viernes, 20 de diciembre de 2013

Invierno



Ahora que ha llegado el invierno y  nos vamos, por una semana, rumbo al Norte, me habría gustado dejar aquí, como una felicitación navideña, unas cuantas de las hojas que se viene a arrimar a nuestro portal, en busca de abrigo. Yo les abro la puerta cada noche, al bajar la basura, y dejo que pasen y que se acurruquen en un rincón. Pero como eso todavía no es posible, vamos a dejar en cambio esta vieja postal, que también es preciosa...



Bosque,
carabela de escarcha.
En su trineo de estrellas
llegó el invierno.
Altos embajadores
encienden los candelabros...
El príncipe Otoño
dejó su traje y su bolsón de oro
sobre la nieve.
Tierna nieve: oboe en el valle,
todo quieto.
La negra abadía duerme
en la montaña. Y yo sueño
con aquel cuadro que vi de niño:
cazadores, osos, perros alegres,
altos árboles
y la dulce nieve

Luis Pimentel



jueves, 19 de diciembre de 2013

Raro

El domingo nos vamos P. y yo a Asturias. A. no nos va  a acompañar porque se queda aquí, a cuidar de F. Va a ser un viaje raro, irnos en Navidades sin ella...

Como vamos los dos solos, hemos decidido hacer el viaje en tren. Y como en el directo (Alicante-Gijón, con parada en Mieres-Puente) no había ya plazas, viajaremos hasta Valladolid y allí enlazaremos con otro convoy, que será el que nos deje en casa.

Va a ser raro, parar en Valladolid. Si todo transcurre con normalidad, en Valladolid solo estaremos media hora. Me gustaría ver si el reloj de la estación no lo han cambiado y conservan el que describe A. T. en El buque fantasma.

Pasaremos la Nochebuena con mi padre y mi madre, los cuatro solos. Será raro. Iremos a Oviedo, a ver a los amigos; a Gijón, a ver el mar; vendrán a Mieres, a ver si P. está más alto y yo más viejo, y preguntarán por A.

Luego, cuando volvamos -ahora sí, en el directo Gijón-Alicante-, en lugar de irnos a Úbeda, como todos los años, nos quedaremos aquí. Será la primera vez que recibimos el año nuevo en casa y será raro. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El hospital

En el pasillo de la habitación de F. hay un enfermo que parece el hombre invisible y, al fondo, el pabellón de los pacientes con trastornos alimentarios. El hombre invisible lleva todo el rostro vendado porque le explotó una bombona de gas. Las muchachas del pabellón montaron un pequeño belén en la entrada del hospital, junto a la cafetería.

Por lo demás, apenas se ve a nadie por los pasillos y todo está silencioso. Es un hospital público muy alabado por la pericia de los médicos y cirujanos, por la amabilidad y discreción de las enfermeras y auxiliares, por la limpieza y por ese silencio maravilloso, sanador, tonificante...

Pues bien, todo esto, que pertenece a la comunidad porque la comunidad lo paga, es lo que pretenden liquidar para beneficio de unos pocos. Nosotros, la comunidad, la tribu, la chusma ciudadana, continuaremos pagando tanto o -lo que es más probable- mucho más de lo que pagamos ahora, pero a cambio todos esos bienes: la pericia de los cirujanos, la limpieza, el silencio, la amabilidad exquisita, se habrán perdido por el camino. En muy poco tiempo, de todo eso ya no habrá noticia. 

Las empresas asesoradas, presididas o tuteladas por la casta política se quedarán con el dinero a cambio de una sanidad para menesterosos. Y no habrá uno que no deje de sacar provecho de este robo indecente...

Para pensar de este modo no creo yo que haga falta ser un vidente o un radical demagogo y peligroso. Para pensar así solo hace falta escuchar lo que se dice en el Congreso, lo que se denuncia en algunos medios o se defiende en los otros... Tan solo hace falta abrir un poco los ojos y tener los oídos no muy sucios. Hasta alguien tan despistado como uno se da cuenta...

De manera que, aunque estamos alegres por la recuperación de F., cada vez que vamos al hospital nos acometen estos pensamientos y salimos de allí como el poeta, umbríos por la pena, casi brunos...

martes, 17 de diciembre de 2013

Mensajes cortos

Manuscrito encontrado en el suelo de un aula:

Aver yo le tiraba a la paula no? y no queria na a la semana le dije Que haces y ella dejame y yo que le echo y dice tontear, pero yo no entiendo porque se enfada por eso (escrito con boli negro).

Pues porque seran unas raras, yoquese, pero yo se que a esas le gustan mucho los nenes (escrito con lápiz).

Con la vera me llevo bien pero la paula esa ni que le able (boli negro).

La vera es mas suelta que su hermana, luego le preguntas por mí veras (lápiz).

Okis esta tarde le pregunto (boli).

lunes, 16 de diciembre de 2013

El deportista

Llevo dos semanas en el dique seco, sin jugar los partidos de los lunes ni los de los jueves. Por culpa de la rodilla. De la rodilla de mi suegra. Como anda A. muy liada, por ayudar dedico esas horas del fútbol a otros menesteres.

Sin embargo, no quiere decir esto que esté descuidando mi forma física. He dejado los partidos que yo juego, pero no los que juega él. Lo que no he podido abandonar es esa costumbre insana y masoquista de ver los partidos del Sporting. Y, créanme, sufro mucho más desgaste contemplando esos esforzados encuentros, que cuando corro arriba y abajo por el Pabellón del Parque. Muchísimo más, dónde va aparar. 

Acabo agotado y, la mayor parte de las veces, enfadado, mohíno, hosco, apesadumbrado. Incluso cuando ganan, como ayer, no termino a gusto... Y, se lo vuelvo a asegurar, tremendamente cansado. Ver un partido de fútbol del equipo del que uno es hincha, supone un desgaste nada desdeñable. No lo puedo consignar con exactitud, porque en casa no tenemos peso, pero yo calculo que debo de dejarme un par de kilos cada vez. Claro que los vuelvo a recuperar rápidamente, pues al acabar tan sombrío, arrastro mi triste figura hasta la nevera, donde trato de curar la melancolía con el embutido, porque el resto de habitantes de la casa, si son cosas de fútbol, no me hacen ningún caso y se desentienden de un modo frío y cruel...

-¿Qué le pasa a papá?-preguntaba antes P.
-Nada, hijo, no le hagas caso, el Sporting que habrá perdido o empatado o ganado pírricamente...

Ahora, cuando me ve, un sábado o un domingo, cabizbajo y gris, ya ni siquiera pregunta...

Pero yo estaba hablando del esfuerzo físico del hincha contemplativo. No sé si habrá estudios sobre la materia, pero si los hubiese, seguro que darían como resultado que la observación atenta y entregada de un partido es una actividad física de primer orden.

Por eso, cuando hace unas semanas me hice el reconocimiento médico para renovar el carnet -ver episodios anteriores-, cuando el doctor me preguntó si hacía ejercicio, junto con esos dos partidos semanales y los paseos en bicicleta, le dije lo de la tele... Me miró por encima de las gafas. No me arredré y le solté esta parrafada:

-Cuando nos entregamos a la contemplación de un partido de fútbol, sentimos las impresiones de fuerza, de agilidad y de destreza que los movimientos de los jugadores despiertan en nosotros. Nuestro propio yo, en cuanto yo, desaparece, pero queda nuestra sensibilidad física, en la cual se reproducen todas las impresiones que los futbolistas experimentan, o creemos nosotros que experimentan, con ocasión de su trabajo.
Así pues, no se trata de una pura contemplación, sino de una verdadera colaboración con los jugadores.
Me miró como se miraría a un loco y me despidió al mismo tiempo que mandaba pasar al siguiente...

