miércoles, 25 de mayo de 2016

Time lapse

El tiempo pasa muy deprisa. Sobre todo si lo grabas con una tableta y lo haces aceleradamente. Se reuniron el sábado, en torno a J., el primo de A., gentes que se conocieron hace ya cuarenta años. Se juntaron alrededor de unas cuantas canciones que tienen, más o menos, el mismo tiempo. Lo hicieron, además, sobre un escenario, en San Lorenzo.

Yo estaba encargado de grabarlo todo.

Lo invitaron, al primo de A., a dar un concierto con el que recaudar fondos para el arreglo de ese lugar que una fundación, la de la Huerta de San Lorenzo, va rescatando poco a poco y que se ha convertido ya en un magnífico foco de cultura. Conciertos, conferencias, visitas arqueológicas y, una vez a la semana, un pequeño mercado con los hortelanos del barrio, todo para que no se caiga un edificio que el obispado había abandonado a su suerte y que amenazaba con venirse abajo y rodar, piedra a piedra, hasta el río Guadalquivir.

Al parecer llevan un tiempo organizando conciertos de esta clase, acústicos, recogidos, con cantantes más o menos aficionados, más o menos relacionados con la ciudad y el barrio. Al primo de A. le descubrieron su vena artística -caudalosa vena- hace poco más de un año, cuando participó en el concurso de versiones de Sabina. Actuó, en aquella ocasión, con notable gallardía y gran éxito de público. De manera que lo invitaron, nos avisó y allá nos fuimos.



Como A. también iba a subirse al escenario, a acompañar en algunas canciones, me dejó encomendada la tarea de grabar lo que pudiese. Hace apenas un año, cuando aquello de Sabina, también me encargó lo mismo. Cumplí entonces mi misión con eficacia, pero al día siguiente, tratando de reproducir lo grabado, no sé cómo, se borró todo.

Como A. no es rencorosa, olvidó pronto el agravio y volvió a confiar en mí. Yo hubiese preferido no hacerlo, pero no estaba en condiciones, tras el tropiezo aquel, de negarme. Así que me mentalicé para que todo saliese, esta vez, del mejor modo posible. Llegué con la batería cargada al 100%, me acomodé lo más cerca que pude del escenario, en la segunda fila, y esperé el comienzo del recital con la tableta en mi regazo. La miraba ensimismado: "Esta vez no me puedes fallar, bonica", le murmuré con dulzura mientras la acariciaba amorosamente. 

Uno hubiese preferido haber visto el concierto y escuchar las canciones sin ese compromiso, sin ese intermediario enfadoso de la pantalla. Es un mal de nuestro tiempo este de querer atesorar los recuerdos en la tripas de unos aparatos electrónicos y sin alma. Deberíamos confiar más en nuestra memoria. Salvo desastres prematuros, es muy probable que dure más que esos trastos. Posee además la ventaja de suavizar las aristas de la realidad y acomodar lo sucedido a nuestro antojo, eliminando detalles poco airosos e inventando matices que hacen los recuerdos más dulces. En nuestra memoria, los buenos momentos se hermosean y los malos o se olvidan o no lo parecen tanto. La memoria acostumbra a mentir, y hace bien. Por el contrario, una grabación resulta de una fidelidad impertinente e innecesaria. En fin, que si estás ocupado en grabar la vida, o, como en este caso, un concierto, ni lo ves ni lo disfrutas en condiciones.

Las condiciones, además, fueron difíciles. Estábamos todos bastante encogidos -como Bruce Springsteen, el primo J. vendió todas las entradas-, y apenas había espacio para moverse; delante de mí, en la primera fila, tenía a una mujer de impecable permanente que de vez en cuando se acomodaba el culo y me ocultaba lo que ocurría en el escenario; y a mi derecha se sentaba C., la hija mayor del cantante, que coreó todas las canciones con enorme entusiasmo, las que se sabía y las que no, eso le daba lo mismo. Si la grabación hubiese salido bien, probablemente se le habría escuchado solo a ella. Yo, de vez en cuando cerraba la tableta y contemplaba todo con mis propios ojos, sin molestos intermediarios.

