viernes, 19 de diciembre de 2014

La pluma de oro

El otro día hablé con mis sobrinos por teléfono. Los llamé para preguntarles qué les van a pedir a los Reyes.

Primero se puso R. Me dijo que él no iba a pedirles nada. Le pregunté si es que se había enfadado con ellos. No era eso, sino que ya le habían regalado muchos juguetes el día de su cumpleaños, una semana antes, y por esa razón no quería nada más. Sonaba muy loable, pero si se conoce a R., está claro que esto no hay que tomarlo, en absoluto, al pie de la letra. Es un camelador nato y sabe lo que se debe decir en cada momento para quedar bien. Sin embargo, si ese día maravilloso se encontrase con que no le han dejado nada bajo el árbol de navidad, nadie en la familia duda de que sus quejas y  llantos se escucharían en toda la ciudad, llegarían hasta la costa y se perderían hasta vete tú a saber cuántas millas mar adentro...

Luego se puso G. Él sí tenía una petición. Me pidió, por favor, que les encargásemos para él, a esos tres ancianos prodigiosos, una pluma que había visto en El Corte Inglés. Aunque es asunto poco elegante, como también lo conozco bien, le pregunté por el precio.

-Novecientos euros-me contestó rápido- La que más me gusta cuesta novecientos cuarenta y tres euros.

-¿Cómo?- aunque lo conozco bien, no dejó de sorprenderme- ¡Qué barata! ¿ No encontraste una más cara? -y se me escaparon unas risas.

-Bueno, hay algunas más baratas. De doscientos cincuenta y seis...-me informó sin tener en cuenta mis sarcasmos.

-Ya. Pero sigue resultando un poco cara, ¿no te parece?-traté de reflexionar- Ten en cuenta que los padres y parientes tienen que pagar un porcentaje de los regalos que os encargamos...

-Bueno, pues lo que puedes hacer es comprarme una pluma de nueve euros que vi en un chino, y pedirme a los Reyes un reloj-cambió de plan.

 -Me parece bien-repliqué.-¿Y cuánto vale ese reloj?-añadí, escamado.

-Doscientos veintitrés.

-Me sigue pareciendo subidito de precio...

-Ya, pero si eres socio de la tienda en que lo venden, te hacen el cuarenta por ciento de descuento-me informó muy profesionalmente.- ¿Tú crees que los Reyes serán socios?-me preguntó.

-Pssss..., pues no sé... Es posible...  Lo mejor es que se lo preguntes en la carta que les mandes. Y si no lo son, les animas a que se hagan el carnet... Seguro que les interesa.

-Vale.

Y ya se fue a seguir con sus deberes y me pasó el teléfono a mi hermano, al qué pregunté, porque como tío pienso que me incumbe, que qué clase de educación les está dando a mis sobrinos...

martes, 16 de diciembre de 2014

Flaneando

Después de un largo trimestre en el que durante la semana apenas salía de casa a otra cosa que no fuera el trabajo,  hacer la compra de lo necesario para vivir o bajar, cada noche, la basura, el jueves pasado me fui por ahí, a pasear por la ciudad. Fue la misma tarde que encendieron las luces navideñas, nada más salir uno del portal. Me lo tomé como un homenaje personal.

Fui de librerías. En las de toda la vida que lleva uno aquí, manoseé las novedades. Muy brillantes por fuera pero casi todas de un papel miserable por dentro. Espejuelos para fascinar a los incautos. Yo me habría llevado media docena... Peor me resisití. Allí estaba lo nuevo de Cercas, de Muñoz Molina, de Trapiello, pero también un volumen de cuentos de Munro, la nueva novela de Vidal-Folch y otra inédita aquí de Modiano, y un volumen desconocido de Dickens, y los cuentos de Balzac... Pasamos un buen rato entre todos ellos.

Charlé también un ratillo con X., que es nuestra librera de guardia, la que nos consigue, de vez en cuando, algunas rarezas que tenemos el capricho de comprar.

Luego me pasé por una tienda de discos. Tendrá, ese comercio, más de treinta años. Es pequeño y muy estrecho, y no se entiende de ningún modo cómo ha podido sobrevivir a estos tiempos. Vende vinilos, cds, pósters, camisetas... Le compré una cosa que no puedo declarar aquí, para regalar, y también por sostener ese milagro. De tarde en tarde lo hacemos. Y aunque somos conscientes de que si por nosotros fuera ya habría cerrado hace mucho tiempo, cuando realizamos una de esas compras salimos de la tienda sintiéndonos un poco unos mecenas.

Y ya de camino a casa, entré en la librería de viejo-nuevo que hay en el barrio. Antes estaba en un un local muy pequeño, pero desde hace un par de meses ocupa lo que fue una mueblería, un bajo amplio y profundo donde tiene muy bien ordenado todo: libros nuevos exquisitamente escogidos, y libros viejos colocados por orden alfabético. También cómics, y volúmenes de historia, de arte, cine y fotografía, ejemplares en inglés, francés, italiano, alemán... De nuevo y de viejo, viajeros y estables... Lo lleva, este negocio, un muchacho encantador, de hablar pausado y suave, como si no fuese español... Al final le compré, también con ánimo de colaborar al sostenimiento de tan benéfico negocio, un tebeo para P. y un tomito de Baroja para mí: Los espectros del castillo y otras narraciones, en una edición del 56, de la editorial PAL-LAS. El Prefacio me pareció graciosísimo. Copió aquí una parte, que hoy tengo tiempo:

"Pío Baroja es hoy, indiscutiblemente, el primer novelista de lengua castellana.

Ediciones PAL-LAS, que tiene en proyecto la publicación de varias obras del insigne autor vasco, lo escribe con orgullo, pero sin pretensiones de descubrimiento.

Años ha que "Don Pío" ocupa tan preciado primer puesto. Desde aquella bellísima y original colección de cuentos -Vidas sombrías (1900)- hasta la tan discutida y polemizada Los Visionarios (1932) -pasando por la profundamente humana y filosófica El árbol de la ciencia (1911)-, su marcha ha sido , sin titubeos, ascendente.

Muy por encima de todos los valores más cercanos -Pardo Bazán, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán, etc.- ha cultivado no un género, sino todos los géneros de la pluma, y con una extraordinaria fecundidad casi balzacquiana".

Me salto el repaso que se hace a la obra de "Don Pío" y la descripción de las piezas que forman el pequeño volumen ("una narración muy amena, con cierto injerto stevensoniano"; "una historieta verídica de la primera guerra carlista"; "un delicado cuento romántico, muy delicioso"; "un ensayo acerbo y burlón contra ciertas supersticiones"; y "un artículo de fuerza, de vigor cien por cien barojiano"), para acabar, como es de ley, con el final:

"Y, por fin, creyendo esta casa que interesará a los admiradores de nuestro autor, cerramos el volumen con una Bibliografía seleccionada -seleccionada porque completa sería una labor operosa, quizá imposible e interminable".

Lo firma, este prefacio, el señor J. Raimundo Bartrés, a quien le agradecemos el buen rato, todas las hipérboles y esa palabra, operosa, que no conocíamos...

operoso, sa.

(Del lat. operōsus).

1. adj. Dicho de una persona: Que trabaja mucho y afanosamente.

2. adj. Dicho de una cosa: Que cuesta mucho trabajo o fatiga.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Notas de lectura II

Roberto Benigni, en un libro sobre Dante, la Divina Comedia y la poesía:

"La Divina Comedia es un libro en el que la belleza, como el sol en los espejos, nos deslumbra. Es una obra inmortal porque Dante creía profundamente en todo lo que describía (...). Y nosotros también tenemos que creer, porque ese libro es un sueño. Y, como todos los sueños, seguirá interpretándonos hasta el fin de nuestros días".

"Corría incluso la voz de que Dante tuviese quemaduras en las manos, señales de su vista al Infierno..."

"Y no hay que negarse a creer en todo lo que dice".

Y prosigue hablando de cosas de las que se habla muy poco en la vida cotidiana: belleza, poesía, amor...:

"La Divina Comedia es bella y es mejor leerla que no leerla..."

"A diferencia de los filósofos, los poetas prometen menos pero cumplen más".

"La poesía, como es sabido, hay que leerla en voz alta, porque proviene de la tradición oral (...) Y hay que aprenderla de memoria. De este modo, además de la palabra, te llega dentro el sonido, que es como una música bellísima".

"La belleza de la poesía está en que nos hace partícipes de sentimientos nuevos, y también de acciones que están dentro de nosotros y que ignoramos. Es el poeta el que las hace aflorar. Los poetas "inventan" sentimientos".

"Por eso los grandes libros duran, rasgan el vacío y nos hacen ver lo que somos, de repente. La Iliada nos muestra que toda la vida es una batalla, la Odisea, que toda la vida es un viaje, el Libro de Job, que toda la vida es enigma, y la Divina Comedia que toda la vida es deseo. Y amor, también".

"Dante ha afrontado un viaje, ha soñado por nosotros, y su sueño perdurará más allá de todas nuestras noches y todos nuestros sueños".

Y finalmente, esta frase que me ha parecido muy graciosa:

"La Biblia es el único caso en que el autor del libro es también el autor de los lectores".




miércoles, 10 de diciembre de 2014

Notas de lectura

Dijo Malraux:

"Lo importante es saber lo que hacemos sobre la tierra".

