta, pensamientos positivos, benéficos, agradables ... Jamás he pinchado en esas salidas, y debe de ser por eso que sigo así, biciclista confiado, atolondrado e inconsciente...

Una vez solucionado la avería, retomamos la marcha. La niebla se había levantado y al poco ya pudimos divisar el perfil de la ciudad. El sky line de Albacete que diría ahora Azorín. Vista así, con tantos edificios, y tan altos, en mitad de estos páramos llanos como la palma de una mano, produce una sensación extraña. Como si fuese un espejismo. Por estas tierras, de los pueblos lo único que se ve es el campanario. El caserío queda siempre aplastado contra suelo. Aunque nos quedaba casi todo el camino, ya  podíamos ver el dibujo de la ciudad en el horizonte, y eso daba una sensación equivocada de cercanía.

Este camino de vuelta resultó más trabajoso, pues la senda era más difícil, más embarrada, más pedregosa... Incluso tuvimos que poner pie a tierra y cargarnos las bicicletas al hombro. Luego, el camino desapareció y nos vimos obligados a cruzar por un pegujal, botando entre terrones de tierra... Pero llegamos al fin, cansados pero muy contentos. Nos tomamos un café en el paseo y ya nos despedimos hasta la próxima. Luego, toda la tarde con las piernas doloridas. Con ese cansancio gustoso nos pasamos el resto de la jornada pensando en lo mucho que nos gusta andar por ahí en bicicleta, en el invento prodigioso de la rueda y el pedal... Al final, hasta nos salió un aforismo: Andar en bicicleta es la forma más feliz de pensar.


viernes, 16 de noviembre de 2012

Carrusel deportivo

En nuestra casa, cuando llega el jueves por la tarde, nos entra a todos la locura deportiva.

Apenas pasada la sobremesa, esa tarde yo salgo para el partido de los jueves. El de este fue glorioso. No voy a decir que me sentí como Lionel, pero casi. Cuatro goles metí, de muy diversa factura (el primero pareció fruto de una habilidad suprema pero he de confesar que solo lo fue de la pura casualidad; el segundo y el cuarto a puerta vacía tras elaboradas jugadas de mis compañeros; y el tercero de cabeza, de espaldas a la portería, que me hizo mucha ilusión). Vencimos por 6 a 3. Si la información la doy por este orden -primero mi actuación prodigiosa y después el resultado- es porque ayer me hizo más ilusión lo personal que lo colectivo. Como a Cristiano Ronaldo.

Luego, cuando yo llego, me cruzo con A. y con P. La primera se va a hacer pilates y el segundo a patinar.

El viernes A. descansa, pero P. y yo no. P. el viernes juega su partido de baloncesto y yo lo veo desde la banda y acabo más cansado que él. Cuando termina el partido quedó derrengado, irritada la garganta  y  las piernas agarrotadas. Por la tensión. Junto a los otros padres, no dejamos de desgañitarnos, de dar saltos y de comernos los puños. Hoy en concreto fue como todos los viernes en general. Clara derrota.

Pero lo peor fue que al llegar a casa no me fue posible descansar, que ponían en la tele el Sporting-Ponferradina. Cuando lo comuniqué, que yo iba a ver ese partido, A. y P. me aconsejaron que no lo hiciera, que cenara tranquilamente viendo cualquier otra cosa, Super Nany, por ejemplo... Querían evitarme el berrinche. Pero no les hice caso, y así estoy ahora, con los puños en carne viva - de haber seguido comiéndomelos-, las piernas destrozadas -de patalear de rabia contenida- y, lo que es peor, con el alma hecha jirones. 

El deporte, a veces, es muy duro.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Canción protesta

Como siempre que hay una huelga o una manifestación, unos dicen que fue un éxito y los otros que un fracaso. Unos cuentan unas pocas decenas de pobres diablos, y los otros miles y miles... Hace tiempo vi en la tele un reportaje sobre una empresa que había patentado un método infalible para calcular con exactitud el número de asistentes a una manifestación. Con varias cámaras de vídeo colocadas a lo largo de la marcha y un sistema informático que calculaba el número de personas que ocupaba cada metro cuadrado, te hacían la suma tan limpiamente. Con esa invención suya, verdaderos emprendedores, crearon una empresa. Apenas duró unos meses. Tuvieron que cerrar por falta de demanda. Nadie, ni partidos políticos, ni sindicatos, ni ningún medio de comunicación, se interesó por la posibilidad de conseguir datos fiables sobre ese asunto del número exacto de manifestantes.

