lunes, 30 de junio de 2014

La ciudad hermética

Como siempre que llega el dulce y largo verano nos dejamos caer, lánguidos cual heroína romántica, en sus brazos, y nos vamos por ahí, a leer, a nadar -nuestro estilo ha mejorado una barbaridad- y a escribir frases muy cortas y sin sustancia en una libretilla muy pequeña que llevamos en el bolsillo...  

Y como siempre, por si alguien, por un azar, pasa por aquí y no nos encuentra, dejamos una canción.

En esta ocasión se trata de un vídeo, recién estrenado, de Vania Cuenca & The Muffins, de los que ya se ha hablado en este candil con justa admiración y elogio. Está grabado por la noche, y la ciudad, esta ciudad nuestra, hasta parece bonita. Aunque citarse a uno mismo es cosa bien triste, vamos a recordar que ya hemos dicho alguna vez que de noche todas las ciudades son pardas.

Salen en el vídeo, además de Vania, María Francés, que es compañera del instituto, y el muchacho protagonista es un saludado nuestro con el que compartimos, hace ya largos años, un curso de formación donde nos lo pasamos razonablemente bien. También es conocido el esqueleto, que es el del laboratorio del instituto de A...

Aquí lo dejamos, esperando que sea de su gusto y también que el verano les sea propicio...



          
Cartas desde una Ciudad Hermética - Vania Cuenca & The Muffins from insignia on Vimeo.



PD. Caídos ya en la tentación de la autocita, y por si alguien prefiriese para bienpasar las horas estivales la lectura, no nos vamos a ir sin cometer la petulancia de dejar también una lista de lecturas. Lecturas que nos han hecho el curso mucho más llevadero. De algunos ya se ha hablado antes aquí; de otros, no. Por agradecimiento a esos libros y a quienes los compusieron, aquí va esta lista:

1. Manu, de Manuel Jabois. En octavo, tan pequeño y breve que cabe en la palma de la mano y no pesa en el bolsillo. Se van pasando sus páginas de sonrisa y sonrisa, y, de vez en cuando, provoca el estallido de una carcajada. Por todo ello, más que recomendable.

2. Los otros rostros, de Álvaro Cunqueiro. A diferencia del primero, este no cabe casi en ningún sitio. Monumental antología de artículos del gran mindoniense. Se debe leer a sorbos, como los grandes vinos. Hace que el mundo, pese a todo, parezca un lugar bien hecho. 

3. La ciudad de los pasos lejanos, de Muñoz Millanes. Si uno no tiene tiempo de viajar a París, o ganas o medios, este libro feliz es un paseo vivísimo por esa ciudad prodigiosa, siguiendo, casi siempre, los pasos de Azorín, otro grande.

4. Futebol. Brasil y el deporte que le da vida, de Alex Bellos. Entretenidísimo y magnífico retrato de un país enorme, exagerado y dramáticamente desigual. Parece un libro de fútbol pero es muchísimas cosas más. Entre otras, la radiografía de un país del tamaño de un continente.

5. El lugar más feliz del mundo, de David Jiménez. Otro viaje sin salir de casa. Por si aprieta la curiosidad por el Lejano Oriente y gran parte de Asia. Conjunto de historias que te explican esos lugares remotos con poética lucidez, una enorme piedad y una prosa limpia y ejemplar.

6. Un paraíso inalcanzable, de John Mortimer. Novela británica sobre la política y el mundo inglés, tan peculiares. Como una serie de la BBC. Muy buena.

7. Viaje con Clara por Alemania, de Fernado Aramburu. La compramos pensando que era una guía de viajes. Pero resultó una novela. Fresca, divertida y descacharrante.

8. El luthier de Delft, de Ramón Andrés. Otro viaje, pero este a través del tiempo. Como un gabinete de maravillas, encontramos en él, envueltos en  amena erudición, todo tipo de asuntos sobre música, pintura, óptica, literatura, historia... Una delicia.

9. Librerías, de Jorge Carrión. Fascinante itinerario por las librerías de este mundo. 

10. Los huerfanitos, de Santiago Lorenzo. Novela a la que se pueden aplicar los tres adjetivos que le arrimamos más arriba a la de Aramburu: fresca, divertida y descacharrante. Una historia original para unos personajes inolvidables.