El concierto fue precioso. Estuvimos casi dos horas en la vieja sacristía de San Lorenzo, un poco como los primeros cristianos en las catacumbas. Aunque fue, naturalmente, un concierto laico, el lugar, la historia de esas piedras, y el hecho de que encontrásemos en cada silla unas hojas con las letras de las canciones, todo eso juntamente le dio cierto aire de misa antigua, de aquellas misas con guitarras y canciones esperanzadas y libres.



El cantor estuvo, a mi entender, espléndido. Didáctico y pedagógico, con su voz profunda, fue introduciendo cada canción como quien se da un paseo por la historia reciente de este país y por su propia biografía. Canció a canción, paso a paso, con una emocionante analepsis final. Bueno, en realidad todo el concierto fue un enorme, gozoso salto atrás. Paco Ibáñez, Hilario Camacho, Pablo Guerrero, Javier Krahe, Joaquín Sabina, Brassens, Carlos Cano... Los cuatro luceros, Teo, Palabras para Julia, Nos ocupamos del mar, Cuando tengamos las manos lentas... Para terminar con Vientos del pueblo, Andaluces de Jaén, el Canto a la libertad de Labordeta... Cantado todo ello con voz limpia, clara y sentida.



Al cantante lo presentó Cl., con un texto muy divertido. Volvió a subir luego al escenario para presentar a los miembros de Nuestras Manos, el grupo de J., primo de J. y el hermano de A., que acompañaron al cantante, con la ayuda de algunos refuerzos, en los temas finales. Entre esos apoyos estaban A. y su hermana L., que ya tarareaban esas canciones cuando uno andaba con las de los payasos de la tele. Como escudero y animador, ofició, con encanto y buen humor, D., que se encargó de dirigir al público para que coreásemos los estribillos.

Cuarenta años los contemplaban, y yo grabándolos, sin saberlo, en modo Time laps, esto es, a cámara rápida y sin sonido. Pero entonces todavía no me había dado cuenta. 

Fue verdaderamente emocionante. Yo pienso que estas cosas solo se pueden conseguir gracias a la música. Si no hay una guitarra por medio, es muy difiícil que una cosa así, reunir a tanta gente tanto tiempo después, pueda lograrse.

Acabó el concierto entre grandes aplausos y abrazos y nos fuimos a cenar.


Cuando al fin salimos, nos acercamos hasta la plaza de El Salvador y de ahí hasta los miradores. La calle que lleva desde esta plaza prodigiosa a esos balcones sobre el valle es uno de los lugares más hermosos del mundo. Árboles, casas bajas, la sombra de la torre de El Salvador y al final, el valle inmenso y abierto, iluminado todo esa noche por la luz melosa y teatral de la luna llena. Un paisaje como ese solo lo puede igualar una atalaya frente al mar. 

Allí volvieron a cantar los primos y amigos, ya sin guitarra ni más público que otra media docena de parientes y amigos. De nuevo viejas canciones. Cantado, y con esa vieja dama iluminándolo con suavidad,el mundo parece sin duda mejor, y todos nos podemos hacer la ilusión de ser más jóvenes y mejores.

Cuando subimos para casa ya eran más de las dos de la mañana. Por la Trinidad, excesivamente iluminada por unas farolas agrias e indiscretas, bajaban coches de los que salían unas músicas estridentes y pegajosas. Pero ni así perdimos las notas que aún seguían vibrando en nosotros, toda la poesía de esa noche de sábado. Solo se tambaleó un poco, esa sensación, al final, cuando C., la hija mayor del cantante, comenzó a contarnos que ella, como su padre, es mujer de grandes tripitrones. La despedimos a la puerta de su prima L., donde iba a pasar la noche, hablando todavía de esas músicas de viento, tan distintas de las que habíamos escuchado unas horas antes.

Al día siguiente, cuando quise enseñarle a F. lo que había grabado -más o menos la mitad del concierto- descubrí que lo había hecho como si fuese una película del cine mudo: con las imágenes aceleradas y sin sonido. Luego nos enteramos de que tampoco había grabado nada P., el herrmano de J., porque se le agotó la batería... Yo miraba una y otra vez las imágenes aceleradas de mi tableta y pensaba: "¡Qué rápido pasa todo!"


Todas las fotos de esta entrada están tomadas del facebook de algunosde los participantes.


          Siempre hay alguien que sabe manejar un vídeo
       


            

miércoles, 18 de mayo de 2016

Una tarde ociosa

Hace apenas unos días, nos pidió N., por el whatsapp, que le pasásemos algunas citas literarias, para un trabajo de diseño que estaba haciendo. Le mandamos algunas que recordábamos y buscamos una vieja libretilla de tapas de hule donde solemos apuntar las que nos van saliendo al paso.

