viernes, 31 de enero de 2014

Llegaron los Reyes

Día de Reyes. Se levanta P. dando saltos de alegría, y yo con él, como si en lugar de la vida fuese esto una película musical...

No necesitamos nada que no tengamos en abundancia... Sin embargo, al fin más o menos humanos, nos inquieta a veces la codicia de ciertas cosas: algunos libros, músicas escogidas, vagas fantasías...

Hay varios paquetes en un rincón del salón, una prueba más, material y evidente, de la existencia de estos Reyes mágicos...

A mí, aunque no he sido bueno -que he tenido pensamientos muy negros y hasta he llegado a proferir palabras muy feas al ver el telediario-, me han dejado un delantal, dos libros (Librerías de Jorge Carrión -cada loco con su tema-, y La ciudad de los pasos lejanos -un libro amarillo y exquisito que habla de dos de las cosas que nos gustan mucho: Azorín y París) y dos discos ( el A ticket to Corfu, que sé de buena tinta que se lo pidió, para nosotros, mi hermano; y el Quédate conmigo de Javier Ruibal).

Y así, por estrenar el delantal, escuchando esas músicas acordadas, paso feliz la mañana, gobernando, para comer, una carne gobernada...



       


                       


jueves, 30 de enero de 2014

Esperando a los Reyes

Víspera de Reyes. Como si fuésemos chiquillos, nos pasamos este domingo -el mejor domingo del año sin duda alguna- mordiéndonos las uñas: ¿vendrán un año más, cuando llegue la noche?, ¿qué presentes nos traerán?, ¿serán de su gusto los polvorones que les vamos a dejar a los pies de la ventana?, ¿ y el güisqui? 

De todas las monarquías que reinan aún en el mundo, las únicas a las que uno es fiel son esta de los tres Magos de Oriente, la de Arturo y sus caballeros de la Tabla Redonda, y por último la del rey Sebastián, aquel que se perdió en la batalla de Alacazarquivir, el Deseado, del que nada más se supo desde entonces y por el que todavía aguardan, a pesar de todo, algunos saudadosos en Portugal y el Brasil... 

Son estas, para nosotros, las únicas monarquías reales. Del resto no es difícil darse cuenta de que se trata de reyes supuestos, reyes de pacotilla y tres al cuarto, reyes de teatro grotesco y vulgar, como salidos de aquellos esperpentos que inventó Valle...

Sin embargo, con ser esto que decimos cosa bien clara, todavía hay pertinaces que insisten en declarar que nos existen estos tres Reyes Magos, y hasta se lo dicen a los niños cuando los ven un poco crecidos -lo que considero una gran crueldad-. Se olvidan estos desalmados de varios hechos bien probados: unas cuantas páginas de Pla, un libro de González Requena y, el argumento más contundente, la fe de tantísimos inocentes...

Así que fue ese domingo un día feliz. Salí muy temprano a por el periódico, compré un disco de los Beatles y un roscón, y luego me acerqué hasta el supermercado, que abría, a comprar los ingredientes necesarios para hacer un bizcocho con F. Nuestro primer bizcocho.

Nos pusimos manos a la obra mientras comenzaba el partido del Sporting contra el Zaragoza, en El Molinón. Puse el ordenador en la mesa de la cocina y mientras escuchaba las instrucciones de F., por el rabillo del ojo miraba para la pantalla. A los tres minutos, cuando no habíamos hecho más que empezar a mezclar los primeros ingredientes -batíamos las claras para que estuviesen a punto de nieve-, marcó el Zaragoza. 0-1. Batimos con más ímpetu, y vimos a un Sporting, mientras añadíamos el azúcar, las yemas y la harina, vigoroso, que provocó numerosas ocasiones. Consiguió empatar al filo del descanso, cuando estábamos con la raspadura de limón y el sobre de gaseosa... Y nada más comenzar el primer tiempo, gol de Sporting al tiempo que escanciábamos sobre la masa el aceite dorado. Felices, lo metimos al fin en el horno... Comenzó a crecer el bizcochón, y a dorar, al mismo tiempo que el juego de nuestro equipo. Parecía un alba de primavera dentro del horno. Subía y subía, engallado y con el color tostado de la piel de los veranos, del mismo modo que Scepanovis y Lekic remataban todos los balones... Pero, de pronto, la debacle: una expulsión, dos expulsiones, el empate del Zaragoza, un penalti en contra... Al mismo tiempo, el biszcochón, dentro del horno, comenzaba a desinflarse y se abría, hacia su izquierda, una brecha. Paró el penalti el portero, y pareció, por uno breves momentos, que el bizcochón podrías salvarse... Lo de la brecha lo achaqué yo a que había batido la mezcla F., que está coja de esa misma pierna, y que por eso la herida en la piel tostada del dulce...

