viernes, 28 de junio de 2013

Luz de verano


Han llegado, al fin, las vacaciones. Y nos disponemos, desde este mismo instante, a no hacer nada. Es decir, viajaremos al Sur y al Norte, abrazaremos a la familia y a los amigos, leeremos esos libros gordísimos con los que no nos atrevimos durante los días grises, además de dos o tres novelas policiacas. Trataremos de ver todas las temporadas de The Wire y escribiremos las cosas que nos pasen en una libretilla -una de esas que le dan los visitadores médicos a mi cuñada, en las tapas el nombre de un medicamento del que desconocemos qué males aliviará-, y también media docena de páginas de una novela que no continuaremos ya nunca más... Volveremos al mar... Dejaremos este candil a su suerte. Pero por si alguien acabase pasando por aquí, vamos a dejar también estas canciones, que a nosotros nos gustan mucho y nos ponen el ánimo trasparente y feliz (gracias, M.J.; gracias, T., cuasi colombianas las dos). Serán  el aceite que alimentará esta lámpara. Luz de verano...




                
         
                            

         

jueves, 27 de junio de 2013

Una historia de amor en Avilés

Este verano, si nada nos lo estorba, iremos a pasar un día a Avilés. Subiremos por la calle Galiana, a la sombra de sus soportales, hasta la Plaza del Carbayedo. Comeremos en el Tataguyo. No iremos al Niemeyer. En cambio, daremos un largo paseo por el parque de Ferrera como si estuviésemos en el mismísimo Londres... Y ese día, nos acordaremos de esta historia hermosa que cuenta Muñoz Molina AQUÍ.


Calle Galiana

miércoles, 26 de junio de 2013

Como si fuese otra ciudad

Andamos estos días encantados ante la aparición en esta ciudad nuestra de negocios que no parecen de aquí, sino de otro sitio, y que nos permiten fantasear con alegría con que esta ciudad no es esta ciudad sino otra, distinta y mejor...

El primero fue un taller de bicicletas, muy pequeño, casi escondido en una calle junto al parque. Te hacen allí la bicicleta a medida, con los colores que tú elijas, no solo para el cuadro, sino también -es lo más llamativo- para las llantas de las ruedas. Puedes escoger también toda clase de manillares y sillines, pedales, cadenas... Desde que han abierto, se pueden ver circular por la ciudad bicicletas bien peregrinas y curiosas, muy bonitas casi todas, con unos colores que alegran el tráfico monótono y gris...








Luego fue una tienda de vestidos, bolsos y otros complementos. El día que entré con A. me dio la impresión de estar en cualquier local de moda de Chueca. Los vestidos, los bolsos y los complementos que allí se vendían yo solo los he visto en ese barrio de Madrid. Fue la primera vez que me alegré de visitar una tienda de moda. Como desde el interior solo se veía un pequeño fragmento de la calle del Tinte, sin seña particular alguna, me hice la ilusión de que si salía fuera me iba a encontrar en la de Fuencarral. Solamente por esa razón me puse muy contento y animé a A. -que no daba crédito- a que siguiese mirando entre las estanterías y las perchas, que no había prisa...

Y el último ha sido, en el barrio, La Bodega de Serapio, en un viejo almacén de vinos que han rehabilitado. El sábado estuvimos allí tomando el aperitivo. Conservan casi todo como estaba, sobre todo una enorme cuba de vino que si no es de los tiempos de Cervantes, lo será de los de Azorín. Hace tan solo un par de años todavía funcionaba ese almacén, que visitaban los vecinos para tomarse un chato o rellenar la garrafa para el consumo de la semana. Ya era un sitio precioso, cervantino y azoriniano... 

Mientras lo mantuvieron cerrado, tampoco dejó de ser hermoso, con sus grandes puertas de madera verde y el rótulo sobre ellas: ALMACÉN DE VINOS AL POR MAYOR Y DETALL. Y ahora que han abierto esas puertas otra vez, da mucho gusto traspasarlas, y sentarse en el patizuelo que hay nada más franquearlas, o entrar en el frescor de ese viejo almacén. Está uno allí como si fuese un turista ocioso en algún hermoso lugar del mundo. 



Ahora, sale uno de casa y en dos pasos siente como si hubiese hecho un largo pero descansado viaje y estuviese en otro lugar distinto. A veces, incluso llegamos a pensar que, a la vuelta de la esquina, nos encontraremos con un puerto de mar...

martes, 25 de junio de 2013

13 fincas

Sobre este asunto de Hacienda y las trece fincas que la Infanta vendió pero no, que era un error, yo, cuanto más leo y escucho, menos entiendo. 

Y no parece que vaya a aclararlo el ministro Montoro, ese hombre que en el colegio, cuando niño, debía de ser el terror del recreo... Me lo imagino levantando el dedo y apuntando a los más débiles, amenazante y chuleta, antes de quitarles el bocadillo de salchichón o la bolsa de chuches... ¿Dónde habrá estudiado este hombre? A mí me gustaría hablar con sus maestros...

Lleva varios días avisando de que está investigando su ministerio el enredo, y aunque dice no saber nada, adelanta visionario que se trata de un error. Lo hace con ese tono suyo tan exhortativo, y nos avisa de que dejemos de buscar fantasma volando, no vaya a ser que nos tenga que dar una torta para que se nos quite esa tontería de la cabeza...

Le gustaría a uno ser ecuánime, frío, ponderado, pero con todo lo que estos ojos nuestros ven y nuestros oídos escuchan, a mí me parece que lo que están es componiendo una milonga más con la que engañarnos otra vez sin que la cara de idiotas se nos note mucho. Algo con la misma melodía del famoso contrato simulado y diferido aquel. Y creo que aquí alguien ha pretendido estafarnos una vez más, y que quien debería denunciarlo y castigarlo no está ni mucho menos por la labor...

Con todas estas cosas han hecho de mí un tipo lamentable, demagógico, áspero y desconfiado. Imposible hablar civilizadamente conmigo de ninguno de estos asuntos. Ya no me creo nada. Yo, si me encontrara en el recreo con este Monterete de las narices, yo me trompeaba con él seguro... No sé quién ganaría, probablemente él, por macarra, y perdería yo, por pusilánime, pero un buen par de guantazos seguro que se los llevaba...

