martes, 22 de diciembre de 2015

Javier de Torres

Nos vamos a Asturias -solo con escribir esta frase ya soy un hombre feliz-. En el camino, dentro del coche se producirán duras negociaciones por ver qué música pondremos para amenizar el largo viaje. Serán tan complicadas como las que tienen frente a sí los partidos políticos de este país para elegir el próximo presidente y formar gobierno.

P. suele ser el más difícil de conformar. Antes eran AC/DC, Green Day, Bad Religion y cosas así que a mí, como conductor, me alteraban un poco... Ahora, anda por ahí todo el día escuchando a un grupo que se llama La Raíz. Un grupo comprometido políticamente. Si por él fuese, haríamos todo el trayecto poniendo una y otra vez los dos discos de esos muchachos. 

A. es más ecléctica. Ahora escucha bastante el último de Rozalén y uno de Supersubmarina, que son de Baeza. Por nacionalismo, creo yo.

A mí, en cambio, me gustan las mismas cosas que hace diez años: Silvio Rodríguez, Drexler, Vainica Doble, Javier de Torres... De este voy a meter en el coche, sin que se den cuenta, sus dos últimos discos, uno de ellos doble. Un disco largo de canciones cortas. Y bellísimas. Y para no dejar tan desolado este candil, y porque aquí no tengo que convencer a nadie, pongo un vídeo suyo y otro más, navideño, de una tal Daniela Andrade, que me encontré de casualidad y me gustó su voz. Felices fiestas.


                     




        

sábado, 19 de diciembre de 2015

Campaña electoral

A pesar de que nos tenemos por unos escépticos hemos seguido esta campaña electoral con cierto interés. Iba a escribir con ilusión, pero eso sería excesivo. Ilusiones, en asuntos políticos, ya albergamos pocas. Interés sí, por la novedad de esos nuevos partidos que se les han subido a las barbas de los viejos con descaro y sin complejos. Nos gusten más o menos, a mí me parece que son una bendición, como la lluvia para el campo, porque pensar que, una vez más, solo se nos ofrecerían las dos opciones de siempre, habría resultado asfixiante. 

Hemos leído artículos, editoriales, noticias, reportajes; hemos visto los telediarios, las entrevistas, los debates de la televisión; hemos escuchado los boletines de la radio y algún magacín; visitado no pocas páginas de internet. Ha sido entretenido, pero al final de todo nos encontramos más o menos donde estábamos al principio. Puede que sea a causa de un carácter nuestro intolerante, tozudo e inflexible, pero lo que pensábamos al comienzo, lo seguimos pensando ahora. 

Hace una semana me encontré a los cuatro partidos de los debates con sus tenderetes montados en la misma calle, unos en una esquina y otros en la de enfrente. Los más opuestos, codo con codo. Me acerqué a uno de ellos, a decirles que habían llegado a nuestro buzón papeletas y propaganda de todos los partidos menos del suyo. Me explicaron que sus medios eran escasos. Que seguramente harían algo de buzoneo, con voluntarios, pero que era probable que no pudiesen llegar a todos los portales de la ciudad. Me preguntaron, con gracia, si no me importaría a mí ayudarlos en esa tarea. Decliné, educado, la invitación. En todo caso, me ofrecí, si querían me ocupaba de mi portal. Nos reímos un rato, aceptaron mi negativa y no me obligaron a hacerlo. Hay quien piensa que si este partido llega a gobernar el país lo convertirán, a la mañana siguiente, en Venezuela o la Rusia estalinista. O las dos cosas a la vez, tal es su extremismo. Suelen ser los mismos que votaron al PP en las anteriores elecciones porque pensaban que, al día siguiente de la victoria, la crisis se habría volatilizado y el país sería Suecia. Algunos siguen esperando. Creen que Rajoy es un hombre honesto y su partido también. Y por ello lo van a volver a votar. A mí me producen una ternura enorme. Como encontrarse a un adulto que aún creyese en el hombre del saco o en el ratoncito Pérez.

Después de esto estuve tentado de pasar al puesto de al lado, a preguntarles si me podían hacer el análisis sintáctico de esta frase: "Son los vecinos los que eligen al alcalde y el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde". Es que llevo una semana dándole vueltas y no me sale...

P.S. En los últimos momentos de esta campaña han sucedido dos hechos que podrían ser importantes.

Primero:
Justo después de escribir esta entrada, le dieron un puñetazo a Rajoy. Lamentable. Si se lo hubiesen dado antes de mi encuentro con esos tenderetes de propaganda, me habría acercado al del PP a decirles que, aunque jamás les he votado, lo lamentaba sinceramente. Que un puñetazo no se le da a nadie. Debo confesar que en un primer momento fantaseé con la idea de que fuese un golpe preparado por el equipo de campaña del presidente. Para despertar compasión y simpatía y arañar un buen número de votos. Tal vez suceda. Yo del PP me puedo creer casi cualquier cosa. Pero no. Si lo hubiesen industriado ellos, el agresor habría militado en Podemos y dejado numerosas huellas de su izquierdismo radical en las redes sociales. Habría sido una jugada maestra. Al contrario, el agresor ha resultado ser un pariente lejano del agredido, un adolescente con serios problemas de conducta, alumno de un colegio privado e hijo de una famila de esas que el presidente llama normales, una familia como dios manda... A pesar de ello, la prensa ultraderechista moderada de este país, siempre tan razonable, no ha dudado en acusar a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias de ser las mentes que empujaron ese brazo adolescente y desquiciado. Al primero, por haberle dicho que no era un político decente; y al segundo, me imagino que por todo lo que dice o hace, incluso por llevar coleta. Al parecer, todo eso incita a  la violencia y al odio. No sé. A mí me ha parecido una campaña bien civilizada, como no podía ser de otro modo, en la que por primera vez en mucho tiempo se ha escuchado hablar con corrección e inteligencia a más de un candidato. Y decirle a Rajoy que no es un político decente, con todo lo que ha caído, me parece lo más educado que se le podría decir.