Pero cuando ya el partido se acababa y era el tiempo de sacar el bizcochón del horno, el 2-3. Sacamos el redondo postre y todo lo que era esplendor se hundió irremediablemente como caen los imperios y perdió la color, y parecía, sobre la encimera, una torta pálida y mustia...

Pero era víspera de Reyes, y nada, ni una derrota amarga ni un bizcochón fracasado, iban a empañarnos una ilusión tan grande. Habrá otros partidos, y otras tardes para la repostería, pero vísperas de día de Reyes, de estas hay muy pocas...


miércoles, 29 de enero de 2014

El primer día

Comenzamos el año como lo acabamos, leyendo a Cunqueiro: "Una piedra quiere dar una representación propia, y lo logra. aunque tarde siglos. Yo suelo ilustrar esta teoría con las estatuas del profeta Daniel y de la reina Esther (...). Daniel está casi frente a Esther. A Daniel lo habrá labrado nuestro Mateo con sereno rostro, con la grave mirada profética, sosegado tras la aventura del foso de los leones. A Esther, Mateo la hizo tan hermosa como era, ensoñando, y con dulces pechos bajo el fino lino babilónico (...). Y al fin Daniel, contemplando la espléndida hermosura, un día -quizá una noche-, comenzó a sonreír, al principio tímidamente, pero luego se le abrió en el rostro una franca y alegre sonrisa (...). Un día, los canónigos compostelanos se dieron cuenta de que Daniel no le quitaba ojos a los levantados senos de Esther. Se corrió la voz y hubo que sacrificar los pechos de Esther, que a mi entender ya empezaba a levantar la cabeza hacia Daniel. Un cantero, un día, se los borró (...). Borraron los senos de Esther, pero ya nadie pudo borrar la sonrisa de Daniel, que sigue algo boquiabierto mirando para allí donde fueron las redondas delicias de la bella..."

Luego vimos un par de capítulos de The wrong mans, que nos recomendó nuestro amigo E. y que es historia que espanta las melancolías y abre sonrisas amplias en los labios, como esa de Daniel compostelano, y hasta, a veces, despierta la sonora, retumbante carcajada...



       

 A media tarde acompañé a P. a casa de sus primas. Iba a mi lado enfadado porque quería ir solo, pero ya estaba anocheciendo, yo soy un padre pusilánime, y ese primer día del año, a esa hora rara de la mediatarde, un día también raro. Efectivamente, solo nos cruzamos con gentes de sábado: figuras solitarias y cabizbajas, y sombras, tal vez esas sombras que han sido abandonadas por sus dueños, de tan usadas...

martes, 28 de enero de 2014

La última noche

Primera nochevieja en casa. Antes, lo sabemos por los vecinos, eran noches animadísimas en nuestra finca, con los vecinos gitanos del primero organizando unas zambras monumentales... Pero ahora, al haberse mudado, el silencio es completo, y como no cantemos nosotros, va a ser noche callada...

Por la mañana hicimos las últimas compras para la cena, esas cosas que solo se buscan en estas fechas y por las que luego, el resto del año, ya no preguntamos más: perdices, huevas de lumpo, sucedáneo de caviar, huevo hilado... 

Después de comer dejamos que las horas se fuesen cayendo sin hacer apenas nada porque, al parecer, era irremediable que el año acabase. Y así, cuando al fin salimos de nuestro ensimismamiento, era ya tiempo de ponernos a preparar la cena: los patés, las gambas y langostinos, los quesos variados, los embutidos finos, esas perdices, el huevo hilado... Fue una cena plácida y, sin el cuadro flamenco del primer piso, hoy vacío y ofrecido sin éxito en el mercado de alquiler, sin grandes algarabías...

Como terminamos pronto, antes de las campanadas nos dio tiempo a echar una partida a un juego que le regalaron en Asturias a P., un juego de zombies. A mí me pareció un poco tedioso, y las reglas tan intrincadas que no llegué a comprenderlas cabalmente. Fui el primero en ser devorado por la horda... Terminamos la partida unos minutos antes de las doce. Las uvas, como todos los años, me las tomé con calma, sin hacerle caso al televisor, y terminé de tomármelas diez minutos después de entrado el año nuevo...

Tragada la última y recogido el siniestro juego, comencé el año como todos, leyendo a Cunqueiro: "... cada año o dos mudamos de sombra, como muda de camisa la serpiente o de caparazón la centolla, y la sombra que nos queda corta, o va muy usada de rozarse contra los caminos, queda tirada aquí y allá..."

lunes, 27 de enero de 2014

Viejos libros y viejas canciones

Esperamos la llegada del nuevo año entre los libros de siempre. Cada año por estas fechas, leemos las mismas cosas: El "Libro de visitantes" de Jiménez Lozano...




..."La Navidad de un niño en Gales" de Dylan Thomas...