En fin. Todo esto lo explica a la perfección nuestra admirada Elvira Lindo AQUÍ...

PD. Parece que los resultados de la investigación los va a presentar esta tarde, pero ya anuncian las radios -al menos la que uno ha escuchado a la hora de comer- que les va a echar la culpa a los notarios, que son unos descuidados...



lunes, 24 de junio de 2013

El concierto

El viernes fuimos al concierto de la academia de música a la que van mis sobrinas.

Llegamos tarde y no pudimos escuchar a A.

Apenas nos habíamos sentado, salió C. Lo hizo muy bien.

Y ya lo que vino después fue un larguísimo desfile de muchachos y muchachas que saludaban con timidez al público -entregado y capaz de aplaudir con las manos ocupadas por teléfonos móviles y cámaras de fotos-, interpretaban con mejor o peor fortuna una breve pieza, volvían a saludar muy ceremoniosos, y regresaban al patio de butacas dejando el piano libre para el siguiente. 

Los presentaba la directora, con voz cansina y desganada, sin dar datos sobre la pieza que iban a tocar, de un modo mecánico y monótono, paradójicamente muy poco armónico y esdrújulo... 

Como no conocíamos a nadie más que a nuestras sobrinas, aquello pronto comenzó a hacérsenos muy tedioso. Sobre todo a P., que resoplaba sin disimulo cada dos o tres segundos, cosa que también habría hecho yo de  no ser por A., que miraba a P. con reprobación. 

Sin embargo, cuando ya estaba a punto de levantarme y decir que me estaba meando y que no podía más, que los esperaba fuera, subieron al escenario tres muchachos, uno después de otro, se entiende, que me dejaron clavado a la butaca. Hasta P. dejo de perder aire... ¡Qué prodigio! En su manos se convirtió aquel piano de cola en una orquesta entera y verdadera, y nos arrebató la música de un modo inusual, emocionándonos, si no hasta las lágrimas, hasta su misma orilla...

A la salida olía la ciudad gloriosamente, perfumada por la que tal vez sea la más delicada fragancia del mundo, el olor a tierra mojada. Se veían las aceras húmedas y brillante el asfalto, y aún caían, rezagadas, algunas gotas, gruesas y espaciadas, como suelen serlo las de los chaparrones del verano... 





         

viernes, 21 de junio de 2013

Gandolfini

No diré que fue como lo de la tita C., pero cuando ayer nos asaltó, desde internet, la noticia de la muerte de este actor, nos quedamos un buen rato bien tristes y conmovidos.

Fueron muchos meses, capítulo a capítulo, los que compartimos con él, o mejor que con él con esa creación suya prodigiosa, Tony Soprano, un tipo del que, de haber sido real, nunca se habría hecho uno amigo y al que nadie en su sano juicio habría querido tener cerca. Sin embargo, como ocurre en algunas ocasiones, en el ambiguo ámbito de la ficción lograba fascinarnos de un modo incontestable y sin fisuras.

A Tony Soprano creemos conocerlo mucho mejor que a algunas de las personas que vemos en el barrio cada día, mucho mejor incluso que a algunos parientes y conocidos. Por esa razón será que lo consideramos tan real y cierto, y será también por eso que nos cuesta saber, como sucede a menudo con Cervantes y don Quijote, dónde acaba uno, dónde comienza el otro...

Nos han dado Los Sopranos algunas de las mejores horas de cine de nuestra vida, y para nosotros, Tony Soprano-Gandolfini tiene la complejidad y hondura de los grandes personajes shakespereanos, cervantinos, galdosianos... Es decir, aquellos que trascienden esa naturaleza de personajes de ficción para llenarse de vida. Y esto, a pesar de la muerte, será siempre así. Cada vez que veamos un capítulo de esa serie maravillosa, Gandolfini-Soprano volverá a estar vivo...



jueves, 20 de junio de 2013

La tita Carmen (II)

El domingo por la mañana, después de dejar muy temprano a F. en el tanatorio y comprar el periódico, a la vuelta sonaba por toda la calle la santa misa. Era Querubina, que como está muy sorda, sube el volumen del televisor hasta niveles extremos, y como ya hace mucho calor, abre las ventanas de par en par. Antes de entrar en el portal, llegó un coche con las ventanillas bajadas y una música caribeña retumbando y desparramándose con fuerza desde su interior... Rara mezcla sonora esa de las palabras del evangelio y las notas sabrosas de aquella canción... Parecía la calle un laboratorio musical...

Cuando llegamos de nuevo al tanatorio había otras dos salas ocupadas. Nos informaron con pasmo de que en una estaba, de cuerpo presente, Bartolomé, vecino pared con pared de la tita C., que había finado esa noche; y en la otra el marido de la Gallega, de la Torre Nueva, vecino este de la tita E., que seguramente vivirá largos años porque no para de contar a todo el mundo que está muy mala, llena de achaques incurables...

La Gallega es una mujer que perdió la cabeza hace años, y se dedica a rebuscar entre las basuras y recoger toda clase de despojos, ajena a cualquier otro asunto. Llevan años separados, y su marido estaba en Castellón, con una hija. Cuando se sintió morir, le suplicó a esta que él quería hacerlo en su pueblo. De manera que contrataron una ambulancia y viajaron durante la noche. Llegaron al amanecer, y al cabo de dos horas el hombre murió. Se lo dijeron a su mujer, pero se encogió esta de hombros y se fue, como cada día, a su afán...

Hubo otra vez muchas visitas, y decenas de conversaciones. Nos presentaron a una sobrina de la tita, que trabaja en Telecinco. Se encarga de la producción de algunos programas. Unas veces unos y otras otros. Ahora, nos explicó, hace mucho deporte, carreras de motos sobre todo, y también, de vez en cuando, alguna corrida de toros. Sin embargo, lo que más le gusta es internacional, donde comenzó, pero ahora, como hay menos dinero, y también a causa de la muerte de José Couso, ya no suelen mandar a nadie fuera.