Segundo:

Hace apenas unos días, Bertín Osborne declaró que él iba a votar a Rajoy. Creo que los medios no le han dado la  importancia que estas declaraciones se merecen. A mí me parece que esas palabras podrían provocar un vuelco espectacular y dar al traste con todas las estadísticas que auguran unos resultado muy reñidos, sin mayoría absoluta para ninguno de los pretendientes. Tan campechano, tan salao y castizo, lo que diga Bertín, en este país, tiene mucho eco. Ya veremos.

En fin, mientras tanto, les dejo AQUÍ el artículo de hoy de nuestro admirado Enric González, en El Mundo. ¡Qué bien piensa este hombre!






miércoles, 16 de diciembre de 2015

Feria de Navidad

Todas las Navidades, desde hace cinco o seis, montan en nuestra calle -en el bulevar- unas pocas casetas, también cinco o seis, y organizan una pequeña feria del libro. Son casi siempre los mismos libros menesterosos y reumáticos de todos los años. Libros vagabundos y hepáticos, fatigados de andar todo el año de gira por el país, en esa errancia triste de las ferias de segunda mano. A mí me gusta mucho ir a visitarlos, a curiosear entre ellos. Al final, después de la última caseta, ponen cada año una churrería ambulante.

El viernes por la tarde, antes de la inauguración oficial del sábado, ya estaban abiertas las casetas. De modo que bajé a darles la bienvenida. Nada más salir del portal me encontré con nuestro amigo A. Hacía tiempo que no nos veíamos. Nos fuimos a tomar una cerveza. Nos pusimos al día. Hablamos de esto y de aquello y, claro, de libros, viejos y nuevos... Contra ese adagio cínico y descarado que reza que solo hay una persona más tonta que el que presta un libro y que no es otra que aquella que lo devuelve, A. y yo costumbramos a dejarnos aquellos que más nos han gustado porque tarde o temprano, tontos perdidos, siempre nos los devolvemos. Luego me llevó a su casa, también en el bulevar, y salí de allí con cinco tomos... Ya habían cerrado las casetas...

Volví a la mañana siguiente. Justo delante de la primera caseta había un grupo de gente hablando muy seriamente. Uno de ellos, que se mantenía callado, escuchando atentamente lo que decían los demás, era igual que Isaac Rosa. Comencé a flanear entre los libros viejos. De vez en cuando, otros buscadores se dirgían a los libreros: "¿Tienen algo de tatuajes?, ¿de Rajoy?, ¿de religión?, ¿de medicina alternativa?, ¿de perros?..." A este último le ofrecieron El coloquio de los perros. "Es de Cervantes", le ponderó el librero.

En la pesquisa, econtré uno de Joaquín Araújo, el naturalista que trajimos el otro día en el coche, el ornitólogo al lado del cual atropellamos a un pájaro. Se titulaba Viaje de un naturalista por España. Miré cuántas páginas dedicaba a Asturias. Solo dos. Apenas unos pocos párrafos para hablar del Sueve y del bosque de Muniellos. Ya me lo recelaba. Entre las muchas tonterías que cultivamos está la de la tierra. A poco que nos dejen, nosotros ejercemos de asturianos. Así lo hicimos, también, cuando llevamos a este naturalista en el coche. Habitualmente, cuando declaro mi condición de asturiano, la gente me hace toda clase de melindres, y se hace lenguas de la belleza de esa tierra nuestra, de la simpatía de sus habitantes, de lo bien que se come... Y yo, como si todos esos adornos fuesen responsabilidad de uno y mérito personal, me esponjo como un pavo. Sin embargo, el naturalista recibió esa infomación con indiferencia. Ni una palabra sobre la belleza exuberante de la naturaleza de nuestra región. Como si le hubiese dicho que era de Guadalajara. Me extrañó. A lo mejor, pienso ahora, atropellé al pobre pájaro, de un modo subconsciente, claro está, para vengarme de esa frialdad incomprensible. No sé. Dejé el libro donde lo había encontrado y continué mi paseo.

Al final compré una novela francesa, Teoría de las nubes. Por intuición, por el título (somos grandes partidarios de las nubes. Si pudiésemos, las coleccionaríamos) y por su comienzo: "Hacia las cinco de la tarde todos los niños están tristes: enpiezan a entender lo que es el tiempo. El día declina un poco. Pero habrá que volver a casa, ser bueno y mentir..."

 www.europaenfotos.com

lunes, 14 de diciembre de 2015

Breve noticia de William McIlvanney

Lo descubrí este verano. Leyendo Laidlaw, que es como se llama el protagonista de una trilogía de novelas negras. Es la primera de la serie y me gustó muchísimo. De manera que me hice por internet, en una lejana librería de viejo, con otro de los títulos, el último, Extrañas lealtades. El segundo, Los papeles de Tony Veitch, está descatalogado y resulta imposible conseguirlo -al menos yo no he podido-. 