...("Por aquellos años, las Navidades se parecían tanto unas a otras en aquel remoto pueblo pesquero, Navidades carentes de todo sonido excepto del murmullo de voces distantes que sigo oyendo algunas veces antes de dormir, que nunca consigo recordar si estuvo nevando durante seis días con sus noches cuando yo tenía doce años, o si nevó durante doce noches y doce días cuando tenía seis...")... 




..."Los muertos" de Joyce ("Leves toques en el vidrio lo hicieron volverse hacia la ventana. De nuevo nevaba. Soñoliento vio cómo los copos, de plata y de sombra, caían oblicuos hacia las luces. Había llegado la hora de variar su rumbo al poniente. Sí, los diarios estaban en lo cierto: nevaba en toda Irlanda. Caía nieve en cada zona de la oscura planicie central y en las colinas calvas, caía suave sobre el mégano de Allen y, más al oeste, suave caía sobre las sombrías, sediciosas aguas de Shannon. Caía, así, en todo el desolado cementerio de la loma donde yacía Michael Furey, muerto. Reposaba, espesa, al azar, sobre una cruz corva y sobre una losa, sobre las lanzas de la cancela y sobre las espinas yermas. Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos")...




...y cualquier página de Cunqueiro. Con ellos vamos consumiendo las últimas horas de todo un largo, ancho año... Por cierto que cuenta Cunqueiro, muy erudito de estas cosas, que para los antiguos gaélicos, los años tenían forma de gorro, y que hubo una vez un gigante que consiguió, no se sabe cómo, coger al vuelo uno de estos gorros que ya se iba, y retrasar así la muerte de un año, "como Josué detuvo la carrera del sol en día de batalla". Y recuerda que los años se pierden en el mar, al Oeste, y que nacen en el Levante, con "tímida faz infantil..."





jueves, 23 de enero de 2014

Viaje de vuelta

Al hacer el viaje por la mañana, pudimos contemplar el paisaje a nuestro gusto, y, a pesar de la velocidad, disfrutar de algunos detalles: vimos la sidrería El Ferroviariu en Ujo, una casa bautizada Villasola antes de llegar a la Pola, Santa Cristina de Lena, que brillaba al sol como una pequeña, valiosísima joya... El puerto lo subimos como siempre, como hace 200 años. Cuarenta y seis kilómetros en espiral que ascienden 1.000 metros a través de noventa túneles -cuando Alfonso XII lo inauguró, eran setenta-. Se sube como se baja, en zigzag, razón por la cual se tarda lo que se tarda y es posible ver los pueblos colgados de la montaña, y los picos, varias veces, ora a la izquierda, ora a la derecha... Una lección de perspectivismo...

Sin demasiados medios para lo que hoy se estila, el trazado de 1884 se concluyó en cuatro años. Hoy ya son diez desde que se iniciaron  las obras: dos túneles  rectos de veinticinco kilómetros que traspasan las enormes montañas y serán un paso franco y rápido hacia la Meseta, nos decían... Parece ser que no saben cómo detener las filtraciones de agua, verdaderos manantiales que manan de las paredes de esos túneles modernos. El otro día un trabajador colgó en internet estas imágenes...


            


Lo más probable es que los paisanos del lugar supiesen desde el primer momento lo que iba a ocurrir. Conocen bien por donde corre el agua, incluida la subterránea. Pero seguramente nadie les preguntó. Y así, mientras los geólogos e ingenieros hacían sus estudios y sus cálculos complejos, ellos movían la cabeza de un lado a otro, fatales y sombríos. Ahora, en los chigres de esos pueblos diminutos, en los bares de Campomanes y la Pola, contarán que ya sabían ellos que esto iba a suceder... Y no será cosa de presunción, sino testimonio verdadero. Esto, en las obras públicas de Asturias, es un clásico, y ha sucedido muchas veces. Los vecinos avisan a las autoridades  de que ese es un paso falso, propenso a los argayos, o un lugar peligroso azotado por los vientos, y que no es conveniente abrir el camino por ese lugar, o levantar el refugio en esa majada... Pero las autoridades y los ingenieros piensan otra cosa y no hacen caso. Y al final, la carretera se hunde y el refugio sale volando por los aires... 

El caso es que creo que vamos a seguir subiendo y bajando esos cuarenta y seis kilómetros, dando vueltas como un berbiquí, largo tiempo...

Había poca nieve en el alto, tan solo algunos armiños tendidos al sol en los picos más altos... Y ya hicimos cumbre en Busdongo, donde los panes redondos, rotundos, medievales, y desde ese lugar se lanzó el tren alegre cuesta abajo, camino de los abiertos horizontes castellanos... Van pasando los pueblos, las villas, las ciudades (Villamanín, Villasimpliz, La Robla, León, Sahagún, Palencia, Valladolid...) y nos desentendemos del paisaje, monótono, y leemos el periódico (Lindo, Vicent, Carlin, y La Nueva España de la primera a la última página).