Y también esto:

"Está mal enseñar a poner la otra mejilla a gente que, desde hace dos mil años, no ha hecho otra cosa que recibir bofetadas".

martes, 9 de diciembre de 2014

Elecciones sindicales

El jueves pasado fueron las elecciones sindicales. El día antes había leído esto, en un librillo de artículos de JJL:

"Hace unos años, un guardia municipal o urbano sorprendió una noche a unos caballeros, ocupados en descargar sus fisiologías en la plaza mayor de una pequeña ciudad, y se dirigió hacia ellos con la reprimenda en la boca y el bloc de multas en la mano, pero ellos argumentaron: "¡Es que somos de los sindicatos!" Así que el guardia no tuvo más remedio que responder: "¡Ah, entonces, ustedes perdonen! ¡Buenas noches!" Porque ¿para qué valdrían los sindicatos, la libertad, la democracia y todos los otros regímenes, o la cultura misma, sino para estos menesteres de sacar provecho, y hacer luego lo que nos dé la real gana?"

Y por esta lectura y unas cuantas razones más, no fui a votar, que me fui a mi casa.

jueves, 4 de diciembre de 2014

¿Y?

Visitó el rey, el joven -que a mí me resulta mucho más insulso que el otro, el viejo-, no sé qué lugar y, como es costumbre en los reyes, largó un bonito discurso -en casa estamos convencidos de que a este se los escribe la mujer, que dicen que es muy dominanta, y no, como al otro, un funcionario-.

Habló -lo escuché distraído en la radio mientras hacía la comida- de todos esos jóvenes científicos que se ven empujados, si quieren trabajar, a la emigración. Dijo que una cosa así no podía ser... Largos aplausos.

¿Y?, me pregunté para mí, que estaba solo en la casa-. Vas a llamar a capítulo a Rajoy y a los dueños de los bancos y las grandes empresas? ¿Vas a arreglar tú algo?-me dirigí a él como si pudiese escucharme, como esos abuelos trastornados que hablan con la tele-. ¿Para esto es para lo que dicen que sirve la monarquía?, ¿para dar bonitos discursos y nada más? No le va a hacer caso nadie, y menos que nadie los que le aplaudieron.  Pero no creo que le importe. Lleva ya recitados varios discursos parecidos y aunque es evidente que por un oído les entra y por otro les sale, este joven rey ni se inmuta. Si le importase de verdad todo eso que dice, ya se habría cagado en todos los demonios...

Al cabo de dos días, también en la radio, también con el delantal puesto frente a la vitrocerámica, escuché al Papa -que me parece un hombre entrañable- hablar en el parlamento europeo.

Dijo cosas muy justas sobre la pobreza, el trabajo precario, el paro, la tragedia de la inmigración... Todos los parlamentarios aplaudieron largamente...

¿Y?-volví a decirme a mí mismo en mis mismos adentros-. ¿Van a cambiar algo esas palabras?-esta vez ya no me dirigí a él, que a un Papa me daba más reparo-. ¿Va a hacer ese hombre algo que transforme todo eso? 

Yo creo que no. Y creo eso porque los mismos que le aplaudieron, nada más despedirlo y enjugarse unas furtivas lágrimas de emoción por haber estado tan cerca de tan santo hombre, se habrán metido en sus despachos para seguir gobernando como siempre, a tomar las decisiones que provocan la pobreza, el trabajo precario, el paro, la tragedia de la inmigración...

No soy nadie en general, así que no soy nadie para decirle a nadie lo que tiene que hacer -salvo a mi hijo, que se resiste-, pero a mí me parece que lo que tenían que hacer estas gentes que dan discursos es ponerse muy agrios, hasta coléricos diría, y cagarse en todo lo que se menea o, en su defecto, en la madre que parió a tanto hijodeputa, así, con estas mismas palabras -la influencia de Mongolia sigue viva-. Y, en el caso del Papa, después de eso, amenazar con la excomunión a todos esos que le aplaudían...¡Qué cara se les quedaría! Yo ya me lo estoy imaginado, al Papa mentándoles a la madre a todos ellos, cagándose en el día que nacieron, llamándoles hijoputas con todas las letras muy bien perfiladas, sobre todo esa jota, y esa u... Y luego también cabrones, malnacidos, mierdas, y toda clase de insultos y denuestos, que en este género nuestra lengua es pródiga y muy bien surtida. Por algo será... 


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Viva Mongolia


Ni sabíamos que venían por aquí, al Saramago. Nos avisaron los cuñados, que también se encargaron de sacar las entradas -los cuñados, a veces, hasta pueden ser benéficos-. Así que dejamos a los chiquillos en casa, con el teléfono de la pizzería del barrio apuntado en un papel y veinte euros en la mesa de la cocina, y allí nos fuimos. Fue el viernes por la noche, bajo la lluvia y salvando un atasco inusual en esta ciudad, provocado al parecer por ese invento del Black Friday... Íbamos un poco cansados, toda la ardua semana a cuestas sobre la espalda. Sin embargo, fue comenzar el espectáculo y se nos desaparecieron todas las murrias y fatigas de golpe, como el agua de la lluvia por las albañales.

Salimos de allí, hora y media después, como nuevos, como recién duchados, con una sonrisa tan ancha que debíamos parecer idiotas completos. Llovía a mares y los del Black Friday continuaban cruzando sus coches en cada esquina. No nos importó. Íbamos por la ciudad ligeros y angelicales, comentando los chistes y recreándonos en esa manera gozosa de decir tanto taco y tanta palabra gruesa... ¡Cómo se lo deben pasar de bien diciendo todas esas cosas de los importantes y solemnes de este país!¡Solemnes gilipollas! -Soy muy influenciable -apenas tengo personalidad- y salí del espectáculo ganado para esa causa del vituperio sabroso que te llena la boca-.

Nos lo pasamos tan bien como debían de pasarlo los campesinos y los siervos de la gleba en la Edad Media escuchando cantar a los juglares aquellas cantigas de escarnio y maldecir. Versos a veces muy salvajes, como el humor de Edu Galán -qué grande, paisano además, de las Asturias de Oviedo- y el más comedido de Darío Adanti. ¡Cuánto nos reímos!





Pero fue mucho más que un desahogo, mucho más que una gloriosa catarsis. Mongolia, el musical es un acto de justicia poética. Que exista un espectáculo así es un signo de esperanza. Si no hubiese gente como esta de Mongolia, estos juglares modernos, creo yo que todo estaría perdido. Afortunadamente, no solo existen sino que tienen la cortesía de acercarse a un lugar como este, la ciudad más populosa de Cospedalland, a hacernos más llevaderos los cuentos que nos cuentan cada día y a hacerle una peineta a la madame... ¡Viva Mongolia!





                        

martes, 2 de diciembre de 2014

Mira quién habla...

Dijo de Cospedal el otro día, antes de proponer un pacto con el PSOE:

-"Podemos" es un peligro para la democracia...

Y entonces pensé yo: "Habló la que la casa honró".

miércoles, 26 de noviembre de 2014

"Pantomina"

Le pregunto a mi padre si vio a G.I., el otro día, en la tele. No, no lo vio. Entonces le comento que lo pusieron como ejemplo de político que, al abandonar esa actividad, volvió a su trabajo, que era en la mina. Que lo entrevistaron en su casa de Oviedo y que sacaron unas imágenes muy hermosas y melancólicas de Polio, el pozo donde trabajaron los dos, mi padre en la oficina, de administrativo, y G.I. en el pozo, de picador. Y le digo que no recordaba que lo hubiese tenido que dejar a causa de un accidente.

-El día que se reincorporó, después de no sé cuántos años sin bajar al pozo -me explica mi padre-, lo vi llegar, desde la ventana de la oficina, rodeado de fotógrafos y periodistas. Menudo revuelo se armó. Por eso salimos a la ventana...
-Al parecer estuvo trabajando un año, hasta el accidente...
-¡Qué va ser un año! Nomenó... A los dos días ya tenía una baja... ¡Qué va! Ese no trabajó ni tres días...

Como a mi padre simpatiza poco con el comunismo, insisto.

-Ya, pero lo del accidente debió ser cosa seria. Le concedieron la invalidez...
-Na, todo una pantomina...
-Pero, papá, ¿estás seguro de eso?
-Pues claro. Yo también trabajaba allí...
-Ya, pero una caída de quince metros...
-Nada, nada. Lo que yo te cuente, una pantomina...

Repitió esa palabra, así dicha, tres o cuatro veces más, y ya pasamos luego a hablar de otras cosas, más cotidianas. Pero a mí no se me iba de la cabeza esa creación inconsciente de mi padre, tan apropiada para el caso. 

"Pantomina": 1. f. Dícese de una farsa o engaño que se realiza en una explotación minera...

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Él círculo cerrado (el final del verano)

Y así como lo comenzamos, dimos por concluido el verano: en Úbeda, en la piscina y sin hacer prácticamente nada...

De camino, que nos pilla su pueblo al paso, paramos a saludar a S. Como siempre, se nos fue el tiempo entre risas, historias peregrinas y la contemplación de sus últimos cuadros. Nos avisó de que a finales de septiembre expondría en Albacete y nos enseñó dos de los cuadros que iban a ir a esa muestra (ver crónica); nos mostró también el último disco de Lorena Álvarez, en vinilo, que había comprado por internet y que le había llegado con una nota manuscrita: en una hoja cuadriculada de cuaderno escolar, la cantante le agradecía la compra. Comenzaba, esa nota, así:  "Hola, soy la verdadera Lorena Álvarez y...".  Escuchamos un par de canciones en el precioso mueble-tocadiscos que se trajo de Berlín y luego, en el piso de arriba, sin salirnos del registro musical, nos enseñó el piano que se acababa de comprar (nos confesó, mientras recorría las teclas alegremente con sus dedos llenos de pintura, que no piensa en ponerse a estudiar para pianista, ni hablar de eso, pero que, entre pincelada y pincelada, a veces sube hasta ese salón y hace como si supiese, y que eso no solo le relaja sino que, a veces, hasta suena bonito...).