Por doquiera que el hombre vaya, lleva consigo su novela (Galdós)

El sentido último de la poesía es enamorarse del mundo a pesar de la Historia (Derk Walcott)

Un buen libro es el mejor de los amigos, lo mismo hoy que siempre (Rubén Darío)

La poesía no quiere adeptos, quiere amantes (Lorca)

Escribir constituye el placer más profundo, que te lean es solo un placer superficial (Virgina Woolf)

El poeta es como un charlatán compulsivo en un entierro. La gente le da codazos y le ordena callar, él se disculpa, reconoce que sí, que no es el sitio adecuado, etcétera, pero es incapaz de cerrar el pico (Charles Simic)

La literatura dice siempre incluso lo que no dice y más de lo que dice (José Jiménez Lozano)

Etc., etc. Pero la que más nos gustó, y que ya teníamos olvidada en la libretilla, es esta de Chéjov:

Escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.

Entonces me acordé de una pequeña biografía del autor ruso que escribió Natalia Ginzburg, y de esta pasé a Pavese, que fue buen amigo suyo, y a aquel verso tan tremendo -Vendrá la muerte y tendrá tus ojos-, que leí en una hoja en la que lo había copiado mi hermano, y de ahí me fui a los poemas que este escribía cuando jovencillo, bien rimados y bajo el influjo de Sabina, al que escuchaba con veneración por entonces, y busqué en las estanterías el libro de sonetos del cantautor ubedí -en casa, todo lo que viene de ese pueblo lo tenemos en una hornacina, desde los ochíos hasta Muñoz Molina-, y no lo hallé -¿por dónde andará?-, y abrí el spotify, porque me acababa de enterar, un par de días antes, de que les había puesto música Pedro Guerra, y escuché algunos, y me gustó mucho el que se titula Que no llevan a Roma, que es una sucesión de nombres de lugares, ciudades o pueblos, reales o imaginarios, como le gustaba hacer a Unamuno. Me puse a hacer la cuenta, escuchándola otra vez, de en cuáles de aquellos sitios habíamos estado nosotros, cuáles conocíamos y cuáles no... Y así pasé una tarde ociosa de lluvia en los cristales, tan feliz y memorioso...











lunes, 16 de mayo de 2016

Alegrías sabatinas

El sábado pasado  madrugamos porque tenía P. viaje a Águilas, a jugar un partido de liga. Como es el portero, lleva siempre dos bolsones enormes, que guardamos en el trastero, y cada vez que entrena o juega, hay que subir hasta allí, encima del séptimo piso, y bajar con ellos hasta el garaje... Yo trato de convencerlo, cada vez, de que cambie de deporte, no sé, que se apunte, por ejemplo, a ajedrez, que siempre será más cómodo que andar arrastrando semejantes baúles y donde no es necesario protegerse con un casco. Lo llevé hasta el autobús, me despedí deseándoles suerte a él y a sus compañeros, y cuando estaba de nuevo en casa todavía eran las nueve de la mañana.


De manera que a las once ya teníamos cumplidas A. y yo un montón de tareas domésticas y, en consecuencia, decidimos salir a airearnos.

Subiendo por Padre Romano, torcimos por el callejón de las Monjas, camino del Ateneo, donde al parecer estaban celebrando, muy tempranamente, lo del 15-M. Nos había dejado encargado P. que pasásemos por allí, a comprarle unas camisetas reivindicativas, o unos pin, lo que encontrásemos. Pero al pasar delante de  la Asunción, nos tropezamos con una exposición maravillosa, del fotógrafo Castro Prieto. Ese de la Asunción es un edifico pequeño y desapercibido, escondido en esa callejuela, con un claustro lleno de luz, recogido y silencioso, donde tiene su sede el Instituto de Estudios Albacetenses y donde acostumbran a montar unas exposiciones interesantísimas, de las que solemos enterarnos cuando las han desmontado. Es un lugar, además, que nos trae bonísimos recuerdos. Memoria alegre de una tarde de juventud, cuando lo tomamos unos cuantos amigos, provistos de clavos, martillos y cordeles, para montar en un par de horas una de las primeras exposiciones de S., que dos horas antes de la inauguración todavía no había colgado ni uno solo de los cuadros. Mientras él se iba a comprar un par de calderos, vasos de plástico y unas cuantas botellas de vino y cola para agasajar con calimocho a los asistentes, nosotros nos organizamos para colgar su obra sin que uno solo de los cuadros quedase torcido ni lastimado. Cuando llegaron las autoridades, se encontraba todo en perfecto estado de revista, el artista arreglado pero informal, con su eterna sonrisa, y los amigos igualmente felices y satisfechos. Fue un éxito. Los cuadros gustaron mucho y el calimocho, sacado con una garcilla de los cubos de fregar, también.

