viernes, 31 de octubre de 2014

Las playas

Las playas de esta costa parecen teatros griegos. Será por eso que el mar se pone trágico algunas veces. 

Contemplar el mar, sobre todo si está agitado y violento, provoca la catarsis aristotélica.

Las galernas de este invierno fueron dramáticas, de exagerada escenografía. Hasta las sacaron por televisión. Se abatieron contra la costa y las playas de una forma cruel. Todavía se pueden ver algunas heridas, abiertas aún, sin cicatrizar.

Una de las paredes de la playa de Barro nos la encontramos descarnada. Se ve una palmera con las raíces al aire, como las barbas sucias de un vagabundo o un brujo. Presenta también un gran tramo mordido, como una encía abierta... 

En la playa, los días de sol, el espectáculo humano es interminable y variadísimo. A nuestro lado se suele tumbar una mujer-anchoa. Delgadísima, bronceadísima y veteranísima. Probablemente demasiado para tanta delgadez y tanto bronce. Como una anchoa.

Atardece en la playa. Se me despierta la fantasía de ser, algún día, el último que la abandone. Vería el sol perderse en el horizonte como rueda una naranja por la mesa de la cocina...

El otro día, en una playa de Llanes, le cayó un rayo a uno de mi pueblo. Afortunadamente, no le partió por la mitad. Le entró por un pie y le salió por un hombro, todo en la siniestra parte. Lo contaron en el periódico. Tan solo tuvo que pasar unas horas en el hospital, porque, al parecer, si uno sale entero de una cosa así, como fue el caso, no es raro que después se muera de un infarto.

La playa de La Ballota, junto a la de Andrín, que está su lado, son, tal vez, las playas más hermosas del mundo. Las fuimos a ver desde un mirador que hay en lo alto, al lado del campo de golf. Antes fue un pequeño aeropuerto, dedes del que dicen que despegaron los aviones del la Legión Cóndor para bombardear Guernica. Luego bajamos al pueblo. Dimos unas vueltas y nos sentamos en un bar a tomar unos culetes de sidra. A la vuelta, cuando íbamos a recoger los coches, nos estaba esperando un paisano, pequeño y hablador. Según él, no habíamos aparcado bien los coches. Y se lanzó a contarnos su vida de taxista en Caracas, donde estuvo emigrado largos años, y de su pericia al volante, de la que todo el mundo se hacía lenguas en aquella populosa y caótica urbe. Estuvimos casi una hora escuchándolo... Parecía un actor clásico y antiguo -noventa años nos dijo que tenía-, y nosotros un público entregado.





miércoles, 29 de octubre de 2014

El clima

La lluvia, aquí, es otra costumbre. 

A mí me da mucho gusto escuchar caer la lluvia. Ayer ese ruido suyo inconfundible se confundió con el boroboteo de un guiso antiguo que vigilábamos en la cocina... La disfrutamos, esa armónica confusión, como si asistiéramos a un exquisito concierto.

Aquí disfrutamos de un tiempo irlandés. O viceversa. Como cada uno quiera, pero o es raro que en un solo día, o en unas pocas horas, veamos pasar delante de nuestra ventana las cuatro estaciones del año: lluvias de invierno, vientos de otoño, perfumes de primavera y luces de verano... Uno detrás del otro.


Una de esas tardes que bajamos al bar, cuando ya nos disponíamos a irnos, se desató un temporal tremendo: lluvia, truenos y relámpagos... Nos quedamos a la puerta junto a los jugadores de cartas, que también se iban a sus casas y se quedaron varados, como nosotros, por culpa de esa galerna. Desde la puerta el espectáculo era magnífico: cielo negro, truenos oscuros, lluvia torrencial. Una escenografía romántica. El agua caía con vocación de río por la carretera abajo. Los rayos iluminaban el cielo y la tierra con una luz blanca y fugaz. Los truenos rodaban sordos desde las montañas y amenazaban con sepultarlo todo. La tormenta estaba encima de nuestras cabezas. Como aquello no tenía trazas de parar, los jugadores de cartas decidieron volver a ocupar sus asientos y comenzar una nueva partida.  Cuando amainó un poco, la tabernera nos prestó un paraguas, uno de esos paraguas enormes que llevan los ganaderos y se cuelgan del cuello de la chaqueta cuando no lo necesitan. Son paraguas magníficos, debajo de los cuales se podría muy bien montar un circo... Llegamos a casa con los zapatos un poco encharcados, pero el resto de nuestras personas intactas... ¡Qué paraguas espléndidos! Se lo devolvimos a la cantinera al día siguiente, con agradecimiento y lástima, porque uno de esos paraguas antiguos ya no se encuentran en las tiendas...