Su autor, William McIlvanney, es un narrador y poeta escocés. Y estas dos novelas suyas nos han parecido magníficas. Por decirlo en muy pocas y pomposas palabras, envuelto en las convenciones de la novela negra, encontramos en ellas un retrato profundo y poético del alma humana. Que es, más o menos, lo que uno espera encontrar en cualquier obra literaria. Por esta razón no resulta extraño que el protagonista, un detective de la policía de Glasgow, sea un gran lector de filosofía -en la última hasta cita a Unamuno- y un hombre con hondas preocupaciones sociales. Un gran hombre, complejo y oscuro. Y no digo más. Tan solo dejo este ENLACE del blog de Juan Carlos Galindo en El País, y unas cuantas citas, espigadas por un servidor, de Extrañas lealtades.

En todos los casos que he investigado he deseado implicar, sin excepción, a todas las personas que podía, yo mismo incluido. Mi banquillo de los acusados ideal incluiría a toda la población del mundo. Todos prestaríamos declaración, contaríamos nuestras tristes historias y luego habría una absolución general y nos iríamos todos y probaríamos de nuevo.

¿De qué valían las propiedades y los triunfos profesionales y los éxitos oficiales? La vida consistía solo en vivirla. Cómo actúas y qué y cómo eres y qué haces, esas cosas eran la única sustancia. Tampoco perduraban. Pero mientras estuvieses aquí, eran toda la luz que podía haber..., la mecha que enhebra la cera derretida del tiempo.

Yo durante la infancia era tímido hasta el punto de producir una sensación embarazosa en otras personas: dado a silencios paralizados y muy bueno ruborizándome. Puede que nunca nos hagamos adultos del todo y no dejemos nunca de ser los niños que hemos sido. Desde luego en mi madurez parece  haber un barniz que no se ha fijado bien.

De lo que no hay duda es de que buscaba algo que nunca iba a encontrar: un sitio donde la gente se portase entre ella como él creía que había que hacerlo. El que no se tratase a la gente con justicia le ofendió hasta su muerte. El mundo le parecía una habitación alquilada que no se ajustaba a sus condiciones y no pudo llegar a sentirse bien del todo en él. 

Detesto estos tiempos-dijo-. La superficialidad. Algunos de los sueños más nobles que ha tenido la especie se están ahogando en charcos. 

¿Escribir? ¿Quién necesita eso? Cuando escribes lo que haces es esto. Ir solo. Te construyes un escondite alrededor de ti mismo con lo que esté a mano: relaciones rotas, pesares acumulados, alegrías recordadas, rutina deliberada. Esperas. Pruebas varios señuelos diferentes. Dejas escapar todo (no importa que parezca muy bueno o las alabanzas que te proporcione el cazarlo) salvo aquello que estás esperando, lo que tú sabes que debes cazar. Estás dispuesto a perderte tú mismo antes que perder eso. Mientras tanto te alimentas de la quincalla que pueda haber a mano, raciones de chatarra del yo.

"La chatarra del yo", esto me ha parecido muy bueno. Perfecto para titular, por ejemplo, un blog como este. 

P.S. Al buscar en internet, antes de publicar esta entrada, alguna foto de este autor, nos damos de bruces con la noticia de su muerte. Tenía 79 años. Si supiésemos una fúnebre canción escocesa, saldríamos a la ventana a cantarla a grandes voces. Como no conocemos ninguna, ahora mismo vamos a ir hasta la nevera y vamos a tomarnos una cerveza en su memoria.


 www.vanguardia.com.mx

domingo, 13 de diciembre de 2015

En Alcaraz, con SY

Nos avisó unas semanas antes. Que el lunes 7 de diciembre exponía en Alcaraz. Por si podíamos acercarnos. Le contestamos que por supuesto. A S. nosotros lo queremos mucho. Tenemos muchas razones para ello. Una, importante, es lo mucho que nos reímos cuando nos vemos. Sin parar. 

Algo nos contó de una asociación de desarrollo rural, no nos enteramos muy bien; que antes de la exposición, un tal Araújo echaría una conferencia y, luego, se inauguraría aquella, en una vieja iglesia desacralizada, la de San Miguel, que ahora utilizan para actos culturales y para poner el belén cuando las navidades; que después habría un vino español.

Pensamos que el tal Araújo sería un pintor local y llegamos para la hora de la inauguración. Aparcamos el coche a la entrada del pueblo y subimos hasta la plaza, al casino, por visitar el baño. La plaza de Alcaraz es, sin duda, de la más bellas que se puedan encontrar en este país. Y uno de los lugares desde donde mejor se puede contemplar, ese casino de pueblo, lleno de oriundos silenciosos y cabizbajos que dejan pasar las horas con una copa en la mano o jugando a las cartas. Si quitasen la tele y las porquerías que esta expulsa a todo color, ese casino pasaría perfectamente por un lugar de hace cincuenta, cien años. Los parroquianos también. En realidad, casi todo el pueblo tiene ese aire antiguo, con viejas casas con escudo, callejones expresionistas y negocios  y carnecerías que parecen del siglo pasado. De comienzos del siglo pasado. 