Ya en Úbeda, una mañana bajamos a visitar San Lorenzo, por ver las obras y mejoras que le están haciendo, y también, por qué no confesarlo, para cotillear un poco en el lugar al que volveríamos, recién comenzado septiembre, para el concierto de homenaje a Sabina donde iba a cantar el primo de A. (Ver crónica). A la salida nos abordó un vecino del barrio. Parlanchín, desenvuelto, como de sesenta o setenta años bien llevados Nos preguntó si éramos turistas. A. le contestó, un tanto ofendida, que no.

-Y entonces, de quién eres - indagó.
-Mi abuelo era Pedro "Mañas", y mi abuela Anita Toral...

Hizo entonces el hombre grandes aspavientos.

-¿Qué me estás dicindo? Pedro y Anita. Claro que los conozco. Si yo viví en la calle Chirinos, dos portales más arriba de su casa...

Y ya se lanzó al relato de aquellos viejos y buenos tiempos. Luego, ganada ya la confianza, nos confesó que era poeta, y que le tenía dedicados muchos versos al pueblo y a sus vecinos más ilustres.

-A Muñoz Molina le compuse una cuando le dieron el Planeta. 

Y allí, en mitad de la calle, mientras le compraba el pan al panadero que acababa de llegar en su furgoneta, nos recitó ese poema de memoria, declamando los versos con la pausa y el cuidado con que tratamos las palabras que nos parecen muy importantes. Nos invitó entonces a su casa, pegada a los muros de la iglesia, y nos enseñó muchos otros poemas que tiene encuadernados con gusanillo, y la carta de Muñoz Molina con la que le contestó la fineza de aquellos versos, y otra de la Casa Real, que también les compuso unas estrofas a los reyes cuando se casaron... Quiso enseñarnos el cuarto donde escribe todas esas cosas. Subimos tras él, por unas pinas escaleras. El cuarto, rectangular y austero, tenía tres ventanas a unos de los paisajes más hermosos que hayamos visto: toda la vega del Guadalquivir, como en un diorama, se extendía a los pies de esos ventanales de VPO, como un gran mar. Y si eso no fuese suficiente, en el horizonte, las sierras magníficas de Cazorla y Mágina... Un panorama inmenso, de belleza apabullante. Yo le dije que con un escanario así, era normal que hubises salido poeta, y que también eso de que me recordaba, esa estampa magnífica, al mismísimo mar...Me contestó entonces con otro poema suyo, donde comparaba las luces de los pueblos, en mitad de la noche , con los fanales de los barcos en mitad de las aguas salobres.

-Desde aquí, los días claros, veo desde Jaén hasta Cazorla y la puerta del Segura...- nos explicó.

Nos despedimos al rato con grandes cortesías, prometiéndole que no dejaríamos de leer sus poemas, que nos había avisado antes que los tiene, además de encuadernados, colgados en internet (ver aquí).

A parte de este encuentro, y de unos tirantes que me compré, no nos sucedió, en esos últimos días de las vacaciones, ninguna otra cosa de mención. Nos dedicamos, por tanto, a hacer lo menos posible. Por las mañana, no muy temprano, íbamos a nadar; por las noches, no muy tarde, a tomar cervezas en las terrazas abarrotadas. En el intermedio, leíamos novelas policiacas, dormitábamos descoyuntados en el sofá, soñábamos con un verano dulce y eterno...

Cuando nos fuimos al fin, el verano inclinaba la cabeza, a punto de ponerse dormir, él también, hasta el año siguiente. Cuando abandonamos el pueblo, quedaba este envuelto en una enconada  polémica a propósito de una bandera gigante, de la patria, claro, que el alcalde ha colocado a la entrada de la ciudad. Pero nosotros no entrabamos, salíamos, y esa bandera gigantesca la dejamos ondeando detrás...

lunes, 17 de noviembre de 2014

La playa del Espartal (despedida de Asturias)

El último día de playa fuimos con C., H. ,M. y N. a la de El Espartal. Muy cerca de Avilés.

Se llega a ella, a la orilla de la ría, por un paisaje desolado de ruinas industriales, de almacenes y grandes naves, a la sombra de las grúas del puerto, de altas chimeneas y de una fábrica de zinc. Un paisaje de novela negra, sucio, turbio, contaminado. Se aparca entre unas casas polvorientas o en un descampado donde reposa todo el hollín de las chimeneas de esas fábricas. La playa todavía no se ve. Hay que caminar unos cien metros, atravesar unas dunas y, de pronto, aparece una arenal extenso, hermoso, de arenas blancas y suaves. Y, claro está, el mar. A la derecha, mientras llenamos nuestros pulmones con todo el aire marino del que son capaces de albergar, vemos el faro de San Juan de Nieva; a la izquierda, las torres de Salinas; y al frente, ya queda dicho, el mar, el abierto mar, el Cantábrico mar, el dulce mar del verano... A veces, sobre el lugar de Salinas, se ven los aviones que vienen o se van del cercano aeropuerto de Santiago del Monte. A mí me recuerda, esta playa, a uno de aquellos dibujos que tanto nos fascinaban en la infancia y en los que, en solo dos páginas y a todo color, te mostraban una ciudad con todas sus posibilidades: el ayuntamiento, la escuela, el hospital, el parque de bomberos, las calles y los guardias de tráfico, los paseantes, el puerto con sus barcos, las ambulancias y los coches, los ciclistas, el cartero, la panadería, un avión sobre el azul, incluso algún globo en el cielo... El Espartal, como aquellos dibujos prodigiosos, lo tiene casi todo...

Ese día último lucía bandera amarilla, pues venían algunas corrientes diagonales y esquinadas. Pero las olas se desmayaban dulcemente en la orilla, como señoritas románticas e hiperestésicas...

Luego llegaron R. y M. M., que fue campeón de surf de Asturias, se trajo su tabla, una tabla hecha con sus propias manos. Nos estuvo enseñando un rato, a H., a los chiquillos y a mí, a ver si éramos capaces de coger alguna de las olas más enérgicas.

Jugamos luego un partido de fútbol, comimos sobre la arena con los padres de C., que son asiduos y unas personas encantadoras, dejamos pasar el día como lo hacían algunas nubes muy pequeñas sobre el cielo, del mismo modo que veíamos ganar altura, sin ruido y sin esfuerzo aparente, los aviones que subían o bajaban cada media hora... A diferencia de muchas otras veces, que nos preguntamos a dónde esos aviones irán, y nos habríamos cambiado muy gustosamente por uno de sus pasajeros, esa tarde, en El Espartal, no sentimos la menor curiosidad. Tan a gusto nos encontrábamos. Todos nuestros deseos bien cumplidos...

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Una visita que hacía veinte años que no hacíamos

León

Si a la Feria de Muestras hacía diez años que no acudíamos, a León serían más de veinte...

Pasamos a su vera, cada año, cinco o seis veces. Pero siempre de largo. Así que esta vez organizamos una visita, una visita sin prisas ni propósito. 

Aunque un poco descabalado, como tantos, nos pareció un pueblo bonito.

Después de dejar el coche en un garaje, nos tomamos un café y ya nos fuimos para San Isidoro. Nos lo pasamos estupendamente. El Panteón es, sin caer en exageración, un lugar deslumbrante y único. Un poco antes de visitarlo, nos contó una guía muy preparada que, aunque no se desconocía hasta hace bien pocas fechas, guardan en ese templo el que puede que sea, nada más y nada menos, que el Santo Grial. ¡Ahí es nada! Al parecer, nos contó muy prolijamente, unos profesores de la universidad de ese pueblo han documentado que el cáliz de ágata de doña Urraca, que allí se custodia desde hace siglos, por haberlo donado esta al monasterio, es un regalo de un emir o sultán, que de esto no guardo memoria, que a su vez lo había recibido como obsequio de otro que lo había ganado en fiera batalla, allá en Jerusalén, y del que todos decían entonces que era el cáliz de aquella Santa Cena famosa... En la librería de León, y en la entrada de ese cenobio, venden el libro recién publicado de esos profesores donde se certifica, con muy variados documentos, esta tesis prodigiosa. Antes, ese cáliz lo mostraban en una urna chiquitilla junto a otras maravillas de la edad medieval, pero ahora, como es natural, le han reservado una estancia para él solamente, y una urna enorme, de cristal luciente, colocada en el centro de esa celda, y te cuentan todo eso allí, rodeando a la pieza...

Después ya nos fuimos a comer y tras eso a callejear un rato. Pasamos por anchas plazas de pueblo grande y por otras, las que más nos gustaron, de pueblo chico; vimos los negocios viejos -cererías, cordelerías, imprentas y pastelerías- y los nuevos -almacenes de ropa, cafés, tiendas de informática-; nos cruzamos con peregrinos y turistas, con viajeros, con estables... Tomamos otro café, el de la tarde, sentados en la terraza de  La Más Bonita, frente a la catedral, como quien se sienta frente al mar... Vimos dos librerías de viejo y, como estaban cerradas, tan solo pudimos estar un rato con la nariz pegada a sus cristales, como niños chicos ante una pastelería... En una de nuevo, preguntamos por un par de libros de autores locales. No los tenían. Ni parecían haber oído nunca los nombres de sus autores ni sus títulos. Bajamos hasta San Marcos, por recordar a Quevedo y a Clarín, y también íbamos a acercarnos al Musac, pero el adolescente que nos acompañaba comenzó a impacientarse. Eso, unido a la desconfianza que le tenemos al arte moderno, nos hicieron desistir. 

De vuelta a por el coche, nos cruzamos con varios mendigos que estaban leyendo. Libros de la biblioteca municipal. Si no les dimos una limosna fue por no estorbarles la lectura, tan ensimismando en ella se veían...

martes, 11 de noviembre de 2014

Una visita que hacía diez años que no hacíamos...