11. Obstinación del almendro y de la melancolía, de José Jiménez Lozano. Conjunto de textos -recuerdos, evocaciones, melancolías y artículos- que nos recuerdan, como los de Cunqueiro, la belleza del mundo. Para visitar una vez al año, preferiblemente en el otoño.

No hemos podido leer, por falta de tiempo, las Crónicas de la Mafia, de Íñigo Domínguez, ni Ascensión y deshielo, de Álvaro Cortina, pero la pinta que tienen es inmejorable -los hemos tocado y olido y hemos visto alguna reseña de confianza, por este orden-. Nosotros para el verano nos llevamos las novelas policíacas de José Luis Correa y El jilguero, tan aclamada. Ya nos lo contaremos.

A pasarlo bien.




jueves, 26 de junio de 2014

Monarquismos

A propósito de la abdicación del viejo Rey y de la coronación del nuevo se han dicho y escrito tantas cosas que uno no sabe ya qué pensar y, por tanto, mucho menos qué decir. 

Aunque las palabras de unos puedan parecernos más sensatas que las de otros, al fin y al cabo casi todas nos resultan poco más que juegos de manos, prestidigitaciones y saltimbanquismos de poco fuste. 

Hasta que leímos a nuestro amigo C. esta ENTRADA del Tersites. Estas sí que nos parecen palabras claras, sensatas y decentes. De modo que, en este asunto de las coronas, nosotros, lo que diga C.



(www.formulamujer.es)

miércoles, 25 de junio de 2014

El Mundial (IV)


Del partido desastroso contra Chile me leí, por puro vicio masoquista, todas las crónicas que pude: Segurola, Samano, Besa... Pero, sin duda, la mejor, la que más nos ha llegado al alma, es la que hemos leído hoy, con atraso, vía internet, en El País. No solo se narra en ella, con fidelidad pasmosa, lo que sucedió en el campo, sino que se describen al mismo tiempo las sensaciones que vivimos -bien amargas- en el desarrollo de ese partido desgraciado. ¿Cómo es que no hemos escrito nosotros este artículo?, nos preguntamos perplejos al comprobar que lo que en él se cuenta es, punto por punto, aquello que nosotros pensamos y sentimos durante aquellos noventa minutos, más el descuento. ¿Cómo?

Ya sé que ese partido se jugo hace un mundo. Pero a mí me sigue doliendo...








PD: Por cierto, que en el irlandés del barrio han escrito en la pizarra lo que sigue: "Hazte de otro equipo y sigue viendo a tu selección en el mundial". Como nosotros.

martes, 24 de junio de 2014

En la Corte (II)

De la excursión a Madrid ya está casi todo dicho, pero no quiero dejar de contar que, nada más bajarnos del tren, la primer persona que encontramos fue una indignada. Sí, una mujer francamente irritada, pero no con las actos que estaban a punto de comenzar, sino con el hecho de que, en la estación de Atocha, si quieres hacer un pis tienes que pagar sesenta céntimos. Y quien dice un pis, dice cualquier otra cosa de las que se suelen hacer en los aseos. La tarifa es plana. Asunto este que podría ser muy discutible, pues no es lo mismo lavarse las manos o los dientes que verter aguas menores o estercar, o todo ello juntamente.

La mujer estaba furiosa y buscó nuestra complicidad:

-...Y además, si no tienes cambio, ellos no te lo ofrecen. Tienes que darles los sesenta céntimos exactos. Voy a tener que tomarme un café, sin ganas, para poder entrar. Es una vergüenza.

Yo, viéndola tan exasperada, le di la razón a todo y le ofrecí el suelto que llevaba, pero la mujer lo rechazó.

-No, muchísimas gracias, ya ha ido mi hija a buscar cambio. Pero no me niegue que esto es un verdadero abuso.

Naturalmente, no se lo negué. Al contrario, reiteré mi solidaridad con ella, aunque en aquellos instantes no me apretaba ninguna necesidad de las citadas anteriormente.

A mí esta conversación me sirvió para tranquilizar un poco a la parte de la parroquia que andaba inquieta ante la perspectiva de encontrarnos con un Madrid envuelto en llamas, monárquicos y republicanos lanzándose adoquines a la cabeza. Si la gente se indigna con la privatización de los aseos públicos de las estaciones, es porque lo de la coronación, razonablemente, les importa un pimiento.