 www.eldiariodesevilla.es


www.arteinformado.com

La exposición de Castro Prieto nos impresionó. Qué belleza de fotos. Estaba hecha con las que se trajo de sus viajes a Etiopía. Había de todo: retratos, paisajes, edificios, calles, cuartos, atardeceres, fiestas, ritos de paso, sueños... Algunas eran de grandes dimensiones, otras muy pequeñas, como las que sacamos todos en algún viaje familiar. Algunas en blanco y negro y otras a color. En varias salía él mismo, rodeado de gente, como un misionero alegre.


www.castroprieto.com

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www.castroprieto.com


www.castroprieto.com


www.xatacafoto.com


www.elespanol.com

Salimos tan maravillados y contentos, que nos fuimos a la librería... Y allí, también inesperadamente, nos encontramos con una novela de Natalia Ginzburg que no sabíamos ni que se hubiese editado aquí ni siquiera que la hubiesen traducido... Se trata de la segunda que publicó, de apenas cien páginas, un relato seco, poético y conmovedor en el que ya se escucha esa voz suya tan personal, impasible y humanísima al mismo tiempo.

www.acantilado.es


www.ahorasemanal.es


Con el libro en la mano, salimos a la calle y nos metimos en un bar nuevo, a tomar un par de vinos. Era un vino, nos pareció a nosotros, también muy humano, como las fotos de Castro Prieto y las historias de Ginzburg. Natural de El Bierzo. Cuando terminamos nuestra charla con él, volvimos a casa, cogidos del brazo A. y yo. Llovía con fuerza, con una alegría también muy humana. Exactamente como la que llevábamos con nosotros.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Venecia 2015 II

En la entrada anterior decía que no escribí nada aquellos días. Bueno, eso no es exactamente así. Una tarde entré en una papelería del barrio donde nos alojamos y compré un pequeña libreta. Una libreta muy vulgar, como la que podría haber comprado en cualquier parte. Y anoté en ella dos o tres cosas. Estas:


Venecia vacía a las ocho de la mañana. Un veneciano barre la puerta de su negocio, una pequeña galería de arte y papelería al mismo tiempo. Es una clase de comercio esta que se repite una docena de veces en cada calle. Uno se quedaría a vivir en esta ciudad y a esta hora, toda la vida. 
 



Las puertas de los palacios venecianos. Cerradas y mohosas. ¡Cuántos fantasmas deben de esconderse tras ellas! ¡Cuántas novelas de Henry James!



Los venecianos son fáciles de reconocer. Son elegantes, se saludan con cortesía y caminan como si los turistas no existiésemos. Además, como decía Byron, no hablan italiano sino un "latín bastardo y dulce".




No hemos visto en ningún lugar unas palomas tan lucidas como las que viven en esta ciudad. De ellas dice Gaya que, como las góndolas, no se tropiezan nunca. Y de las que viven en la Piazza, que lo que hacen allí "es dibujar la plaza, darle su amplitud, su espacio, y ponerle techo, y cielo, o sea, hacer patente su tamaño, su ámbito; no rellenar, sino subrayar un vacío".


Por el Puente de la Accademia se llega a San Stefano, donde el "cagalibros" -así le llaman los venecianos a la figura de Nicolò Tomasso, literato y patriota, representado con el culo apoyado en un montón de libros-, y de allí, por callejuelas y puentes, a cualquier otro lugar de esta ciudad de agua. Y en todas partes el milagro de una belleza que a veces no se puede ni creer.




Venecia ha sufrido, a lo largo de su larga historia, tres invasiones: Napoleón, los austriacos y la coalición internacional de los turistas. Y no se pude decir aún cuál habrá sido la más dañina.