Hace años estuvo en Gaza, grabando un reportaje. Esto nos lo contó su madre, hermana pequeña de la tita, y lo mal que lo pasó ella, sabiéndola en un lugar tan inflamable. Su hija, una muchacha de mucho agrado -como la calificó después F.- y discreta, protestó: "Mamá, estás exagerando". Pero insistía su madre en el sinvivir de aquellos días en los que andaba su hija con un chaleco antibalas y un casco militar, y celebraba sus nuevas ocupaciones, por ejemplo esas corridas goyescas en Ronda, tan bonitas...

Esta mujer, de gran parecido físico con la tita, y su misma voz, andaba muy incómoda porque se le acababa de romper un diente, y apenas abría la boca -se disculpó- para que no se le notara esa falta. Entonces F. le explicó lo que, ante idéntico contratiempo, hizo mi madre una vez: "Mi consuegra, cuando le pasó eso mismo, se puso en el hueco que le quedó un chicle, y tan reverenda..."

Yo pensé que la mujer se lo iba  a tomar a guasa, y ya me veía dándole explicaciones cuando F. confirmase que no era una broma... Pero no. A la mujer le pareció una solución muy razonable y, al rato, ya se había hecho el mismo apaño y hablaba con la gente más desenvuelta y sin ese freno...

El funeral fue a las seis de la tarde y todo funcionó con una puntualidad y una eficacia de nación nórdica. Para otros asuntos no, pero para este de la muerte, este país está preparadísimo.

A las siete y media ya había terminado todo. Habían sacado a la tita de aquel cuarto con escaparate, la habían bajado a San Isidoro, el cura había compuesto las frases de rigor y bendecido el ataúd, que flanqueaban, a pie firme, cinco mienbros de la cofradía del Resucitado, a la que la tita pertenecía y para la que había cosido y preparado mantos y otros muchos ornamentos...

Luego, como es costumbre en el pueblo, los asistentes al funeral formaron una larguísima cola y fueron pasando por delante de los primeros bancos -a la izquierda los hombres, a la diestra las mujeres-, para dar el pésame a los deudos...

A pesar de esto, en seguida llegamos todos al cementerio y en apenas un cuarto de hora, todos en silencio viendo trabajar a  los albañiles, ya estaba la tita en el nicho...

Nos despedimos allí mismo. El tito P. muy preocupado por el viaje, pues no se perdonaría que nos pasase algo por haber ido a despedir a la tita y acompañarlo un poco a él...

En la carretera apenas encontramos tráfico. Por el retrovisor, el atardecer se veía amarillo y  agrio...




lunes, 17 de junio de 2013

La tita Carmen

Se murió la tita Carmen.

El sábado por la mañana, en la pescadería, a punto de comprar unos boquerones y una truchas, me sonó el móvil. Era A., con la noticia.

Estaba muy enferma la tita C. desde hacía ya varias semanas. F., me contó A., sabía que se moriría el sábado, no solo por la rapidez con la que la enfermedad la iba postrando, sino porque es ese el día elegido por la Virgen del Carmen para llevarse a los doloridos. En sábado, según mi suegra, muere mucha gente enferma...

Cambiamos todos los planes, metimos un par de cosas en la maleta, y dos horas después estábamos en el coche, camino de Úbeda.

Aún quedaba algo de verde en el campo, pero ya muy pálido, agostándose rápidamente por los calores tremendos que, como es costumbre en estas tierras, se han presentado sin diplomacias ni protocolos, de la noche a la mañana. Al fondo, las montañas se veían empañadas e inciertas.

El tanatorio de Úbeda, en el camino de altos cipreses del cementerio, entre ordenados campos de olivos, algún descampado cuajado de cardos y un polígono industrial, parece, su fachada al menos, el chalet de un narcotraficante. Sus laterales, en cambio, recuerdan a una estación de ferrocarril. No nos habría parecido raro ver paseando por allí a un factor... Un factor fúnebre y oscuro. El factor del último viaje...

La sala donde se velaba a la tita C. era enorme, de techos muy altos, repleta de sofás y sillones, con pocos y abominables adornos, muy semejantes a los de la sala de espera de un dentista...

En una esquina, en una cuarto anejo y separada de esa sala por una enorme cristalera, estaba la tita. Los visitantes que llegaban hasta allí a dar el pésame, ante ese ese escaparate se comportaba de tres maneras: los que se mantenían alejados de él ("Yo muertos no quiero ver...", le escuchamos decir a un señor al que su mujer trataba de llevar ante el cristal); los que mirábamos de reojo, tal vez el porcentaje más elevado; y, finalmente, aquellos que se plantaban delante y se estaban allí largos minutos, absortos y ensimismados, supongo que pensando en la brevedad de las cosas de este mundo y seguramente en el día en que les toque a ellos estar al otro lado...

Estuvimos allí, hablando con unos y con otros, hasta la medianoche. Mi suegra iba de un lado a otro, sin perder de vista a su hermano, atenta a todos los detalles. Con su blusa elegante y sus pantalones, me recordó un poco a Mª Teresa Campos presentando ese programa suyo, ¡Qué tiempo tan feliz!, que a mí me resulta un tanto mortuorio y sepulcral, por esos artistas de los que habla, la mayoría a uno o dos pasos de la tumba, cuando no ya en ella... Cuando nos despedimos, apenas quedaba nadie. Tan solo el tito P. y  los tres primos, que iban a pasar la noche allí.

Antes de marchar, al pasar al lado del cuarto de la tita C., la miré un instante más largo. No parecía ella. Solo se le veía la cara, que salía de entre unas telas blancas, y tenía esta, por los afeites, un aspecto de goma o cartón encerado... ¡Qué cosa tan rara la muerte! ¡Qué difícil de entender! Nos va a costar  hacernos a la idea de que ya no va a entrar a la casa de F., como cuando venía de visita, con esa energía suya, parloteando sin parar con su voz tan peculiar, muy aguda y un punto infantil, como lo era también su entusiasmo cuando la Noche de Reyes, que llegaba cargada de regalos para los chiquillos, unas cajas enormes que los padres mirábamos con aprensión ("Y ahora, ¿dónde vamos a meter todo esto?") y los críos con el corazón en la boca y la alegría más alta. Y mientras rompían nerviosos el papel de regalo, les contaba la tita C. cómo era que habían llegado ya los Reyes a su casa, tan temprano... Les explicaba que por la calle Chirinos pasaban siempre antes, que era esa la calle por la que entraban a la ciudad, y que por esa razón podían recibirlos tan pronto, cuando la noche apenas había comenzado...