En Madrid, una pareja  que hace viaje hasta Alicante muestra una y otra vez, en alta voz, su asombro ante el cielo de Madrid que se ve pulido, límpido, deslumbrante... A los del Norte oscuro nos impresionan los campos infinitos y estos cielos azules y luminosos de Castilla... Poco a poco, camino ya de nuestro destino, esa luz se fue apagando muy lentamente: se volvió violeta el azul tan limpio y, sobre la línea del horizonte, de un amarillo limón, se inició un incendio prodigioso que fue apagando el frío de la noche...

Llegamos a oscuras a Albacete. Menos mal que nos esperaba el abrazo de A., su sonrisa llena de luz... Menos mal.

miércoles, 22 de enero de 2014

La estancia VII

Último día.

Al mediodía vino M. a comer con nosotros. Quería ver a P. antes de nuestra marcha y, aunque tenía que arbitrar en Avilés, quiso despedirse. Durante la comida, fue muy paciente contestando a mis padres sobre esa labor suya del arbitraje, que se ha tomado muy en serio. Como es un chico inteligente, arbitra partidos de baloncesto, que, mal que nos pese, es un deporte mucho más civilizado que el fútbol. Sin embargo, nos confiesa, a veces aparece algún energúmeno entre los espectadores, y también ha tenido que pitar alguna técnica descalificante a algún jugador -jugadora para ser más precisos-, por menospreciar su labor de un modo grosero e intolerable... Pero son casos aislados...

Después de comer nos fuimos los tres a dar una vuelta por Mieres. P. y M.andaban a lo suyo, y yo sacando fotos...


(El bilingüismo en la calle: frente a frente, una acera en asturiano, la otra en castellano).



(Todos los muros deberían tener una proclama. Y una sombra que pasase furtiva sobre ellos. En este, a la derecha, la del fotógrafo).

En la zona de la vieja estación del Vasco, nos encontramos con unos edificios de muy novedosa arquitectura. Vistos fuera de contexto, parecían como de otra ciudad, más propios de un barrio nuevo en Berlín o Malmöe... Edificios de esa clase que sale en las revistas de arquitectura y, de vez en cuando, en las páginas de cultura de El País. Se ven distintos. Lo que no sabemos es cómo se vivirá dentro, si aguantarán los vendavales que traiga el invierno, las grandes lluvias, el viento salvaje del Oeste o, si la cosa no es tan tremenda, las cotidianas corrientes de aire. Si se escucharán las discusiones de los vecinos, sus risas o sus llantos, los suspiros de amor... Eso, vistos desde fuera, no se puede saber.


Ya de vuelta a casa, sacamos estas:


(A ese estanque le daba sombra, en nuestra infancia, un soberbio sauce llorón).


(Un paraguas huérfano, abandonado en el arroyo, como heroína de folletín).


(En esta calle, me parece, vivía una muchacha que nos gustaba mucho en octavo de EGB. Me parece).


Y ya nos fuimos a Oviedo, a llevar a M., que lo esperaban para su viaje a Avilés, y a despedirnos de los sobrinos y devolverle el coche a mi hermano. Por el camino, a la altura de Soto de Ribera, nos llamó H. Estaban en el auditorio, él y N., en un salón manga. Aparcamos el coche detrás de la Facultad de Biología y nos acercamos. Yo no había estado nunca en un lugar así. El ambiente era inenarrable. Las juventud iba  de un lado a otro disfrazada con los más insólitos ropajes, emulando a toda clase de personajes desconocidos para mí. N. y P., como críos que son, pasaban más o menos desapercibidos.Por el contrario, H. y yo desentonábamos un poco. Sin embargo, nadie reparaba en nosotros, concentrados como estaban en sus mundos paralelos. Del mismo modo que tampoco a nosotros nos importaba nada. P. estaba entusiasmado porque encontró no sé qué figuras de una serie de la que él y su prima C. son muy partidarios, y se compró, para él y para su prima, tres o cuatro cosas, al parecer inencontrables en la vida corriente. Aquello parecía un reino extravagante y encantado. Subimos en ascensor hacia la azotea. H., P., N., dos hadas, tres elfos y quien esto escribe. Tendrían que haberme atrevido a pedirles a alguien que nos sacará una foto de grupo... En cambio, eché yo estas, con el móvil, que es casi tan viejo como el coche de mi hermano...