La Feria de Muestras

De la última visita hacía, efectivamente, y contando los años con los dedos de las manos, diez. Acudimos entonces, después de otros diez en barbecho, porque le apetecía a mi madre. Mi padre no quiso ir y fuimos mi madre, A., P. y yo. Tenía P. tres años y, después de la comida, se perdió. Solo fueron un par de minutos, pero a mí casi me da un vahído. Lo encontramos frente a un puesto mirando unas banderas de Asturias y de Fernando Alonso.

Y de la misma manera que aquella vez la encontramos igual que diez años antes, así ahora. Seguramente sea esta la razón por la que los asturianos sentimos tanto apego hacia ella. Dices la Feria, y no es necesario arrimarle adjetivo alguno, todo el mundo sabe a qué feria nos referimos. En la infancia la visitábamos, religiosamente, cada verano. Cuando niños. Cada verano los mismos pabellones, los mismos negocios, los mismos puestos de comida y de bebida. Cuando críos, comíamos en el Pueblo de Asturias, de las fiambreras que llevaba mi madre -tortilla de patatas y filetes empanados-, a la sombra de un hórreo.

Y ahora, tantos años después, sigue sin notarse ningún cambio: los mismos negocios de coches, caravanas o casas prefabricadas, la mismas baterías de cocina, o sartenes, o fregonas, o aviones boomerang... Los mismos tenderetes de café, de embutidos de León, de bocadillos de calamares...

Yo creo que, si alguna vez nos da a los asturianos por solicitar la independencia, un argumento sólido para ello, un rasgo de identidad nacional, sería sin duda alguna esta feria. Tenemos una geografía cerrada por marcados accidentes naturales -al Norte, el Cantábrico mar; al Sur, las encumbradas montañas; y, a Oriente y Occidente, dos anchas corrientes de agua-. Tenemos una lengua, un folclore y, sobre todo, esta feria de muestras, invariable a lo largo de tantísimos años, inconmovible y fielmente visitada por la mayoría de los ciudadanos -aunque algunos lo hagan de década en década-, que acuden a ella por ver cómo todo sigue igual y a llevarse, de paso, algún regalo: una gorra de la caja de ahorros, un globo con el logotipo de una empresa eléctrica, una libretilla de la Universidad de Oviedo o del pabellón del Gobierno del Principado, o de algún ayuntamiento... Cualquier fruslería nos vale.

Este verano fuimos con C., H., M. y N. Luego nos encontramos con N., que estaba con su madre y los chiquillos... Pasamos por la mayoría de los pabellones, participamos en todos los sorteos que nos encontramos, comimos algodón de azúcar y pasteles de Belem, conseguimos una gorra, un globo enorme y una libretilla... Y disfrutamos, en compañía de tan buenos amigos, como cuando niños.

Luego ya nos salimos. Descansamos en un café muy moderno, mitad café, mitad librería, que hay cerca del Muro, y acabamos cenando en una pizzería que nos encontramos sin querer, de nombre La Divina Comedia. 

Regresamos al aparcamiento a la medianoche. Por el Muro adelante. Las olas trenzaban una blonda blanquísima y perfecta en la orilla. La playa se veía, a la luz de las farolas, más hermosa que de día. El verano nos parecía tan dulce y el mundo tan bien hecho...


miércoles, 5 de noviembre de 2014

Las excursiones II


Ribadesella.

Conserva este pueblo un aire de veraneo antiguo, dulce, próspero y monárquico. Es un pueblo orgulloso de que haya pasado sus veraneos en él, cuando niña, una mujer que luego, por esas vueltas que da la vida, se convirtió en reina. En las pastelerías, por ejemplo, venden unos dulces con su nombre, y muestran en los escaparates, junto a las cajas de esos melindres, las cartas con que la Casa Real agradece las que les han enviado de regalo.

El paseo que damos, al atardecer, por la playa, entre el mar y esas casonas magníficas que son hoy, casi todas, estrellados hoteles, es precioso. Mientras caminamos, dice J. A., que no para de hacerlas, que el atardecer es la mejor hora para las fotos. Por la luz. Lo mismo decía Gaya de la pintura, citando a Tiziano.


Riocaliente.

Este pueblo es famoso por la cantidad de hórreos y paneras que conserva. Algunos en muy mal estado -hay uno cuyo tejado no ha soportado el invierno y se encuentra desplomado-. Otros se mantienen aún en pie y techados, y sus dueños todavía hacen uso de ellos. Por ejemplo, subido a uno, en el mismo umbral de su puerta, para tener buena luz, descubrimos a un viejo que se corta, paciente y meticuloso, las uñas de los pies. De vuelta a casa,  nos encontramos con el dueño de unos caballos que pastan a orilla del camino. Son, nos explica, ardaneses, muy fuertes, adecuados para las tareas de arrastre.


Mieres.

Estación de autobuses. Más que una excursión, un breve viaje para despedir a J.A. y N., que se van después de varios días con nosotros. La estación de autobuses de Mieres tiene tres relojes y los tres están parados. Apenas hay media docenas de viajeros que esperan su autobús. En la cantina, no sé por qué lugar, se han colado unas palomas, que observan todo con impertinencia desde las vigas al aire que sostienen el techo. De vez en cuando, se alivian sobre los parroquianos. Estos, sin embargo, no se molestan. 

Cuevas del Agua.

Debe ser este un lugar único porque, por carretera, solo se puede entrar por un estrecho túnel -La Cuevona le dicen-, que los visitantes pasean admirados.  Sería muy poético qeu solo se pudiera acceder a ese lugar por ese túnel, pero si un día se desplomasen las piedras que sostienen esa cueva, no sucedería nada porque el pueblo tiene una estación y un río. Por la estación pasa, de tarde en tarde, algún tren; y por el río, casi cada día, decenas de piragüistas. Es un pueblo bonito del que sale una ruta que han dado en llamar  "de los molinos" porque, subiendo por la ladera del monte, se pasa al lado de una docena de estos. Hoy, sin embargo, apenas se pueden adivinar porque están arruinados y comidos por las zarzas y el musgo. Es un paseo misterioso y muy recomendable, muy cerca del río, que nosotros solo hicimos hasta la mitad, por fallarnos las fuerzas...


Benia de Onís.

Visitamos un mercado tradicional que se organiza en ese pueblo cada verano. Lo notamos un poco desangelado. También aquí se nota la falta de presupuesto... Después de un rato dando vueltas entre los puestos de comidas, panes medievales, azabaches y otras artesanías; después de apartarnos una docena de veces para dejar pasar un carro del país empujado por unos bueyes de dimensiones mitológicas que lleva subidos a los críos del pueblo; después de asistir a la venta de unos patos que un muchacho tiene de exposición dentro de una vieja cabina de teléfonos; después de todo eso, nos encontramos con nuestros caseros. Nos invitaron a tomar unas cervezas en un hotel tremendo que hay en ese pequeño pueblo a las puertas de los Picos de Europa. Es un hotel más grande que el mismo pueblo... Un pueblo que sabe de grandes fortunas, nos cuenta don A. "No sé la razón, pero los praos, aquí, siempre fueron más caros que en ningún otro sitio", nos dice. Y hablamos entonces de los muchos que tiene aquí, más unos picaderos, el antiguo alcalde de Oviedo,  hoy delegado del Gobierno en la provincia y que seguramente será hombre muy honrado, no lo dudamos, válganos el cielo, pero del que tampoco nos extrañaría nada que viniese a sumar, cualquier día y en los telediarios, el número de los corruptos...




martes, 4 de noviembre de 2014

Las excursiones

Llanes

A Llanes bajamos de vez en cuando. Paseamos por el puerto, tomamos unas sidras, visitamos al amigo de la tienda de alquiler de bicicletas. Una tarde nos presentó a un viejo profesor jubilado que nos preguntó, a bote pronto, que qué nos parecía  Podemos. Le dijimos que nos parecía bien. Entonces nos ofreció unas chapas de ese partido que, al ser de su facción asturiana, llevaban la Cruz de la Victoria en el centro del logotipo. Por la voluntad, nos dijo. Le dimos un euro.

-Entonces toma dos.

 Luego nos contó que acababa de llegar de Argentina y que había descubierto allí escritores que le tenían fascinado: Macedonio Fernández, Piglia, Juarroz... Estuvimos charlando un rato. Al final nos despedimos sin atrevernos a preguntarle si llevaba coleta por solidaridad con el líder o porque le gustaba.

Oviedo

Nos acercamos para enseñárselo a J.A. y N., que se acercaron a pasar unos días con nosotros. Paseamos por los escenarios de la juventud perdida... Se hicieron una foto con W. Allen. Comimos en  Le Chigre -si esto fuese una guía turística, y no estas notas apresuradas, lo recomendaríamos muy vivamente-, y si no tomamos un café en El Paraíso fue porque estaba cerrado y lo buscamos en otra parte. Después,visitamos algunas plazas -del Paraguas, Trascorrales, del Sol...- y al final, una librería de viejo a la que nos llevó H., en un pasaje, y otra de nuevo, detrás de la iglesia de San Juan. Al pasar a su lado, recordamos que fue allí donde se casó Franco. Entonces G. preguntó que quién era Franco. Mi hermano, atento a la educación de su hijo, le contestó rápido y contundente: "Un señor que mandaba", le dijo. Terminamos tomando unas cervezas con jamón en el poyete de la Universidad, expedidas no por esta venerable institución, sino por un bar que está enfrente. Terminamos la vista comiendo pizzas a la sombra del blanco, mastodóntico y absurdo  edificio de Calatrava... A la vuelta, al pasar por Palacio, ni el embriagado andaba por la calle.