(www.realsporting.com)

N. B. Para este entrada me han servido de inspiración  inestimable unas palabras de Eduardo Ovejero y Maury. Se pueden encontrar en su prólogo a Los fundamentos de la estética, de Theodor Lipps. Libro este, por cierto, que no he leído...


miércoles, 11 de diciembre de 2013

Una rodilla nueva para F.

Ayer operaron a F. de la rodilla. Le quitaron la suya, que estaba "deshecha", en palabras del cirujano, y le pusieron una nueva, de algún tipo de plástico me imagino.

Lo hicieron temprano y rápido, a las ocho de la mañana. Pero luego la tuvieron en reanimación hasta las ocho de la tarde. Al parecer, es ese el protocolo. Entró al quirófano, me contó A., por su propio pie, y, según el cirujano de nuevo, se portó muy bien. Sus hijas tenían cierto miedo a que hubiese hablado más de la cuenta durante la operación, ya que la anestesia fue local. F., después de largos años cuidando enfermos, posee unos conocimientos médicos nada desdeñables, y además ha visto por la tele unas cuantas veces operaciones de esta clase, de rodilla y de cadera... Uno de sus nietos aventuró guasón que podríamos haberle dado un móvil para que fuese retransmitiendo la operación en directo... La vi un rato, recién llegada a su habitación. Me contó, muy gráficamente, las sensaciones durante la intervención, los golpes, que parecían de martillo, y el sonido áspero de las sierras...

Con un vendaje aparatos cubriéndole toda la pierna, y una bolsa de hielo sobre la nueva rodilla, parecía un futbolista seriamente lesionado. Pero tenía muy buen aspecto, en absoluto cara de enferma, que era lo que más le preocupaba...

Luego, como A. se iba a quedar con ella a pasar la noche, acerqué a L. a su casa. Mientras salíamos del hospital, limpio, silencioso, de enfermeros amabilísimos y muy atentos, fuimos cantando la elegía de la sanidad pública: 

"Cuando comiencen a fallarnos a nosotros las rodillas, que nos fallarán, ¿habrá todavía un lugar cómo este?, ¿habrá quien nos las cambie y nos las venga a curar?

martes, 10 de diciembre de 2013

Mujeres y hombres...

El sábado comimos todos juntos porque era el cumpleaños de nuestro beau frère y tuvo a bien invitarnos.

Lo hizo, como suele, en el Il Forno, una pizzería que debe de tener ya unos treinta años de existencia y que, salvo la pintura de las paredes y los cuadros que en ellas cuelgan, está exactamente igual que entonces. La carta es la misma que hace tres décadas, salvo el cerviche, que es una novedad que cuenta a su manera la biografía del dueño, que se separó de su mujer, se enamoró de una muchacha peruana, abrió con ella un restaurante de comida de aquellas tierras, lo cerró y ha vuelto a pasearse entre las mesas de esta pizzería enorme. Desconocemos si el regreso ha alcanzado otras fronteras..

Antes, cuando nosotros llegamos a estas costas -por decirlo en clave aventurera-, lo visitábamos a menudo. Luego dejamos de hacerlo. Y ahora vamos allí una vez al año, cuando nuestro cuñado cumple años...

Este conocimiento antiguo del lugar nos invita, cuando vamos, a que nos fijemos en los clientes...

El sábado nos llamó la atención una familia muy atildada, un matrimonio y sus tres hijos, que se sentaron muy cerca de nosotros, con gran ceremonia y muy cuidadas maneras. Iban todos vestido de un modo un tanto antiguo, a juego con el local. El cabeza de familia lucía pañuelo de seda al cuello, chaleco de cheviot y un bigote tupido y barroco sobre una barbita pulcramente recortada. Componía una figura teatral y lopesca. Las dos niñas eran muy coloradas y bien hermosotas. El niño, con un jersey de pico de un verde colegio-concertado-religioso, tenía también el color rosa del amanecer en las mejillas. La única moderna era la madre, con un vestido negro. Yo me los imaginé notarios, abogados o médicos. Fue entonces cuando A. me hizo ver que la mujer era su ginecóloga, la que nos atendió del día del parto y recibió a P. a nuestro lado. Estuve a punto de levantarme para recordárselo, y volver a agradecérselo, pero me contuve... Comían en silencio, con muy exquisitas maneras, sin abrir la boca y sin que se les notase apenas el movimiento de las muelas y los diente triturando y desgarrando la comida...

Al poco nos distrajo la llegada de una pareja con un crío de unos tres años. El hombre atendía con solicitud a quien debía ser su hijo, pero ella ni miraba para el chaval. Era una moza muy joven, muy delgada, muy poca cosa. Dejó sobre la mesa unas enormes gafas de sol y sacó una teléfono móvil no más pequeño que esas lentes. Mientras el joven que la acompañaba atendía al niño, se puso ella a toquetear con agilidad y soltura el teléfono enorme. Hombre separado, ennoviado de nuevo y al que le toca el chiquillo un fin de semana cada quince días, pensamos... Nos fijamos un poco más. La muchacha, aunque muy guapa, tenía cierto aire de arrabal, y a pesar de que movía sus manos con afectación, resultaba todo en ella un tanto ordinario. Había algo en ella de Fortunata, eso sí, con muchas menos carnes...

Fue entonces cuando las sobrinas de J.C. nos avisaron de que era, esa joven, una de las participantes de un programa llamado Mujeres y hombre y viceversa, un programa, al parecer, inefable. El día anterior, viendo el Torres y Reyes, habíamos escuchado a Joaquín Reyes describirlo como un programa de antropología... Buscaron las sobrinas en sus teléfonos, no menos pequeños que los de la estrella de la televisión, fotos de esta, y nos las enseñaron. Eran imágenes del programa, y se la veía muy maquillada y con peinados más elaborados, pero sí, efectivamente era ella...

Nos fijamos mejor. Allí, en mitad de esa vieja pizzería, no era más que una muchacha muy joven y muy delgada, más que guapa bonica, que hablaba moviendo mucho las manos con su novio, que le contestaba arrobado y al que interrumpía cada poco su hijo. Entonces ella se quedaba mirando al niño con cierta aprensión, como si fuese un objeto extraño, incomprensible y probablemente peligroso... El novio trataba de atender a los dos con idéntica atención... Hasta que el chiquillo vomitó todo el acuarius que estaba bebiendo. Entonces ella puso cara de gran espanto, y, mientras su pareja se ocupaba, se refugió en su móvil color rosa...

Y de esta manera tan entretenida pasamos la comida...

lunes, 9 de diciembre de 2013

A ticket to Corfu

No sé si lo conocen, hace un tiempo pusimos una canción suya en una de estas notas urgentes... Se llama Javier de Torres. Es abogado, compositor y cantante y, de un tiempo a esta parte, nuestro compositor y cantante favorito -como abogado seguramente será también muy bueno-. Unas delicadas melodías y unas letras llenas de humor y ternura que hablan de las cosas corrientes... Ponemos sus discos constantemente, y vamos por la vida, cuando nos descuidamos - mientras preparamos un examen o cocinamos un arroz con verduras, de camino al trabajo sobre la bicicleta o al terminar una clase y quedarnos solos en el aula recogiendo el ordenador, ...- tarareando las que preferimos, que son casi todas... 