Luego, en La Corredoria, cenamos unas hamburguesas con los sobrinos y, ya de noche, nos devolvió de regreso a casa mi hermano. Llovía y y los limpiaparabrisas rascaban ásperos el cristal del coche. 

martes, 21 de enero de 2014

La estancia VI

Dejé a P. con M. y me fui de paseo, solo, por Oviedo. Vagabundeé por las calles, como un turista en su propia casa, sin prisa, sin rumbo, dejándome guiar por vagas memorias de la juventud... Acabé, no sé cómo, desembocando en Cervantes. Al cabo de un buen rato, salí de allí con la última novela de Jiménez Lozano en un bolsillo y con un diccionario de diablos y demonios en el otro. Diabolicón, se titula este, y en su solapa reza lo que sigue: "Cuarenta y nueve diablos "superiores y mandamases", cincuenta y siete "intermedios y de oficios" y sesenta y seis diablos "menores y del montón" constituyen este fabuloso y divertido repertorio de las huestes infernales que, con tanta erudición como humor, nos ofrece Jorge Ordaz continuando así una tradición presente a lo largo de la historia de las letras hispánicas..." Jorge Ordaz, por si alguien no lo sabe, es profesor de Geología en la Universidad de Oviedo, novelista -con La perla de Oriente quedó finalista del premio Nadal-, traductor de varios poetas ingleses y norteamericanos  y autor de algunos libros que nos han gustado mucho -por ejemplo su Gabinete de ciencias asturales-. Además, publica un blog, Obiter dicta, muy recomendable y que nosotros visitamos con frecuencia. Este Diabolicón le habría gustado mucho a Cunqueiro.



De vuelta a Mieres, paramos un momento en Santianes, a ver a N. A. y los chiquillos estaban en Gijón, y N. se había quedado en casa a descansar un rato de los excesos que estas fiestas traen consigo... Tomamos una cerveza en la sidrería del pueblo y luego nos llevó a ver la capilla, que restauraron los vecinos el año pasado, en régimen de sextaferia (la recoge, tan hermosa palabra, el diccionario de la RAE: f. rur. Ast. Prestación vecinal para la reparación de caminos u otras obras de utilidad pública, a que los vecinos tenían obligación de concurrir los viernes -sexta feria- en ciertas épocas del año). Le tuvo que pedir la llave a una vecina, que es la que la custodia. La ermita tiene un sauce llorón a  la entrada, y está atestiguado que es templo muy antiguo. N. nos hace de guía, nos muestra el arco antiquísimo que se conserva, y una vieja inscripción, ya muy desgastada y muy difícil de leer, en el ábside. Y como siempre que nos juntamos, recordamos, nostálgicos, los buenos tiempos juveniles...



                                  Sexta Feria en La Cabaña, para hacer limpieza en el pueblo, entre 1958 y 1960.
                                            (Del blog http://observatorioredes.blogspot.com.es)

Por la noche, al abrigo de la casa paterna, vemos un rato El rostro impenetrable... También en ella se habla de la juventud perdida: "Fuera un millagru que pudiéramos conservar el pellellu...", declara con voz grave Marlon Brandon...





         




        

lunes, 20 de enero de 2014

La estancia V

Anuncian en la TPA (Televisión del Principado de Asturias), desde hace días, que el próximo pasarán la primera película doblada al asturiano... Han escogido El rostro impenetrable, que nos parece una muy buena elección, por la calidad del film y porque, puestos a decidir a qué actor memorable nos gustaría escuchar hablar en la lengua de los campesinos nuestros, Marlon Brandon parece una decisión impecable. 

Y estamos deseosos de ver cómo se maneja en este bable nuestro ese actor poderoso, y seguros de que no dejará de llamarnos la atención y parecernos rarísimo.

Recuerdo bien la primera vez que vi, en una sidrería de San Esteban de las Cruces, una emisión de la televisión gallega. Habíamos subido hasta allí unos cuantos amigos, una tarde de sábado invernal, porque retransmitía esa cadena el Oviedo-Real Madrid, y en aquel chigre acababan de comprar una antena parabólica con la que se captaba nítidamente la señal que venía, con el viento del Oeste, de Santiago. Llegamos un poco antes de la hora del encuentro, para coger un buen sitio. Ya tenían encendido el televisor y cogida la señal peregrina. 

Emitían un capítulo de Star Trek, doblado a la lengua de Pondal y Rosalía, y fue una conmoción escuchar al doctor Spock hablando tan dulcemente, tan morriñosamente, dentro de la nave espacial... En realidad nos entró mucha risa, lo recuerdo bien. Gallegos, ya se sabe, los puede encontrar uno en el rincón más impensado e ignoto del planeta. Ahora, encontrárselos en la Enterprise, y en mitad de una lejana galaxia, eso ya nos pareció demasiado...(Del partido ni me acuerdo, tan solo que se alineaba entonces en las filas del Oviedo un finísimo y espigado centrocampista de tez blanquísima, un jugador como hemos visto pocos. Jugaba al fútbol como si estuviese ejecutando con el balón una danza clásica, Romeo y Julieta, por ejemplo. Lástima que se lesionase con frecuencia. Se llamaba Gracan y era de la escuela balcánica).