Gijón

Fuimos por la misma razón que a Oviedo. En el Cerro de Santa Catalina nos hicimos unas fotos debajo de El Elogio del Horizonte. Más que una escultura, se trata de un marco, un aparatoso marco para el mar, el ancho y ensimismado mas. Visitamos luego una pequeña feria del libro en el puerto. No pescamos nada. A la vuelta, en cambio, descubrimos una librería que no conocíamos, Amarcord, y aunque tampoco compramos nada, quedamos más tranquilos. Estaba muy cerca de Paraíso, que es la que más nos gusta en esta ciudad que tanto nos gusta...

viernes, 31 de octubre de 2014

Las playas

Las playas de esta costa parecen teatros griegos. Será por eso que el mar se pone trágico algunas veces. 

Contemplar el mar, sobre todo si está agitado y violento, provoca la catarsis aristotélica.

Las galernas de este invierno fueron dramáticas, de exagerada escenografía. Hasta las sacaron por televisión. Se abatieron contra la costa y las playas de una forma cruel. Todavía se pueden ver algunas heridas, abiertas aún, sin cicatrizar.

Una de las paredes de la playa de Barro nos la encontramos descarnada. Se ve una palmera con las raíces al aire, como las barbas sucias de un vagabundo o un brujo. Presenta también un gran tramo mordido, como una encía abierta... 

En la playa, los días de sol, el espectáculo humano es interminable y variadísimo. A nuestro lado se suele tumbar una mujer-anchoa. Delgadísima, bronceadísima y veteranísima. Probablemente demasiado para tanta delgadez y tanto bronce. Como una anchoa.

Atardece en la playa. Se me despierta la fantasía de ser, algún día, el último que la abandone. Vería el sol perderse en el horizonte como rueda una naranja por la mesa de la cocina...

El otro día, en una playa de Llanes, le cayó un rayo a uno de mi pueblo. Afortunadamente, no le partió por la mitad. Le entró por un pie y le salió por un hombro, todo en la siniestra parte. Lo contaron en el periódico. Tan solo tuvo que pasar unas horas en el hospital, porque, al parecer, si uno sale entero de una cosa así, como fue el caso, no es raro que después se muera de un infarto.

La playa de La Ballota, junto a la de Andrín, que está su lado, son, tal vez, las playas más hermosas del mundo. Las fuimos a ver desde un mirador que hay en lo alto, al lado del campo de golf. Antes fue un pequeño aeropuerto, dedes del que dicen que despegaron los aviones del la Legión Cóndor para bombardear Guernica. Luego bajamos al pueblo. Dimos unas vueltas y nos sentamos en un bar a tomar unos culetes de sidra. A la vuelta, cuando íbamos a recoger los coches, nos estaba esperando un paisano, pequeño y hablador. Según él, no habíamos aparcado bien los coches. Y se lanzó a contarnos su vida de taxista en Caracas, donde estuvo emigrado largos años, y de su pericia al volante, de la que todo el mundo se hacía lenguas en aquella populosa y caótica urbe. Estuvimos casi una hora escuchándolo... Parecía un actor clásico y antiguo -noventa años nos dijo que tenía-, y nosotros un público entregado.





miércoles, 29 de octubre de 2014

El clima

La lluvia, aquí, es otra costumbre. 

A mí me da mucho gusto escuchar caer la lluvia. Ayer ese ruido suyo inconfundible se confundió con el boroboteo de un guiso antiguo que vigilábamos en la cocina... La disfrutamos, esa armónica confusión, como si asistiéramos a un exquisito concierto.

Aquí disfrutamos de un tiempo irlandés. O viceversa. Como cada uno quiera, pero o es raro que en un solo día, o en unas pocas horas, veamos pasar delante de nuestra ventana las cuatro estaciones del año: lluvias de invierno, vientos de otoño, perfumes de primavera y luces de verano... Uno detrás del otro.


Una de esas tardes que bajamos al bar, cuando ya nos disponíamos a irnos, se desató un temporal tremendo: lluvia, truenos y relámpagos... Nos quedamos a la puerta junto a los jugadores de cartas, que también se iban a sus casas y se quedaron varados, como nosotros, por culpa de esa galerna. Desde la puerta el espectáculo era magnífico: cielo negro, truenos oscuros, lluvia torrencial. Una escenografía romántica. El agua caía con vocación de río por la carretera abajo. Los rayos iluminaban el cielo y la tierra con una luz blanca y fugaz. Los truenos rodaban sordos desde las montañas y amenazaban con sepultarlo todo. La tormenta estaba encima de nuestras cabezas. Como aquello no tenía trazas de parar, los jugadores de cartas decidieron volver a ocupar sus asientos y comenzar una nueva partida.  Cuando amainó un poco, la tabernera nos prestó un paraguas, uno de esos paraguas enormes que llevan los ganaderos y se cuelgan del cuello de la chaqueta cuando no lo necesitan. Son paraguas magníficos, debajo de los cuales se podría muy bien montar un circo... Llegamos a casa con los zapatos un poco encharcados, pero el resto de nuestras personas intactas... ¡Qué paraguas espléndidos! Se lo devolvimos a la cantinera al día siguiente, con agradecimiento y lástima, porque uno de esos paraguas antiguos ya no se encuentran en las tiendas...

Aquí, todos los veranos se escucha la misma amarga queja. "No tenemos verano", se lamentan las gentes, mientras cabecean apesaradas. Las buenas gentes, que está deseando bajar a la playa y ponerse morenas, consideran que la lluvia, las temperaturas menos que templadas y los días grises y nublados, son una afrenta. Hoy, intervenía José Sacristán en este asunto. De vista en el concejo, para ver a un nieto que pasa sus vacaciones en uno de estos pueblos, dice en una entrevista que este clima es una bendición y que hay que ser un verdadero imbécil -utiliza esa palabra- para considerar, con la sequía que sufre el resto del país, que el que no deje de lucir el sol ni un instante es una fortuna, que eso pueda ser llamado "buen tiempo". El buen tiempo es este, dice: agua para no morirse de sed y noches frescas para dormir.

Pero no es para tanto. También salen días azules, limpios, luminosos. Días que amanecen con un brillo lujoso, todo de verde y azul, como una piedra preciosa.







martes, 28 de octubre de 2014

Las costumbres



En Palacio hacemos más o menos lo que en todos los palacios hacen sus dueños. Nada. Nos levantamos cuando nos despertamos, damos lentos paseos por los caminos que rodean el pueblo, mantenemos largas conversaciones con los caseros y los vecinos -el escultor y su mujer cosmopolita-, de vez en cuando bajamos al bar o a la playa, leemos un libro tras otro, dormimos la siesta y cada noche contemplamos, cuando se dejan ver, las estrellas. Y poco más.

Nos hacemos unos desayunos pantagruélicos, con frutas, zumos, tostadas, leche y bollería, y salimos un rato a leer al jardín, entre las hortensias y los raitanes, que viven de ocupas en un muro de la casa y llevan una vida muy ajetreada, entrando y saliendo sin parar todo el día. Frente a nosotros, la mole impasible y magnífica del Benzúa. De vez en cuando detengo la lectura y me quedo contemplando ese monte largo rato. Si alguien me viese, por ejemplo los raitanes si no anduviesen tan ocupados, podría pensar que estoy reflexionando sobre lo leído. Pero no, que son novelas policíacas. En realidad no pienso en nada. Solo contemplo esa montaña con la misma fascinación e inocencia con que se mira el mar. Ensimismado en ese mirar sin propósito ni fin. 

Luego solemos ir a pasear. Muchas veces vamos hasta Mestas. En una de esas caminatas, A. la chica nos contó que a veces piensa que la vida es como un videojuego, y que Dios nos maneja como hace ella con los personajes del Mario Kar...

-Tú no habrás leído a Unamuno, ¿no?-le pregunté alarmado.
-¿Quién es ese?-me tranquilizó.
-Pero, ¿tú crees en Dios?
-No, no sé, pero digo si existiera. Si existiera yo creo que la cosas sería más o menos así-se explicó.
-...

Llegados a Mestas acostumbramos a pararnos en el hotel a tomar un café. El dueño es un vasco dicharachero que siempre nos da más conversación que café. Al parecer, ese día se le había torcido desde prima hora. Se encontró con que se le había estropeado la máquina del hielo, y al cabo de dos horas, una clienta les llamó alarmadísima porque se le estaba inundando la habitación. Al tratar de recuperar un anillo que se le había escurrido por el desagüe, desmontó la tubería con una navajilla de excursionista y ya no supo después cómo volver a colocarla... Luego, ya más tranquilo y desahogado, nos informó de que este año hay veintisiete vecinos nuevos en el pueblo.

-Es por la crisis- nos explicó.- Aquí tienes muy pocas cosas y por lo tanto tienes que vivir con muy poco...

A la vuelta solemos cambiar algunas palabras con los vecinos que están siempre en su jardín, él leyendo el periódico o dibujando; ella cuidando a su madre, que ya no sabe quiénes son los que la cuidan, quién ella misma, dónde está... Ya jubilados, viven entre esta casa y Madrid. Ella nació en Río de Janeiro, y luego, ya de casada, pasó por muchos sitios, entre ellos Albacete. Lo recuerda con mucho agrado y nos pregunta por calles, por viejos comercios, por el extenso parque en mitad de la ciudad... Él  fue piloto de aviación en Amsterdam y viajó por medio mundo antes de dedicarse a la escultura. Casi siempre hablamos de las mismas cosas.

Con don A. las charlas son más largas. Cuando nos trae leche, o patatas, o lechugas recién sacadas de la tierra, nos pasamos luego mucho tiempo de cháchara. A veces son conversaciones anticlericales. Por ejemplo cuando nos contó su encuentro con el nuevo cura, que estaba limpiando unas malas hierbas en una finca cercana. 

-Nunca había visto a un cura sudar. Así se lo dije. Ahora se les pueden decir cosas como esas. Antes no. Aquí, los curas siempre nos han dado mucho respeto. Y algunos hasta miedo. Eran terribles.