¡Cómo la vamos a echar de menos,a la tita C., esa noche!


viernes, 14 de junio de 2013

El misterioso caso de las bufandas al viento

Hace ya varias semanas, unos días antes del partido de promoción que debían jugar el Oviedo y el Albacete, el vecino de enfrente colgó de su balcón tres bufandas de este último equipo.

Les saqué unas fotos a esas bufandas, y se las mandé a M., tan aficionado a los asuntos de su ciudad, a su móvil. "Velando armas", le decía.

Al principio pensé que las tendría el vecino allí para que les diese el aire, para que se les fuese el olor a naftalina que habrían cobrado tras pasarse un año en el fondo oscuro de una armario. Pero no. Pasó el primer partido, pasó el segundo, el Albacete cayó eliminado, el Oviedo ha perdido ya el partido de ida de la eliminatoria siguiente, está a punto de jugarse ya el segundo..., y sin embargo, ahí siguen las bufandas, anudadas a la barandilla de la terraza., remando al viento... 

Es un misterio, y también nos parecía, al principio, una imagen melancólica, un poco triste... Sin embargo, pensamos ahora que se trata de una hermosa forma de resistencia, tan necesaria en estos tiempos. Una fresca oposición a la realidad. "Nos podrán vencer", parecen declarar esas bufandas, "pero jamás derrotarnos"... De manera que cada mañana, después de la ducha y antes del desayuno, nos asomamos a la ventana del salón, para comprobar que las bufandas siguen allí. Y al ver que es así, encaramos cada día, gracias a su lección silenciosa, más animosos.




jueves, 13 de junio de 2013

Marchar

Ayer, hablando con mis padres por teléfono, cuando les comenté que me había mandado J. unas fotos de los sobrinos por whatsap, mi padre me replicó:

-Guasa, guasa..., ¿qué demonios es eso? - protestó impaciente.- Ya os lo he oído nombrar varias veces, y todavía no sé qué es...

-Un servicio para mandar mensajes, papá, simplemente- tratamos de apaciguarlo.

-¿Como si fuese un telegrama?- preguntó.

-Sí, más o menos...

-Pues vaya nombre y vaya cosas... Como tarde un poco más en marchar, ya no voy a conocer este mundo...

Cuando colgamos, nos quedamos un rato pensando en esa frase, en ese verbo, "marchar", y nos pareció un modo delicadísimo de referirse a lo que mi padre, 86 años ya, espera de un momento a otro. Y nos consoló mucho que vea las cosas así, sin angustias, sin dramatismos.






miércoles, 12 de junio de 2013

La pobreza

El martes, camino del banco, me abordó un hombre muy delgado, con una zamarra oscura y un pequeño zurrón,  y barba de varios días. Al principio no entendí muy bien lo que me decía. Hablaba un español lleno de tropiezos, inseguro como los primeros pasos de un niño muy pequeño. Nos acercamos mucho el uno al otro, como si nos fuésemos a hacer una confesión. A duras penas logré entender que buscaba el cotolengo, pues tenía mucha hambre, me dijo, y le habían dicho que era allí donde debía dirigirse. Yo le hablé de Cáritas, pero estaba el hombre muy lejos de ese lugar. Así que le di unos euros para que se comprase un bocadillo... El hombre me juró que en eso lo iba a gastar, que no había engaño, que si quería que lo acompañase para que lo viera...

Luego, por la tarde, camino al instituto, que teníamos evaluaciones, una larga fila esperaba a las puertas de un garaje donde ha organizado Cáritas un pequeño almacén en el que reparte comida. Los carros de la compra, las miradas de los que esperaban en silencio, sus gestos ensimismados, lentos... Componía todo una imagen muy áspera y muy cruda.

Tal vez haya gente que no vea estas cosas, que se fije tan solo en que continúa amaneciendo cada día, y cada día hay gentes que aún vamos a trabajar, y de vez en cuando nos sentamos en una terraza a tomarnos una caña... Tal vez... Pero eso que yo vi el otro día, ese encuentro que tuve en una esquina del centro de la ciudad, sucede cada jornada, una y otra vez, y va creciendo y no sabe uno hasta dónde llegará esa marea de  pobreza y desesperación... Porque quienes bombean ese agua que ya le llega al cuello a la mayoría no se detienen ni un instante. Ahora son las pensiones -no se pierdan, por favor, este ARTÍCULO de nuestro amigo C.-, y mañana, quién sabe lo que será... Recuerda uno aquella escena de Mary Poppins en la que un banquero lucha con uno de los chiquillos para arrebatarle dos peniques, y pensamos muy seriamente que es un retrato exacto de esa gentuza, y que ni las cartillas de ahorro de nuestros hijos están a salvo.


           

martes, 11 de junio de 2013

Quo vadis?

El domingo, cuando salí a por el pan, a punto estuve de no poder volver a casa. En la esquina de Juan de Toledo me encontré a un montón de gente corriendo desaforada, como almas que persiguiese el diablo. 

Era el maratón de cada año. Al principio, como no tengo una personalidad lo suficientemente cuajada, a punto estuve de echarme a correr yo también, pues los que lo hacían eran centenares, y no me parecía bien, viéndoles el esfuerzo, quedarme allí parado, de mirón. 

Pero me sucede que eso de correr uno no lo ha entendido nunca. Si es por huir de un fuego o de un matón que quiera zurrarte, eso lo encuentro razonable. Ahora, correr porque sí, sin más motivo ni razón, no he llegado a comprenderlo jamás.