Aquí, todos los veranos se escucha la misma amarga queja. "No tenemos verano", se lamentan las gentes, mientras cabecean apesaradas. Las buenas gentes, que está deseando bajar a la playa y ponerse morenas, consideran que la lluvia, las temperaturas menos que templadas y los días grises y nublados, son una afrenta. Hoy, intervenía José Sacristán en este asunto. De vista en el concejo, para ver a un nieto que pasa sus vacaciones en uno de estos pueblos, dice en una entrevista que este clima es una bendición y que hay que ser un verdadero imbécil -utiliza esa palabra- para considerar, con la sequía que sufre el resto del país, que el que no deje de lucir el sol ni un instante es una fortuna, que eso pueda ser llamado "buen tiempo". El buen tiempo es este, dice: agua para no morirse de sed y noches frescas para dormir.

Pero no es para tanto. También salen días azules, limpios, luminosos. Días que amanecen con un brillo lujoso, todo de verde y azul, como una piedra preciosa.







martes, 28 de octubre de 2014

Las costumbres



En Palacio hacemos más o menos lo que en todos los palacios hacen sus dueños. Nada. Nos levantamos cuando nos despertamos, damos lentos paseos por los caminos que rodean el pueblo, mantenemos largas conversaciones con los caseros y los vecinos -el escultor y su mujer cosmopolita-, de vez en cuando bajamos al bar o a la playa, leemos un libro tras otro, dormimos la siesta y cada noche contemplamos, cuando se dejan ver, las estrellas. Y poco más.

Nos hacemos unos desayunos pantagruélicos, con frutas, zumos, tostadas, leche y bollería, y salimos un rato a leer al jardín, entre las hortensias y los raitanes, que viven de ocupas en un muro de la casa y llevan una vida muy ajetreada, entrando y saliendo sin parar todo el día. Frente a nosotros, la mole impasible y magnífica del Benzúa. De vez en cuando detengo la lectura y me quedo contemplando ese monte largo rato. Si alguien me viese, por ejemplo los raitanes si no anduviesen tan ocupados, podría pensar que estoy reflexionando sobre lo leído. Pero no, que son novelas policíacas. En realidad no pienso en nada. Solo contemplo esa montaña con la misma fascinación e inocencia con que se mira el mar. Ensimismado en ese mirar sin propósito ni fin. 

Luego solemos ir a pasear. Muchas veces vamos hasta Mestas. En una de esas caminatas, A. la chica nos contó que a veces piensa que la vida es como un videojuego, y que Dios nos maneja como hace ella con los personajes del Mario Kar...

-Tú no habrás leído a Unamuno, ¿no?-le pregunté alarmado.
-¿Quién es ese?-me tranquilizó.
-Pero, ¿tú crees en Dios?
-No, no sé, pero digo si existiera. Si existiera yo creo que la cosas sería más o menos así-se explicó.
-...

Llegados a Mestas acostumbramos a pararnos en el hotel a tomar un café. El dueño es un vasco dicharachero que siempre nos da más conversación que café. Al parecer, ese día se le había torcido desde prima hora. Se encontró con que se le había estropeado la máquina del hielo, y al cabo de dos horas, una clienta les llamó alarmadísima porque se le estaba inundando la habitación. Al tratar de recuperar un anillo que se le había escurrido por el desagüe, desmontó la tubería con una navajilla de excursionista y ya no supo después cómo volver a colocarla... Luego, ya más tranquilo y desahogado, nos informó de que este año hay veintisiete vecinos nuevos en el pueblo.

-Es por la crisis- nos explicó.- Aquí tienes muy pocas cosas y por lo tanto tienes que vivir con muy poco...

A la vuelta solemos cambiar algunas palabras con los vecinos que están siempre en su jardín, él leyendo el periódico o dibujando; ella cuidando a su madre, que ya no sabe quiénes son los que la cuidan, quién ella misma, dónde está... Ya jubilados, viven entre esta casa y Madrid. Ella nació en Río de Janeiro, y luego, ya de casada, pasó por muchos sitios, entre ellos Albacete. Lo recuerda con mucho agrado y nos pregunta por calles, por viejos comercios, por el extenso parque en mitad de la ciudad... Él  fue piloto de aviación en Amsterdam y viajó por medio mundo antes de dedicarse a la escultura. Casi siempre hablamos de las mismas cosas.