Ayer no sé si fuimos muchos o pocos, me da igual. Sé que la manifestación duró más de dos horas y que el gentío era enorme. Vimos a muchos amigos y saludados y conocí al fin a esa chica de Mieres que, igual que uno, lleva muchos años viviendo aquí, y trabajando también en un instituto, y de la que me lleva hablando T. largo tiempo. Nos dimos noticia uno de otro, recordamos nuestros años de estudiantes en el Bernaldo de Quirós... Fue una tarde agradable. Esperanza no tenemos mucha de que esto vaya a cambiar. Pero ahí estábamos nosotros. Nos quedan, además de la conciencia de haber hecho lo único honesto en un día como ese de ayer, esos encuentros y la música que sonaba por los altavoces. A P. la que más le gustó fue la de Queen; a nosotros la versión roquera de Resistiré. Cuando al fin todo acabó, mientras nos dispersábamos camino cada cual de su casa (naturalmente, no conté cuántos, pero parecía como cuando sales de un concierto, o de los toros en la Feria, o de un partido de fútbol, tantos éramos), hicieron sonar el Canto a la Libertad de Labordeta. Me pareció emocionante.




Luego, al llegar a casa, pensé que también habrían podido poner, para acompañar la marcha, el Dame veneno que quiero morir. También, me parece a mí, podría haber sido apropiado, ¿no? Para dedicárselo a Rajoy, o a la Cospe...


miércoles, 14 de noviembre de 2012

Sobran los motivos

Porque hay gente que pasa fatigas sin cuento y hambre.
Porque hay ya casi seis millones de parados.
Porque no se está haciendo nada que pueda arreglar lo anterior, sino todo lo contrario.
Porque hay gente a la que despiden o recortan el sueldo por caer enfermos.
Porque con el dinero público hacen rapiña y grandes negocios privados.
Porque los grandes partidos, dos, como en la Restauración, no son hoy otra cosa que dos grandes empresas de colocación que no producen más que puestos bien remunerados para sus acólitos y fieles y hueca palabrería. Ni bienes materiales ni espirituales -de estos últimos solo generan desechos- podemos esperar de ellos.
Porque mientras con una mano se le quitan todo tipo de recursos a la educación pública, esos mismos dineros, y algunos más, se les dan con la otra a colegios privados y religiosos.
Porque pretenden entregar la sanidad pública a unos empresarios que antes que atender enfermedades, dolores y achaques, codician el dinero de los enfermos, los doloridos y los achacosos. 
Porque no podemos tener un gobierno que, como solución a todos estos males, le pida a ayuda a la Virgen del Rocío.
Porque los políticos que tenemos parecen la mayoría unos perfectos sinvergüenzas: fuertes, implacables y altaneros con los débiles, y débiles, serviles y humillados con los fuertes.
Porque todas las noches de los domingos veo muy atentamente "Salvados" y saco mis conclusiones.
Porque tengo la ligera impresión de que nos gobiernan los bancos y las grandes corporaciones a donde van a parar, como los ríos a la mar, muchos políticos cuando se jubilan.
Porque Bono ha sacado un libro.
Porque todavía, aunque le pese a Esperanza Aguirre, la huelga es un derecho.

Por todos estos motivos, y muchos más que no tengo tiempo de poner aquí, por todo ello nos hemos puesto en huelga hoy.

P.D. Como me he pasado el día holgando, he tenido tiempo para leer un montón. Por ejemplo, este artículo, o este otro, y este, este (muy bonico), y también este. Ah, y este.





martes, 13 de noviembre de 2012

Sesión (casi) continua

El sábado, por no corregir, cogí el programa de la filmoteca y organicé una sesión continua (bueno, casi continua). Por la mañana, sesión matinal, me fui con los chiquillos -P. y sus primas- a El ilusionista, y por la tarde, después de comer y merendar, me los llevé a War Horse. Nos lo pasamos de miedo.