 www.arquitecturalpcs.com

Fue al salir de ese casino machadiano cuando vimos a S. Venía, junto a otra docena de personas, del edificio de la Lonja. Nos saludó con la mano y ya nos fuimos al encuentro. Vestía la que él denomina la chaqueta de las exposiciones. Nos explicó con detalle la naturaleza de todo aquello. Al parecer, varios pueblos de la zona acaban de crear una organizacón mancomunada, ARUME (Asociación Rural del Mediterráneo), para fomentar actos que promocionen la zona, y por eso la conferencia, la exposición y la entrega de un premio a un proyecto de desarrollo rural. Nos explicó que esa organización la formaba gente de cierta influencia: una antiguo ministro socialista que era natural de La Puerta de Segura, un antiguo secretario de estado de Arroyo del Ojanco, uno de su pueblo que fue director de Radio 3 durante largos años, y por supuesto los alcaldes y otras autoridades de la zona. Nos señaló con el dedo al de su pueblo, al de Alcaraz, al tal Araújo -que no era, como nuestra ignorancia había supuesto, un pintor local sino Joaquín Araújo, eminente naturalista, ornitólogo sobresaliente y académico de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, además de otras muchas cosas.- También nos comentó que había sido avistado, por los alrededores de la plaza,  José Bono, pero que a la conferencia no había entrado. Fue presentándonos a casi todos, también a los amigos que lo habían acompañado desde el pueblo, por ejemplo su amigo carpintero, que tiene el taller al lado de su estudio. Cuando está en el pueblo, se toma un café con él a media mañana, en la cantina del tanatorio, que les han construido enfrente. Ahora son de los primeros en enterarse de las bajas que se producen entre la población.

La exposición estaba formada por cinco cuadros: tres grandes lienzos de rostros de imaginería barroca, desacralizados como la iglesia, y dos retratos de dos de su pueblo. Magníficos todos. De ese realismo crudo y expresionista que es marca de la casa. Emocinantes. Dijo unas palabras nuestro amigo, recordó el año aquel en que vivió en Alcaraz y ya nos paseamos un rato con cara de entendidos entre las naves y la capilla donde fue bautizado Vandelvira. Al salir, de camino al vino español, comentamos una coincidencia curiosa: S. vivó en Alcaraz en el callejón de San Juan de Dios y de San Juan de Dios era uno de los retratos de la exposición. Según nos contó S., al que le gusta la iconografía y el santoral casi tanto como los pájaros, se cree que este San Juan, antes de abandonarlo todo y presentarse en Granada, desde Portugal, a ayudar a los menesterosos, había sido librero.


 www.diariodesevilla.es

Todavía por el camino, nos contó que antes de la conferencia había visitado el museo parroquial de la iglesia de la Trinidad, y que estaba convencido de que uno de los cuadros que allí tenían era un Greco sin certificar. Y que se lo había dicho a un concejal. Y que ese pequeño museo era magnífico. Nos iba enseñando fotos: un descendimiento, una piedad, un San Blas..., y el Greco. Iba contándonos todo eso con esa naturalidad desarmante con la que S. lo cuenta todo, lo hace todo. 

Al llegar al bar resultó que no era un vino lo que nos iban a servir, sino una comida entera y verdadera: embutidos, pulpo, migas, atascaburras, ensaladas, carnes a la brasa, postres y café. Nos lo sirvieron en un pequeño salón. Seríamos treinta personas. Los de Arume y nosotros, los amigos de S. 
Nos contó un montón de cosas S. De sus viajes por el mundo (México, Cuba, París...), de su barrio de Berlín, de una novia terrible que tuvo en Monterrey y, sobre todo, de cosas de su pueblo, magníficas todas: de la posibilidad de que Pepe Marchena hubiese parado en Puente Génave, ya que le dedicó una taranta (Taranta del Puente de Génave); que Manolete paró en el Bar El Pintor, camino de Linares y de su muerte; que un extravagente personaje, natural de Alcantarilla, Murcia, pero emigrado en Perú durante mucho tiempo, llegó hasta el Puente y compró una finca -una que está al lado del estudio de S.- en la que inició profundas excavaciones ya que estaba convencido de que ese era el lugar donde estaba enterrada la Mesa de Salomón... Yo le pregunté por Justo Armenteros, el torero amigo de Picasso, y por aquel linóleo del malagueño que nos había enseñado una vez, colgado en un bar, al lado de un póster del Real Madrid. Siempre le pregunto por él. Me contó que Justo se murió, y que lo del linóleo colgado en aquel bar había sido una exposición temporal. 

Cuando estábamos con el café, uno de los comensales, un señor insignificante, se levantó y se despidió. Al pasar a nuestro lado, creímos reconocer en él algo familiar. Era José Bono, virrey que fue de todas estas tierras. Resulta que habíamos estado un par de horas comiendo casi a su vera y sin darnos cuenta. El poder -y este hombre dicen que aún acumula mucho en esta región-, visto de cerca, pierde una barbaridad. 