Pues bien, algo así nos sucederá mañana, cuando escuchemos a a Karl Manden y a Brando decir en asturiano tan graves cosas del amor, la amistad y la traición... Aunque esto moleste a algunos regionalistas, como a mi amigo D., es muy probable que también nos acometa, como aquella tardenoche en lo alto de Oviedo, bastante risa... Hasta hace apenas unos meses, en esta misma televisión regional emitían un programa de humor cuyo plato fuerte era un doblaje imaginativo e irreverente de algunas escenas de películas famosas. Y, al fin y al cabo, nosotros nos hemos educado escuchando a mi madre afearle a mi padre el uso de este antiquísimo romance, y tacharlo de cosa aldeana y poco elegante... Lo orgullosa que estaba mi madre de lo fino que hablábamos mi hermano y yo en nuestra tierna infancia. Luego nos estropeamos de un modo lamentable...

Al final será cosa de acostumbrarse, pues a todo terminamos por hacernos y, ¿quién lo puede saber?, a lo mejor acaba el asturiano por ser una lengua de cultura, sonora, alta y retumbante, jugoso romance, vigorosa rama de la antigua lengua latina... A nosotros, cuando estamos por allá, nos gusta mucho decirlo, se nos alegra la boca...


                            

jueves, 16 de enero de 2014

La estancia IV

El día de Navidad vinieron los sobrinos a casa. Como son de natural inquietos, suelen ponerlo todo patas arriba, pero esta vez le pedí a P. que les hiciese algunos trucos de magia. Mano de santo. Estuvieron de lo más civilizados, sobre todo G., que estaba fascinado con algunas de esas prestidigitaciones de su primo, y le pedía que le enseñase el secreto de esos prodigios.

-Si te doy un euro, ¿me lo explicas?-le pidió G. a P. a propósito de uno de esos juegos de manos.

-No, este no puedo contarlo -se ponía interesante P.

-¿Y si te doy cincuenta?

Luego, a la hora vespertina, nos fuimos a casa de C. y H. Desde allí se ve el Aramo, que lucía, en el atardecer sombrío, cuajado de nieve. Mientras P. jugaba con M. y N., charlamos muy apaciblemente sobre esto y lo otro. Y me dio H. una lista de series que deberíamos ver y que yo dejo aquí por si a alguien le interesan:

Logmire

Good cop

The fall

The shadow line

The bridge

Utopia

Broadchurch

Luther

y Forbrydelsen (de esta última ya habíamos oído cosas buenísimas y puedo dar fe de todas sus bondades, que ya he empezado a verla -siete capítulos llevo ya- y me he enganchado a ella como una adicto).

A la vuelta, ya de noche, volvió la ciclogénesis. Pero no era otra cosa diferente a las borrascas de nuestra juventud: lluvia racheada, algo de viento, frío... Nada que no sea lo corriente en los inviernos del septentrión. Manejaba el coche con más seguridad, sin necesidad de mirar hacia mis pies para ver qué pedal estaba pisando... Camino de Mieres, nos acompañaban el rumor de la lluvia y el ruido áspero de los limpiaparabrisas del coche viejo de mi hermano...


miércoles, 15 de enero de 2014

La estancia III

Anunciaron en la tele, la radio y los periódicos que una ciclogénesis explosiva entraría por Galicia y llegaría Asturias aquella misma tarde... La esperamos en el balcón de la cocina, expectantes. Sin embargo, solo se presentaron, por el camino del Oeste, un poco de viento y algunas lluvias. Con semejantes nombre y apellido, esperaba uno mucho más... Mucho nombre para tan flojo temporal, pensamos, y ya nos metimos para dentro, murmurando que ya no saben cómo asustarnos...

A lo mejor era por eso, por la ciclogénesis explosiva, por lo que encontré tan asustadiza, como un gorrión a la intemperie, a la encargada de la nueva librería de mi pueblo, la que me dijo F. En verdad que es una librería bonita, con libros muy bien escogidos, que esperan a los finos lectores de mi pueblo, que los debe de haber. Le pregunté por un par de cosas, y como no las tenía, se deshizo en mil y una disculpas que a duras penas pude ir refrenando asegurándole que no tenía la menor importancia, que eran libros de editoriales raras y resultaba por ello de lo más normal que no los tuviese...

Por la tarde fuimos a La Corredoria, en el tren de cercanías. Le iba contando a P. la cantidad de viajes que hicimos en nuestra juventud en ese tren, camino de Oviedo. Yo creo que esto ya se lo he contado una docena de veces, pero, piadoso, simulaba prestarme atención. Ese viaje es para nosotros un viaje sentimental.

Íbamos a ver a los sobrinos y a recoger el viejo coche de mi hermano, que como no lo iba a necesitar en esos días, nos lo dejaba para que anduviésemos más ligeros por ahí. Al despedirnos, como no me acordaba muy bien dónde estaba el embrague -el que usamos nosotros desde hace años es automático-, arranqué inseguro, trazando unas cuantas eses. Yo creo que mi hermano se quedó un tanto preocupado. Pero, como P. en el tren, disimuló.