La película de la mañana fue una preciosidad. Con un guíon que había dejado en algún lugar, antes de hacer mutis por el foro, el gran Jacques Tati, y unos dibujos delicadísimos y primorosos, la película nos pareció bellísima. Da mucho gusto ver dibujadas con tanto cuidado ciudades como París, Londres o Edimburgo, y con tanto amor personajes como ese mago indesmayable -trasunto del propio Tati-, o esos viejos cómicos que están a pique de naufragar ante los nuevos tiempos, o la joven y cándida escocesa y los habitantes de una lejana isla... Salimos limpios y contentos.




Y por la tarde, la apoteosis, una película que podría haberse rodado en los años cuarenta o cincuenta del pasado siglo. Con toda la sabiduría de aquellos clásicos inmortales, nos puso al borde de las lágrimas, y aunque era una versión subtitulada, los chiquillos ni se dieron cuenta, y se pasaron las dos horas largas que duró con la boca abierta y sin pestañear. Cine vigoroso, para hacer llorar y reír, repleto de buenos sentimientos, emocionante, enérgico, feliz...Salimos a la noche del sábado, después de esta sesión doble, limpios y renovados, el alma más ancha. Daban ganas de gritar con ella, tal que Garci: "¡Qué grande es el cine!"

lunes, 12 de noviembre de 2012

Qué otra cosa hacer para no hacer lo que se tiene que hacer

Ya sé que parece este título una de las declaraciones de Rajoy. Pero no hemos encontrado otro que reflejase mejor lo que nos ocurre. Me explico.

El viernes volví del trabajo con la cartera rebosante de exámenes y trabajos. Los coloqué en la mesa del estudio. Los miré. Parecían inocentes papeles. Pero ningún folio escrito es inocente, y mucho menos esta clase de exámenes escolares. Así que decidí dejarlos allí abandonados y me marché a hacer otra cosa, cualquier otra cosa.

Siempre me ocurre lo mismo. Cuando tengo que corregir tantos exámenes encuentro cualquier otra cosa que hacer antes que esa. Por ejemplo esta de venir a escribir a este candil, incluso cuando no hay nada que contar. Por eso voy a narrar ahora, para demorar esa tarea fatigosa e ingrata, lo que hicimos el viernes por la tarde, y luego a qué dedicamos el sábado, y esta mañana del domingo (que es cuando estamos escribiendo esto). Crónica de nada, podríamos haber titulado esta entrada...

La mayoría de esos exámenes que esperan a mi lado sin inmutarse, los hicieron nuestros alumnos el mismo viernes por la mañana. En mitad de uno de ellos se desató un turbión tremendo, una tormenta de lluvia y viento que distrajo a la mayoría. Gracias a ella dejaron de hacerme esas preguntas que acostumbran a realizar ahora cada vez que se enfrentan a una prueba de esta clase ( "Profesor, aquí donde dice que explique  los rasgos lingüísticos de la función representativa del lenguaje..., ¿qué hago?, ¿explico esos rasgos?"; "Esto que he puesto aquí..., ¿está bien explicado?"; "¿Puedo contestar desordenadamente?"...,). Comenzó a escucharse entonces gran revuelo por el pasillo, pasos y voces que no se entendían muy bien. Al parecer una de las aulas del segundo piso se estaba inundando y en otra las goteras se contaban por docenas. Nos enteramos luego de que en el edificio de los talleres había ocurrido algo parecido al romperse una claraboya. Son edificios construidos en los años de las grandes inversiones y las bonanzas, pero a pesar de ello en lugar de cubrirlos con tejas, los taparon con unas planchas de cinz.

Por la tarde, viendo el cielo tan amenazador y negro, acerqué a P. a la academia de inglés en coche. A su clase de conversación . Se la da un señor de Manchester ( "Lo que Manchester piensa hoy, Londres lo pensará mañana"), y dice P. que es un hombre muy simpático y que se lo pasan muy bien. Como luego tenía que llevarlo al partido de baloncesto -comenzaba la liga-, decidí aparcar frente a la academia y quedarme dentro del coche, leyendo. Es un buen sitio para leer: aislado, silencioso, cómodo... La lluvia sobre la chapa sonaba rítmica y monótona, y ayudaba a la concentración. "Los secretos de San Gervasio", de Carlos Pujol. Como todas las suyas es una delicia de novela. Cervantina, disparatada, llena de encanto. Los diálogos entre los personajes -Sherlock Holmes y el doctor Waton de correrías por Barcelona ("Un viaje en busca de la verdad. Quizá todos lo sean")- son maravillosos. Me pasó la hora volando.