Luego nos llevaron a una almazara ecológica. Seguimos con S., riéndonos, como siempre, sin parar. Hasta atorarnos. Después de un rato, le pidió S. a su paisano Pablo García González -el que fue director de Radio 3-, que nos contase lo de Pepe Marchena. El hombre, una persona encantadora, aceptó el encargo de muy buena gana. La existencia de esa canción, nos relató, se la descubrió el marido de Carmen Linares y, una vez descubierta, comenzó a investigar el paso del cantaor por su pueblo. Pero no encontró nada. Ningún testimonio, ningún documento. De manera que decidió escribir un cuento. Un cuento en el que se narra, con lujo de detalles, el verdadero paso de Pepe Marchena por Puente Génave. Nos explicó, para justificarse, que su invención no lo era tanto, que era cosa más que probable ya que Pepe Marchena pasó la guerra en Arquillos, y no dejó de actuar por toda la zona mientras estuvo en manos de la República: en Albacete y Murcia, sobre todo, y que para ir a esos lugares resultaba inevitable pasar por el pueblo, y no habría sido nada raro, por tanto, que hubiese hecho noche en él, seguramente en una venta famosa que hubo en aquel tiempo. A nosotros nos pareció muy bien la solución y así se lo dijimos, pues en esta clase de negocios a veces lo importante no es tanto qué ocurrió sino cómo se cuente. Ya se sabe, eso tan itailano y fino de se non è vero, è ben trovato...

Fue un día magnífico. Al final nos despedimos de todos. De S. con una abrazo y nos trajimos a Araújo a Albacete, que tenía que coger un tren de vuelta a Madrid. Por el camino atropellamos a un pájaro. El naturalista exhaló un suspiro doloroso. No deja de ser mala suerte llevar en el asiento de al lado a uno de los más importantes ornitólogos del país y cargarse a un pobre pajarillo. Por disculparme, le dije que a mí aquello me había parecido un suicidio. Nos tranquilizó diciéndonos que más de ocho millones de vertebrados mueren de ese modo cada año en las carreteras del país. A. contó que hacía unos meses, camino del trabajo, se les había estrellado una lechuza contra el parabrisas... El hombre vovió a suspirar. Antes de salir de Alcaraz, S. le había explicado que él el amor a los pájaros lo había cobrado matándolos con tirachinas cuando chico. Que en los pueblos eso era lo corriente. Y que fue así como los conoció, aprendió a distinguirlos y empezó a amarlos. Le contó, por ejemplo, su descubrimiento maravillado de la oropéndola. Sobre el peculiar modo de comenzar su amor a los pájaros, el naturalista eminente no comentó nada; solo dijo  que durante un tiempo había tenido un programa en Radio Nacional que comenzaba con el canto de ese pájaro (Oriolus oriolus), que era uno de sus favoritos. Cuando lo dejamos en la estación se despidió de nosotros muy cortésmente. También muy aliviado, me pareció a mí.

 www.arturnatura.com


sábado, 12 de diciembre de 2015

Monarquía versus República

-¿Ya has pensado lo que quieres pedirte para Reyes?-le pregunté distraídamente a P.

-Pues no sé. Algunos cómics y... ¡ah!, sí, una bandera republicana- me contestó.

-¿A los Reyes?, ¿una bandera de la república? Imposible.

-Papáaaa...

-Eso no puede ser, hijo. 

-Pero si no existen... Si me lo vais a comprar vosotros...

-Eso no tiene nada que ver. Existan o no - y sobre este punto habría mucho que discutir- no vas a pedirles a unos reyes una bandera republicana.

-Papáaaaa...

-Ni hablar. Olvídate. Sería una descortesía imperdonable.


 www.lamentable.org

jueves, 10 de diciembre de 2015

Luna de miel (Mieres-Vuelta)

Casi todos los veranos hacemos una excursión con mi prima M.J. Esta vez fue a Ablaña. Fue una excursión nostálgica y memoriosa con mis padres y mi prima.


Ablaña es un pequeño pueblo al lado de Mieres. Es el pueblo donde mis abuelos maternos se conocieron y donde nació mi madre; el pueblo al que llegaron, un día, mis otros abuelos y mi padre, con todos sus hermanos. Este abuelo paterno abrió allí un bar. Mi abuelo materno era capataz en Fábrica de Mieres. Se conservan las casas donde vivieron unos y otros, las dos estaciones, el edificio del casino donde se alojaba mi abuelo J. También la casa de mi abuela C., el balcón de madera donde se asoma, sonriente, mi bisabuela en una vieja foto. Mi abuelo J. tenía ya, para aquellos años, una edad, y llegó a Ablaña tras una juventud viajera y despreocupada. Mi abuela era mucho más joven. Por resumir, y teniendo en cuenta que mi tío J. nació sietemesino pero muy hermoso y lucido, todo parece indicar que mi abuela "le enseñó la enagua", que es como se referían entonces a esta clase de asuntos. Se la enseñó o le pidió él que se la enseñase. Algunos años más tarde, nació mi madre y al poco se mudaron a una casa con huerta, al otro lado de las vías y a la orilla del río. La casa y la huerta aún se conservan, aunque muy cambiadas. A la casa, por ejemplo, le han alicatado la fachada y también han tenido el valor de colocarle unos enanitos de escayola a la entrada.


De todos estos lugares, unos se conservan más o manos en pie y otros más o menos ruinosos, cayéndose poco a poco. El antiguo caserón donde estaba el casino, que luego fue el cuartel de la Guardia Civil, se ve hoy ennegrecido y con el tejado hundido, las vigas quebradas y las ventanas cegadas por tablones carcomidos. A su lado hay algunas casas recién pintadas, con puertas y ventanas nuevas y retejadas hace unos pocos meses. Todo el pueblo está así. Edificios ruinosos junto a casas recién arregladas, limpias y alicatadas. Unos sujetando a los otros, como buenos samaritanos.