Pues bien, acaba de sacar este nuestro admiradísimo J. de T. un disco, en colaboración con un tal Roger Sincero, que es, una vez más, una verdadera joya. Se titula A ticket to Corfu, (ah, sí, también nosotros nos marcharíamos ahora mismo a esa isla, huyendo de estos fríos negros) y está compuesto por doce canciones breves y deliciosas... Se lo he pedido a los Reyes, porque aquí no lo tienen en ningún lado. Tanto lo he escuchado en el spotify que me he quedado, este mes, sin minutos, y, ¡ay!, ya no lo puedo hacer... En el youtube solo hay unos cuantos vídeos de una presentación informal que hicieron el otro día en Madrid; y en RNE, una entrevista y algunas de esas canciones... Hasta que lleguen los buenos Reyes, con eso me voy conformando...








       
           
     
        
        

         

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Las turmas (A.T. 3)

En el artículo que comentábamos ayer salía esta palabra, turma, que nosotros no habíamos visto jamás. Aunque se podía adivinar su significado por el contexto, buscamos en el diccionario. Y como estábamos con los eufemismos y tabués en las clases de 2º de ESO, y con el uso frecuente que deberían darle al diccionario, le conté de mi descubrimiento... Les gustó mucho, y nos echamos unas buenas risas, imaginando posibles utilizaciones.

Estoy hasta las turmas!- por ejemplo, y enlazando con los recursos retóricos -que de todas esas cosas les hablamos- recordamos la  paronomasia:

-Fui a las termas a remojarme las turmas...

Aprender, no sé si habrán aprendido algo. Ahora, reírse, se rieron lo indecible...

martes, 3 de diciembre de 2013

Polémica ( A.T. 2)

Hace un par de domingos, escribió A. T. este artículo en el Magazin...

Yo, ahora, estoy asustado. Con las malas pulgas que se gasta A.P.R., temo por la integridad de A.T.

Hace unos años, a propósito de una de sus novelas, le escribió un buen amigo nuestro, hombre culto, bondadoso y de exquisita educación, para hacerle ver que en esa narración empleaba de forma reiterada e incorrecta una expresión, no recuerdo ahora cuál. Pues bien, el académico le contestó rápidamente con furia desatada, como suele componer sus artículos...

No sé. En realidad no creo que pase nada. No parece verosímil que alguien esté tan enfadado en todas las ocasiones. Y además, estas gentes vocingleras, ásperas y pendencieras, suelen resultar, a la hora de la verdad, bien cobardes. Y si no es muy tonto, guardará silencio, pues es mucho T. nuestro admirado T. Entre otras muchas cosas que lo distinguen de este A.P.R., es un escritor de verdad...

lunes, 2 de diciembre de 2013

Frío (A.T. 1)

Ahora que ya parece haberse instalado, al fin, para una larga temporada; ahora que salimos cada mañana con bufanda, guantes y hasta un gorro; ahora que los termómetros de la ciudad marcan cada día varios grados bajo cero... Ahora que sucede todo eso, qué abrigado leer este poema de A. T.:

FINAL DEL VERANO

Hubo primero extremos movimientos
de tropas en el cielo. 
Legiones apretadas de vencejos
y ansiosas golondrinas parecían,
entre gritos de júbilo, estar
preparando su anábasis.
De ayer a hoy el aire
se vació de vuelos. Qué extraña
su partida. El silencio que han dejado
cubre los negros árboles y montes
como cubren de sábanas los muebles,
fantasmales y blancas, de un palacio.
Incluso se diría que los últimos
en partir se olvidaron de cerrar
la puerta de los campos,
y ruedan por el suelo, como papeles rotos
en un final de fiesta, desoladas
hojas secas y abrojos.
Siguen sin cosechar algunas uvas
maduras en la parra y el perfume
opulento del nardo
se pierde entre las zarzas. Lo llamamos 
otoño. Alguien aquí
tenía que quedarse y rendir cuentas
de momentos tan frágiles,
alguien también que cuando llegue el día
de salir al encuentro del invierno
y rendirle la plaza de la vida,
le diga con voz firme:
“Nada de cuanto vengas a llevarte
es en verdad valioso;
la alegría la dimos a los pájaros,
y está a salvo”.



jueves, 28 de noviembre de 2013

Incorruptos

No, no va a ser esta una entrada política sobre los miembros del PP, aunque no le quedaría mal el título. Tiene más que ver con Les revenants...

El día que acabé de ver esta serie, ya quedó dicho, me fui a la cama inquieto, muy sensible a los crujidos del parqué bajo mis pasos. P.  llevaba dormido largo rato y A. estaba en Úbeda, que  había ido a recoger a su madre... Y de Úbeda trajeron el domingo, además de los colorados y sabrosísimos ochíos, una historia que no habría quedado mal en alguno de los capítulos de esa película... Le habría añadido, eso sí, un toque azconiano...

Y esto es que se murió, no ha mucho, un viejo hombre. Aunque casado en segundas nupcias, decidieron enterrarlo con su primera mujer, la madre de sus hijos, muerta veinticincos años atrás. Pues bien, el día del entierro, cuando abrieron el ataúd para colocarlo junto a ella, se encontraron con que estaba esta, a pesar del tiempo transcurrido, entera y verdadera, completamente incorrupta. Hasta parece que conservaba algo de rubor en las mejillas.

-Yo creo que esto ha sido porque era muy buena persona... Una santa era...- apostilla mi suegra.

Luego llegó la escena castiza, ideada por Azcona. Al colocar al hombre en el ataúd de su antigua mujer, no se podía cerrar, así que tuvieron que estar los enterradores un buen rato forcejeando, como cuando has metido demasiada ropa en la maleta. Finalmente, consiguieron sellarlo al fin, pero no sin que se escuchase un crujir de huesos que se quebraban, no se sabe si los de él o los de ella, probablemente los de ambos...

Algo debe suceder en ese cementerio de Úbeda, pues cuando abrieron el del tío Tomás, para enterrar a la tita J., se encontraron también  incólume la mitad del cuerpo de este, tal vez porque no había sido tan bueno, solo la mitad, que esa mujer...



miércoles, 27 de noviembre de 2013

Caducado

El otro día, y por pura casualidad, caí en la cuenta de que tenía el carnet de conducir caducado. Desde junio. Sin ser consciente de ello, esto es, de un modo del todo inconsciente, he estado conduciendo desde entonces fuera de la ley. Si en estos mese me hubiese parado la guardia civil, la cara que se me hubiese quedado habría sido para retratar... 

A mí estas cosas me suceden con cierta frecuencia y de esto no puede enterarse, de ningún modo, mi padre. Mi padre cree que soy un despistado sin remedio y no quiero darle municiones...

Comencé a enterarme cuando mi a migo A.-nuestro victorvaldés de los partidos de los jueves- me contó que acababa de  renovar el suyo, que se lo había sacado en el 93 y ya le tocaba. En el 93 lo conseguí yo, pensé, de modo que  a lo mejor... Al llegar a casa bajé al coche a comprobarlo y, efectivamente, desde junio yo era un conductor caducado, un conductor fuera de la ley... Me puse en lo peor - es una costumbre que tengo- y un poco nervioso... Tal vez después de cuatro meses ya no me dejarán renovarlo y me obligarán a volver a la autoescuela, pensé.

De manera que, después de comer, me fui a un centro médico especializado en esta clase de permisos que hay al lado de casa, en la plaza de la Veleta, a ver qué me decían...

Me atendió una muchacha rubia con una sudadera rosa chicle que masticaba con entusiasmo un chicle rosa-sudadera.

-No te preocupes -me tuteó-, la mayoría vienen como tú, todos caducados -me tranquilizó sin sacarse el chicle de la boca.

Y me explicó, dándole vueltas a ese chicle, que han cambiado la ley y que ahora ya no te hacen volver a la autoescuela, que lo único que me habría podido suceder es que me parase la guardia civil y me pusiese una multa de cagarse, me dijo.

Tras esto, me mandó a un pasillo, a que esperase en una silla, que ya me avisaban...