Nos gusta quedarnos mirando a los recogedores de la basura, en sus barcazas enormes, o a los gondoleros que reparan o engalanan su embarcación en un canal apartado, o a los bomberos, que salen de su parque sobre la aguas -un palacio junto al Gran Canal- a dar una vuelta en sus botes rojos... La vida corriente en una ciudad extraordinaria.



Del Palacio Barbaro, donde está el conservatorio de músia, salen unas notas que se confunden con la música del agua del Gran Canal...




Decía Ramón Gaya que las campanas sonaban en Venecia de un modo especial, sobre todo por las tardes, con el frío...  Las que nosotros oímos a esas horas, también con algo de fresco, nos parecen burbujas que saliesen flotando, no de los campanarios, sino del agua verdosa de los canales. Y se quedan largo rato en mitad del aire.




En Venecia, a pesar de la invasión turística, se puede estar solo en muchas partes: en muchas calles, en algunas plazas, en ciertas fondamentas, en mitad de algunos puentes. En la Piazza y Rialto, no. Esos dos lugares son, a todas horas, como plaza mayor en día de fiesta. De todos modos, no es desaconsejable pasar por allí, para salir corriendo inmediatamente y disfrutar de todo lo demás, que es inagotable.





Muy cerca de Rialto -"Para los europeos de la Edad Media, Rialto era una entidad formidable, como el Banco Mundial o Wall Street hoy día (...). En los muros de la galería de Rialto, un enorme mapa pintado ilustraba las grandes rutas del comercio veneciano (...). Los mercaderes se reunían ante el mapa a observar los avances de su fortuna como oficiales del ejército planeando estrategias en una sala de operaciones"-, en un rincón, está San Giacomo y su reloj enorme y parado. Y frente a ella, un jorobado de piedra que lleva allí, sujetando unos pequeños escalones, desde hace siglos. A pesar de estar tan cerca del río humano que desemboca en ese puente desde todas las esquinas del mundo, allí no hay tanta gente, y en los bares se ven vecinos del barrio tomando spritz, ajenos a todos nosotros. Las calles que nacen de ese rincón son pueblerinas, comerciales, llenas de vida. Como la calle mayor de un pueblo manchego. Caminando, caminando, sin rumbo ni fin, plazas, calles estrechas, puentes oscuros, palacios ennegrecidos y gloriosos...







Lo mejor, en Venecia, es pasear sin rumbo, a la buena de dios y con la guía olvidada en el bolsillo. Fue así como encontramos el Arco del Paraíso y como nos tropezamos con una librería como no hemos visto nunca otra. Se llama "Acqua Alta" y es un local profundo, lleno de cuartos atestados de libros colocados, unos encima de otros, sin  orden ni concierto, a la diabla. El local termina, al fondo, en un pequeño patizuelo y en unas estrechísimas terrazas que se asoman a uno de esos canales silenciosos y solitarios, de aguas verdes, por donde solo de tarde en tarde pasa una góndola con unos japoneses dentro. A la entrada, como monarcas antiguos, te reciben un gato y su dueño, enormes y somnolientos los dos.





Luego, también sin planear, "flaneando", el campo dei Frari (dentro, junto a los restos de los dux, los grandes militares y otras personalidades de la Serenísima, Tiziano -sus pinturas y su tumba-, Donatello, Bellini...), San Rocco (dentro, los restos del santo y unas pinturas de Tintoretto que algunos comparan con la Capilla Sixtina), San Pantalon, el campiello  de Ca´Angar -donde una de las esculturas más fascinantes del ciudad: el medallón de un emperador bizantino-, la calle Larga Foccari, donde la Universidad, llena de librerías, y Ca Rezzonio, el palacio donde murió el poeta Browning... Así, como este, en Venecia se pueden dar cientos de paseos, todos con sus grandes iglesias, sus grandes pintores, sus poetas y sus "pietre", esas esculturas anónimas y desatendidas incrustadas en muros y paredes.







Por la calle d´Avogaria desembocamos en otra Vencia -una más, hay cientos-. De vecinos atareados, de estudiantes con prisa, de gentes calladas, de monjas sigilosas y negocios de barrio. Casas bajas, canales estrechos y silenciosos, sin góndolas ni lanchas, cruzados por pequeños puentes de ladrillo. Así llegamos a San Sebastiano y, torciendo a la izquierda, a la Fondamenta San Basilio y luego a la Fondamenta Zattere, frente al edificio soberbio y extravagante, en la Giudecca, del Molino Stucky.
  