En sus buenos tiempos -los tiempos de mis padres y de la infancia de mi prima-, Ablaña era un lugar populoso y lleno de vida. Hay un libro que cuenta muy bien esos tiempos. Se titula Cuando el mundo era Ablaña. Su autor, José Fernández Sánchez, fue uno de aquellos niños de la guerra que embarcaron para Rusia. Nosotros conservamos ese libro en un lugar especial de nuestra pequeña biblioteca. Casi todo lo que se cuenta allí ya lo habíamos escuchado antes, de boca de papá y de mamá. Nos pasamos la infancia, mi hermano y yo, escuchando relatos de Ablaña y de las gentes de Ablaña. Y yendo allí todos los domingos y fiestas de guardar. 

Ahora todo eso ya pasó. Hoy Ablaña es un pueblo pequeño, medio arruinado y prácticamente vacío. De la docena de personas con las que nos cruzamos en nuestro paseo, la mitad eran familiares que estaban de visita en la residencia de ancianos en que han convertido el viejo cine. 

En la Estación del Norte se encontró mi padre con uno de los últimos resistentes, un conocido de aquellos años felices, V. Jubilado de la Renfe, vive en una casa de la estación. Se nos quejó de que la empresa no se la ha querido vender y que, a lo mejor, un día le obligan a marcharse.

Luego nos encontramos con Nini, una prima de mi madre. Nini vive en Barcelona, pero acostumbra a pasar largas temporadas en Ablaña, en la casa que conserva y que tiene decorada con mucho gusto. Nini debe de contar ya más de ochenta primaveras, pero es una mujer muy moderna. Con un punto muy divertido de extravagancia. Charlamos un rato con ella.



Mi padre iba señalándonos algunas cosas: la nave donde estaba la biblioteca de Minas Llamas, que hoy es una cochera; el lugar donde se desbordaba el río Nicolasa, y el puente que tuvieron que reconstruir más de una y de dos veces; la caseta que levantaron, unos amigos y él, en una sola noche, y que todavía se mantiene en pie, al lado del campo de fútbol; las calles del barrio Pachón... Llegamos a Ablaña de Abajo, donde la capilla. Recordaron entonces al Negus, un cura que había sido capellán de la Legión, al que llamaban así por lo oscuro de su piel. Era hombre, al parecer, de carácter taciturno, aficionado a curar con vino tinto su melancolía. Un día que esa negra tristeza le había atacado con especial furia, llegó a la misa de la tarde un poco tambaleante, y cuando vio que en la capilla, como todas las tardes, no había más que gente mayor, gritó: "¡Trastos viejos al rincón! Dejad que los niños se acerquen a mí". Esa tarde, mi abuela C. llegó indignadísima a casa. A mi abuela C. yo la recuerdo como la mujer más dulce del mundo, pero parece ser que era mujer de mucho carácter. Por ejemplo, mi prima nos recuerda que, a la muerte del abuelo J., el marmolista se equivocó con la lápida, seguramente con el apellido Guisasola. Cuentan que mi abuela se fue para él como una furia y que lo convenció para que corrigiese el desaguisado cogiéndole por las solapas, ella, que era tan pequeña... Nos dejaron la llave en una casa de al lado y entramos en la capilla. Estaba muy arreglada y olía a esa mezcla de humedad e incienso que es el perfume de esa clase de lugares. En un esquina, un confesionario portátil. Para llevar a las romerías, supusimos...

Luego ya fuimos a la cantina de la estación, a comer. Es un lugar engañoso. Visto desde fuera, uno no diría que se pueda comer de un modo como el que se hace, tan rico, abundante y barato. De ese modo de ningún otro, pero es así. Recomendabilísimo.

Después, en la sobremesa, se contaron muchas cosas. Mi prima, por ejemplo, nos contó algunas historias de mi madre que escuchábamos por primera vez. Por ejemplo, un pleito laboral que tuvo. Se ve que denunció a la empresa porque no quería pagarle unos atrasos. Eso, en aquellos tiempos, no se solía hacer. Pero ella no se amedrentó - mi madre ha tenido siempre un claro sentido de la justicia- y consiguió que se los restituyesen. Como mi tío la ayudó, ella le regaló unos zapatos. También cómo, siendo más joven, fue a Oviedo con su padre, a comprar la enciclopedia del curso que estaba a punto de comenzar. Era septiembre y San Mateo, y los andenes estaban a rebosar. De manera que cuando estaban esperando al tren para volver a casa, alguien empujó a mi madre y la enciclopedia se cayó a las vías. Mi abuelo no se lo pensó. Se arrojó a ellas para recuperarla, entre los gritos de mi madre, que pensaba que si el tren llegaba se iba a quedar huérfana de padre-mi madre ha tenido siempre un agudo sentido del desastre inminente-. (Al escuchar esta historia, se le escaparon a mi madre unas lagrimillas). Y finalmente, y la más sorprendente, cómo mi madre fue capaz de pararle los pies a un acosador en tiempos en los que esa palabra ni existía. Se quejó a la dirección -mi madre trabajaba de secretaria en la Fábrica- y como la intentaran disuadir de continuar con su denuncia, ella les contestó que si la cosa no paraba, ella denunciaría: "Yo no me meto con él, por lo tanto que no se meta él conmigo", parece ser que dijo mi madre. Y ahí se acabó todo.