Primero apareció una muchacha con una rebeca gris y sin chicle que me invitó a pasar a un pequeño cuarto muy austero. Un par de sillas, una mesa y, sobre esta, un pequeño ordenador y unos mandos frente a él. Me pidió que me sentase y que me hiciese cargo de los mandos. Se trataba de mantener unas rayas horizontales dentro de unas líneas paralelas que iban serpenteando en la pantalla. Fue como jugar a un videojuego de la prehistoria... La mujer de la rebeca era muy profesional y no paraba de hablar y de decirme lo importante que era esa prueba. La pasé con holgura. Mi capacidad de reacción era, me informó, del 98, 46 %. 

-Bueno, no es muy difícil- comenté.

-No sabe usted las cosas que vemos aquí...- me cortó.

Después me devolvió al pasillo de espera y estuve un buen rato frente a la puerta del médico. Como los tabiques eran muy finos, se escuchaba con claridad la conversación entre el doctor y quien me precedía. Por las cosas que se escuchaban, supuse que sería un señor mayor, el paciente. Hablaban de falta de sensibilidad en las piernas, de varias intervenciones quirúrgicas, de dificultades de visión... El hombre aquel, era evidente, estaba hecho una castaña, y parecía difícil que pasase con bien el reconocimiento A este, pensé, no le dan el visto bueno. Sin embargo, me equivoqué en todo: no era una persona mayor, sino un muchacho bastante más joven que yo; y por supuesto que le dieron el certificado médico sin problema alguno...

Y ya llegó mi turno.

Fue un acto rápido y limpio. A pesar de mi miopía y de la presbicia galopante, el doctor -un hombre de mi edad, delgado, serio y expeditivo-, encontró que gozaba de una vista casi perfecta; igual que la tensión. Luego me preguntó si oía bien, y, sin falta de más pruebas, confío en mi gesto afirmativo. Tras auscultarme, dictaminó que tenía el corazón de un deportista, pues mis pulsaciones eran bajas. Yo pensé decirle que también podría ser que me estuviese muriendo poco a poco, pero me callé... Comparado con el que acababa de examinar, yo debía ser el emblema de la madurez saludable...

Por el rigor de la revisión, a pesar de los parabienes del médico, no me habría sorprendido nada que justo al salir me hubiese dado un infarto. 

Lo del carné caducado me lo voy a callar, pero esto de mi corazón deportista se lo tengo que contar a mis padres, que no ven con buenos ojos que ande, a mi edad, jugando partidos de fútbol. Creen que debo retirarme. Probablemente lleven razón. Sin embargo, como de momento no les hago caso, de vez en cuando me cuentan que han leído en el periódico que ha muerto infartado un muchacho mientras disputaba un partido. Pero yo ya no soy un muchacho, les contesto. Nosotros, a la velocidad que jugamos, podemos morirnos de cualquier cosa, pero de un infarto, no lo creo..., les digo.

Finalmente, pagué setenta euros, me dieron un papel y ya puedo conducir...

martes, 26 de noviembre de 2013

Los viernes, magia

Continúa P. obsesionado  con los trucos de manos y otros actos ilusorios, y así, todos los días, cuando ya ha acabado sus deberes y tareas, enciende el ordenador y busca vídeos donde aprender nuevos juegos prestímanos... Se ha descargado, también, un par de libros. Una vez hecho esto, nos persigue luego a su madre o a mí, para que le hagamos de conejillos de indias, de inocente público.

Algunos le salen bien. Otros no.

Cuando comienza con ellos, no respeta ningún momento. Le da igual que estemos corrigiendo o leyendo o preparando la comida... Llega con su baraja, o sus monedas, y no nos deja hasta que no le hacemos caso...

Sin embargo, lo que más nos inquieta es que continúe con esa idea absurda de salir a la calle, a hacerles esos mismo trucos a la gente con la que se cruce... Nosotros, naturalmente, le damos largas, le decimos que tiene que prepararse muchísimo más y  que, mientras tanto, se conforme con atormentar a la familia.

-¿Cuánto tiempo crees que debo ensayar?
-Años...
-Pero papáaaaa...

El viernes estaba bastante ilusionado porque, en el que es hoy su canal favorito, dedicaban toda la programación a la magia...

En nuestra casa el crecimiento de P. podría pautarse perfectamente, más que por el calendario de vacunas y las revisiones pediátricas, por los canales más vistos en cada momento de su desarrollo cognitivo... En el principio fue Clan TV, luego llegaría Disney Channel -el más insufrible sin duda alguna- y ahora es Discovery Max, una cadena cuya programación incluye las series y reportajes más peregrinos que hayamos visto jamás -y mira que en televisión se han visto cosas...-: programas sobre casas de empeños, sobre caza de caimanes, sobre empresas de grúas, sobre trabajos sucios -nada que ver con el cine noir, sino con alcantarillas, chimeneas y lugares semejantes-, sobre subastas y subasteros, sobre restauración de viejos automóviles... Son casi todas americanas, de las Américas del Norte, y cada vez que tiene un ratillo, P. se engancha. Algo de adictivo deben de tener, pues cuando nos hemos quedado A. y yo un momento ante ellas, tardamos en darnos cuenta de lo que estamos haciendo y nos quedamos allí plantados, contemplando cómo un desastrado señor trata de vender un autógrafo de Lincoln...

Pues bien, el viernes por la noche nos tuvo viendo un par de programas de magia. El primero era sobre un tal Dynamo. No nos gustó. Nos pareció, más que un mago, un fantasma. Trucos muy solemnes y bíblicos, y demasiado misticismo. Le dije a P. : "Si finalmente te dedicas a esto, deberías ser mucho más natural que este muchacho..." Hasta se paseó por las aguas del Támesis... A mí me parece que eso es llevar las cosas demasiado lejos...

El siguiente sí que fue de nuestro gusto. El Mago Pop, se llama, y era el protagonista un muchacho simpático y agradable que realizaba sus trucos con naturalidad y sin aspavientos. Además, el programa tenía sus matices, una narración -trataba de encontrarse con el batería de Génesis-, y nos iba mostrando cómo ese muchacho se iba encontrando con gentes muy diversas -en Madrid, Barcelona, Londres-, con los que no solo desplegaba sus prestidigitaciones, sino con los que también charlaba un rato...

Nos gustó también mucho la canción del programa, de un grupo catalán, pero, aunque la hemos buscado con denuedo, todavía no sabemos cómo se titula ni quiénes son esos muchachos...

Al parecer, van a ser programas que emitirán todos los viernes. Así que ya sabemos lo que nos toca: los viernes, magia...


               

lunes, 25 de noviembre de 2013

Miedo

Hablábamos el otro día aquí del miedo pánico que nos provoca la contemplación del anuncio de la lotería de este año... Pues bien, aunque no llega a ese nivel y no suele ser este del terror género al que nos sintamos inclinados, van a permitirme que les recomiende una serie, Les revenants, inquietante y perturbadora.

Nos habló de ella, este verano, nuestro buen amigo H., después de un día de playa, mientras paseábamos hacia el centro de Avilés entre naves industriales, las vías del tren y la ría. Como personajes de The Wire -y es que en estos días todo me lleva a ese gran relato, obsesionado perdido...-.

Para curarme la orfandad  tan grande que me ha dejado el haber llegado a la última temporada de esa serie, al último capítulo, y la obsesión, me puse el otro día con esta, por parecerme muy distinta. Siendo género tan diferente, pensé, no habría punto de comparación y podría, por tanto, disfrutarla sin miedo. Bueno, sin miedo no. Solo les voy a decir dos cosas: es francesa y magnífica. Y no quiero contarles nada más por si alguien sigue la recomendación. Eso sí, si son ustedes un poco pusilánimes y temerosos, no la ven ni solos ni de noche... Los últimos capítulos los vi bajo esas condiciones y no vean lo mal que lo pasé hasta llegar a la seguridad de la habitación, meterme bajo las sábanas y cerrar, al fin, los ojos...



miércoles, 20 de noviembre de 2013

¿Y qué veo yo ahora?