Como componíamos una pandilla muy numerosa, apenas tuvimos tiempo de pegar la hebra con otras gentes anónimas, y reforzar esta teoría nuestra que nos habíamos formado tras ese primer encuentro recién salidos de los andenes. Lo que se dice, en argot periodístico, tomarle el pulso a la calle, eso no lo pudimos hacer porque nos pasamos el día charlando entre nosotros.

Tan solo hablé con una señora que, en la Carrera de San Jerónimo, cuando nos alargamos allí a huronear, nos preguntó si es que todavía estaban dentro.

-¿Todavía están dentro? -nos abordó.

Yo, perspicaz, que en la capital a los que somos de pueblo y desconfiados se nos activa esa aplicación como a los móviles la wifi, en seguida supe a quién se refería con esa tercera persona del plural.

- Pues no creo, son las dos, estarán ya comiendo...

-Eso pensaba yo, pero como veo a tanta gente...

También mantuvimos breves conversaciones con los camareros que nos atendieron.El muchachote que se ocupó de nuestra comanda nos dijo que las hamburguesas que allí ofrecían -un local popular pero al que solían acudir los nuevos reyes-  era una explosión de sabor en la boca, y el pastel de zanahoria, ese, si se lo pedíamos, iba a abrigarnos el corazón - con la hamburguesa no se atrevió nadie, con el pastel sí-; y, ya casi con el pie en el estribo del tren, una charla filosófica con una camarera relativista que, ante la curiosidad de P. sobre el grado de frialdad de la cerveza que allí ofrecían, le respondió que eso ella no se lo podía decir porque a lo mejor lo que para ella era muy frío resultaba para él solamente  frío, o vicecersa...

Y ni una palabra más.

viernes, 20 de junio de 2014

El Mundial (III)

Mi sobrino G., después de ocho años y varios meses mostrando una indiferencia absoluta hacia el fútbol, se ha hecho, repentinamente, un hincha. Lleva con este afición un par de semanas, pero, como todos los conversos, me cuenta mi hermano que se ha transformado en un aficionado fervoroso y entregado. Antes del partido contra Holanda preparó incluso unas pancartas, para animar a la selección desde el salón de su casa, en la falda del Naranco, La Corredoria, Oviedo, Principado de Asturias. Esa noche se fue muy triste a dormir. También vio el partido contra Chile. Volvió a acostarse lleno de pesadumbre. No sé si seguirá con la afición. Le ha venido a brotar, sin duda, en el peor de los momentos. Como cuando, recién florecidos los almendros, una mala madrugada regresan la negra helada y el pedrisco.



(www.elpais.com / Desolación en Curitiba I)


(Madrid, 19 de mayo)


(www.elpais.com / Desolación en Curitiba II)



Yo, por mi parte, sigo con Costa Rica, que acaba de clasificarse para los octavos después de vencer a la pulcra Italia. Mi compañero de café de aquellos años ha estado impecable. Solo un grado me separa de Buffon, Balotelli, Pirlo y toda la squadra azzurra. Uno solo. 

P.D. Tengo que contárselo a G., a ver si lo convenzo y se hace tico como yo.Aunque eso no quita para que ahora mismo estemos, mi sobrino y yo -cada uno en su casa-, de nuevo frente al televisor, para ver el España-Australia.





En la Corte

Ayer estuvimos en Madrid, de excursión con familiares y amigos. Al lado mismo del Congreso. Mientras ellos estaban allí dentro con sus juegos y sus pompas, nosotros andábamos encantados en Caixaforum, contemplando la exposición sobre Pixar.




Teníamos organizada esta visita desde hace aproximadamente mes y medio, mucho antes de que nadie adivinase que se iba a montar semejante feria. Llama la atención que se tarde más en preparar un sencillo viaje como este que hemos hecho nosotros - comprar los billetes de tren y las entradas a la exposición, reservar el restaurante, planificar las tarde...- que el proceso de abdicación de un rey, la tramitación de una ley  y la coronación de uno nuevo, con su solemne acto y su pasacalles. Pasmoso.




Cuando hace apenas unos días se supo que habían elegido esta fecha para el traspaso, algunos de los excursionistas expresaron su desazón, y lamentaron la coincidencia, pues pensaban que sería un mal día para visitar la capital, y mucho más si nos íbamos a mover tan cerca de la Carrera de San Jerónimo. Temían que se produjeran disturbios y algaradas, y que acabásemos viéndonos envueltos en ellos, con los chiquillos.