Mientras pensaba en estas cosas, no dejaban de pasar corredores, y al fondo del recodo por el que venían a desembocar estos en esa esquina, se veían agitarse continuamente un montón de cabezas que no disminuían a pesar de haber pasado ya más de diez minutos. 

Era un río caudaloso de hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: altos y bajos, gordos y flacos, feos y guapos... Unos con gesto sufriente, otros pimpantes... Pero, incontables, innumerables, no dejaban de pasar, y yo varado en esa esquina sin poder alcanzar la orilla de la acera de enfrente y comprar el pan...

Vi pasar a mi compañero V., que era de los pimpantes y me saludó efusivo, levantando la mano victorioso; y a mi amigo E., que no me vio y al que no quise distraer, pues me pareció su paso muy concentrado y serio; y a unos cuantos más conocidos y saludados, dejándose llevar por la corriente.

Me imaginé que en casa ya estarían pensando que me había marchado de la ciudad para llevar otra vida en algún lugar muy lejano, como cuentan que ocurre a veces, que se va uno a por tabaco y no le vuelven a ver el pelo hasta cuarenta años después. Comencé a impacientarme. Si lo único que hacen es correr, bien podían hacerlo en el polígono, y dejarnos a los demás el domingo tranquilo...

Así que, como aquello parecía que no tenía fin, me armé de valor y crucé como un rayo delante de un grupo de mirada perdida... Cuando pasé delante de la cafetería Fútbol Base, se agolpaban en la puerta el doble de parroquianos de los que acostumbran a reflexionar sobre las cosas de este mundo, con la batuta de su cigarro, todas las mañanas de los domingos. Estaban comentando, con volutas muy espesas, la inutilidad de los municipales, que tenían retenidos en el cruce una infinidad de coches, y con espirales de humo muy artísticas y floridas, jaleaban a las muchachas más jóvenes y bonitas.

Con el pan ya bajo el brazo, me encontré de nuevo ante el fluir incesante de corredores. Cerré los ojos y me lancé. No pasó nada. Ya pude volver a casa, ignorante aún de esos afanes atléticos... ¿A dónde creerán que van?


(www.eldigitaldealabacete.com)

lunes, 10 de junio de 2013

El concierto

¡Qué distraído es uno! ¡Y qué ignorante! Les cuento.

Para el cumpleaños de A. le regalé una camisa muy colorista y moderna que le gustó muchísimo. Además, acerté con la talla, pues le sienta estupendamente. Estas dos cosas yo ya las sabía con seguridad porque el día que la compré estaba ella a mi lado, la eligió y la probó, y uno se limitó tan solo a pagar y pedirle a la dependienta que por favor la envolviese en un papel bonito. 

-¿Le hago un tique regalo?- me preguntó la amable muchacha.
-No, muchas gracias, no va a hacer falta...

Naturalmente, un regalo así resulta infalible, pero no podía dejar de ver que adolecía de cierta falta de emoción y romanticismo. Y fue por azar que esa misma semana, exactamente el viernes pasado, venía a cantar a esta ciudad Amancio Prada, al que A. admira lo indecible y de quien recuerda con los ojos vueltos un concierto al que asistió con su hermana en el Hospital de Santiago, en Úbeda, su pueblo.

De manera que decidí, para redondear ese regalo de la camisa, comprar dos entradas, para que fuese a ver a ese cantante, una segunda vez, con su hermana. Ni se me pasó por la cabeza acompañarla yo.

A uno Amancio Prada le parecía un cantante muy respetable, y hemos escuchado alguna vez su versión del "Libre te quiero"de García Calvo o el "Adiós ríos, adiós fontes", de Rosalía. Hasta se lo pongo a veces a los alumnos cuando estudiamos las lenguas de España... Un juglar moderno, un trovador, muy fino y literario y, seguramente a causa de sus versiones de San Juan y su voz y algunos de sus gestos, un hombre un tanto místico. En fin, que nunca le había prestado demasiada atención. Que lo había escuchado poco y distraídamente y no me parecía que pudiese ser demasiado emocionante un concierto suyo... Pensé que yo me quedaría velando el sueño de P. y que a A. le agradaría recordar viejos tiempos con su hermanica.

Sin embargo, fue esta la que me hizo ver que muy bien podría P. quedarse a dormir con ellos, con sus primas, e ir nosotros dos, del brazo, a escuchar al dulce juglar. 

-Pues ahora que lo dices...- comencé a considerar ese nuevo plan.

Y así quedó decidido.

El lunes, junto a la camisa convenientemente envuelta en papel satinado, le entregué las entradas. Le encantó.

Pasó, como todas, la semana, y el viernes, después de dejar a P. en casa de sus tíos, nos acercamos al Palacio de Congresos, donde sería el concierto. Como se encuentra este edificio en las afueras, en un polígono industrial, y era además la primera vez que íbamos, salimos con tiempo suficiente, temeroso yo de no encontrarlo y llegar tarde. A A. esas cosas no le preocupan demasiado, y si llega un minuto antes, no se desazona. Uno, en cambio, es de naturaleza nerviosa, y prefiere llegar a los sitios con tiempo suficiente para aburrirse un buen rato. Como en esta ocasión. Llegamos una hora antes de la hora señalada en las entradas.

 El aparcamiento estaba vacío y no se veía un alma por ningún lado. Entonces comencé a sugestionarme.

 -¿Y si no viene nadie más?- le decía a A. -¿Si solo estamos nosotros?... A mí me va a  dar una vergüenza tremenda... Tendremos que pedirle disculpas en nombre de la ciudad... Pobre cantante...

-Ya te dije que veníamos demasiado pronto- fue lo único que se le ocurrió responderle A. a mis angustias.

Estuvimos un rato dentro del coche. Al rato llegó otro, del que bajaron cuatro. Y luego dos más, y así, muy poco a poco y casi todo el mundo por parejas, hasta hacer unas cuarenta o cincuenta personas... Entonces empezó a llover y yo comencé a preocuparme por otro asunto.

-¿Y si me duermo? Si se alarga mucho a lo mejor me entra el sueño... Los viernes ya sabes que a las once me quedo frito en el sofá sin remedio...- le recordé a A.