(Tan poca cosa fue esa ciclogénesis, que los adornos navideños del edificio sobre la mítica ferretería Cristaloza, ni se movieron)


martes, 14 de enero de 2014

La estancia II

Me entero de que este año la cesta de navidad de la Asociación de vecinos nos tocó a a nosotros. Bueno, en realidad le tocó a mi madre. Nos lo cuenta mi padre, que recuerda también la buena suerte de esta para toda clase de rifas y loterías. Memorioso, continúa recordando que, en sus tiempos mozos, cuando los vendedores ambulantes de sábanas y mantelerías, hacían estos unos sorteos entre quienes se acercaban a comprobar el género, casi siempre portugués, y que en dos ocasiones le tocaron a mi madre dos juegos completos de sábanas. Y que una vez - la única- que tocó la lotería a la comunidad de vecinos, un pellizco que permitió cambiar la puerta del portal, que ya se caía a pedazos, y retejar el edificio, fue también mi madre la que se encargó de comprar el décimo...

Entonces le preguntamos a mi padre que cómo se explica que sea él el que se ocupa cada año de comprar los billetes de la lotería, y no mamá. 

-Porque tu madre se niega a gastarse el dinero en eso... -contesta mi padre.

-Pues claro que no, menudo atraso tirar el dinero en lotería... -apostilla mi madre.

Los hijos, hasta el momento, no hemos heredado esa capacidad de nuestra madre, y jamás nos ha tocado nada en esos azares. Y como mi madre es mujer de ideas muy firmes, no va a comprar nunca un décimo de nada, ni  va a echar una primitiva ni una quiniela y no vamos a salir de pobres jamás...


(Cuartel de la Guardia civil de mi pueblo. Lleva cerrado y vacío ya largos meses. Lo van a derribar, pero no se sabe cuándo, que no hay dinero para la piqueta)

lunes, 13 de enero de 2014

La estancia

Lo primero que hicimos el primer día fue ir al supermercado de Hunosa, al viejo Economato. Fuimos a por unas botas de invierno para P., que solo tiene zapatillas deportivas porque dice que es el único calzado que le gusta. De manera que iba a mi lado a regañadientes. Igual que mi hermano y yo, hace ya más de veinte años, cuando nos llevaba mi madre. Eran unas mañanas, aquellas en las que íbamos a por provisiones, tediosas, interminables. Había que hacer dos largas colas, una para entrar y otra al salir, antes de pagar en las pocas cajas que había. Pero estaba siempre lleno -por esta razón tenías que esperar antes de poder entrar- y el tráfico de carros, encargados, reponedores, era denso... Hoy, sin embargo, todo ha mudado. En ese lugar, hoy, se podría rodar una película sobre alguna de las antiguas repúblicas comunistas... Apenas hay una docena de clientes, todos jubilados, la mayoría de los estantes se ven medio vacíos, las baldosas del suelo sueltas, las paredes desconchadas...



Resultó ardua la elección de las botas, pero una vez conseguidas, nos colocamos en la caja rápida. Aunque la clientela era poca, se movía con lentitud, sacaba sus monederos con parsimonia y contaba las monedas muy cuidadosamente... Nos tocó, además, la cajera más atolondrada, que aunque joven, también maniobraba con parsimonia, sin prisas ni aceleramientos. Tardamos más de media hora en poder pagar. Salí un poco sombrío. En la puerta había pegadas más de una docena de negras esquelas... Al llegar a casa, me contó mi madre que en febrero cierran todos estos supermercados. Si esto sigue así, pensamos, no tardarán tampoco en cerrar el pueblo...



Por la tarde nos vimos con C. y H. en el Café Paraíso. Cuando ya nos íbamos, llegó F. Hacía muchos años que no lo veíamos. F. se dedica a impartir talleres literarios por las bibliotecas públicas del país y a publicar reseñas literarias en el periódico. Es poeta, pero, qué remedio, vive de esas cosas. Me tranquilizó un poco sobre el futuro de mi pueblo: han abierto una librería, y son varios los jóvenes talentos que acaban de ganar varios certámenes literarios allende el Pajares... Nos volvimos, con esa información, un poco más esperanzados. "Quién sabe", dimos en pensar, "si no acabará nuestro pueblo, después de las minas, reconvertido en una pequeña república literaria, quién sabe..."





viernes, 10 de enero de 2014

El viaje

Llegó el tren con puntualidad exquisita, como si fuese este un país civilizado. En el vagón que nos correspondía, justo a nuestro lado, una señora de Alicante llevaba de polizón, bajo una manta de colores, a un perrillo de raza indefinida, un perrillo raquítico y nervioso que, sin embargo, bien aleccionado y obediente, no dijo esta boca es mía: ni un ladrido, ni un gruñido, nada... Pasaba el revisor, y este perro sin raza se escusaba bajo la manta y, menguado de cuerpo, no se podía creer que allí pudiese haber algo más que las rodillas de aquella señora, pequeña también, aunque más redonda.