Propusimos, mi amigo P. y yo, que lo mejor para evitar esos contratiempos era meter en un bolsillo una bandera rojigualda y en el otro una republicana, y sacar a ondear una o la otra dependiendo de en qué grupo humano nos viésemos envueltos... Aunque también llegué a pensar, sugestionado por esos temores, que al ser tantos los excursionistas, a lo mejor no nos dejaban ni salir de Atocha, y que al vernos bajar a todos juntos del tren, nos mandarían unos antidisturbios para darnos un poquito en las corvas y regresarnos al vagón, de vuelta al pueblo.



Pero, mi gozo en un pozo, nada de esto pasó, y llegamos a un Madrid plácido y soleado, donde las únicas señales de lo que iba a suceder eran algunos señores que pasaban con unas pequeñas banderas del país en los bolsillos, la ausencia de coches en le Paseo del Prado y la abundancia de policías. Pisando el asfalto de esa anchurosa calle, cruzamos hasta el Caixaforum, ese edificio que parece flotar junto a un jardín vertical, y entramos en la exposición.



Pasamos allí dentro más de dos horas. Mientras cambiábamos de rey, nosotros, como los frívolos inconscientes que somos, disfrutamos recordando todas esas películas maravillosas que nos han proporcionado, a lo largo de estos años, momentos muy felices. Nos gustó sobre todo el zootropo y el apartado de Montruos S. A., por los bocetos de propuestas que no llegaron a hacerse realidad y que nos parecieron fantásticas.








Al salir, dimos un paseo por el barrio de las Letras, camino al restaurante. No había mucha gente por la calle: Fúcar, Huertas, Lope de Vega -donde vivió Cervantes y ahora están afanados en la búsqueda de sus huesos-, Cervantes -donde no vivió Lope de Vega  ni se están buscando los huesos de nadie- y León, esquina con la del Prado, donde íbamos a comer, a doscientos metros escasos del Congreso. Llegamos un poco antes de la hora que habíamos convenido y nos pidieron que esperásemos diez minutos, que era lo que tardarían en prepararnos la mesa. Así que, para hacer más entretenida la espera, propuse que nos acercáramos a alcuzonear un poco a ese santo lugar de la democracia.



Nos sorprendió el movimiento. Aunque los protagonistas del serial ya se habían ido de allí hacía un buen rato, nos encontramos con un regular número de policías aburridos y un montón de periodistas, cámaras y técnicos que, subidos a un estradillo, estaban haciendo conexiones en directo con sus programas, con la imagen del Congreso como fondo. Supongo que para retratar el palio tan florido que aún no habían desmontado. Había también una docena de gentes del común, como nosotros, sacando fotos, y una muchacha envuelta en una bandera republicana, que se paseaba arriba y abajo sin que nadie le hiciese caso.







Se veía triste el palio aquel sin nadie debajo, y el Congreso, cerrado a cal y canto, ya vacío. Pero la gente se movía alegre delante de todo ese decorado, y agitaban sus banderitas diminutas -en el haz la enseña nacional y en el envés una anuncio del Hola- con una gran sonrisa, mientras la chica republicana se paseaba entre todos con naturalidad, también muy contenta.



Nos habría gustado acercarnos a la Puerta del Sol, donde sabíamos que había desplegada una foto gigantesca de los nuevos y jóvenes monarcas. La imagen se la acababa de mandar al móvil de A. J., su primo bombero de Madrid -y siempre que escribo este sintagma me acuerdo de un famoso pasaje maravilloso del maravilloso Alfanhuí: "¡Honra a los bomberos!"-, que estaba allí de guardia. Pero ya era la hora de comer.

Luego nos fuimos a pasar la sobremesa a El Retiro, donde de buena gana habríamos descabezado una breve siesta en un banco, a la sombra de cualquier árbol, como vagamundos. En cambio, nos sentamos a orilla del estanque, a ver las barquitas y tomarnos un café. Los chiquillos se perdieron entre las frondas, a dar un paseo, y dejamos irse más de una hora tan ricamente. Cuando el mocerío regresó, dimos un lento y agradabilísimo paseo, también entre gentes aparentemente felices. Unos, como nosotros, peatones; otros, en bicicleta o en patines. Pero todos con un aspecto alegre y satisfecho. A lo mejor era por lo de la coronación, o por el buen tiempo que hacía. No lo sé.