Con don A. las charlas son más largas. Cuando nos trae leche, o patatas, o lechugas recién sacadas de la tierra, nos pasamos luego mucho tiempo de cháchara. A veces son conversaciones anticlericales. Por ejemplo cuando nos contó su encuentro con el nuevo cura, que estaba limpiando unas malas hierbas en una finca cercana. 

-Nunca había visto a un cura sudar. Así se lo dije. Ahora se les pueden decir cosas como esas. Antes no. Aquí, los curas siempre nos han dado mucho respeto. Y algunos hasta miedo. Eran terribles.

Después de la siesta - que hacemos en el jardín, sobre una tumbona y con el libro abierto tapándonos la cara- algunos días bajamos al bar, a conectarnos a internet por ver qué rumbo sigue el mundo. Parece que el de siempre, aunque no nos enteramos de gran cosa porque todas esas tardes acaban por distraernos los parroquianos. Hablan de sus parientes en Venezuela, del tiempo perro que se gasta por aquí, de lo que la tele escupe... Alguna vez entra un turista, que llega desde México en busca de sus antepasados y parientes... En una esquina del bar, al lado de las estampas de la Virgen de Covadonga, del Sporting y del Oviedo F. C., hay colgado un calendario de Nueva Caledonia.  

Algunas veces bajamos a Posada. A comprar víveres. En Posada hay un embriagado que algunas tardes se oscurece y va de bar en bar provocando pequeños altercados. Algún vecino o camarero termina por molestarse y trata de echarlo de mala manera. Se intercambian ásperas palabras, hay amagos de agresión. Finalmente, el embriagado se va, amenazante:

Ya te garraré...

Otras veces subimos hasta el cementerio. Los apellidos que se leen en las lápidas coinciden a menudo con los topónimos de alrededor: Balmori, Turanzas, Poo..., y con alguno más lejano, como Amieva. Al fondo de un nicho vacío, un murciélago. Una de esas tardes, cuando abandonábamos el camposanto, apareció un Golf rojo. Aparcó junto a la puerta. Vimos que lo conducía una mujer muy mayor, muy arrugada, muy encogida, una mujer inverosímilmente vieja. Se bajó sin mirarnos. Se movía lenta pero segura. Sacó del maletero, con algún esfuerzo, un carro de la compra. Sobresalían de él unas cuantas hortensias y el palo de un cepillo de barrer. Lo arrastró dentro del cementerio y se pierdió en él.

Al pasar delante de la iglesia, escuchamos, ronca y profunda, la voz del párroco. Desgranaba, lento, las palabras del Agnus Dei...





lunes, 27 de octubre de 2014

De nuevo el verano

Desde hace un par de semanas en esta ciudad el termómetro no se pone de acuerdo con el calendario. Marca cada día unas temperaturas inverosímiles que el calendario no entiende. Y nosotros menos. Hay quien se muestra encantado de la vida. Por ejemplo A., la muchacha que viene a casa una vez a la semana a conversar en francés con P. Es natural de la Bretaña, y se muestra feliz con este octubre disfrazado de julio. En su tierra lo normal es que suceda al revés, que julio se comporte como octubre. Algo parecido ocurre en las Asturias, pero no por eso comparto la opinión de A. A mí me gustan las mañanas brumosas del otoño, la canción de la lluvia, los paraguas, el frío. Que julio parezca octubre.

Además, con estos calores, se levanta uno pensando que está de vacaciones y, como no es así, nos acometen unas tristezas y unos ahogos que solo logramos aliviar con las memorias dulces de aquellos días, y nos ponemos a recordarlos...

Y eso vamos a hacer...


viernes, 17 de octubre de 2014

El Consejero de Sanidad

Si posee uno inclinación hacia la indignación y el cabreo, vive, sin duda, el mejor de los tiempos. Cada día encontrará una docena de razones para tirarse de los pelos, rasgarse las vestiduras, clamar al cielo... Pues bien, lo del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid pienso yo que supera cualquier expectativa al respecto.

Y ante semejante personaje, se pregunta uno entonces: ¿habrá sido premeditado o, por el contrario, espontáneo y natural? Esas declaraciones, ¿habrán sido fruto del cálculo o la defensa desesperada de un animal acorralado?