Hace una semana terminé de ver la quinta temporada de The Wire. Sentí una gran orfandad. No encontraba, en los días siguientes, nueva serie o película que me apeteciese. Yo lo que quería era continuar en Baltimore, saber qué va a ser de tdos y cada uno de los personajes de esa narración áspera, durísima y maravillosa... 

Tratando de curar esa herida, de cubrir ese vacío, me leí un libro en el que varios escritores cuentasn cosas de la serie. Allí me enteré, entre otras muchas informaciones de gran enjundia, de que he visto, desde julio y hasta hace apenas unos días, unas sesenta horas de televisión. En el verano, cada días después de comer, y desde la llegada del otoño y las obligaciones laborales, cada noche, acostados A. y P. 

Ya sé que la serie, a estas alturas, la ha visto prácticamente todo el mundo, y que este entusiasmo mío puede sonar ahora como el descubrimiento de la pólvora... Pero cada uno llega a los sitios cuando puede, y nosotros nunca nos hemos caracterizado por la precocidad en ningún aspecto de la vida, al contrario, somos de llegar más bien tarde a todo... Pero hemos llegado...

Además del libro que les digo, y de un par de novelas -estupendas- de Pelecanos, para curar tanta melancolía por ese relato sabio y torrencial, hemos escrito este artículo para la página de Tersites (blog que deberían ustedes visitar a menudo por los artículos de nuestro buen amigo C.G. De una indignación lúcida y enérgica, da gusto leerlos). En primicia:






La gran novela americana


La gran novela americana no es una novela sino una serie de televisión. Una novela como las de antes, decimonónica, poliédrica y exuberante, y una serie como no se había hecho nunca. Una muy voluminosa narración, estructurada en cinco volúmenes-temporadas, más de sesenta horas de televisión en las que, como en las novelas, no corres el riesgo de la interrupción publicitaria...

La serie se llama The Wire, y a estas alturas ya la habrá visto todo el mundo y seguramente está viniendo ahora uno hasta aquí a descubrir la pólvora. Incluso la idea de identificarla con una novela tampoco es novedad, ni idea propia, pues al parecer ya lo han dejado dicho sesudos analistas, expertos hermeneutas... Esta serie se estrenó hace varios años, circula en DVD desde entonces, y son muchos los que ya han proclamado su admiración rendida ante ella. Hemos llegado tarde. Pero hemos llegado.

No abrió uno sus páginas hasta este verano, cuando, con más tiempo y fuerzas, le dedicamos todas las horas de las sobremesas estivales, y, con la llegada del otoño y las obligaciones laborales, todas las noches desde septiembre y hasta quien dice ayer.

Y andamos ahora en un estado de gran exaltación, proclamando a los cuatro vientos las excelencias de esta narración prodigiosa. Y si damos, pobre inocente, con alguien más rezagado que nosotros, no le damos cuartelillo y lo acosamos sin piedad. “¿Cómo puedes vivir sin haberla visto aún?

Y es que The Wire es uno de esos grandes relatos que Benjamin pensaba que habían desaparecido definitivamente, una obra de arte perdurable, una ficción realista que demuestra que probablemente solo a través de la ficción se puede llevar a cabo un análisis contundente y lúcido de estos tiempos que estamos viviendo. Sinfonía de la gran ciudad, también se la ha descrito de este modo. Pero la gran ciudad es todas las ciudades, emblemas de un mundo despiadado.

Sus creadores, un antiguo periodista y un ex-policía y ex-profesor de secundaria en un instituto público, han levantado, junto con la ayuda de un productor de cine y un puñado de escogidos guionistas, el más acabado retrato de lo que nos ocurre a todos... Albacete no es Baltimore, ni España los EE.UU., pero son muchas las semejanzas que se pueden encontrar al seguir las peripecias de los personajes de este gran relato.

Después de terminar de ver el último capítulo, huérfanos y desolados, nos lanzamos a la búsqueda de algo que nos curase tan profunda orfandad, y nos hicimos con un libro sobre esta especie de novela rusa en imágenes. Entre sus páginas, comprobamos que sus creadores sabían bien lo que se traían entre manos. De manera que es vano que seamos nosotros los que continuemos intentando ponderarla cuando ellos mismos se han explicado con una claridad luminosa. Así que, como las citas que les ponen algunos editores a sus libros en esa fajas con las que los envuelven, vamos a dejar aquí algunas de las declaraciones de David Simón, el principal responsable de The Wire y luego ya me dicen ustedes:

The Wire describe un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su reforma. Es un mundo en el que las reglas y valores del libre mercado y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco social, un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los seres humanos, menos.

The Wire es una tragedia griega en la que el papel de las fuerzas olímpicas lo desempeñan las instituciones postmodernas y no los dioses antiguos. El Departamento de Policía, la economía de la droga, las estructuras políticas, el sistema educativo o las fuerzas macroeconómicas son los que arrojan rayos jupiterinos y dan patadas en el culo sin ninguna razón de peso (…) En este drama, las instituciones siempre demuestran ser más grandes y los personajes que tienen suficiente hybris para desafiar al postmoderno imperio americano resultan invariablemente burlados, marginados o aplastados. Es la tragedia griega del nuevo milenio...

La serie trata sobre el capitalismo salvaje que va arrasándolo todo, sobre cómo el poder y el dinero se confabulan en una ciudad americana postmoderna y, finalmente, sobre por qué los que vivimos en ciudades relativamente grandes no sabemos resolver nuestros propios problemas ni curar nuestras propias heridas.

Aquí y en todos los rincones del mundo, los seres humanos valemos cada vez menos (…). La primera temporada trató de cómo se devalúa a los polis que patrullan las calles y a los tipos que venden droga en las esquinas; la segunda trató de cómo se devalúa a los estibadores y su entorno laboral; la tercera trató acerca de las personas que quieren hacer cambios en la ciudad; y la cuarta de los chavales a los que se está preparando -pésimamente- para una economía que ya no los necesita realmente. ¿Y la quinta? Trata de la gente que se supone que hace el seguimiento de todo lo anterior y que da la señal de alarma: los periodistas. La sala de prensa en la que yo trabajé albergaba a cuatrocientas cincuenta personas. Ahora alberga a trescientas. La dirección dice: “Tenemos que funcionar con menos”. Esa chorrada la suele decir la gente a la que solo le interesa la cuenta de resultados. Pues no, señor: con menos siempre se hace menos”.

The Wire es disidencia pura (…). Es, tal vez, la única ficción televisiva que sugiere abiertamente que nuestros constructos políticos, económicos y sociales ya no son viables, que nuestros dirigentes nos han fallado una y otra vez y que no..., que no nos movemos en la buena dirección”.

¿Les suena de algo todo esto?

Una periodista que vivió el rodaje desde cerca ha dejado escrito esto:

Los creadores de The Wire nunca dirán que su trabajo es tan bueno como el de Tolstói o Dickens, pero tampoco se oponen a que se haga la comparación”.

Si es así, pienso que hacen muy bien, pues si tuviésemos que buscarle unas raíces, unos antepasados, no los encontraríamos en la televisión, sino en la literatura de gigantes como esos que se nombran: Tolstói o Dickens, Balzac, Melville, Galdós...



martes, 19 de noviembre de 2013

Una película de terror

Lo he visto ya -cómo no verlo-, una docena de veces. Y cada vez que lo hago, me produce más miedo que la anterior...