Salimos del parque por la Cuesta de Moyano, donde la estatua de Baroja. Como era día festivo, tan solo estaban abiertas unas pocas casetas. Curioseamos un poco mientras bajábamos esa calle, pero por puro placer de tocar libros viejos, sin ánimo de llevarnos ninguno. "A lo mejor, un buen día volvemos a encontrarnos", les decíamos en voz baja, mientras acariciábamos sus lomos fatigados.



Y ya fueron cayendo las horas, como acostumbraban, una tras otra. Junto al Reina Sofía tomamos un refrigerio antes del regreso. Justo cuando estábamos acabando, cayó un chaparrón. La gente -madrileños, turistas y japoneses- nos pusimos todos un poco tristes.




Ya subidos al tren, a la altura de los suburbios de Villaverde, muy lejos del Palacio Real, volvió la lluvia. Dejábamos la Corte y volvíamos a la aldea...








miércoles, 18 de junio de 2014

El Mundial (II)

Existe una teoría, la de los seis grados, que defiende que cualquier persona de este mundo se puede relacionar con otra a través de una cadena de seis conocidos o saludados. Pues bien, a mí, si Costa Rica avanza victoriosa en este mundial, me van a sobrar cinco para conectarme con las máximas figuras del fútbol que andan correteando estos días por Brasil.

¿Qué cómo es ello? Muy fácil. Hace unos pocos años, como los miércoles acababa de trabajar un par de horas antes de la de la comida  tomé la costumbre de acercarme a un bar del barrio, a refrescarme con una caña y leer los periódicos. En el bar me encontraba cada miércoles con los mismos parroquianos, tres o cuatro. Uno de ellos era el portero del Albacete, recién llegado de su país y un perfecto desconocido. De hecho si me enteré de cuál era su profesión fue porque el dueño no paraba de darle conversación y de meterle miedo con el frío negro que iba a pasar en esta ciudad... Porque yo las únicas palabras que crucé con él fueron siempre las mismas:

-¿Has terminado con el periódico?
-Muchas gracias.

Unas veces la pregunta la hacía él y otras yo. Una relación recíproca.

Hizo aquel año una temporada  tan excelente que llamó la atención de equipos más poderosos. Parecía -al menos eso fue lo que escuché en aquel bar- que se iba a ir a jugar a Inglaterra. Finalmente fichó por el Levante, supongo yo que por huir de los inviernos negros y de la conversación incansable del barman.

Ahora está en Brasil, defendiendo la portería de su país. El otro día, en el primer partido, ganaron a Uruguay 3 a 1. Y así, con un solo grado, ya estamos conectados nosotros con Forlán, Lugano, Godín, Cavani, o Luis Suárez... 


Keylor Navas (www.teletica.com)

Si no quieres taza, taza y media

No me he asomado a las portadas del ABC de estos días, pero los monárquicos tienen que andar muy contentos. No vamos a tener dos reyes, ella y él, sino cuatro, él, ella y los yayos.

De manera que todos esos extremistas que reclamaban un plebiscito o, más aún, el advenimiento de la III República, deben de andar ahora con la cabeza gacha y coloradas las orejas, como chicos castigados por su mal comportamiento. Que no queréis taza, pues taza y media... Ea.


(www.lavozlibre.com)

martes, 17 de junio de 2014

El Mundial

Durante el mes que hemos estado sin escribir nada el mundo continuó rodando y sucedieron, como es natural, multitud de cosas: una tarde, me encontré a la señora que cuidaba a la vecina del 1º en el portal, me contó que acababa de regresar de su país, Ucrania, porque aquello era una verdadera guerra, y me preguntó si conocía a alguien que pudiese necesitar sus servicios; murió D., que hizo más luminosa una infancia bien feliz, a excepción hecha de aquellas tardes en las que nos obligaba a sentarnos, a sus hijos y a nosotros, alrededor de la mesa de la cocina y, con una toalla sobre la cabeza, dirigía el rezo del rosario; hubo unas elecciones europeas que llevarán al parlamento a jóvenes políticos que sostienen un discurso diferente y esperanzador; creció la pobreza; en Toledo, una mujer se murió en las urgencias del hospital después de esperar cinco horas a que alguien la atendiera; en esa misma ciudad, Cospedal redujo el número de diputados regionales, dice ella que por el prurito de ahorrar, y la oposición que para que le sea más fácil volver a ganar las elecciones; los del partido de los jueves jugamos el partido final de la temporada en el campo de veteranos del Albacete, una tarde espléndida de jueves, sobre un césped impecable; los bancos siguen ejecutando desahucios; aprendí, por fin, a nadar; y el Rey, ya queda dicho, anunció que abdicaba.