A. ni me miró. Me cogió del brazo y me llevó hasta la cafetería, a que me tomase un cortado...

Y ya fue el concierto... ¡Qué maravilla! Me he hecho fan, partidario eterno de este señor...

Apareció, como los cantantes de la canción francesa, con una camisa negra, un pantalón del mismo color y una guitarra. Eso y un taburete, un par de micrófonos, una mesita con un vaso de agua y dos focos. Nada más. Suficiente para emocionarnos a todos hasta las lágrimas y ganarme a mí para la causa después de golpearme la cabeza contra la butaca de delante por necio, ignorante y distraído...

¡Qué concierto tan hermoso! Con una voz prodigiosa, que sonaba como en un disco -a veces cerraba uno los ojos y era como si estuviésemos con el spotify-, cantó y contó versos e historias bellísimas todas... Fue un concierto elegiaco pero alegre, porque estaba dedicado a García Calvo y a Chicho Sánchez Ferlosio, de los que contó decenas de anécdotas graciosísimas, que rebajaron la melancolía y nos hicieron reír con ganas... No conocía yo esas canciones del hijo de Sánchez Mazas, pícaras, preciosas, llenas de gracia y vida... Ni esa faceta teatral del cantor de tantos viejos poetas. Recitó, claro está, algunos romances, y nos despidió como a los ríos y fontes de Rosalía.

Al salir, le tenían preparada en la entrada una mesa con algunos discos suyos, para firmarlos a quien quisiese comprarlos. Pero nosotros nos fuimos rápido, para no perder esa sensación maravillosa que nos había dejado el concierto. Llovía en La Mancha como si estuviésemos en Galicia...




                            

viernes, 7 de junio de 2013

Jornada ajetreada

Justo el día antes de irnos a Teruel a por el récord, tuvimos una jornada ajetreada.

Comenzó a las ocho y media, en la Delegación de Hacienda. Como no había manera de que, como en años anteriores, me mandaran el borrador ni tampoco podía, de ninguna manera, bajarme ese programa que llaman Padre, pedí, como quien se aferra a un clavo ardiendo, cita con el fisco. Una nueva experiencia, nos dijimos. Para darnos ánimos. Como la hacienda albaceteña no abre sus oficinas hasta las nueve pero yo tenía dos papeles -uno por mí mismo y otro por A.- que me citaban media hora antes, allí me planté. No había error, me dijo un guardia jurado, y me indicó que debía entrar por la pequeña puerta, casi clandestina, que había a un lado del regio portón de hierros forjados de la entrada principal. Por donde los empleados. Así lo hice, junto con un buen número de señores bien mayores a los que tampoco les serán propicios, como a nosotros, los dioses de las aplicaciones informáticas.

Sin embargo, antes de acceder a la sala donde nos esperaban a todos esos ancianos y a mí los funcionarios que nos iban a calcular las rentas, surgió un inconveniente. Digamos que no me esperaban. A A. sí, pero no a mí, pues no aparecía mi nombre en las listas que manejaban. "Ya está", pensé, "no podré hacer de ningún modo la declaración, se pasará el plazo y me caerá una multa homérica..." Afortunadamente, llevaba uno el justificante de la cita, y tras agitarse un rato dos o tres personas, llegaron a la conclusión de que la culpa era mía, pues al haber pedido también la de A. desde el mismo ordenador, esa segunda solicitud había  anulado la primera... En fin, que me dejaron pasar y aunque yo ya estaba convencido de que ese solo era el comienzo de una larga lista de obstáculos e inconvenientes, de que me faltarían todo tipo de documentos y de que me iría de allí como había llegado, carne de cañón del señor Montoro, no fue así, a la funcionaria le pareció suficiente lo que le mostré y en menos de cinco minutos estaba todo cumplimentado... No eran aún ni las nueve de la mañana.


Luego, en el instituto, las clases del día fueron duras, por empeñarse uno en que comprendan nuestros alumnos la relación predicativa...

Nada más comer, tuve que bajar al garaje, para poner a punto la bici de P., porque se iba esa tarde con el colegio de tour por ahí. Hubo que hincharle las ruedas, engrasar un poco la cadena, limpiarla del polvo acumulado... La probé en el mismo garaje, dando vueltas entre los coches de los vecinos...

Lavadas las manos, y adecentado un poco tras esas labores de taller, me esperaban en la peluquería, a cortarme el pelo... Me contó G. las novedades del barrio, y volvió a explicarme, como cada mes, las tribulaciones de los autónomos. También me puso al día de la vida de nuestros peculiares vecinos del primero, que al parecer se van a mudar este mismo mes...

Tras esto, una ducha rápida y a la Fábrica de Harina, a la graduación de 2º de Bachillerato... Tenía que dar uno el discurso de los profesores... Cité a mucho a Cervantes y por no parecer pedante y porque a la ocasión le venía al pelo, recité esos famosos versos de Perales: "Y tú te vas, que seas feliz, te olvidarás de lo que fui, y yo en mi ventana veré la mañana vestirse de gris...". Cuando nombré al cantautor conquense, noté como T., en la tercera fila, saltaba de la butaca como si tuviese esta un resorte. Y es que T. está convencida de que ese pobre hombre es gafe... Yo esos versillos los habría cantado de buena gana, pero no tiene un ese don de la voz armoniosa... Al bajar del estrado, me afearon mucho esa cita: "Y si ahora nos pasa algo a todos, ¿qué?"

Y  ya vino luego la cena con los alumnos, las fotos, un poco de música...  

A la una me retiré dejando a la juventud con una pulsera que les concedía el derecho a la barra libre hasta las seis de la mañana... Angelicos. En ese instante me sentí muy satisfecho de no ser tan joven como ellos.

Estaba bonita la ciudad vacía, silenciosa, sin un solo coche por las calles, tampoco peatones. Volví con las manos en los bolsillos, silbando, celebrando el final de día tan agitado, mirando las luces que aún brillaban en algunas ventanas... 