Y nos contestamos que probablemente habrán sido las dos cosas al mismo tiempo. Lo habrán colocado en primera línea los suyos para que nadie hable de la ministra o del presidente, pero no habrá sido necesario darle instrucciones previas, porque ya lo conocen bien y saben el grado de ruindad del personaje. 

Un grado no muy distinto del de la mayoría de los miembros de este gobierno, que parece no tener nada que ver con el problema -confiemos en los sanitarios, dicen, después de haberles recortado hasta las piernas-, de muchos medios de comunicación -que se hacen eco de las más pergrinas teorías-, de un buen número de ciudadanos -que se alían con los dos anteriores como si fuesen los tifosis de un club de fútbol o las fans adolescentes de un grupo musical de moda, o, al contrario, se enfrentan a ellos destilando un veneno aterrador en las redes sociales...-.

Todo esto lo dice maravillosamente bien Enric González AQUÍ.


PD: Mañana, o la semana que viene, trataremos de dejar de indignarnos y retomar el relato de nuestras vacaciones de verano, por ver de volvernos más plácidos, más inocentes y puros... No sé si seremos capaces.

martes, 14 de octubre de 2014

Villa


Nos referimos, claro, no al futbolista emigrante en Australia, sino al sindicalista que durante treinta y cinco años lideró el sindicato minero más poderoso de las cuencas asturianas. Fue, esto lo sabe todo el mundo, mucho más que eso. Fue, durante todos esos años, una especie de virrey de las cuencas y probablemente también el político más poderosos de Asturias, facedor y desfacedor de toda clase de entuertos, alianzas, encuentros y desencuentros, según le conviniesen a él y los suyos.

Los suyos fueron, entre otros, los afiliados a ese sindicato, la mayoría de los cuales se vieron favorecidos por ese poder omnímodo que ostentaba. No es difícil, en mi pueblo, encontrar a alguien que te lo cuente de la forma más natural. Por ejemplo,  un amigo de mi padre, cuando le preguntas por su hijo, te describe sin sonrojo las muy favorables condiciones en las que se haba jubilado gracias al sindicato.

Tampoco es difícil, cuando escuchas cosas como esta, recordar el modo de actuar de los caciques. Aunque en este caso estaríamos ante un cacique obrero, figura que no deja  de resultar bien peregrina.

Como son peregrinas las historias que mi hermano me ha referido algunas veces de este hombre, todas ellas certificadas por gentes que las vivieron de primera mano -mi hermano conoce a mucha y muy variopinta gente-. Historias que no se pueden contar por inverosímiles y exageradas, pero que son, al parecer, verídicas, reales y ciertas.

Hace mucho que pensamos que este hombre tiene una gran novela. La gran novela asturiana. Pero también que sería una novela dificilísima, por esa inverosimilitud que rodea a muchos de los actos menudos del personaje. Una novela que, de momento, está esperando el narrador de talento que la escriba. Una novela como esa explicaría muchas y muy incumbentes cosas sobre Asturias y el país entero.

Según el presidente de la comunidad -hombre apadrinado por este sindicalista-, debemos estar los asturianos muy apesadumbrados y tristísimos ante esta noticia. Saber que ese luchador por los derechos de los mineros guardaba más de un millón de euros en el banco, un millón de euros que no se sabe muy bien dónde los vino a conseguir ni cómo fue capaz de ahorrarlos; saber tal cosa, nos debe deprimir a todos.

No sé a los demás asturianos, pero a mí no me ha provocado ni tristeza ni pesadumbre. Asco sí, aunque no sé si más o menos asco que estos gestos de sorpresa ofendida, de incredulidad traicionada. Si uno, que no dejará jamás de ser un mindundi, sabía desde hace ya muchos años que ese hombre con aspecto de irreductible galo era un déspota que se entusiasmaba con el ruido del oro en sus bolsillos; si un don nadie como yo estaba al cabo de la calle de esto, qué no sabrían ellos, los que sí son alguien allí, de uno y otro partido, los que llevan largos años junto a él, los que han sido apadrinados por él, compartido viajes, comidas y cenas...

Que este señor no era trigo limpio, que manejaba el socialismo asturiano con mano de hierro, que poseía un pasado turbio, todas estas cosas en Asturias las sabía todo el mundo. Más o menos como el caso de Jordi Pujol en Cataluña pero sin tanta algarabía nacionalista.