Camino de casa -qué hermoso fantasear con tener una casa en Venecia-, pasamos por la Fondamenta Nani, que es el lugar donde se reparan las góndolas averiadas. Allí se arreglan los ferros torcidos -otro misterio veneciano: nadie sabe qué representan, ni para qué sirven, ni cuál es su origen-, las fórcolas caídas, los desconchones y descalabraduras. Al pasar por el Campo de San Agnese, vemos luz en casa del cónsul suizo. Enfrente, como si se tratase de una humilde feria de pueblo, comienzan a encenderse las luces de Giudecca. Cónsul suizo en Venecia, ¡quién lo fuese! Anochece y mañana nos vamos.

lunes, 9 de mayo de 2016

Venecia 2015

El año pasado regateamos las procesiones y a los ominosos penitentes yéndonos a Venecia. Estos días nos hemos acordado mucho de ese viaje. En realidad lo recordamos muy a menudo. Fueron unos pocos días pero resultaron inolvidables. No escribí nada porque, qué va a decir uno que no haya dicho ya alguien, y mucho mejor, antes. Lo que sí hicimos fue sacar algunas fotos. Así que hemos pensado hacer con ellas un pequeño álbum aquí, con citas de unos y otros sobre esa ciudad fantástica.


Venecia es líquida, transparente, di vetro... (Ramón Gaya)



Venecia es un laberinto de callejuelas, patios recónditos, puentes, arcos, pasos tortuosos, callejones sin salida, muelles, oscuras callejas voladizas y repentinas plazas inundadas de sol (...). Las callejuelas de Venecia, de las que dicen que hay más de tres mil... (Jean Morris)
(Esta fue la nuestra, esos días)


Venecia es toda ella tornasol. Lo veneciano va y viene, oscila, es un juego de estar y no estar, aunque... siendo siempre (...); el aparecer y desaparecer de las nubes(...); el reflejo del agua, el mar... (Ramón Gaya)



Arco del Paraíso. El lugar de más hermoso nombre: una estrecha calle, un arco gótico, los escalones de un pequeño puente. A la izquierda, donde ahora se encuentra el restaurante Ai Barbacani, estuvo una vez la Osteria al Paradiso... (J. L. García Martín)



... el espíritu abollado de Venecia, con sus majestuosos monumentos y su alma meditabunda... (Jean Morris)



Pablo in the brigde
 La melancolía es un elemento preponderante en el ambiente veneciano (Jean Morris)





En este lugar puede derramarse una lágrima en distintas ocasiones (Joseph Brodsky)




La herrumbre es suntuosa en Venecia, la pátina se parece a un baño de oro (Predrag Matvejevic)



Es una ciudad sentidamente melancólica y sus habitantes siempre menean la cabeza imbuidos de piedad por cualquier nueva prueba patética de las tristezas del mundo (Jean Morris)



En el campanario (el Campanille de San Marcos), Galileo demostró al dux su último invento, el telescopio, y desde la plataforma que hay debajo, Goethe vio el mar por primera vez. Desde el siglo XVII, el dorado ángel giratorio de la cúspide fue el señor de las veletas en Venecia (Jean Morris)



Los venecianos todavía cuentan, señalando las lámparas que arden ante la Madonna de la fachada de la Basílica que da a la Piazzeta, la historia del niño panadero que fue ejecutado injustamente por un asesinato, y dicen (porque así lo han creído durante siglos) que las luces tiemblan de remordimiento día y noche en memoria del inocente (Jean Morris)



En esta ciudad, los leones son ubicuos (Joseph Brodsky)




Solo quedan la lectura y los paseos silenciosos, lo cual es casi la misma cosa, ya que por la noche estas estrechas callejuelas empedradas parecen pasadizos entre las estanterías de alguna inmensa, olvidada biblioteca, e igualmente silenciosa. Todos los "libros" están firmemente cerrados, y solo puedes adivinar su contenido por los nombres de sus lomos, bajo el timbre de la puerta (Joseph Brodsky)


Creo que fue Hazlitt quien dijo que la única cosa que podría competir con esta ciudad de agua sería una ciudad construida en el cielo (Joseph Brodsky)