Después de la siesta - que hacemos en el jardín, sobre una tumbona y con el libro abierto tapándonos la cara- algunos días bajamos al bar, a conectarnos a internet por ver qué rumbo sigue el mundo. Parece que el de siempre, aunque no nos enteramos de gran cosa porque todas esas tardes acaban por distraernos los parroquianos. Hablan de sus parientes en Venezuela, del tiempo perro que se gasta por aquí, de lo que la tele escupe... Alguna vez entra un turista, que llega desde México en busca de sus antepasados y parientes... En una esquina del bar, al lado de las estampas de la Virgen de Covadonga, del Sporting y del Oviedo F. C., hay colgado un calendario de Nueva Caledonia.  

Algunas veces bajamos a Posada. A comprar víveres. En Posada hay un embriagado que algunas tardes se oscurece y va de bar en bar provocando pequeños altercados. Algún vecino o camarero termina por molestarse y trata de echarlo de mala manera. Se intercambian ásperas palabras, hay amagos de agresión. Finalmente, el embriagado se va, amenazante:

Ya te garraré...

Otras veces subimos hasta el cementerio. Los apellidos que se leen en las lápidas coinciden a menudo con los topónimos de alrededor: Balmori, Turanzas, Poo..., y con alguno más lejano, como Amieva. Al fondo de un nicho vacío, un murciélago. Una de esas tardes, cuando abandonábamos el camposanto, apareció un Golf rojo. Aparcó junto a la puerta. Vimos que lo conducía una mujer muy mayor, muy arrugada, muy encogida, una mujer inverosímilmente vieja. Se bajó sin mirarnos. Se movía lenta pero segura. Sacó del maletero, con algún esfuerzo, un carro de la compra. Sobresalían de él unas cuantas hortensias y el palo de un cepillo de barrer. Lo arrastró dentro del cementerio y se pierdió en él.

Al pasar delante de la iglesia, escuchamos, ronca y profunda, la voz del párroco. Desgranaba, lento, las palabras del Agnus Dei...





lunes, 27 de octubre de 2014

De nuevo el verano

Desde hace un par de semanas en esta ciudad el termómetro no se pone de acuerdo con el calendario. Marca cada día unas temperaturas inverosímiles que el calendario no entiende. Y nosotros menos. Hay quien se muestra encantado de la vida. Por ejemplo A., la muchacha que viene a casa una vez a la semana a conversar en francés con P. Es natural de la Bretaña, y se muestra feliz con este octubre disfrazado de julio. En su tierra lo normal es que suceda al revés, que julio se comporte como octubre. Algo parecido ocurre en las Asturias, pero no por eso comparto la opinión de A. A mí me gustan las mañanas brumosas del otoño, la canción de la lluvia, los paraguas, el frío. Que julio parezca octubre.

Además, con estos calores, se levanta uno pensando que está de vacaciones y, como no es así, nos acometen unas tristezas y unos ahogos que solo logramos aliviar con las memorias dulces de aquellos días, y nos ponemos a recordarlos...

Y eso vamos a hacer...


viernes, 17 de octubre de 2014

El Consejero de Sanidad

Si posee uno inclinación hacia la indignación y el cabreo, vive, sin duda, el mejor de los tiempos. Cada día encontrará una docena de razones para tirarse de los pelos, rasgarse las vestiduras, clamar al cielo... Pues bien, lo del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid pienso yo que supera cualquier expectativa al respecto.

Y ante semejante personaje, se pregunta uno entonces: ¿habrá sido premeditado o, por el contrario, espontáneo y natural? Esas declaraciones, ¿habrán sido fruto del cálculo o la defensa desesperada de un animal acorralado?

Y nos contestamos que probablemente habrán sido las dos cosas al mismo tiempo. Lo habrán colocado en primera línea los suyos para que nadie hable de la ministra o del presidente, pero no habrá sido necesario darle instrucciones previas, porque ya lo conocen bien y saben el grado de ruindad del personaje. 

Un grado no muy distinto del de la mayoría de los miembros de este gobierno, que parece no tener nada que ver con el problema -confiemos en los sanitarios, dicen, después de haberles recortado hasta las piernas-, de muchos medios de comunicación -que se hacen eco de las más pergrinas teorías-, de un buen número de ciudadanos -que se alían con los dos anteriores como si fuesen los tifosis de un club de fútbol o las fans adolescentes de un grupo musical de moda, o, al contrario, se enfrentan a ellos destilando un veneno aterrador en las redes sociales...-.

Todo esto lo dice maravillosamente bien Enric González AQUÍ.


PD: Mañana, o la semana que viene, trataremos de dejar de indignarnos y retomar el relato de nuestras vacaciones de verano, por ver de volvernos más plácidos, más inocentes y puros... No sé si seremos capaces.

martes, 14 de octubre de 2014

Villa


Nos referimos, claro, no al futbolista emigrante en Australia, sino al sindicalista que durante treinta y cinco años lideró el sindicato minero más poderoso de las cuencas asturianas. Fue, esto lo sabe todo el mundo, mucho más que eso. Fue, durante todos esos años, una especie de virrey de las cuencas y probablemente también el político más poderosos de Asturias, facedor y desfacedor de toda clase de entuertos, alianzas, encuentros y desencuentros, según le conviniesen a él y los suyos.

Los suyos fueron, entre otros, los afiliados a ese sindicato, la mayoría de los cuales se vieron favorecidos por ese poder omnímodo que ostentaba. No es difícil, en mi pueblo, encontrar a alguien que te lo cuente de la forma más natural. Por ejemplo,  un amigo de mi padre, cuando le preguntas por su hijo, te describe sin sonrojo las muy favorables condiciones en las que se haba jubilado gracias al sindicato.

Tampoco es difícil, cuando escuchas cosas como esta, recordar el modo de actuar de los caciques. Aunque en este caso estaríamos ante un cacique obrero, figura que no deja  de resultar bien peregrina.

Como son peregrinas las historias que mi hermano me ha referido algunas veces de este hombre, todas ellas certificadas por gentes que las vivieron de primera mano -mi hermano conoce a mucha y muy variopinta gente-. Historias que no se pueden contar por inverosímiles y exageradas, pero que son, al parecer, verídicas, reales y ciertas.

Hace mucho que pensamos que este hombre tiene una gran novela. La gran novela asturiana. Pero también que sería una novela dificilísima, por esa inverosimilitud que rodea a muchos de los actos menudos del personaje. Una novela que, de momento, está esperando el narrador de talento que la escriba. Una novela como esa explicaría muchas y muy incumbentes cosas sobre Asturias y el país entero.

Según el presidente de la comunidad -hombre apadrinado por este sindicalista-, debemos estar los asturianos muy apesadumbrados y tristísimos ante esta noticia. Saber que ese luchador por los derechos de los mineros guardaba más de un millón de euros en el banco, un millón de euros que no se sabe muy bien dónde los vino a conseguir ni cómo fue capaz de ahorrarlos; saber tal cosa, nos debe deprimir a todos.

No sé a los demás asturianos, pero a mí no me ha provocado ni tristeza ni pesadumbre. Asco sí, aunque no sé si más o menos asco que estos gestos de sorpresa ofendida, de incredulidad traicionada. Si uno, que no dejará jamás de ser un mindundi, sabía desde hace ya muchos años que ese hombre con aspecto de irreductible galo era un déspota que se entusiasmaba con el ruido del oro en sus bolsillos; si un don nadie como yo estaba al cabo de la calle de esto, qué no sabrían ellos, los que sí son alguien allí, de uno y otro partido, los que llevan largos años junto a él, los que han sido apadrinados por él, compartido viajes, comidas y cenas...

Que este señor no era trigo limpio, que manejaba el socialismo asturiano con mano de hierro, que poseía un pasado turbio, todas estas cosas en Asturias las sabía todo el mundo. Más o menos como el caso de Jordi Pujol en Cataluña pero sin tanta algarabía nacionalista.

Por ello, además del asco, lo que a uno le sobreviene es preguntarse por qué ahora. ¿Se han esperado a que esté enfermo y en la cama porque si no no se habrían atrevido? ¿Tan poderoso era? No lo sé. Debería uno alegrarse de que estos abusos comiencen al fin a perseguirse, pero hay algo que nos lo impide y que no es otra cosa que el pensamiento de que tras este vendrán otros escándalos, y que unos irán apartando a los otros de la actualidad, como si fuesen  canciones de moda, y de que no se hará nada que evite que estas indecencias se repitan y, tal vez lo peor, que muchas otras más, tan escandalosas o más aún, quedarán no solo impunes sino en el mayor de los secretos. Aunque sean muchos lo que lo supongan o lo sepan.

PD. Al respecto, nos ha parecido muy revelador este TEXTO, donde se pueden leer entre líneas muchas cosas.






lunes, 13 de octubre de 2014

La isla mínima ( Una crítica cinematográfica)

El viernes por la tarde fuimos al cine. Hacía tanto tiempo que no nos acercábamos a uno -casi tanto como a iglesias y museos-, que nos costó algún tiempo sacar las entradas.

Taquillera: ¿Puedo aplicarles algún descuento?

Nosotros: Pues no sabemos... Somos profesores, ¿eso sirve...?

Taquillera: Eso no. Si tienen carnet joven o son mayores de 60 años o han venido al cine los últimos diez días... Aunque esto último no porque para "La isla mínima" no rige este supuesto...

Nosotros: Jóvenes dejamos de serlo hace ya un tiempo, pero entre los cuatro tenemos más de 60, muchos más, no sé si se puede hacer esa cuenta...

Taquillera (gélida): Me temo que no. Son 7.50 cada uno.