Ya en los postres, y a petición de mi prima, mi padre, que es la memoria de la familia, contó cosas de la luna de miel. Mi madre se maravilla de que se acuerde de cosas que ella ha olvidado por completo, y recela que algunas de ellas se las inventa. A veces discuten por esta razón.

Salieron desde Oviedo, en el expreso, porque este no paraba en Ablaña. Al pasar por el pueblo estaba la familia y los amigos esperando en los andenes para despedirles. Unos en el anden de la izquierda y otros en el de la derecha. Fueron hasta León. Luego a Madrid, y desde allí a Toledo y a El Escorial. Y ya de vuelta, por Bilbao y Santander, con una última parada en Pimiango, donde mi padre tenía tíos y primos en abundancia. En Madrid mi padre llevó a mi madre al fútbol. Fue un Real Madrid- Sevilla. Ganó el Madrid, mi padre no recuerda el resultado exacto. Mi madre, ni siquiera que haya ido alguna vez a un partido de fútbol. Pero sí  se acuerda mi padre de que jugaban Domínguez, Kopa, Muñoz, Gento, Di Stéfano... 

Cuando llegaron de vuelta a Ablaña -después de un mes de viaje-, todavía conservaban en la cartera quinientas pesetas. Era 1957. Decidimos, mi prima y nosotros, que mis padres eran, entonces, ricos. Asi que, en recuerdos de aquellos lejanos tiempos, dejamos que nos invitasen a la comida.




lunes, 7 de diciembre de 2015

Memento mori

-Yo, - dice mi suegra mientras nos tomamos el postre y está pelando ella una naranja -cuando me muera, no quiero tener cara de muerta. Que a los muertos se les pone una cara que es un dolor. Y quiero que parezca que me estoy riendo. Y la cabeza alta. Pero sobre todo que no me dejen tan blanca como se ponen los muertos... Eso sí, que tengan cuidado con el colorete, que tampoco quiero parecer una santa borracha...

-Espera, que cojo la libreta y tomo nota...

viernes, 4 de diciembre de 2015

Mieres (Vuelta)

A la vuelta de Palacio, nos quedamos diez o doce días en casa de mis padres. Para suavizar el exilio. Si tuviésemos que volver a casa, a las labores cotidianas, inmediatamente, creo yo que nos moriríamos de tristeza. En Mieres todavía llevamos una vida muelle y despreocupada. Nos levantamos tarde, damos un paseo, tomamos un café en El Carolina, vamos a Oviedo o a Gijón, a ver a los sobrinos y a los amigos, a pasear, a sentarnos en las terrazas, a no hacer nada. Un exilio dorado.

Las notas que tengo en mi libreta de esos días son anodinas y felices.

G. se ha puesto de morros porque esperaba que yo le comprase una escopeta de balines. Le dije que no, que no quería ser el responsable de que su hermano se quedase tuerto. Que prefería comprarle la pluma aquella de los novecientos euros. Aunque tampoco se la iba a comprar, que no se hiciese ilusiones.


Tomo una cerveza con mi padre en el Elma. Sin alcohol. Mi padre siempre ha bebido vino. Vino tinto. Un vino tinto peleón que le traían a casa de una bodega de la calle Aller, Bodega Funcia. No debía de ser un vino tan malo, porque ahí sigue mi padre. Con algunos achaques, es cierto, pero bastante entero. Ahora, sin embargo, esas dolencias le han hecho pasarse a esta otra bebida, que considera insustancial, pero que siempre será mejor que el agua. El Elma lo regenta una mujer muy castiza, que trata a estos hombres tan mayores con una sabia mezcla de picardía y ternura. Habiendo como hay tantos bares en el barrio, mi padre no quiere ir más que a este.


Al llegar esta tarde a Oviedo, nada más apearnos del coche, se desató una tormenta regular. Nos refugiamos en casa de C. y de H. Cuando al fin amainó, nos fuimos a dar un paseo. Una rara luz envolvía la ciudad.


Nos encontramos con F. F. es poeta y se gana la vida dando talleres de literatura por las bibliotecas municipales. Va a sacar un libro. Un diario de la temporada en la que el Oviedo descendió a Tercera División y estuvo en un tris de desaparecer. Porque además de poeta F. es un socio muy veterano del equipo de su ciudad. A pesar de nuestro sportinguismo, le prometemos leerlo.


Sábado 15 de agosto. A pesar de ser día de fiesta, el supermercado está abierto. Bajo a comprar algo de pescado para comer. La pescadera está que trina: "Si hubiésemos cerrado no se había muerto de hambre nadie". Le pido cuatro rodajas de bonito sin atreverme a mirarla a la cara.


Domingo 16 de agosto. La ciudad vacía. Hasta los bares permanecen cerrados. Comida en Cenera. Mi madre se encuentra, en la mesa de al lado, con Maxi, su antigua modista. Recuerdo que la acompañábamos de chicos a probarse los vestidos. Vivía en un sexto piso sin ascensor y era una mujer muy dulce. 