El partido fue como siempre. Aunque la plantilla ha variado algo, han cambiado de entrenador y ahora visten una equipación muy vistosa, amarilla y azul, el resultado fue como los del año pasado. Perdieron de un modo incontestable.

El equipo contrario apenas les dio un respiro. Eran notoriamente más bajitos, más delgados, menos fuertes... Sin embargo, se movían con una rapidez y ligereza de lagartijas. Fibrosos, enérgicos, decididos, morenos y con atrevidos cortes de pelo, habitantes de uno de esos barrios comanches que sacan de vez en cuando en "Callejeros", fueron poco a poco haciéndose con el marcador. Comenzó bien el equipo de P., con unas cuantas canastas de mérito, pero lentamente fueron desinflándose. Su entrenador les animaba,  llamaba a P. para darles instrucciones, le preguntaba por qué estaba siempre tan lejos del lugar por el que pasaba el balón...

En el coche, ya de vuelta a casa, me explicó P. por qué se fue borrando poco a poco del partido, por qué cuando la pelota iba hacia un lado, lo veías a él justo en el contrario. "Yo no soy racista, papá", comenzó, "pero tendrías que haber oído lo que nos decían solo cuando nos rozábamos. Y yo no quiero líos con nadie". Encontré su explicación muy razonable.



jueves, 8 de noviembre de 2012

Puente en Úbeda (Razón y locura)


Domingo (S. Carlos Borromeo)

Antes de emprender el viaje de vuelta, muy temprano, que no había nadie por las calles, fui hasta el horno de la esquina a por una buena provisión de ochíos, tortas crujientes y rubios bollos de azúcar... Luego, con esa dulce carga, me alargué a por el periódico. Los domingos el periódico lo leemos de arriba abajo: el artículo de la Lindo, el del Carlin sobre fútbol, el de Soledad Gallego, el del Vicent... Y además todos los reportajes... De esta manera quedamos informados para toda la semana y hasta el domingo siguiente ya no leemos nada, no vemos el telediario, escuchamos la radio poco y distraídamente...

Iba bordeando el parque pensando libremente, modo fluir de conciencia, como novelista moderno. Ya no llovía pero las nubes estaban amenazadoras. Pingaban los árboles y sonaban lejanas campanas. Recordé lo del vidente de M. y las misas. Debe de ser, ese vidente, persona muy religiosa,  a lo mejor además de vidente es el diácono de la parroquia de M., imaginé. Luego pensé que si torciese a la izquierda y me dejase llevar cuesta abajo, llegaría a la parte vieja, a esos barrios antiguos, silenciosos y vacíos como un poema simbolista... Tenía Úbeda a mis pies. Y se me agolparon en la cabeza, igual que críos a la salida de un colegio, todas las cosas que habíamos oído en estos pocos días: la gracia y los aparecidos, el tito P. y su miedo a la muerte, los videntes; pero también la casa donde ha estado este mismo fin de semana Muñoz Molina (lo leímos en su blog), la botica donde hacía tertulia Machado... Muy cerca del lugar por el que caminaba la casa donde hace unas semanas un muchacho mató a la chica que pretendía y a dos pasos de esta  la librería de nuestra amiga... Razón y locura. De eso está hecho este pueblo, y el mundo todo. De ese par de ingredientes estamos hechos. Eso pensé. Y me aferré con fuerza a la bolsa de los ochíos, las tortas y los bollos de azúcar. Los domingos, camino del periódico, yo me pongo siempre muy trascendente...



miércoles, 7 de noviembre de 2012

Puente en Úbeda (Libros y lluvia)


Sábado (S. Martín de Porres)

Amaneció con el cielo deshaciéndose en agua. A pesar de ello, salí con un pequeño paraguas hasta la librería. Últimamente compramos muchos menos libros, pero de vez en cuando nos entra la manía y salimos en busca de uno, azogados. En esta ocasión, como J.A. está en las Extemaduras, me acordé de que hace unos meses publicó Gadir "Donde las Hurdes se llaman Cabrera", de Ramón Carnicer, que fue un escritor magnífico y tiene hermosísimos libros de viajes. Y a pesar de la lluvia que caía en aguaceros furibundos y enconados, y de lo maltrecho de mi paraguas, me lancé a las calles, a ver si había suerte y lo tenían.