La película nos pareció magnífica, a la altura de esos relatos policíacos que hemos visto en la tele: Forbrydelsen o Broadchurch... Los títulos de crédito, bellísimos y originales, como cuadros de una abstracción fascinante, como los mismo planos cenitales que puntúan el desarrollo de la película, como la interpretación, la música, el ambiente... Todo nos tuvo, el tiempo que duró, en vilo.

Íbamos a continuar contando aquí lo mucho que nos gustó y las razones, pero coincidió que, al día siguiente, escribió sobre ella Muñoz Molina en el periódico. Y entonces nos dijimos: ¿para qué, si ya lo cuenta él estupendamente AQUÍ?

miércoles, 8 de octubre de 2014

Tres paréntesis (Un concierto)

El ganador del concurso de versiones de Sabina se volvió a su pueblo, Montevideo, y coincidió que por allí andaba el cantante, de gira por esas tierras. Y le invitó a subir con él al escenario, y a que cantara con él...





          

martes, 7 de octubre de 2014

Dos paréntesis ( La exposición)

Hace una semana fuimos al museo de la ciudad. Hacía tanto tiempo que no íbamos que ya casi no nos acordábamos de dónde estaba, en qué lugar se encontraba la puerta. Entramos por el parque. Lo hicimos al mismo tiempo que MM, el consejero de Educación y Cultura del gobierno de C, esa mujer. Le esperaba en la puerta GB, catedrático famoso de Teoría de la Literatura en una universidad de la corte, pero natural de este lugar. Al parecer, era este el inspirador de la exposición que se iba a inaugurar, un homenaje a El Greco rendido por una veintena de artistas contemporáneos. Al poco apareció también S., nuestro amigo pintor, que era el motivo por el que estábamos nosotros allí.

Venía desde su pueblo, acompañado por sus padres. Su madre caminaba con dificultad.

-Ha querido ponerse los zapatos bonicos y le molestan...-nos explicó.

Antes de dejarnos entrar a la sala, que tenía las puertas cerradas y custodiadas por un bedel, tuvimos que escuchar dos discursos. Primero el de MM, el consejero, y luego el de GB, el catedrático.

El consejero fue breve y muy graciosos: dijo, por ejemplo, que este año de El Greco habías sido "un acontecimiento cultural mundial" y que el que entra, el del centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, será "un acontecimiento cultural universal". A los consejeros, a los ministros y validos, les gustan mucho estas hipérboles. Sin embargo, esos adjetivos, en Albacete y ante poco más de treinta personas que éramos las que sumábamos allí, me parecieron muy graciosos. MM es un maestro en el arte de la exageración desmesurada. Tiene un monólogo que ya es un clásico y que representa cada septiembre, al inicio de cada curso escolar. Todos son, desde que él los glosa, "el mejor comienzo de curso de la historia de Castilla-La Mancha". Para terminar, nos anunció que la exposición que estábamos a punto de ver nos iba a "desinquietar". Naturalmente, acogimos su intervención con una ovación cerrada, con grandes aplausos. Se lo merecía.

Tras él, el catedrático, aunque hizo varios mohínes de no querer intervenir, sacó varias cuartillas y estuvo largo rato hablando, básicamente contándonos  cosillas suyas. Nos anunció que si ha conservado su casa en la ciudad es porque se ha traído aquí su biblioteca, según dijo que decían algunos, "una de las mejores bibliotecas de Europa". Luego nos alentó a leer el texto que había escrito para la exposición y que estaba colgado, como los cuadros, en un blanco panel. Eran tres párrafos -yo los leí, que suelo ser muy obediente- de aliño y compromiso, como sacados de cualquier manual...

Lo bueno fue que se le entendió todo perfectamente. De sus libros, en cambio, no se puede decir lo mismo. Son, sin duda alguna, incomprensibles. Resultan, por esa razón, libros muy tristes. Como una canción sin letra ni melodía. Como un paraguas sin lluvia. Como una piscina sin agua. Como una playa sin mar... Es toda una escuela esta de los libros inútiles, los discursos herméticos y oscuros, las palabras ensimismadas y enfermas. Todo esto, aunque parezca mentira, goza de gran predicamento y prestigio entre algunas gentes. Tristes gentes, tristes libros.

Cuando al fin concluyó el catedrático, nos dejaron pasar.

Los cuadros de S., impresionantes, ya los conocíamos. Nos los había enseñado en su estudio a la vuelta de Úbeda, al final del verano. Retratos magníficos, de ese expresionismo suyo tan particular. Contra el pronóstico del consejero, inquietantes, tiernos y terribles, blanco y negro, el calor y el frío de las cosas que están vivas y sobre las que aletea, precisamente por esa razón, la mariposa oscura de la muerte.

Estuvimos un breve rato con él, que le apremiaban unos y otros, la prensa, los familiares, el consejero y el catedrático...También algunos tíos y primos que habían venido del pueblo.

El resto de la exposición lo vimos muy rápidamente: cuadros a los que habían adosado unas luces de neón y fluorescentes; cartulinas escolares en las que habían trazado signos geométricos; abstracciones incomprensibles... Nos fuimos veloces de todo aquello. Nos despedimos de S. y huimos del museo.

Porque no habíamos ido allí a ver una exposición, que habíamos ido a ver a un amigo.




(La Tribuna de Albacete)

lunes, 6 de octubre de 2014

Un paréntesis (La boda)

Hace un par de semanas estuvimos en Úbeda, para una boda. Hacía tanto tiempo que no íbamos a una que ya casi no nos acordábamos de cómo suelen ser  celebraciones de esa naturaleza. Si hubiéramos guardado memoria, tal vez nos habríamos resistido de algún modo. No sé. Trataremos de ser ecuánimes y breves y dividiremos el relato en tres secuencias:

1ª Secuencia (Exterior día). La salida.

Arregladitos como para ir de boda, igual que el maniquí aquel de la canción memorable del Serrat, pero nosostros porque realmente íbamos a una, nos agrupamos todos en el portal, para distribuirnos equilibradamente en los coches. Llevaba yo unos tirantes azules, un capricho que tenía desde de antiguo y ante el que A. se había mostrado siempre escéptica.

- No sé. Se te va a notar la panza.
-¿Qué panza?
-¿No irías más cómodo con un cinturón?

Sin embargo, no debieron de parecerle tan mal, pues si no hubiese sido así es seguro que habría encontrado la manera de desalentarme.

Subimos al fin al coche. Al volante, el de los tirantes; de copiloto, F., su suegra.

-¿Por dónde vamos, F.?
-¡Ay! Yo no lo sé...

De manera que arranqué y torcí a la derecha.

-¿Por qué vas por aquí?- se escandalizó F.
-Pues , no sé, para no entrar por dirección prohibida...
-Menuda vuelta vamos a dar...
-Pero no me acabas de decir que no sabes por dónde se va...
-Pero si yo no digo nada, tú vete por donde quieras... Pero vamos a dar mucho rodeo...


2ª Secuencia (Interior). El rito.

Hacía tanto que no íbamos a misa que no sabíamos de qué modo han mudado los tiempos. Por muy ameno y chistoso que se puso el párroco, la gente se mostró distraída y charlatana,y los   chiquillos, revoltosos, se distrajeron corriendo y chillando todo el rato por los pasillos del templo.

Yo intentaba entender los que decía el cura, por no aburrirme demasiado, pero a duras penas alcanzaba a comprender sus palabras y las del Dios que invocaba. En un momento dado, se sacó de debajo de la casulla lo que me pareció un cuaderno infantil de tapas rojas. Lo abrió y abanicó rápidamente sus páginas, que se mostraron inmaculadas y sin tacha. Inmediatamente después de cerrarlo, repitió la acción y donde antes no había nada, aparecieron ahora unos dibujos muy inocentes peor llenos de color y detalles. Esforzándome todo lo que pude, por encima del alboroto general creí entender que les estaba diciendo a los novios -los únicos que conmigo parecían prestarle alguna atención- que así era su vida juntos, un libro sin escribir que se llenaría, a partir de ese mismo momento, de acontecimientos, de peripecias, de color y vida verdadera...

Finalmente, mientras levantaba el cáliz en el momento de la consagración, comparó ese gesto -y juro que esto lo escuché perfectamente- al del futbolista que recoge la Champion cada año...

Salí de la misa muy pensativo.


3ª Secuencia (Interior-Exterior). El banquete.

Si hay algo más triste que un salón de bodas, es un salón de bodas en mitad de un polígono industrial. Y si hay algo más bárbaro que un banquete de bodas a las dos de la tarde debe de ser un banquete de bodas a las nueve de la noche...

Eran las nueve de la noche cuando, con la panza -esa de la que hablaba A.- a punto de hacer saltar mis flamantes tirantes, hice un sencillo cálculo: si nosotros habíamos entrado a aquel lugar a las dos de la tarde y habían estado cebándonos hasta hacía apenas unos instantes, los invitados a otra boda que estaban llegando ahora, acabarían de cenar, sin duda, muy entrada la madrugada...

Es incomprensible que el ministerio de Sanidad no tome cartas en el asunto, porque esta clase de banquetes deberían estar prohibidos. Deberían ser ilegales e inconstitucionales. Por el bien de los estómagos de este país y, por consiguiente, de su buena marcha y gobierno. Bodas de esta clase son algo así como el Toro de la Vega de Tordesillas, con la diferencia de que aquí el alanceado y torturado es el estómago de los invitados...

No me traje la tarjeta donde se reflejaba el menú, pero resultaba tan larga y tendida que al principio pensé que era una broma. Una exageración desmesurada... Pero no. Más de cinco horas comiendo sin respiro y en mi caso sin vesícula, me hicieron temer que no saldría vivo de aquel lugar.

Luego encendieron un proyector y pasaron sobre una sábana imágenes de la vida de los novios. No sé si andaría por allí el cura, pero estaba claro que el libro lo traían ya un tanto escrito... Fue un poco largo, cosa que agradecí. Pasado ese tiempo, nos hicieron levantar, que iban a retirar las mesas e instalar la barra libre y la discoteca.