Por ello, además del asco, lo que a uno le sobreviene es preguntarse por qué ahora. ¿Se han esperado a que esté enfermo y en la cama porque si no no se habrían atrevido? ¿Tan poderoso era? No lo sé. Debería uno alegrarse de que estos abusos comiencen al fin a perseguirse, pero hay algo que nos lo impide y que no es otra cosa que el pensamiento de que tras este vendrán otros escándalos, y que unos irán apartando a los otros de la actualidad, como si fuesen  canciones de moda, y de que no se hará nada que evite que estas indecencias se repitan y, tal vez lo peor, que muchas otras más, tan escandalosas o más aún, quedarán no solo impunes sino en el mayor de los secretos. Aunque sean muchos lo que lo supongan o lo sepan.

PD. Al respecto, nos ha parecido muy revelador este TEXTO, donde se pueden leer entre líneas muchas cosas.






lunes, 13 de octubre de 2014

La isla mínima ( Una crítica cinematográfica)

El viernes por la tarde fuimos al cine. Hacía tanto tiempo que no nos acercábamos a uno -casi tanto como a iglesias y museos-, que nos costó algún tiempo sacar las entradas.

Taquillera: ¿Puedo aplicarles algún descuento?

Nosotros: Pues no sabemos... Somos profesores, ¿eso sirve...?

Taquillera: Eso no. Si tienen carnet joven o son mayores de 60 años o han venido al cine los últimos diez días... Aunque esto último no porque para "La isla mínima" no rige este supuesto...

Nosotros: Jóvenes dejamos de serlo hace ya un tiempo, pero entre los cuatro tenemos más de 60, muchos más, no sé si se puede hacer esa cuenta...

Taquillera (gélida): Me temo que no. Son 7.50 cada uno.

La película nos pareció magnífica, a la altura de esos relatos policíacos que hemos visto en la tele: Forbrydelsen o Broadchurch... Los títulos de crédito, bellísimos y originales, como cuadros de una abstracción fascinante, como los mismo planos cenitales que puntúan el desarrollo de la película, como la interpretación, la música, el ambiente... Todo nos tuvo, el tiempo que duró, en vilo.

Íbamos a continuar contando aquí lo mucho que nos gustó y las razones, pero coincidió que, al día siguiente, escribió sobre ella Muñoz Molina en el periódico. Y entonces nos dijimos: ¿para qué, si ya lo cuenta él estupendamente AQUÍ?

miércoles, 8 de octubre de 2014

Tres paréntesis (Un concierto)

El ganador del concurso de versiones de Sabina se volvió a su pueblo, Montevideo, y coincidió que por allí andaba el cantante, de gira por esas tierras. Y le invitó a subir con él al escenario, y a que cantara con él...





          

martes, 7 de octubre de 2014

Dos paréntesis ( La exposición)

Hace una semana fuimos al museo de la ciudad. Hacía tanto tiempo que no íbamos que ya casi no nos acordábamos de dónde estaba, en qué lugar se encontraba la puerta. Entramos por el parque. Lo hicimos al mismo tiempo que MM, el consejero de Educación y Cultura del gobierno de C, esa mujer. Le esperaba en la puerta GB, catedrático famoso de Teoría de la Literatura en una universidad de la corte, pero natural de este lugar. Al parecer, era este el inspirador de la exposición que se iba a inaugurar, un homenaje a El Greco rendido por una veintena de artistas contemporáneos. Al poco apareció también S., nuestro amigo pintor, que era el motivo por el que estábamos nosotros allí.

Venía desde su pueblo, acompañado por sus padres. Su madre caminaba con dificultad.

-Ha querido ponerse los zapatos bonicos y le molestan...-nos explicó.

Antes de dejarnos entrar a la sala, que tenía las puertas cerradas y custodiadas por un bedel, tuvimos que escuchar dos discursos. Primero el de MM, el consejero, y luego el de GB, el catedrático.

El consejero fue breve y muy graciosos: dijo, por ejemplo, que este año de El Greco habías sido "un acontecimiento cultural mundial" y que el que entra, el del centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, será "un acontecimiento cultural universal". A los consejeros, a los ministros y validos, les gustan mucho estas hipérboles. Sin embargo, esos adjetivos, en Albacete y ante poco más de treinta personas que éramos las que sumábamos allí, me parecieron muy graciosos. MM es un maestro en el arte de la exageración desmesurada. Tiene un monólogo que ya es un clásico y que representa cada septiembre, al inicio de cada curso escolar. Todos son, desde que él los glosa, "el mejor comienzo de curso de la historia de Castilla-La Mancha". Para terminar, nos anunció que la exposición que estábamos a punto de ver nos iba a "desinquietar". Naturalmente, acogimos su intervención con una ovación cerrada, con grandes aplausos. Se lo merecía.