La librería que frecuentamos en Úbeda tiene un fondo muy escogido y es pródiga en libros de arte, música y cine, todos muy bien editados, preciosos. La dueña, a la que conocemos desde hace años, nos recibe siempre como a viejos amigos. Sentimos por ella verdadera admiración. Esta librería, que cuida con mimo y un buen gusto exquisito, le costó el matrimonio. Antes de abrirla, regentaba junto a su marido una papelería donde vendían algunos libros, bestsellers y ediciones de escolares libros de texto sobre todo, y donde también se podía jugar a la quiniela o la primitiva. Pero a ella lo que le gustaba era esto, las editoriales pequeñas, los libros escogidos... Y puso este negocio. Su marido no lo vio con buenos ojos, le auguró un fracaso sonoro.  Él se quedó en la papelería y ella abrió, con grandes trabajos y desvelos y sin ninguna ayuda, esta librería.  Al cabo de un tiempo, esa separación comercial la ampliaron y decidieron divorciarse.



El sábado, cuando llegué, con tanta lluvia parecía que se iba a colar dentro el agua y que iba a provocar un naufragio. Sin embargo, no parecía atreverse a ir más allá, y el interior continuaba como siempre, acogedor, abrigado, a salvo de tormentas. Como un refugio. El libro de Carnicer ya no lo tenía. Comprobó en el ordenador que lo había recibido en mayo, pero en agosto, como nadie se había interesado por él, lo devolvió. De todas formas, me lo encargó y quedamos en que lo recogeré por Navidades. Como un regalo de Reyes.



Por la tarde me acerqué con los chiquillos a Carrefour. Buscaba P. algún disco de  Green Day, de AC / DC, de los Rolling... Apenas tenían nada, y lo poco que había, muy caro, así que compramos unos batidos para la merienda y nos volvimos por donde habíamos llegado. Hacía muchísimo tiempo que no pasábamos por un centro comercial, y nos llamó la atención lo estrechísimo de los pasillos. ¿Siempre fueron así?, me preguntaba camino del aparcamiento. ¿O seremos nosotros los que vemos ahora las cosas más menguadas y angostas? Se lo pregunté a los chiquillos, pero me miraron con escepticismo y lástima y no me contestaron nada.



Luego ya nos encerramos en casa y no salimos más, porque seguía lloviendo con entusiasmo. Desganado, con un libro abierto entre las manos, distraído y escuchando por los auriculares los partidos de liga, dejamos pasar la tarde viendo en la tele un programa de homenaje a Mary Trini que duró un siglo... 

martes, 6 de noviembre de 2012

Puente en Úbeda (Aparecidos, videntes y palomos)


Viernes (Todos los Fieles Difuntos)

Camino a por el periódico, me encuentro con los puestos del mercado, que aquí es cada viernes y llaman, sin retórica, "Los Gitanos". Gentío enorme sobre todo frente a los puestos de zapatos y ropa interior, que muestran en grandes montones desordenados. La voz áspera de los gitanos llama a los compradores, que estudian muy seriamente el género.

Luego pasamos el resto de la mañana en el parque, que querían los chiquillos patinar. Lo que costó que hiciesen este parque solo lo saben los vecinos y algunos visitantes asiduos como nosotros... Pienso en ello mientras leo el periódico y vigilo que los críos no se abran la cabeza.

Por la tarde nos fuimos de visita a la calle Chirinos. Es ese barrio como otro pueblo diferente, lleno de silencio y una paz de otro tiempo. Olía a leña quemada. Calles vacías y muy estrechas (por la del Lagarto no nos atrevimos a meter el coche , no fuésemos a quedar allí empotrados...).

El tío P. tiene mucho miedo a morirse. Ahora le ha salido un grano en el carrillo derecho y se teme lo peor... "Es que esas cosas te salen en cualquier momento y en cualquier parte. Se te revoluciona un célula y ya se lía todo... Y yo lo último que quiero es morime, ea, con lo bien que estoy yo ahora..."
"Pues yo sí, a mí no me da ná", le replica su hermana. "Eso sí, lo que no quiero es apareceme luego a nadie..."

