Mojácar es un pueblo precioso, blanco y lleno de ingleses. A mí no me importaría ser un inglés de estos y pasar los inviernos en este pueblo de nata montada. Me sentaría frente al ayuntamiento -cerrado a cal y canto-, a tomarme un vino mientras leo uno de eso tabloides británicos que hablan de asuntos exclusivamente insulares... Exactamente lo que estaba haciendo un señor muy colorado, de cuidada barba cana y tocado con una gorrilla marinera, que estaba sentado a nuestro lado. A. y L. estaban dentro de una tienda de ropa y los chiquillos se habían subido a una higuera. Así que J. C. y yo nos sentamos en la terraza de ese bar frente al ayuntamiento -cerrado a cal y canto-, a ver pasar la gente: todos turistas y visitantes comos nosotros; unos nacionales y otros ingleses. Lugareños no vimos ninguno.
El pueblo es precioso, pero debe de ser muy difícil vivir en él, con tantas cuestas pinas, tantas escaleras y tan estrechos callejones. A mí me dejó la impresión, más que de un pueblo, de una atracción turística, lleno de tiendas de souvenirs y de restaurantes.
El pueblo es blanco, absolutamente blanco, inmaculadamente blanco. Excepto la iglesia, que es del mismo color pardo que el cerro en el que está colgado el caserío.
El pueblo está lleno de ingleses pero, después de observar largamente al inglés que estaba a nuestro lado, yo creo que esos ingleses son ingleses de pacotilla, que han contratado para darle tono y sabor al escenario. Se pasarán el día haciendo su papel de habitantes entre el resto de turistas y luego, cuando ya se hayan ido todos, se marcharán a su casa, en Vera, Garrucha o Carboneras...
Al final, antes de marcharnos, nos subimos a un mirador para ver el mar desde lo alto. Las casas que lo rodeaban estaban cerradas y silenciosas, y en el paseo no había nadie, porque los turistas estaban todos comiendo, y los ingleses inventados me imagino que también. Ese mirador está junto a la calle Tico Medina, que al parecer era oriundo de aquí, cuando esto era un pueblo de verdad. Estuvimos allí largo rato. El mar sí era verdadero, y contemplarlo desde allí nos proporcionó mucho contento...
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