Tras él, el catedrático, aunque hizo varios mohínes de no querer intervenir, sacó varias cuartillas y estuvo largo rato hablando, básicamente contándonos  cosillas suyas. Nos anunció que si ha conservado su casa en la ciudad es porque se ha traído aquí su biblioteca, según dijo que decían algunos, "una de las mejores bibliotecas de Europa". Luego nos alentó a leer el texto que había escrito para la exposición y que estaba colgado, como los cuadros, en un blanco panel. Eran tres párrafos -yo los leí, que suelo ser muy obediente- de aliño y compromiso, como sacados de cualquier manual...

Lo bueno fue que se le entendió todo perfectamente. De sus libros, en cambio, no se puede decir lo mismo. Son, sin duda alguna, incomprensibles. Resultan, por esa razón, libros muy tristes. Como una canción sin letra ni melodía. Como un paraguas sin lluvia. Como una piscina sin agua. Como una playa sin mar... Es toda una escuela esta de los libros inútiles, los discursos herméticos y oscuros, las palabras ensimismadas y enfermas. Todo esto, aunque parezca mentira, goza de gran predicamento y prestigio entre algunas gentes. Tristes gentes, tristes libros.

Cuando al fin concluyó el catedrático, nos dejaron pasar.

Los cuadros de S., impresionantes, ya los conocíamos. Nos los había enseñado en su estudio a la vuelta de Úbeda, al final del verano. Retratos magníficos, de ese expresionismo suyo tan particular. Contra el pronóstico del consejero, inquietantes, tiernos y terribles, blanco y negro, el calor y el frío de las cosas que están vivas y sobre las que aletea, precisamente por esa razón, la mariposa oscura de la muerte.

Estuvimos un breve rato con él, que le apremiaban unos y otros, la prensa, los familiares, el consejero y el catedrático...También algunos tíos y primos que habían venido del pueblo.

El resto de la exposición lo vimos muy rápidamente: cuadros a los que habían adosado unas luces de neón y fluorescentes; cartulinas escolares en las que habían trazado signos geométricos; abstracciones incomprensibles... Nos fuimos veloces de todo aquello. Nos despedimos de S. y huimos del museo.

Porque no habíamos ido allí a ver una exposición, que habíamos ido a ver a un amigo.




(La Tribuna de Albacete)

lunes, 6 de octubre de 2014

Un paréntesis (La boda)

Hace un par de semanas estuvimos en Úbeda, para una boda. Hacía tanto tiempo que no íbamos a una que ya casi no nos acordábamos de cómo suelen ser  celebraciones de esa naturaleza. Si hubiéramos guardado memoria, tal vez nos habríamos resistido de algún modo. No sé. Trataremos de ser ecuánimes y breves y dividiremos el relato en tres secuencias:

1ª Secuencia (Exterior día). La salida.

Arregladitos como para ir de boda, igual que el maniquí aquel de la canción memorable del Serrat, pero nosostros porque realmente íbamos a una, nos agrupamos todos en el portal, para distribuirnos equilibradamente en los coches. Llevaba yo unos tirantes azules, un capricho que tenía desde de antiguo y ante el que A. se había mostrado siempre escéptica.

- No sé. Se te va a notar la panza.
-¿Qué panza?
-¿No irías más cómodo con un cinturón?

Sin embargo, no debieron de parecerle tan mal, pues si no hubiese sido así es seguro que habría encontrado la manera de desalentarme.

Subimos al fin al coche. Al volante, el de los tirantes; de copiloto, F., su suegra.

-¿Por dónde vamos, F.?
-¡Ay! Yo no lo sé...

De manera que arranqué y torcí a la derecha.

-¿Por qué vas por aquí?- se escandalizó F.
-Pues , no sé, para no entrar por dirección prohibida...
-Menuda vuelta vamos a dar...
-Pero no me acabas de decir que no sabes por dónde se va...
-Pero si yo no digo nada, tú vete por donde quieras... Pero vamos a dar mucho rodeo...