El tren era un tren que venía de Alicante, orilla del mar, y tenía como destino Santander, también sobre las olas. A pesar de esto, nos pusieron un documental sobre el occidente asturiano - a nosotros, si alguna vez nos diese la ventolera de reclamar la independencia, más que un país, pediríamos ser un imperio, pues allí no hablamos de Este y Oeste, sino de Oriente y Occidente, así, con mayúsculas. Era un documental curioso, rodado desde un coche y un helicóptero: San Martín de Abres, Taramundi, los Oscos...

Nos bajamos en Valladolid, que allí hacíamos trasbordo. Nos asomamos un poco a la ciudad, pero de noche todas las ciudades son pardas. Además, no teníamos mucho tiempo, pues el tren que debíamos coger no tardaría. Volvimos  a los andenes, pero sí, sí tardó, que venía de Cádiz, y desde esa atlántica orilla son muchas las leguas que hay que contar hasta el viejo reino de Castilla.. Llegó al fin, con bastante retraso, y a media luz, porque esta se iba y se venía... Cuando nos quedábamos a oscuras, era incómodo pero bonito, solo el ruido de la máquina devanando los kilómetros, rodeados de noche...

Llegamos a Mieres al filo de la medianoche. Nos esperaba mi hermano, con su sonrisa luminosa y su viejo coche...



(Tren de la noche) de Jesús Herce

jueves, 9 de enero de 2014

Antes del viaje II

Por prepararnos para el viaje, que casi siempre es largo y nos mantendría muchas horas sedentes, el mismo día de este salimos P. y yo a estirar las piernas. Fuimos hasta el parque, donde visitamos una exposición sobre la Antártida patrocinada por un banco. Estas exposiciones, que ese banco circula por todo el país, la carpa, los paneles, los carteles, dibujos, gráficos..., los construyen en Asturias, en un polígono de Tudela Güeria, al lado de la casa de nuestro amigo N. Apenas me enteré de nada sobre los hielos polares, pensando en esto, acordándome de la casa de N., de las dulces horas que hemos pasado allí...



Luego nos paramos a charlar un rato con nuestro informático particular, que, aunque era domingo, tenía su tienda abierta. Además de ocuparse del proceloso y mistérico mundo de la informática, vende también algunas chucherías muy llamativas, sobre todo unos robots antiguos, y réplicas modernas de estos, que son preciosos. El local donde tiene su negocio es diminuto, pero entrar en él es como regresar a la infancia. A P. le fascina y siempre está empujando para que entremos...

Cuando le contamos de nuestro próximo viaje y, al preguntarnos, le contestamos que nos íbamos a Asturias, le hizo mucha ilusión, pues, nos contó, él había vivido allí entre los ocho y los doce años..., en ¡¡¡¡¡¡¡Mieres!!!!!!!! De manera que allí estuvimos largo rato, glosando las maravillas de mi pueblo: la calle en la que vivió, el colegio, los puestos de golosinas del parque, las excursiones por los montes de los alrededores, el río y las huelgas... Nos fuimos de allí contentísimos. Fue como un prólogo del viaje inminente, como un augurio benéfico, como si ya estuviésemos allí...




miércoles, 8 de enero de 2014

Antes del viaje

Sucedió dos días antes de marcharnos a Asturias, al dulce país nuestro.

Lo supe desde el mismo día que vi las casetas a medio montar en el paseo. No tardará en llegar la lluvia, me dije. Porque aquí, se instala un puesto de libros callejeros e inmediatamente se abren los cielos y comienza a caer la lluvia universal... 

No sé cómo no se han dado cuenta todavía, pero aquí, en los tiempos de sequía, más que rogativas u oraciones, si realmente se quiere que llueva, lo que hay que hacer es instalar unas casetas y poner en ellas esos libros tan viejos y menesterosos...

Nadie recordaba un otoño tan seco como este -en asuntos de meteorología las gentes acostumbramos a ser olvidadizas-, y el otro día, cuando ya estaba a punto de doblar la esquina el invierno, llevaba la feria navideña de libros usados tan solo un par de días abierta, comenzó a llover con la desesperación de quien lleva mucho trabajo atrasado... Las hojas, mojadas, se volvieron pardas, y las luces navideñas, pocas y discretas, se trocaron en lágrimas de colores... 

Ese día en que al fin volvimos a ver llover, fui, sin paraguas, a darme una vuelta por esa feria, para agradecerles el prodigio a esos libros vagabundos y a saludar a esos libreros con aspecto de feroces bucaneros... Y ya que estábamos allí, le remediamos la orfandad, de momento, a un libro de Azorín, de Austral, a los Dos crímenes de Ibargüengoitia y a un disco de Santiago Auserón con la Original Jazz Orquestra... Empleamos un billete de cinco euros y aún nos sobraron algunas monedas. ¡Qué generosas estas ferias de libros viejos, que nos traen la lluvia por poco más que una limosna...!