Como estamos en la vieja casa familiar, donde vivieron los dos de niños, comienzan a recordar dónde estaba todo antes, las cuadras, las cámaras, las habitaciones...

"Yo -continúa mi suegra- dormía con mi abuela, que decían todos que tenía la gracia, que veía a los muertos, y podía hablar con ellos. Y ya le decía yo que, cuando se muriese, a mí no se le ocurriese aprecéseme, que si lo hacía la tiraba por la ventana..."

Luego, en el bar de R., nos encontramos a F., el novio de L. Esta, nos contó, estaba con su amiga M., en unas misas que le había encargado a su madre -la de M.-. Al parecer, nos explicó F., andaba esta M. muy cabizbaja y deprimida, y fue a un vidente, por si había modo de sacarla de ese pozo... Este, al parecer, lo vio claro: para que esa negra melancolía la abandonase al fin, tenía que encargarle a su madre tantas misas como años tenía esta al morirse. Y como la madre de M. murió a los noventa y cinco, pues noventa y cinco misas. No sabía F. qué número hacía esa a la que asistían L. y M., pero sí que no era de las primeras...

"A vosotros esto os llama la atención porque vivís en una capital, pero esto es un pueblo, y esta clase de cosas aquí es muy normal..." F. es músico y estaba allí con algunos compañeros de su grupo para organizar el repertorio de unos conciertos que les han salido en unos cuantos restaurantes, pues se ha puesto de moda amenizar las cenas de los clientes con músicas variadas...

Volviendo a casa, me recordaron que esa M. es la que tuvo un conflicto con las monjas, cuando escolar, a cuenta de unos palomos que criaba su padre. Preparaban entonces el viaje de estudios, y sabiendo las monjas lo del padre de M.,  le pidieron a esta que si le podía pedir uno, para rifarlo. Al día siguiente la monja le preguntó a M. por el palomo. "Dice mi padre que no va a dar ningún palomo porque se lo van a comer las monjas...", explicó muy seria M. A sor Florido, que era la monja que le había pedido el favor, casi le da un soponcio. Pero como era mujer de mucho carácter, una vez recuperada, entró en combustión, montó en cólera y puso el grito en el cielo, las tres cosas al mismo tiempo. Sin embargo, todo fue inútil. El palomo, el padre de M. no se lo dio.






lunes, 5 de noviembre de 2012

Puente en Úbeda ( Música y muertos)

Jueves (Todos los Santos)

Monedas de oro íbamos levantando con el coche camino de Úbeda. Eso parecían las hojas caídas sobre la carretera, y al verlas agitarse a nuestro paso, por el retrovisor, nos sentíamos como reyes rumbo a un merecido descanso que, anuncian los periódicos, ya nunca más tendremos. El año que viene van a dinamitar todos los puentes.

Sobre nosotros, grandes nubes trashumantes. Los olivos se veían recién lavados con las lluvias de estos días. Parece ser que han llegado un poco tarde esas lluvias y no habrá este año muchas aceitunas. Serán, eso sí, más gordas y lucidas, pero eso no asegura más aceite, sino jamila, una sustancia que da lugar al alpechín y que hace que huelan tan mal las almazaras, cuando se empieza a cosechar... Al contrario, las palabras que designan esos deshechos, jamila, alpechín, traen consigo un delicado perfume oriental...

A mitad de camino nos paramos a tomar un café. En la tele están emitiendo un programa musical que mis sobrinas siguen con devoción. De pronto, aparece una concursante de mi pueblo. Siempre he esperado un momento como este. Con lo bien que se canta en Asturias, me preguntaba, ¿cómo es posible que no salga nadie en uno de estos concursos musicales? Es esta cuestión que me intrigaba mucho y no me dejaba dormir. No retomamos el viaje hasta que me entero de que no la eliminan, y pasa a la siguiente ronda... Mientras vamos hacia los coches, les dejo encargada a mis sobrinas noticia puntual de la suerte de esta chica...
 