2ª Secuencia (Interior). El rito.

Hacía tanto que no íbamos a misa que no sabíamos de qué modo han mudado los tiempos. Por muy ameno y chistoso que se puso el párroco, la gente se mostró distraída y charlatana,y los   chiquillos, revoltosos, se distrajeron corriendo y chillando todo el rato por los pasillos del templo.

Yo intentaba entender los que decía el cura, por no aburrirme demasiado, pero a duras penas alcanzaba a comprender sus palabras y las del Dios que invocaba. En un momento dado, se sacó de debajo de la casulla lo que me pareció un cuaderno infantil de tapas rojas. Lo abrió y abanicó rápidamente sus páginas, que se mostraron inmaculadas y sin tacha. Inmediatamente después de cerrarlo, repitió la acción y donde antes no había nada, aparecieron ahora unos dibujos muy inocentes peor llenos de color y detalles. Esforzándome todo lo que pude, por encima del alboroto general creí entender que les estaba diciendo a los novios -los únicos que conmigo parecían prestarle alguna atención- que así era su vida juntos, un libro sin escribir que se llenaría, a partir de ese mismo momento, de acontecimientos, de peripecias, de color y vida verdadera...

Finalmente, mientras levantaba el cáliz en el momento de la consagración, comparó ese gesto -y juro que esto lo escuché perfectamente- al del futbolista que recoge la Champion cada año...

Salí de la misa muy pensativo.


3ª Secuencia (Interior-Exterior). El banquete.

Si hay algo más triste que un salón de bodas, es un salón de bodas en mitad de un polígono industrial. Y si hay algo más bárbaro que un banquete de bodas a las dos de la tarde debe de ser un banquete de bodas a las nueve de la noche...

Eran las nueve de la noche cuando, con la panza -esa de la que hablaba A.- a punto de hacer saltar mis flamantes tirantes, hice un sencillo cálculo: si nosotros habíamos entrado a aquel lugar a las dos de la tarde y habían estado cebándonos hasta hacía apenas unos instantes, los invitados a otra boda que estaban llegando ahora, acabarían de cenar, sin duda, muy entrada la madrugada...

Es incomprensible que el ministerio de Sanidad no tome cartas en el asunto, porque esta clase de banquetes deberían estar prohibidos. Deberían ser ilegales e inconstitucionales. Por el bien de los estómagos de este país y, por consiguiente, de su buena marcha y gobierno. Bodas de esta clase son algo así como el Toro de la Vega de Tordesillas, con la diferencia de que aquí el alanceado y torturado es el estómago de los invitados...

No me traje la tarjeta donde se reflejaba el menú, pero resultaba tan larga y tendida que al principio pensé que era una broma. Una exageración desmesurada... Pero no. Más de cinco horas comiendo sin respiro y en mi caso sin vesícula, me hicieron temer que no saldría vivo de aquel lugar.

Luego encendieron un proyector y pasaron sobre una sábana imágenes de la vida de los novios. No sé si andaría por allí el cura, pero estaba claro que el libro lo traían ya un tanto escrito... Fue un poco largo, cosa que agradecí. Pasado ese tiempo, nos hicieron levantar, que iban a retirar las mesas e instalar la barra libre y la discoteca.

Me escabullí a la terraza. Desde allí pude contemplar cómo la mayoría de los  invitados se lanzaba a la barra, cogía una copa de un extraño color pálido y se ponía a bailar desenfrenadamente al son de una música horrísona y tremeda.

Hacía una noche hermosa. La luna iluminaba el paisaje con la misma luz pálida que salía de las copas de los danzantes. Caía esa luz romántica sobre las naves silenciosas del polígono, sobre los olivares al otro lado de la carretera, sobre los tejados de la Torre... Los invitados de la otra boda, en el jardín, todavía estaban con los entrantes y canapés. "Lo que os espera", suspiré.

Al rato salió A., buscándome.

-¿Qué haces aquí, solo, como un hurón?
-Entre la digestión y la indigestión, cariño, así estoy yo, así estoy yo, sin tiiiiii...- remedé al cantante del pueblo.
-¿Pero tú te has visto que facha llevas?- y se puso a meterme la camisa por el pantalón, que como es natural, tras tantas horas sentado y comiendo, se me había desbordado.-Si un quiere llevar unos tirantes, tiene que estar atento a estas cosas...

Alcé la vista a la luna. Me guiñó un ojo.