Una cosa así no la ha podido componer un profesional. Esto -estoy convencido- ha tenido que ser cosa del capricho de uno de los que nos gobiernan, no sé, el encargado de ese negociado, o uno de los barones del partido aficionado a grabar cortos y vídeos familiares, incluso, por qué no,  hasta del mismísimo presidente del gobierno. Yo me lo imagino perfectamente eligiendo a los artistas cantores porque son los que más le gustan a su mujer, o a su madre, o a su mujer y a su madre, porque si no es así, una cosa como esta no se explica...

Me estoy refiriendo, claro, al anuncio de la lotería de Navidad de este año. ¿Lo han visto? Ahora que ya sé lo que hay, cuando tenemos encendida la tele y lo veo venir, saltó del sofá y huyo corriendo hacia el baño, cagado de miedo. 

Los artistas cantores a mí me parece que en lugar de por las manos del maquillador, acaban de salir del taller de un taxidermista, en especial el cantor nacido en Linares. Más que para un anuncio navideño, parecen preparados para un capítulo de Walking Dead... 

Pero si sus figuras causan el mayor espanto, qué decir de la canción, y de los gestos y visajes que componen al interpretarla... El final de esta película es, en este sentido, espantable y terrorífico. Si yo me encontrase, al doblar una esquina, con ese hombre abriendo la boca como la abre y moviendo las manos de esa manera, me moría del susto sin remedio...



Yo, este año, no juego ni una participación...



En fin, que aunque uno no quiere pasar todavía por un abuelo nostálgico y regañón, todo va irremisiblemente a peor. Y no podemos evitar el preguntarnos: ¿qué fue de los anuncios de antaño, tan hermosos y evocadores?, ¿qué de aquellas músicas sosegadas?, ¿dónde están las bolas de nieve, el blanco y negro, la ilusión?... Y, sobre todo, ¿qué se fizo del calvo?





P.D. Tenía ya redactada esta entrada cuando, el domingo por la mañana, leí este artículo de Elvira Lindo. Y me dio mucho gusto ver que ella opina -aunque más brevemente y muchísimo mejor- lo mismo que uno.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Floritos

Así  les llama mi madre a las infusiones y tisanas y así les llamamos nosotros, continuando la tradición.

No éramos nosotros muy amigos de estos bebedizos, sin embargo se está aficionando A. y, de un tiempo a esta parte, acostumbra a tomarse, después de comer, una bolsita de menta-poleo, o de tila-naranja, o de manzanilla...

A veces compra combinados digestivos, y como andamos los dos metidos de lleno en el resbaladizo mundo de la presbicia, cuando hay que leer algún prospecto o, como en este caso,  los ingrediente de un producto, nos pasamos los frascos o las bolsitas a ver quién es capaz de descifrar esas letras minúsculas... Ayer me llamó para ver si podía leer yo la mezcla del último paquete de hierbas que se acababa de comprar, Pompadour Digestive Plus. Con gran esfuerzo, y apartando un poco el paquete de mis ojos, pude vislumbrar los siguiente: Rooibos, manzanilla, anís, hinojo, menta crespa, menta piperita, alcaravea (10%), raíz de regaliz y hojas de zarzamora... Es decir, floritos...

Pero a mí, en la infancia y ahora, la infusión que más me gusta escuchar nombrar es el Chelidonium majus, esto es, la cirigüeña...




viernes, 15 de noviembre de 2013

La magia del ahorro

Hace hoy una semana, los comerciantes del centro abrieron sus tiendas hasta la medianoche para ofrecer sus mercancías a precios rebajados. Aunque no estábamos P. y yo muy convencidos, nos animó A. a acompañarla, que había quedado con su hermana. Como no teníamos ninguna gana de ponernos a corregir, le dijimos que sí.

Estaba la calle a rebosar, y las gentes muy animadas. Cuando P. se enteró de que sus primas se habían quedado en su casa, comenzó a renegar.

-Yo no sé para qué he salido...

Fue decir eso, mientras doblábamos la esquina de la calle Ancha con la calle Mayor, y darnos de bruces con un mago callejero... No dejé pasar la ocasión, y le contesté señalando al prestímano:

-Para esto...

Y es que lleva nuestro hijo, no sabemos la causa, más de un mes viendo vídeos del yutube y aprendiéndose trucos de manos y cartas, y muy atento a un programa de la televisión, de uno de esos canales raros, de un tal Dynamo o algo así, y obsesionado con esto de los juegos de prestidigitación. Entra además a menudo en páginas web de tiendas de magia, y viene a contarnos luego que para Reyes se va a pedir hilo invisible y un reel (?), y no sé qué otras cosas más....Y, lo que es peor, lleva todo ese tiempo persiguiéndonos por la casa para hacernos los trucos que va aprendiendo. Un día, antes de esta salida nocturna, me había preguntado:

- ¿Tú crees que estoy preparado para ser mago callejero...?

Se me heló la sangre...

Luego A. y L. se fueron al Corte Inglés y P. y yo a la librería. Cuando llegamos había una cola que llegaba a la calle. Era para sacarse una foto con Pepa Pig...

En la la librería estaba también la alcaldesa. En broma, le dije a P. que seguro que había ido esa noche para sacarse ella también una foto con esa cerda entrañable, porque nunca antes nos la habíamos encontrado allí... Es una mujer cortada por el  patrón  Esperanza Aguirre. Rubia, delgada, luciendo siempre esa clase de sonrisa artificial que hiela la sangre. Después se nos acercó Ax., nuestra amiga librera, y nos confirmó que la alcaldesa les había pedido, efectivamente, si se podía sacar ella también un retrato con la cerda, con toda seriedad, y que esa broma mía no era broma, sino hipótesis muy cierta, aunque resultase increíble pensar una cosa así... Por supuesto, había intentado colarse, adelantándose a las decenas de chiquillos que llevaban más de hora y media haciendo esperando de la mano de su padres. Pero no se lo permitieron.

Conmocionados por semejante información, nos fuimos a curiosear una rato entre los estantes. Entonces apareció por allí el mago callejero, que había hecho de la librería su cuartel general para esa larga noche, y tras él, un antiguo alumno nuestro, ahora también mago. Estuvimos un rato charlando, le presenté a P. y le comenté cómo estaba aficionándose a hacer trucos de manos y demás juegos mágicos... Encantado al saberlo, mi viejo alumno le hizo un par de prestidigitaciones solo para él, en la librería vacía -todos estaban pendientes de la cerda-, y al final le regaló un naipe y nos dejó su tarjeta de mago profesional...

Cuando recogimos a A. y a su hermana, El Corte Inglés era una verdadera batalla campal de mujeres que se afanaban frente a las cajas registradoras y se veían sepultadas bajo un amasijo de prendas que a duras penas podían sostener entre sus brazos.

-Es que está todo al treinta por ciento...- nos explicaron con los ojos vueltos A. y su hermana, también en la cola. Decidimos P. y yo que nos íbamos a un bar, y que allí las esperaríamos.

Cuando al fin llegaron, cargadas de bolsas, nos explicó A. que, con esas compras, se había ahorrado no sé cuántos euros. Un dineral. A., cuando se compra ropa, suele ahorrar muchísimo, por lo que casi dan ganas de animarla a que salga cada día, a ver si así levantamos la economía familiar y conseguimos amasar un capitalito. Es, esa, otra clase de magia. Nosotros, en cambio, como no habíamos comprado nada, no pudimos ahorrar ni un triste céntimo... 

Consumidos nuestros refrescos, le pedimos a A. que por favor pagase ella.













jueves, 14 de noviembre de 2013

El milagro

Todas las semanas -salvo cuando se me olvida, no pocas veces-, echo una quiniela, por ver si salimos de pobres...

