miércoles, 2 de noviembre de 2011

Viaje de vuelta

Tras un breve visita al cementerio, al que P. entraba por primera vez, tomamos el camino de vuelta a casa. Como era A. quien conducía, yo iba a su lado contemplando el paisaje.

Era el mediodía y estaba el cielo limpísimo, igual que los mausoleos que acabábamos de ver en el camposanto, y muy blanco el sol de noviembre. Dentro del coche sonaba la música amable de Manel, que le gusta mucho a P. Sin embargo, en esta ocasión comentó que si en lugar de ser aún de mañana, fuese ya por la tarde y estuviese a punto de anochecer, esas canciones le pondrían muy triste...

Entre la carretera y la sierra, el valle onduloso. Aquí y allá flotaba, como nube, un humo blanco y dormido sobre la rebeca vieja de los olivares. El calor, las canciones, que solo entendíamos a medias, y la frente en el cristal, todo junto iba adormeciéndonos poco a poco...

Después de la parada para comer, la carretera se volvíó lujosísima, como un salón cortesano. Estaban los chopos cargados de monedas de oro que iban dejando caer, como quien da una limosna, sobre todos los que por allí pasábamos...

En las cunetas de algunas curvas se veían esos tristísimos ramilletes de flores atados con un alambre a pequeñas cruces de madera. Seguramente, pensábamos, las habían colocado allí esa misma mañana, o la tarde anterior, y quisimos imaginarnos las manos que las trenzaron y sujetaron allí, en recuerdo de quienes perdieron la vida en ese mismo lugar y también como aviso para todos los que tracen esa revuelta del camino...

Más adelante, entre los bosques de chopos descubrimos viajeros que habían arrastrado hasta allí una mesa de camping y unas cuantas sillas, y comían tranquilamente. Eso, hasta hace poco, era muy raro encontrárselo en esta carretera, uno al menos no lo había visto nunca. Antes la gente se detenía en los bares y restaurantes a la orilla de la carretera, junto a las gasolineras, y se pedía el menú del día, o unas tapas, o una paella... Eso de apartarse del camino y autoabastecerse de ese modo -mesa, mantel, cubiertos, vajilla y alimentos- era, hasta hoy, cosa antigua, de otro tiempo... Tal vez por eso componían una peregrina estampa, sentados en medio de la chopera, sobre la suntuosa alfombra del otoño...

Y como noviembre a estos campos, así llegamos nosotros a casa.



 

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