De todas esas cosas podría estar alimentando este blog durante meses, pero le tengo una lealtad inquebrantable a mi infancia y cuando llega un mundial yo me entrego en cuerpo y alma... Incluso rompí temporalmente mi veto a El País y lo compré el miércoles porque traía un suplemento sobre el campeonato. Compré también Futebol, que estoy leyendo y es magnífico, y cada día, religiosamente, me acerco a la papelería del barrio a por el Marca, a beber en  las sabias palabras de Santiago Segurola.

El suplemento de El País traía una desplegable con el calendario de todos los partidos del mundial que he colocado sobre la mesa del salón y al que me acerco cada dos por tres. Me inclino sobre él y lo estudio del mismo modo que debía hacerlo Napoleón con sus mapas, antes de las batallas.

Y trato de ver, naturalmente, todos los partidos. Hasta el Irán-Nigeria estaba dispuesto a ve, pero me dormí.. Para ello, he intentado la impostura de una nueva afonía, por ver si así me dejaba la familia a mí aire. No ha colado. Y aunque les he explicado que para mí un partido es como leer un libro, que me exige silencio y concentración,  no me han hecho caso alguno... Así que los voy viendo como puedo, en mitad de múltiples tareas, a salto de mata...

Como es de suponer, iba con España. Ahora, después de lo de Holanda, ya no. Ahora voy con Costa Rica. Porque yo, la fidelidad, a mi infancia y a mi señora. Y ni un paso más.






viernes, 13 de junio de 2014

La abdicación

Debí darme cuenta al leer aquel reportaje. Pero nosotros la perspicacia la tenemos habitualmente bajo mínimos. Despertó en nosotros aquella lectura la indignación y la decisión de no comprar nunca más ese periódico; sin embargo, no supimos interpretar que ese reportaje -publirreportaje más bien-, anunciaba el cambio que me iba a empujar a cumplir la promesa tramposa de volver aquí cuando el Rey abdicase.

Era un reportaje sobre Letizia, y, lo confieso, comencé a leerlo por puro morbo, por si contaban, por ejemplo, cómo su carácter la llevaba a mostrarse áspera con el servicio, o con su esposo, cosas así. Y si continúe leyéndolo fue porque no daba crédito a lo que mis ojos veían en aquellas líneas: una verdadera hagiografía de la muchacha, adornada de vez en vez por exageradísimas loas al Rey, a su hijo y prácticamente a toda la familia, excepción hecha de los que tienen exiliados por ahí.

Era, ahora lo veo, como esos anuncios que pagan las grandes empresas antes de abrir un nuevo y más hermosos centro comercial, o el último modelo de esta o aquella marca automovilística...

Hay tanto ruido en estos días sobre este asunto que uno no sabe muy bien qué decir. Desde un punto de vista personal y egoísta, a mí la abdicación de este hombre lo único que me supone es tener que volver a este blog y abandonar las lecturas compulsivas. Sobre lo que supondrá para el país, el mundo y el universo todo, eso ya es harina de otro costal. Plumas más inspiradas e informadas que esta mía tan desplumada han dicho ya de todo. Probablemente lleven todos su parte de razón. Yo, modestamente, me atrevería a añadir ,entre las razones que se han expuesto para explicar esta decisión, la de tenernos a todos entretenidos entre el final de la liga de fútbol y el comienzo del mundial. Apenas han sido un par de semanas, pero para muchos habrían sido días de un vacío existencial terrible de no ser por la ayuda de nuestro monarca, tan atento siempre a las necesidades de la ciudadanía, y tan campechano. También me parece a mí, por la pocas imágenes que hemos visto en la tele, que este hombre está muy enfermo, y eso sí que lo siento, porque como no se cuide un poco más y mejor, nos vamos a quedar pronto sin reina madre, que será, digo yo, la figura que le asignarán, ¿no?

En fin. Sean estas o aquellas las razones de este cambio, lo que parece claro es que el esfuerzo de publicidad y promoción que le están prestando a los herederos es descomunal y cargante. Y que a pesar de que todo se desmorona, nuestros políticos siguen erre que erre, como aquel memorable personaje de Paco Martínez Soria -¿te acuerdas, J.A.?-. Mientras crece la pobreza, ellos parecen más cómodos tratando de  cetros,  coronas y  armiños...  Como tunos cantándoles a los novios en una boda...