Me gasto un euro. Cubro dos columnas, sin fantasías, esto es, sin dobles o triples combinaciones que encarezcan la apuesta. Todas las semanas, el lotero trata de convencerme de que hay otras posibilidades, y me explica que la ciencia estadística dice que si hiciese otro tipo de apuestas tendría muchas más posibilidades de ganar algo. Como también crecerían esas probabilidades de fortuna, me dice, si en lugar de quinielas comprase lotería, que reparte muchos más premios, y mucho más golosos... Me gustan los retos difíciles, le contestó cada semana.

El otro día, mientras reflexionaba sobre cuál sería el resultado del encuentro entre el Mirandés y el Gerona, me abordó un infeliz... Tenía los dientes descompuestos y amarillos, y le colgaba un moco seco, como una lágrima petrificada, de la fosa nasal izquierda.

Llevaba en la manos una primitiva, y alzándola hacia el techo de la administración, me preguntó con torpe lengua:

-¿Tú crees que me va a tocar...?

-A lo mejor... Pero pregúntale al lotero, que sabe más que yo...- le contesté con una sonrisa.

-Ayúdame a que se haga un milagro, y a que me toque- me pidió, y me cogió la mano para que alzase junto a él su boleto hacia el cielo raso...

Me dejé hacer, y se quedó mirando su papel con los ojos vueltos, mientras murmuraba, con ronca voz, milagro, milagro, que se haga el milagro... En esa posición, se le veía mejor el moco, que estaba efectivamente muy seco.

Pensé que era esa escena una versión modernizada del jorabado al que se le pasa el billete de lotería por la giba, y que evidentemente el corcovado era yo, y que qué cara me habría visto aquel infeliz para pedirme a mí un milagro...

Era como una escena de Buñuel. Pasados un par de minutos, le puse la mano en el hombro, le miré sonriéndole, le guiñé un ojo y me fui... Me sonrió bobo y allí se quedó, con su boleto en lo alto y el moco colgando, esperando a que se hiciese el prodigio...



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Si he de morir

La semana pasada llamaron a mi suegra del hospital con cierta urgencia. Tenía concertada una cita para enero, pero recibió un aviso que la emplazaba para una consulta al día siguiente...

Este verano se notó un pequeño bulto a la altura de la clavícula derecha, desde donde le irradiaba a todo el brazo un dolor sordo y enconado. En septiembre le hicieron algunas pruebas, y en enero tenía prevista una resonancia.

Se temió lo peor. Habían encontrado algo malo, seguro, y ya no necesitaban ni esa última prueba... Y se pasó casi toda la noche desvelada.

Pero no dejó de dormir por la angustia o el miedo, no, sino por una serie de cuestiones prácticas que habría que arreglar de inmediato. Lo que más la atormentó, esa noche de insomnio, fue que cayó en la cuenta de que nunca les había explicado a sus hijos cómo quiere que la entierren. Lo más urgente, por tanto, era eso, decirles a sus hijas que ella no quiere que la amortajen, sino que le pongan el vestido negro de encaje de su hermana E. Y que le coloquen una almohada bien alta, que se fijó, en el velatorio de la tita C., que estaba esta muy hundida. Y habría que recordarles también, claro, que no quiere que, cuando se muera, se le ponga cara de muerta. Que hagan el favor de pintarla bien y que le echen un buen colorete...

Afortunadamente, todo quedó en nada, y el susto le ha servido para dar todas esa instrucciones a sus hijas, para que no se olviden, que aunque en esta ocasión el rayo ha caído en descampado, quién sabe lo que puede suceder mañana...

martes, 12 de noviembre de 2013

Zapatillas, segunda parte.

El otro día, justo después de dejar aquí la entrada sobre el encuentro con nuestro buen amigo E. y nuestra conversación sobre las zapatillas, me acordé del Romance de las tres horas de Trapiello, que termina autocalificando los suyos en ese poema, versos en zapatillas...

Si pueden, búsquenlo y léanlo, y todo lo demás que puedan de este autor. A nosotros no hay escritor que nos guste más, que nos acompañe y consuele mejor, que más nos entretenga las melancolías... En uno de los último asientos de su blog -bien hermoso como todo lo suyo-, traemos hasta aquí este párrafo a propósito de una exposición de Català Roca y la cultura durante el franquismo:


La voz baja es propia de los grandes artistas y una realidad sin banderas es siempre más hospitalaria. A la gesticulación, a las banderas y a los gritos sólo recurren los demagogos y los que llevan entre manos una estafa famosa. Català Roca, acabamos de verlo en esta exposición, parece decir: “Lo que sufre, sufre menos si se sufre juntos”. El franquismo no pudo o no supo o no quiso impedir que lo dijera y a nosotros nos gusta recordarlo así, recordarnos así, como él nos vio: en blanco y negro. En blanco y negro todos nos parecemos más.





En voz baja, en blanco y negro, esto es, cuando abandonamos los chapines de charol, nos enfundamos las zapatillas y andamos con ellas no solo por la casa, sino también por las calles, como esas abuelas que en los pueblos salen así a hacer los mandados...



Fe de erratas: El otro día, llevado por el entusiasmo y por mi mala cabeza, escribí que el enfrentamiento lo había tenido Unamuno con Queipo de Llano, en lugar de con Millán Astray, como sucedió en realidad. Queipo estaría ya en Sevilla, y por Salamanca el que pasó, con sus ortopedias a cuestas, fue ese Millán Astray que, de solo verle en las fotos, todavía causa espanto, miedo y pavor. Me lo indicó, con toda delicadeza, nuestro amigo E. Corregido está, y yo que se lo agradezco.








lunes, 11 de noviembre de 2013

11 de noviembre

Tal día como hoy nació el padre de Silvia Pérez Cruz. Y así tituló su disco esta cantante de voz prodigiosa   -y no es una hipérbole-. Es un disco extraño, quiero decir que poco tiene que ver con las músicas al uso... Canciones de raíz popular que ella canta como un coro de ángeles... Cuando podemos, hoy por ejemplo, mientras corregimos -actividad que para quien no la conozca resulta de una soledad abismal y monótona-, preparamos una clase o venimos hasta aquí, como ahora, bajo la luz de este candil, a contar todas estas cosas sin importancia que contamos, nos gusta escucharlo una y otra vez ... Y así, en su compañía, se nos hacen todas esas tareas más llevaderas, y esta labor de escribir, mucho más gustosa si cabe... Como las canciones las dice en castellano, catalán o portugués, nos da la sensación de que, mientras trabajamos, hay una ventana abierta a la Península Ibérica toda, y es un poco como si nos hubiésemos ido a dar una vuelta por esas tierras, un viaje en el curso del cual vamos pasando, sin transición ni trauma, de la felicidad a la melancolía, y de esta otra vez a la primera, de canción en canción como quien sube y baja de una ola a otra, navegantes sobre una mar muy dulce. Y hasta parece que nos roza las mejillas una brisa salobre...



             

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Elogio sentimental de las pantuflas

El otro jueves, a la vuelta del partido de los jueves, me encontré en una esquina del barrio con nuestro buen amigo E. Iba a comprar, ahora que ya han llegado los fríos, unas zapatillas de paño. Estuvimos un ratillo allí parados, hablando de esto y lo otro. Yo le comenté que también gasto unas de esa clase, que me regaló mi madre por Reyes. Alabamos mucho lo bien abrigado que anda uno con ese calzado, y recordamos a Baroja, que también era gran partidario... Si hubiese calzado otra cosa, seguro que la prosa se le hubiese cuajado de otro modo... Como igualmente le pasaba a Pla, que también se lo imagina uno escribiendo con la picadura en los labios, la boina calada y los pies dentro de unas pantuflas, en su masía. De esta forma, le salían unos libros maravillosos que a nosotros cada vez nos gustan más...