Tarde en Oviedo. Pasamos al lado de la calle San Roque. Apenas hace dos días que me enteré de que en esa calle fue donde nació mi abuelo José.


Visita a la compañía de seguros. Por una poliza de decesos. La mujer que nos atendió me pareció excesivamente simpática... Hablaba de la posibilidad de accidentes y muertes trágicas y repentinas con una despreocupación criminal. Por darle la razón, estuve a punto de estrangularla.


Tarde en Gijón, a ver a mis tíos, que llevan un mes en una residencia. Un lugar curioso. Mitad merendero, mitad club social, fue, en su día, una escuela privada de las señoritas bien de la ciudad. Mi tío, en cambio, lo ve más como una cárcel. A la entrada ondeaban tres banderas: la municipal, la regional y la nacional. Pero la palma en cuestión de símbolos se la llevaba el Sporting: el escudo pintado en un muro, banderines colgados aquí y allá, pósters, carteles y varias bufandas enrrolladas en las columnas de la sala de visitas. Le pregunté a mi prima A. cómo llevaba eso mi tío, aficiondo fiel del Oviedo. Tanto que, según mi madre, vez hubo que volvió a casa llorando tras un partido perdido en el viejo Tartiere. "Se ha quejado de todo menos de eso", me contestó. 

Detrás de nosotros, un hombre coloca unos documentos en el regazo de una ancina muy consumida y le alcanza un bolígrafo: "Firma aquí", le ordena. Ganas nos dieron de gritarle a aquella mujer que no, que no lo hiciese. ¿Qué novela, familiar y complicada, habrá tras esa escena?

Porque yo le pregunto, mi prima A. me explica por extenso los avatares de las diferentes facciones políticas de izquierdas de la provincia, a las que conoce bien: sus fusiones, sus roces, sus rupturas... Me costó un poco seguir el hilo del relato, no porque mi prima no se explique bien, todo lo contrario, que lo hace como un libro abierto, sino por la complejidad y variedad del asunto. Me sonó como una antigua saga nórdica o como "Juego de Tronos".

De vuelta a casa, ya en el coche, al detenernos ante un semáforo, se acordó mi padre de Benina, una vecina de nuestra vieja calle de Mieres, antigua vendedora de pescado trashumante por los pueblos. Según mi padre, en aquellos tiempos Benina tenía un burro que reconocía y entendía los semáforos, de manera que no había que gritarle para que se parase cuando estaba en rojo, ni aguijonearlo cuando cambiaba al verde. Al coche, en cambio, tuve que pisarle el acelerador para que arrancase.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El periódico de los sábados

Los sábados, nada más levantarme, a veces incluso antes de desayunar, leo los periódicos. Bueno, en realidad leo solo dos o tres cosas de los periódicos: antes que nada, el artículo de Enric González en El Mundo, y, un poco por encima, el Babelia de El País. Los artículos de González porque nos obligan a pensar mejor, nos parece que podrían hacernos más sabios, y porque nos llenan de admiración...

En Babelia, por su parte, alimentamos nuestro vicio por los libros.

El sábado pasado nos encontramos varias cosas de interés. Por ejemplo, en la entrevista que le hacían a Manuel Rivas, a propósito de su nueva novela:

Traspasar lo inaccesible es lo propio de la literatura.

La literatura es resistencia, una intervención contra la realidad.

Lo inútil podía influir en lo útil, cambiar la vida.

Otro detector de la literatura es que es una creación que no quiere dominar.

Escribir es estar en una posición de fragilidad.

Toda escritura es poética porque el lenguaje se pone o no se pone en vilo. Hay palabras que alcanzan esta condición. La lengua se pone en otro tiempo, que no es pasado ni futuro, sino otro tiempo.

Y este aforismo, que nos ha gustado mucho y que es casi seguro que utilizaré cualqueir día como cita en nuestro Lejos de El Molinón:

Un tris vale mucho. 

Aunque lo mejor, que bien podría servir como el título de un libro, fue esto:

Los libros también son gente.

A nosotros los de Manuel Rivas nos suelen gustar mucho. Guardamos un recuerdo tan bueno de En salvaje compañía que nos da miedo reelerlo. Tan solo después de acabar Los libros arden mal nos entraron ciertas reservas. Los buenos eran tan buenos, los malos tan villanos... Curiosamente, le preguntan sobre esto en esa entrevista. Él lo niega. Yo creo, en cambio, que es verdad, pero ya no me parece algo tan reprochable. Hay en los relatos de Rivas una postura moral tan nítida como la que encontramos en ciertas películas clásicas, en ciertos wester maravillosos... Esa debe ser la clave de lectura de sus libros. Leídos así, funcionan estupendamente. Aunque tengan hondas raíces históricas; aunque se construyan con los mimbres de la realidad, hay en todos sus relatos una evidente intención alegórica. Sus libros son fábulas que tratan de la eterna lucha entre el bien y el mal.

Y luego, en el Sillón de Orejas de Manuel Rodríguez Rivero, una afirmación y una recomendación:

Al contrario que la vida, la ficción debe resultar siempre convincente.

Y la recomendación, que huele fenomenal, un cómic: 

¿Podemos hablar de algo más agradable?, de  Roz Chast,  en Reservoir Books.

(También recomienda Otoño, cómo no).

A nosotros, empezar un sábado de esta manera, nos alegra el día.