Al fin, llegamos a Úbeda. En la primera conversación, en la sobremesa, nos recuerda mi suegra que siempre le gusta, cuando va a dar un pésame, ver al muerto. "Es una manía", reconoce, "pero yo, si no veo al difunto, no me marcho tranquila". Hace poco dice que vio a uno que tenía la cabeza un poco ladeada. "Estaba muy bien, parecía como si estuviese durmiendo". Dice que eso no es lo normal, que de muertos se le pone  muy mala cara a todo el mundo. " A mí, cuando me muera, me pintáis bien, que yo no quiero tener, cuando me muera, cada de muerta".



Leemos en el blog de Muñoz Molina que él también está en Úbeda. Cuenta que su tío, al contrario de lo que nos habían dicho a nosotros, opina que la aceituna gorda es buena noticia, pues así dará más aceite.

Antes de acostarnos, recibimos un wasap de J. A. Está en Valverde del Fresno, que su chica, N., es de allí. Nos dice que cuando llegaron la tía de N. estaba leyendo un libro de Muñoz Molina...


viernes, 2 de noviembre de 2012

Los trabajos del FMI

Nos hemos pasado el mes del octubre enfrascados en la lectura de un libro admirable y mastodóntico. Mil páginas donde se cuenta la historia del mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días... Me lo dejó mi amigo C. y me ha servido también para desarrollar unos bíceps de gimnasio diario, tanto pesa el volumen. Mens sana in corpore sano.



Lo ha escrito, con infinita paciencia, información exahustiva y mucha sabiduría para poner orden y concierto en tan complejo y amplio panorama, el historiador Josep Fontana. La tesis que defiende, incontestable ante la abrumadora cantidad de argumentos de todo tipo que ofrece -argumentos de analogía, de autoridad, de hecho y, sobre todo, de ejemplo-, es que tras la Segunda Guerra Mundial, los EEUU se plantearon dominar el mundo para propagar la doctrina capitalista más radical, las bondades de la libre empresa y el estilo de vida americano, exactamente ese que niega al estado el pan y la sal y deja que las grandes empresas y corporaciones, incluidas las financieras, campen a sus anchas.

Podríamos traer hasta aquí cientos de citas, pero entre todas ellas, hemos querido dejar esta:

Los efectos negativos de los planes de ajuste del FMI y del Banco Mundial sobre las economías africanas parecen ser generales. Un análisis de doce países que recibieron préstamos para el ajuste entre 1980 y 1999 muestra que en siete de ellos se produjo una disminución del crecimiento per cápita (...) Otra consecuencia negativa ha sido la de que "casi todos los casos recientes de colapso en la anarquía vinieron precedidos de una considerable actuación del FMI y del Banco Mundial". Siete de los ocho casos de estados fallidos entre 1977 y 1995 se dieron en países que pasaron buena parte de los diez años anteriores dentro de programas de ajuste del FMI. Unos programas que, podía decirse en 2009, "han dejado al continente peor de lo que estaba treinta años antes".

Bien, pues esos mismos planes de austeridad, ajuste y reforma fiscal, son los que ese mismo organismo pide ahora para Europa. Así que ya sabemos lo que nos espera...






P.D. De este libro y de una novela que leímos este verano habla el artículo que sacamos hoy en el periódico. Aquí debajo lo dejo, por si alguien tuviese tiempo e interés.


El tamaño de los libros

Siente uno gran inclinación por los libros pequeños, esa clase de libros que puedes meter en el bolsillo de la gabardina y salir por ahí con ellos, a dar un paseo o de recados. Los lleva uno allí metidos como a un pájaro en su nido, y aunque lo más probable es que no los saquemos de esa guarida que les hemos buscado, caminamos más seguros sabiéndolos tan cerca de las manos. Suelen ser libros de poesía, o de aforismos, o de artículos. Libros ligeros y leves. Libros que no pesan nada. Como gorriones.

Según el estado de ánimo, unas veces me voy por ahí con unos y otras con otros: si me siento exquisito y británico, saco a pasear el Diario disperso de Manent; si melancólico, el Merlín y familia de Cunqueiro; si simbolista, los Poemas escogidos de Trapiello; si reflexivo y gallego, el Libro de horas de Risco; si llano y natural, los Tres deseos de Amalia Bautista; si métrico y espiritual, El secreto de la felicidad de Miguel D´Ors; si ornitológico, Los pájaros amigos de Sagarra; si vamos a Granada, la Silla del Moro, de García Gómez… Y si se tercia y siempre que puedo, los Puntos suspensivos de Mario Quintana o La vida ondulante de Eder.