Al llegar al portal, vi a un hombre al otro lado de la acera... Me sugestioné. "Ahora", pensé, "cuando esté abierta la puerta, me atracará"... Pero debió de pensar él algo parecido, porque me di cuenta de que al verme aceleró su paso y se perdió al doblar la primera esquina. Y ya llegué a casa, puerto seguro que estaba, como la ciudad, silenciosa y a oscuras.

jueves, 6 de junio de 2013

Segundo viaje a Teruel (IV)

El sábado por la mañana nos despedimos del hotel, es decir, del dulce muchacho. Seguía picando los tabiques, para lo del restaurante. Un polvillo blanco le cubría los hombros y los alborotados pelos. Finalmente, no hemos estado mal, pero si alguien nos preguntase no se lo recomendaríamos. En el último desayuno, como los chiquillos se quedaban un poco hambrientos, le pedimos más tostadas. No tenía más pan. Luego, cuando ya estábamos sorbiendo los colacaos, apareció otra vez.

-Creo que he cometido un error. Si no os importa tengo que llevarme una madalena y un cruasán, para la abuela, que la he dejado sin desayuno...

Los chiquillos no dijeron nada pero le lanzaron unas miradas atravesadas y torvas, mientras nosotros pensábamos dónde tendría metida a esa abuela, a la que no habíamos visto en los dos días que allí llevábamos. A lo mejor lo del restaurante era mentira y estaba picando para emparedarla.

Luego nos fuimos a Cella. A ver el pozo artesiano. Como en Teruel, debemos de ser los los únicos turistas que han vuelto a ese pueblo en un período de tiempo tan breve.



El lugar es precioso. La piscina y la acequia que de ella nace y recorre todo el pueblo, a los pies de las casas... En una panel de madera ya un poco estropeada por las inclemencias del tiempo, se podía leer: "La Fuente de Cella es un monumento al agua. Este caudaloso pozo artesiano vierte sus aguas a una antigua red de acequias cuyo origen hay que buscarlo cuando menos, en la época medieval. Ya desde sus orígenes ha sido un símbolo de la vida de Cella y motivo de admiración y sorpresa por cuantos visitantes se han asomado a su pretil..." Y continuaba así, con idéntica retórica de pregón o juegos florales...








Después ya nos volvimos por una carretera muy estrecha, que va imitando la caligrafía del Turia, que corre a su par... Libros, Mas de Jacinto, Mas de Mudos... Un viaje tranquilo, con temperaturas más benignas, por las tierras de La Manchuela, bajo un cielo de un azul contundente...


miércoles, 5 de junio de 2013

Segundo viaje a Teruel (III)


Si uno va alguna vez a un parque de los que llaman temático no podrá dejar de darse cuenta de la facilidad con la que el ser humano se deja tratar como ganado.

En el que tienen en Teruel dedicado a los dinosaurios esto se ve claramente. Desde que llegas, te obligan a hacer colas para todo, te hacen ir de un lado para otro, desalmados, y luego, si se tercia, te cierran con la puerta en las narices porque ya no caben más en el espectáculo de 4 D, obligándote a pasar otros quince minutos en la puerta pasando un frío de muerte... Y todo después de pagar unos precios fantásticos y abusivos... Yo creo que si hoy montasen un parque temático para mostrar a las gentes, en sus propias carnes, qué cosa es un campo de exterminio, y cobrasen por entrar abultadas cantidades, nos les faltarían clientes...

Yo, en las colas, siempre pienso estas cosas, por ejemplo que si al final de ellas nos metiesen a todos en un tren camino de Polonia, las gentes no diríamos ni mu y subiríamos mansos y callados...

Estos pensamientos sombríos le circulaban a uno por la cabeza mientras esperábamos para comprar las entradas, azotados por un viento que ya no solo era áspero y desabrido, sino crudo, de los años aquellos de las grandes glaciaciones...

El lugar no está mal. Los críos se lo pasaron estupendamente. Lo del 4 D fue lo que más les gustó a ellos, junto con el museo. A mí no. En primer lugar porque tuvimos que esperar media hora para entrar ya que en el primer intento nos quedamos cortados y una encargada rubia y corpulenta, seguramente con antepasados germánicos, no nos dejó pasar porque, según ella, ya estaba el aforo completo. Cuando al fin entramos, a un solo paso de la congelación, duró el espectáculo no más de cinco minutos: una película en 3 D y unos sillones que vibraban y te daban unas sacudidas muy poco educadas... Maldije al 4 D, al frío negro turolense y a la encargada teutónica...

El museo es otra cosa. Científico, serio y riguroso y, a lo que parece, el mayor de Europa sobre el tema... Allí al fin pudimos entrar en calor...

Y ya nos fuimos, siete horas después de haber llegado, pues hasta comimos en el restaurante de ese parque, una comida igual de parca que la del hotel pero menos sana y a un precio aún más encumbrado...

Volvimos a Teruel por el Ensanche, que, como todos los ensanches del mundo, es muy feo. Dejamos los coches a la orilla de un pequeño parque, al pie de la escalinata que lleva al Paseo Óvalos, que sí es bonito, sobre todo porque puede uno hacerse la ilusión de que se trata de un pequeño paseo marítimo, por lo elevado y por las corrientes de aire que por allí cruzan, todas de naturaleza oceánica.




Callejeamos luego en busca de una pizzería, que les había entrado capricho a los chiquillos. En Teruel, cuando llevas paseando más de diez minutos sin rumbo fijo, pasas sin remedio, varias veces, por la Plaza del Torico. En Teruel, pasas por las mismas calles, una y otra vez, indefectiblemente.




Pizzería no encontramos ninguna, así que, ya muy fatigados, entramos en una taberna que tenía una pizarrilla en la puerta: "Se necesitan clientes. No hace falta experiencia". Por lo menos el dueño debía de ser un hombre bienhumorado, y después de día tan trabajoso, necesitábamos, tanto como la cena, un poco de simpatía...


martes, 4 de junio de 2013

Segundo viaje a Teruel (II)

El jueves después de comer fuimos a visitar a los Amantes. En el primer viaje no se nos arregló esa visita y no queríamos caer por segunda vez en descortesía.