Me escabullí a la terraza. Desde allí pude contemplar cómo la mayoría de los  invitados se lanzaba a la barra, cogía una copa de un extraño color pálido y se ponía a bailar desenfrenadamente al son de una música horrísona y tremeda.

Hacía una noche hermosa. La luna iluminaba el paisaje con la misma luz pálida que salía de las copas de los danzantes. Caía esa luz romántica sobre las naves silenciosas del polígono, sobre los olivares al otro lado de la carretera, sobre los tejados de la Torre... Los invitados de la otra boda, en el jardín, todavía estaban con los entrantes y canapés. "Lo que os espera", suspiré.

Al rato salió A., buscándome.

-¿Qué haces aquí, solo, como un hurón?
-Entre la digestión y la indigestión, cariño, así estoy yo, así estoy yo, sin tiiiiii...- remedé al cantante del pueblo.
-¿Pero tú te has visto que facha llevas?- y se puso a meterme la camisa por el pantalón, que como es natural, tras tantas horas sentado y comiendo, se me había desbordado.-Si un quiere llevar unos tirantes, tiene que estar atento a estas cosas...

Alcé la vista a la luna. Me guiñó un ojo.


martes, 30 de septiembre de 2014

PALACIO (II)

Me he traído, este año, una guía y un mapa de carreteras secundarias y muy secundarias de estos valles, para organizar alguna excursión. Mientras anochece, leo en ella:

"Los valles de Debodes y Ardisana corresponden a una rasa costera de nivel superior originada cuando el mar se introducía hasta esta zona por Rioseco...

En el Alto de la Tornería -topónimo que podría aludir a las numerosas revueltas (tornos) que hace el camino para alcanzar el alto- un monolito de piedra recuerda a los tres tripulantes de un bombardero Junkers de la Legión Cóndor alemana, derribado en la batalla de El Mazuco".

Dejo la guía a un lado un momento, y me pongo a imaginar. Aquí mismo, frente a esta casa, se libraron batallas terribles durante la Guerra Civil. En el Benzúa aún se pueden encontrar, nos lo ha contado muchas veces don A., restos de obuses, trincheras, casamatas y refugios. Y no hace muchos años, en una excursión que hizo guiando a unos veraneantes como nosotros, hasta unos huesos humanos...

Continúo leyendo y me entero de que Riensena fue fundado por vecinos del Concejo de Onís, "que utilizaban este pasaje para pasar el invierno". Gente sabia, pensamos. Nosotros pasaríamos aquí, no solo el invierno, sino también la vida entera.

lunes, 29 de septiembre de 2014

PALACIO

Llegamos a Palacio, Ardisana, Llanes, Asturias, con la sensación de habernos ido de ese lugar apenas unas pocas semanas antes. Tan familiar nos resulta todo allí. Las curvas de la carretera que sube al pueblo las conocemos como si las trazásemos durante todo el año y así también los árboles más altos y frondosos, el rumor del río, el perfil sinuoso de la sierra y el cristal de las esquilas de las vacas. Reconocemos todas esas cosas igual que los viejos muebles de la casa, sus sombras, sus silencios y el quejido de las escaleras cuando las subimos o las bajamos; las estampas dulces y tiernas que enmarcan las ventanas de cada cuarto... Sin embargo, había pasado un año...

Nos encontramos a don A. y a V. segando el prado. Como tantas otras veces, se nos echó la noche encima conversando con ellos.


                                   

martes, 23 de septiembre de 2014

ASTURIAS (II)

Mientras mis padres interrogan a P. sobre sus aventuras irlandesas, A. y yo bajamos a encargar unas pizzas al bar que tiene un Elvis de tamaño natural en la entrada. Para hacer más llevadera la espera, nos sentamos a tomar unas cañas en unos taburetes que tienen en la calle, lugar muy entretenido por la cantidad de coches y gentes que pasan por allí.

A los dos segundos de habernos sentado, pasa Marcrina -evitamos aquí la inicial por lo bonito y peculiar del nombre-. Después de los saludos y de preguntarle por su hija, buena amiga nuestra en la adolescencia, me pone al corriente de sus andanzas con mi madre, con la que acude a clase de taichi:

-Cómo nos reímos tu madre y yo. A nuestra edad es lo que nos queda. A veces piénsolo y digoilo a tu madre: ¿reiranse de nosotres tanto como nos reímos nosotres de to el mundo? Porque deberían. No hay mejor manera de tirar palante... Reírse todo lo que podamos... Y nos contó que en su familia siempre han sido muy reidores, y que su madre, que murió con más de noventa años, abandonó este mundo cantando.

Entonces se da cuenta de que son ya casi las nueve de la noche y de que le van a cerrar el supermercado, así que se despide de nosotros y se va corriendo, con una ligereza que desmiente sus ochenta años.




Luego, ya en casa, como no sabía muy bien dónde había dejado las gafas y tardé un rato en encontrarlas, mientras las buscaba se me ocurrieron unos cuantos aforismos:

-Nada mejor que ser miope para no ver las cosas claras.

-Una buena miopía favorece el ejercicio de la imaginación y la fantasía.

-La miopía pude proporcionar grandes satisfacciones. Te impide ver algunas cosas y  en cambio otras te las transforma y embellece de tal modo que da gusto verlas.

lunes, 22 de septiembre de 2014

ASTURIAS


Todos los veranos, desde hace más de veinte, al llegar a aquí nos encontramos con los mismos lamentos y la misma agria polémica. Los lamentos son los de nuestros parientes y amigos, que miran al cielo y maldicen, que se preguntan dónde demonios está el verano, que se tiran de los pelos porque apenas han podido poner un pie en la playa, porque llueve un día sí y el otro también, porque hace frío, y está oscuro y nuboso y sombrío... "Mierda de verano", mascullan los más desesperados.

Y la polémica, la misma de los últimos veinte años por estas fechas, es con los hombres del tiempo, los meteorólogos, que no dan una, y lo confunden y enredan todo de tal manera que cuando anuncian días soleados, nos visitan las nubes son más negras y las borrascas más profundas, y viceversa, cuando presagian días lluviosos y desapacibles, sale el sol y se está todo el santo día abrazando con sus cálidos y amoroso brazos este trozo de tierra al borde del mar Cantábrico... Los hosteleros llevan todos estos años quejándose de esto, que dicen que les perjudica lo indecible, y envían cartas y memoriales a las televisiones para denunciar un atropello tan abusivo e injusto. Los meteorólogos y los periodistas especializados se defienden diciendo que no será para tanto y que la culpa es de la orografía tortuosa del país, que no hay quien prediga nada con tanta montaña, tanta cordillera y tantos valles. 

Así, como todos, comenzamos este verano en Asturias.


jueves, 18 de septiembre de 2014

JUNTO AL CABO DE GATA

Mientras P. viaja por Irlanda, lluviosa y esmeralda, nosotros nos hemos venido hasta un rincón de la costa de Almería, seca y parda. Muy cerca del Cabo de Gata. 

Mientras llegábamos aquí desde Úbeda, la toponimia nos tuvo entretenidos: Huéneja, Benahadux, Gafariclos, Alfaix, Polopos, Alboloduy (aquí casi se me van las manos del volante por probar a pronunciarlo...)... Pasamos al lado del desierto de Tabernas. Desde la autovía se pueden ver muy bien esos pasos peligrosos en los que los indios emboscaban al 7º de Caballería o en los que se mataban los pistoleros feos, desgreñados y sin afeitar de Sergio Leone.

Nuestro modo de vida aquí es muy elemental. Pasamos la mañana en la piscina, comemos en un restaurante con todas las ventanas y puertas abiertas por donde se cuelan los gorriones, que también acuden a comer y, cuando el sol comienza a hacer mutis por el foro, nos vamos a Garrucha, a dar un paseo y a cenar. 

La primera tarde que fuimos a ese pueblo, buscando un cajero, al fondo de una calle estrecha que da al paseo marítimo descubrí un resplandor que llamó mi atención. Envuelto en las llamas del fin de la tarde, un puesto de libros viejos. Me olvidé del cajero, y me lancé calle abajo.

Como suele suceder con esta clase de puestos, no tenían gran cosa, pero sí una novela de la que me había hablado mi compañero D., con grandes elogios, al final del curso. Si hubiese pasado más tiempo, uno ni se acordaría y habría pasado de largo. Pero la reconocí enseguida.  El circo de la familia Pilo, de Will Elliott, libro y autor del que yo no sabía nada hasta hacía apenas un par de semanas. Es, a lo que parece, una novela de terror, género del que no puedo decir nada en contra ni a favor, por lo poco que lo he frecuentado. Sin embargo, tan encarecidamente me lo había recomendado mi compañero, que pensé que esa luz de cobre que me había hecho girar la cabeza no había sido casual. Evidentemente, era una señal que me mandaba ese libro, un aviso suyo de que me estaba esperando allí -la verdad es que ahora sigue igual, esperando, solo que en una de las estanterías de casa. Algunas veces, me da la impresión de que fosforece-.

Salvo este hecho más o menos sobrenatural, lo que decía: una vida muelle y sin sobresaltos. Por las noches, un pianista veterano, de larga y cuidada melena rubia, viene hasta la terraza de la cafetería y toca, como si estuviese en el salón de su casa, boleros y melodías de los Beatles bajo una luna muy aparente que se acerca a escucharlo cada noche. Es tan aparente y lucida que yo sospecho si no la habrá colgado allí la dirección del hotel. Está rodeado este de un campo de golf, de cubos que son casas, de lomas cubiertas de una vegetación mísera y parda y, a lo lejos, en un alcor, una ermita blanca en lo alto. Al fondo de todo, el mar.