Sin embargo, estas últimas semanas me he visto embarcado en la lectura de dos obras mastodónticas y tremendas, dos libros de larguísima eslora y dimensiones abrumadoras. Imposible salir con ellos a vagabundear. Colocados sobre la mesa del salón, cerradas sus tapas y en reposo, mostraban la misma solidez que la de esos milhojas hiperbólicos que venden en las pastelerías de nuestro barrio. “¿Ya estás otra vez con los ladrillos?”, se burlaban los míos cuando me veían abrir con esfuerzo sus páginas. Incluso me propusieron comprarme un facistol, para que pudiese leerlos con más comodidad.

Y es gran lástima que no se los pueda llevar uno por ahí, a pasear y a enseñarlos a las gentes, porque se trata de dos libros indispensables. Uno es un libro de Historia, el otro una novela. Los dos hablan más o menos de lo mismo. El primero es una monografía sobre la historia del mundo desde el fin de la II Guerra Mundial hasta nuestros días. Lo firma Josep Fontana y se titula Por el bien del imperio. Sus casi mil páginas, a pesar de la acumulación de datos y las prolijas explicaciones, se van pasando con ligereza y fluidez. Apenas cuenta nada nuevo este sabio historiador, nada que no se sepa desde hace ya tiempo, pero verlo así reunido, e hilado como un tapiz, hace de este libro una obra necesaria que debería ser de lectura obligada para cualquier ciudadano de este mundo. Sale uno de esas mil páginas con las idas muy claras sobre la naturaleza del poder y los intereses de quienes dirigen el mundo. No es una novela, pero se adivinan en él cientos de ellas, un poco perdidas en el plano general que es esta obra magna.

La novela la firma Dennis Lehane y se titula Un día cualquiera. Aunque no coincide exactamente con las fechas de las que se ocupa el profesor Fontana, se trata igualmente de un relato sobre la naturaleza del poder y los intereses de quienes dirigen el mundo.  Cuenta, a lo largo y ancho de setecientas páginas, la historia del movimiento obrero en Boston, en especial la huelga de policías que se convocó en esa ciudad el 9 de septiembre de 1919 y que desató días de violencia y caos… Trabajaban aquellos policías jornadas interminables y recibían una paga que a duras penas les alcanzaba para comer y que, aquel año, con la subida del precio del carbón, les condenaba a morirse literalmente de frío. Cuenta eso y cientos de cosas más: los atentados anarquistas, las actividades de las mafias, la tragedia de la segregación racial y también una historia de amor. Porque, a diferencia de la Historia, la novela sabe ocuparse no solo de los grandes acontecimientos sino también de los detalles y de las vidas aparentemente insignificantes y minúsculas. Al final, todos los policías que participaron en esa huelga fueron despedidos. Y a los hombres que contrataron para sustituirlos les concedieron todas y cada una de las reivindicaciones que exigían aquellos. Hecho que explica meridianamente cuál es la naturaleza del poder y los intereses de quienes nos dirigen.

Son dos lecturas de esas que te dejan un poco huérfano al terminarlas. Huérfano y pensativo, porque tiene uno la impresión de que muchas de las cosas que se cuentan en ellos pueden volver a repetirse –los salarios miserables, la desprotección social, los abusos…-. El estudio del profesor Fontana podría haberse abierto con estas dos citas de la novela de Lehane: “El enemigo declarado de la política  desde los albores de la humanidad siempre ha sido el mismo: el conocimiento de la verdad”; “La única decisión realista que podía tomar un hombre era si rebelarse contra el sistema y morirse de hambre, o seguirle el juego con tal convicción y tal ardor que al final él personalmente no sería ya víctima de ninguna de sus injusticias”. Y el libro de Lehane con esta frase de Walter Benjamin con la que el profesor Fontana cierra la introducción del suyo: “No se puede esperar nada mientras los destinos más terribles y oscuros, comentados a diario, incluso a cada hora, en los periódicos, analizadas sus causas y consecuencias aparentes, no ayuden a la gente a reconocer los oscuros poderes a los que su vida está sometida”.