domingo, 1 de enero de 2012

El año nuevo y yo

Justo en el mismo instante en que entraba el año nuevo, lo hacía yo a la casa de mi suegra, después de un largo día.

Hagamos, pues, para explicarlo, una suave analepsis, y contemos este.

Amanecimos en casa, más o menos descansados después del viaje de las Asturias de Oviedo, que diría Cunqueiro, donde pasamos la Nochebuena y la Navidad. Siempre hacemos lo mismo: antes de continuar camino hacia Úbeda pasamos por casa, a ver si sigue en pie, si hemos dejado la puerta abierta, o algún grifo, si han entrado los ladrones o se ha desplomado el aparato de aire acondicionado sobre algún paseante. También aprovechamos para poner una lavadora, hacer alguna compra -chocolates Amalia, pastas de Conchi, algún regalo postergado...- y descansar unas cuantas horas. Pasamos allí una noche y a la mañana siguiente, esta que ahora cuento, nos subimos de nuevo al coche y bajamos más al sur.

Sin embargo, en esta ocasión todo resultó algo más tortuoso. Cuando bajamos al garaje, cargados de nuevo con maletas, bolsas y paquetes, nos encontramos con que unos cacos se habían colado en él y habían roto algunos cristales de algunos coches, entre ellos uno del nuestro, para los amantes de los detalles exactos y para el parte del seguro, el trasero de la parte izquierda.

Nos contó luego la policía que es el delito de moda en la ciudad, que buscan en los maleteros regalos de Reyes que la gente guarda allí para no tenerlos en casa. A nosotros no nos faltaba nada, porque en el maletero no había nda más que unas botas de A. y un chaquetón, y los discos, revueltos y tirados sobre las alfombrillas, se ve que en estos tiempos de piratería no les sirven de nada. Me robaron, eso sí, la bicicleta, que guardo detrás del coche, apoyada en la pared. "¿Tiene usted una foto?", me preguntó uno de los policías. Se me pasó por la cabeza contestarle que sí, que llevo siempre una en la cartera, al lado de la de mi hijo, pero solo le contesté que no. Y se la describí: "Negra, comprada en el Decathlon, sencilla, humilde, con muy pocos piñones..."


Antes habíamos avisado a los vecinos, entre ellos a P., que es nuestro corredor de seguros, y tratamos, con su ayuda, de arreglar el estropicio para poder continuar nuestro viaje lo antes posible. Pero la mayoría de los talleres estaba ya cerrado en espera del nuevo año y costó bastante dar con uno que, al parecer, estaba disponible. Cuando al fin llegamos allí, lo encontramos con el portón cerrado y nos habríamos ido de no ser por un hombre que nos avisó de que estaban los mecánicos almorzando y que no tardarían en volver. Efectivamente, aparecieron a los cinco minutos, dos muchachos joviales y animosos que, aunque no tenían el cristal para nuestro coche, me aseguraron que me harían un arreglo provisional, con plástico vinilo, y que podríamos viajar sin problema alguno. "Tendremos que ir más despacio, supongo", les comenté. Me contestaron que no, que la única molestia sería el ruido... Aspiraron los cristales desperdigados por todo el coche, me explicaron el método de los ladrones para romperlos sin hacer ruido y procedieron a pegar el plástico vinilo. Cuando terminaron, me despedí de ellos con grandes muestras de agradecimiento...

Cuando llegué de nuevo a casa, con ese parche en el coche, había llegado la policía, que hablaba con el resto de vecinos damnificados. Llevaban un pequeño micrófono colgado del cuello y le iban pasando la información que les dábamos a la comisaría. Fue entonces cuando me preguntaron por la foto de la bici y yo no les contesté lo que se me cruzó por el pensamiento.

Después de un rato declarando, salimos al fin. A 50 por hora sonaba el plastico vinilo como si lo estuviesen azotando todos los vientos de los cuatro puntos cardinales; a  60 le comenté a P. y a A., animoso, que era como si fuésemos en barco velero y que íbamos a llegar a Úbeda marineros y con las ropas cuajadas de sal; a 80 el plástico vinilo se despegó con ruido estruendoso y se perdió volando sobre la carretera, cielo arriba...


Dimos la vuelta, volvimos al taller, que ahora estaba cerrado sin remisión, llamamos al seguro, nos desesperamos un rato... De nuevo en casa, descargamos las maletas, bolsas y paquetes y como ya era la hora, nos fuimos a comer.

Finalmente, nos dejaron su coche J.C. y L. El lunes o el martes yo volveré a Albacete desde Úbeda, les devolveré el coche, arreglaré el nuestro y haré de nuevo el camino del sur.

El viaje lo hicimos ya un poco tensos y cansados. Sin cambio automático y con el sol muy bajo, tal que un ojo ardiente que estuvo deslumbrándonos todo el tiempo. Como a esa hora del crepúsculo, en estas fechas, acostumbran a volver a las almazaras los lentos tractores de los olivareros, y yo iba conduciendo de oídas, a cada paso me imaginaba que nos íbamos a llevar por delante a alguno de ellos, repleto de aceitunas... Afortunadamente no fue así y llegamos con bien, aunque algo cegados.

Cenamos todos juntos y cuando ya esperábamos las campanadas, comenzó P. a quejarse de que le dolía la cabeza. Como no teníamos qué darle, salí en pos de la farmacia de guardia. Estaba el pueblo precioso, sin un alma pero con todas las ventanas y balcones iluminados. No pasaba ni un coche. En diez minutos todo se llenaría de ruido, comenzarían a salir coches de todas partes y grupos de jóvenes se deslizarían por las aceras dando grandes voces... Por esa razón resultaban, aquella soledad y ese silencio, tan preciosos... Pensé que me iba a coger, el cambio de año así, paseante solitario en mitad de la ciudad vacía... Y no me pareció mal que así fuese, sabiendo que los míos estaban abrigados, sanos ( lo de P. con un chute del Junifén que llevaba en la mano se le pasaría en un santiamén) y felices. Pero no. Sonaba la primera campanada justo cunado cruzaba la puerta de la casa. El año nuevo y yo, sincronizados... Ya veremos luego...





2 comentarios:

  1. Pero, ¿qué me dices? ¿Leyendo a Cunqueiro después de la DOCEAVA uva? ¿Te pasaste con el cava o qué?

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  2. La cerveza con alcohol, que al final siempre termina por subirsenos a la cabeza. Lo siento mucho.

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