Nosotros toda la vida hemos gastado esa clase de zapatillas y sin embargo escribimos como se ve... Debe de ser que con el calzado no basta. Mi madre también las usaba, muy a menudo, pero para tirárnoslas cuando cometíamos alguna tropelía mi hermano o yo, o los dos juntamente, y huíamos pasillo adelante, que ahora que lo pienso no sé cómo lo hacíamos porque el pasillo era muy estrecho y muy pequeña la casa. Pero huíamos por él, y silbaba la zapatilla de mi madre tras nosotros... También una vez, a saber en qué andaría uno pensando, dejé las mías en la nevera  y, claro, luego no las encontraba... Hasta que fui a ponerme un vaso de leche...

Al margen de estas anécdotas personales y sin importancia, además de mucho abrigo, esta clase de zapatillas son el emblema de la vida retirada, de cierta comodidad modesta y sin pretensiones, de una vida cotidiana silenciosa y sin grandes ambiciones... Es un calzado sin fantasía, de un pragmatismo absoluto. Ajeno a modas y zarandajas. Por eso nos gustan tanto.

Nos contó luego E. que había estado en su pueblo, y que había tomado unas fotos de un lugar que nos había gustado mucho cuando lo visitamos el curso pasado y él nos hizo generosamente de guía...



Me las mandó por un correo -el electrónico, no el del zar-, donde me recordaba, ya que habíamos estado tratando de zapatillas, que Unamuno murió con ellas metidas en el brasero, teniendo de visita a un falangista, que se dio cuenta de que al escritor le pasaba algo por el tufillo del paño quemado...



Efectivamente. Fue pocos días después de la trifulca famosa con Millán Astray. Qué valiente estuvo el viejo profesor en aquella ocasión, qué quijote, entonces y siempre. No se calló donde todos lo hubiesen hecho... Lo encerraron en su casa, porque haberlo fusilado habría sido un escándalo... Se murió pocos días después, un 31 de diciembre, mientras atendía la visita de un joven admirador, Bartolomé Aragón.  Existe un libro muy hermoso y emocionante, de Luciano González Egido,  Agonizar en Salamanca se titula, que narra esos últimos días. Comienza así: "El día 31 de diciembre de 1936 cayó en sábado y en Salamanca nevó..." Hacia las cinco de la tarde de ese día, murió Unamuno, en zapatillas, o con zapatillas, que ese de las preposiciones fue un problema que atormentó a Baroja alguna vez...










martes, 5 de noviembre de 2013

Viaje a Liétor

Barajamos varias posibilidades para el puente que pasó: Madrid, Granada, Valencia... Al final, como teníamos bastante trabajo que hacer (preparar exámenes y controles de lectura, organizar las exposiciones orales, repasar los próximos temas de los bachilleres...), nos quedamos en casa y, para orearnos un poco y evitar la sensación de haber perdido una oportunidad de viaje y descanso, decidimos hacer el sábado una excursión a Liétor.

Es este un pueblo pintoresco en las estribaciones de la Sierra del Segura, con un órgano famoso al que se acercan de vez en cuando a tocar organistas tan famosos o más que el propio instrumento. Japoneses, alemanes, coreanos... Tiene también una ermita, la de Belén, un convento con momias y unos cuantos miradores. Como nunca lo habíamos visitado, hasta allí nos fuimos el sábado por la mañana, sin madrugar mucho, pues el ordenador nos había indicado que desde Albacete, tardaríamos, minuto arriba, minuto abajo, apenas una hora.

Tenemos ordenador, sí,  pero no GPS, y aunque la ruta parecía fácil, nos perdimos. Se ve que entramos al pueblo de Hellín por donde no debíamos y que preguntamos a las personas equivocadas: uno, un señor mayor y desdentado nos mandó hacia un sitio, y otro, un joven de aspecto formal, hacia el contrario... El caso es que tardamos en alcanzar la carretera que buscábamos, la 3213, un buen rato, no sin antes dar unas cuantas vueltas por un barrio, de nombre Calvario, que no habría quedado mal en cualquier capítulo de The wire... A la puerta del Bar Sifones, vimos a tres tipos que habrían interpretado unos secundarios maravillosos en esa serie... El caso es que tardamos en llegar a Liétor más o menos lo que nuestra amiga M.J. a Frankfurt, que se fue este puente a visitar a su hija, suya y de la diáspora...

Hellín, mientras tratábamos de salir de la madeja de sus calles, nos pareció un lugar desangelado, sin gracia, grande y destartalado... Probablemente ayudó mucho a provocarnos semejante impresión  el que anduviésemos perdidos y ya un poco cansados de no encontrar la salida. Sin embargo, un lugar que tiene como gran galardón pasarse la Semana Santa atronando con miles de tambores, no sé, a mí me crea muchas dudas... 

Cuando al fin enlazamos la carretera que había de llevarnos a Liétor, comenzamos a ver el paisaje con otros ojos... Era un día espléndido, brillaban los pinos adustos y parecía como si hubiesen bruñido la sierra. Esta clase de paisaje me recuerda siempre a las películas de Anthony Mann, y mientras conducía, no me habría extrañado lo más mínimo ver aparecer entre unos riscos la figura desgarbada de James Stewart, con el wichester 73 en la mano, acosado por un grupo de bandoleros...



Cuando llegamos al pueblo, lo encontramos lleno de turistas con las cámaras de fotos colgadas del cuello, saliendo y entrando de los conventos, de ver las momias o el órgano... Los del pueblo, por el contrario, contemplaban todos estos afanes con escepticismo, desde las barras de los bares... Decidimos  imitar a los oriundos y nos sentamos a tomar unas cervezas y a comer... El órgano, las momias y la ermita, las visitaremos en otra ocasión, cuando tardemos menos en llegar...



Al salir nos tomamos un café en una terraza... Vimos a un actor, que se andaba paseando por allí con unos amigos. No sabemos cómo se llama, pero sale en varias series, me parece a mí que casi siempre en el papel de cura, un hombre alto con la nariz aguileña... Dicen que en los alrededores de este pueblo, y en  Ayna, próximo a este, rodaron Amanece que no es poco... Esta película nosotros no la hemos visto entera nunca. Cuando la estrenaron fuimos al cine, solos, porque mis amigos eran gentes de principios y entre estos estaba el de no ver jamás cine español. Salí a la mitad, irritado, porque ese humor surrealista no lo entendía y no me hacía pizca de gracia. Luego he visto escenas, fragmentos, pero nada más. A la gente sí le gusta, y esta película es hoy una película de culto...

Luego ya nos dimos una vuelta por el pueblo... Es bonito, aunque tan descabalado como suelen serlo esta clase de lugares. Las casas están levantadas cada una a su manera, y subidas unas encima de otras... Los miradores presentan unas vistas espectaculares. Vimos una fuente de tres caños de azulejos bien bonita y nos pasamos un buen rato debajo de un puente, a la orilla de un regato cantarín.









A la vuelta, como mi cuñado tenía que echar gasolina, volvimos a entrar en Hellín, otra vez por ese barrio del Calvario. "Si pinchamos ahora, o se nos estropea el coche, les decimos que somos periodistas, de Callejeros, y que estamos preparando un programa sobre el barrio...", les dije a A. y a P. mientras contemplaba unos individuos buñuelescos, patibularios y muy malencarados... Afortunadamente, salimos de aquel lugar con bien y alcanzamos la autovía.

En la carretera, ya muy cerca de Albacete, el día se deshacía, rosa y malva, muy kicht.