Están en un iglesia a la que han adosado, en un lateral, una entrada de moderna arquitectura, con un portón como el de un garaje, y encima un letrero que reza: Mausoleo de las Amantes... Da esa entrada a un plaza desafortunda, que continúa, como hace tres años, en obras... La historia de estos amantes y las ferias que con ellos han hecho durante siglos desde que descubrieron sus momias, resultan bien tristes: primero los escondieron en un armario empotrado, luego los exhibieron en un templete, con unas faldas ridículas, más tarde los embutieron en unas urnas de cristal.... La leyenda es un poco ramplona... Yo encuentro mucho más trágica la que leímos en el periódico local, en un bar al que entramos de mañana para protegernos de ese viento tan poco hospitalario: en Mora de Rubielos, una madre muere al tragarse toda la droga que su hijo llevaba para el tráfico, por esconderla de la Guardia Civil, que los iba a registrar...



En el museo, antes de llegar a los sarcófagos, te hacen pasar por varias salas donde te ilustran sobre la leyenda y su historia, sobre la veracidad de esta, que allí creen perfectamente probada por unas actas notariales y otros varios legajos que te enseñan dentro de unas vitrinas. Como es un museo moderno, había muchos paneles interactivos y otras instalaciones audiovisuales. Lo que más nos gustó fueron unos postes de los que sobresalían unas flaneras a las que acercabas la oreja y podías oír entonces músicas amorosas: boleros, coplas, la cantata nº. 2 de Bach...



A la salida había unas urnas en las que te animaban a introducir un mensaje de amor. Como habíamos hecho el viaje escuchando a Javier de Torres, escribimos estos versos -desmitificadores y graciosísimos- de una de las canciones suyas que más nos gustan...

"Te quiero y pienso en ti / todos los meses, / te tengo siempre cerca / y eso a veces, / me dificulta la perspectiva correcta. / Hoy sin embargo, / me he estremecido / cuando me besas..."


A medida que pasaba la tarde, se iba empedrando el cielo con unas nubes oscurísimas... Con el frío que hacía, si se hubiese puesto a nevar nos habría parecido lo más natural... De manera que nos fuimos de vuelta al pueblo en el que teníamos el hotel, Villel, a la orilla del Turia, donde habíamos dejado encargada la cena.



El hotel era en realidad un casa rural. Podría ser bonita si el dueño, al que no vimos en todo el viaje, se espabilase un poco. Digamos que a las habitaciones les faltaba un hervor... Desangeladas... Sin calefacción, sin un triste cuadro, sin persianas, sin papel higiénico... Esto último se arregló inmediatamente, pero los otros inconvenientes no. Tenía una pequeña televisión, aunque no funcionaba y cuando la quiso poner en marcha el encargado, no supo cómo... Este muchacho-treintaitantos le calculamos- fue la única persona a la que vimos en esa casa. Fue él quien nos recibió y nos dijo que aún faltaba una de las habitaciones por arreglar. Fue él quien nos recordó las tarifas, y la hora del desayuno y se ofreció a prepararnos para esa noche la cena... Era un hombre tímido, que se quedaba impasible cuando le hablabas, lo que te hacía dudar sobre si te habría entendido o no, de manera que se lo repetías todo unas cuantas veces. Probablemente pensaría que éramos idiotas... Cuando llegamos esa tarde nos lo encontramos en el bajo de la casa  picando las paredes. Nos contó que tienen pensado abrir un restaurante, y que en eso estaba... 

La cena fue muy sana, parca y monacal. Nos cobró, sin embargo, un precio de restaurante fino. Supongo que sería por las veces que tuvo que subir las escaleras, unas veinte o treinta, ya que la cocina la tenía en la planta baja, al lado de donde estaba obrando... Iba con los pelos alborotadísimos, como si se hubiese pasado el día en Teruel, con nosotros y el viento furioso, y llenos de la cal de las paredes...

Antes de acostarnos salimos a ver el pueblo. Al ser ya noche cerrada, supusimos que nos resultaría más bonito.

Nos pareció como ese muchacho y como el hotel. Indeciso y también a medio hacer.


        

lunes, 3 de junio de 2013

Segundo viaje a Teruel

Creo yo que somos los primeros turistas que han vuelto, pasados tan solo tres años, a Teruel. Seguramente se trata de un récord.



Viajar por segunda vez a un lugar es como volver a leer un libro. Hay pasajes que recuerdas claramente, pero de otros o bien te has olvidado por completo o bien guardas una memoria deformada e imprecisa.



Sin embargo, como tres años no son demasiados para una relectura, la mayoría nos han parecido como entonces. Las revisiones necesitan más tiempo. Sobre todo si el libro no es muy voluminoso. De manera que volvió a parecernos Teruel una ciudad pequeña, bonita y descabalada, con esas torres tagarinas suyas, bellísimas, levantadas aquí y allá como pica en Flandes... Una ciudad antigua de negocios decimonónicos y biennombrados: "Alegre. Vinos y licores", "El Fígaro. Peluquería de caballeros", "Discos La Gramola"...Librerías, por el centro solo vimos una, muy pequeña. De los dos escaparates diminutos que tenía, uno de ellos estaba dedicado en exclusiva a libros religiosos, católicos, apostólicos y romanos...





Tal vez nos haya gustado menos que la vez anterior, probablemente a causa de un viento malhumorado y descortés que nos acompañó todo el rato. No debe de ser raro en este lugar alzado entre barrancos. Un aire así explicaría la abundancia de peluquerías -más que bares casi-. Andará todo el tiempo alborotándoles las cabelleras a los turolenses y para no parecer estos locos de atar se verán en la obligación de acudir a las barberías cada dos por tres. También la existencia de una tienda de discos se la achacamos nosotros a ese céfiro. Probablemente ese viento enfadoso no deja que internet funcione como es debido y no podrán las gentes de este pueblo descargarse la música como el resto del país...



Pero será inevitable que traiga la  verdadera locura a muchos vecinos. Y será esa la razón principal por la que han construido un viaducto, para que la gente, cuando ya no soporte más el réspice de esas corrientes, si no le vale con la peluquería, se suicide cómodamente...