Lo que no se me ha escapado es que tanto el Rey como la Reina están preparando un asesinato o un atraco. ¿Cómo no se da cuenta nadie? A lo mejor quieren matar a Corina, o defraudar a unos pensionistas con una cadena piramidal o algo semejante. Si no fuese así, ¿a qué tanta prisa por aforarlos? No me enteré cuando el reportaje aquel, pero esto lo veo claro como cielo de verano. Estos dos están tramando, sin duda, un hecho.

En fin, por mi parte he decidido olvidarme de todo este asunto y dedicarme en cuerpo y alma, como en la infancia, al mundial de Brasil...

jueves, 12 de junio de 2014

Elogio del silencio

Al comienzo fue la afonía. Unos días antes de irnos a las playas de Vera comenzó a molestarnos la garganta. A la vuelta, fuimos al médico, que nos recetó unos antibióticos. Parecía que estábamos mejorando. Sin embargo, al cabo de un par de días, una mañana, al despertarnos no fuimos capaces de decir esta boca es mía... Mudos totales.

En el instituto, nada más entrar en clase, tomé la tiza y, con floridas mayúsculas, escribí en la pizarra: 

"HE HECHO UNA PROMESA. DURANTE LOS PRÓXIMOS DÍAS NO PUEDO HABLAR".

En segundo de bachillerato se rieron un poco, encendimos el cañón y les proyecté un tema al que le iba añadiendo, cuando era menester, unas glosas en la pizarra, por aclarar los conceptos más oscuros.

En segundo de ESO, sin embargo, se creyeron lo de la promesa e intentaron sonsacarme:

-¿Promesa?, ¿qué promesa?, ¿y por qué la promesa?

-¿Tiene algún familiar enfermo?

Yo compungí el rostro, y sacudí la mano para que dejasen a un lado su curiosidad y cualquier esperanza de que pudiese yo darle satisfacción alguna. Y ya me puse a hacer esquemas en la pizarra.

En casa la cosa fue un poco más difícil. Ni P. ni A. se tomaron en serio mi afonía, y a cada paso me estaban preguntando por esto y lo otro. Decidí hacerme con una libretilla, y contestarles por escrito.

-¿Qué has escrito ahí? Menuda letra tienes, hijo...

-Es verdad, papá, yo no entiendo nada...

De manera que dejé a un lado la libretilla y decidí abrir la boca tan solo para comer. Cuando A. o P. me preguntaban algo, ponía una sonrisa de idiota y entonces eran ellos los que movían las manos y me dejaban por imposible.

A partir de ese momento todo fue armonía y sosiego, y viví días muy apacibles. Fue tanto el contento que ese silencio mío me trajo, que decidí ampliarlo a la expresión escrita, y aunque en el trabajo tuve que usar la pizarra, dejó de apretarme la necesidad de venir a este rincón a contar todas estas cosas sin importancia. Me dediqué a viajar: estuve en el París de Azorín (La ciudad de los pasos lejanos,  de Muñoz Millanes, precioso), en Alemania (Viaje con Clara por Alemania, de Aramburu, que me ha hecho reír lo indecible), en Asia (Vietnam, Corea, Bután, Afganistán, China, Japón..., de la mano de El lugar más feliz del mundo, de David Jiménez, uno de los mejores libros que hemos leído en años). Hice todos estos viajes desde el sofá, sin salir de casa y rodeado de ese maravilloso silencio cervantino que se encontró Don Quijote en la casa del Caballero del Verde Gabán... Dejé de escribir y me dediqué a leer. Me entregué a la pereza más dulce. Nunca creo haber sido más sabio. Tan feliz era cuando mudo que, cuando me regresó la voz,  le dije a A. que a lo mejor alargaba el tratamiento una semana más:

-Si hombre, de eso nada. Con lo que me gusta a mi hablar...

Efectivamente, eso no pudo ser, pero lo de seguir sin escribir sí, y los momentos que antes le dedicaba a este pequeño huerto, continúe ocupándolos con las lectura. Continúe leyendo y, por no abandonar de un modo definitivo este rincón, que me daba coraje hacerlo y varios remordimientos, me di un plazo:

-Cuando el Rey abdique, vuelvo a él- me dije entre mí, fiado a los expertos en monarquías que afirmaban que un Borbón no abdicaba jamás.



(www.kailas.es)