A falta de invierno, de frío y de lluvia (de la nieve ni hablamos; la nieve solo puede ser, hoy, el fruto de una fantasía desmesurada, el sueño de un iluso), a falta de invierno, decimos, al menos tenemos la niebla.
Nos acompañó todo el viaje de navidades, desde la puerta de casa hasta la salida de El Negrón ( que para nosotros viene a ser también como otra puerta, la de entrada a nuestra resdiencia en el reino de Asturias, que es el reino de la infancia, y de la adolescencia, y de la primera juventud, y etc., etc.-podría estar hablando de esto todo el rato-). Como ocurre con la nieve, la niebla puede hacer realmente incómodo un traslado. Sin embargo, en esta ocasión el viaje fue plácido y sereno y esa niebla, lo suficientemente alta para dejarnos una visibilidad razonable. Por ello, hizo más agradable la travesía. En realidad, consiguió que nos olvidásemos de las veces que hemos hecho el mismo trayecto, modificando el paisaje de tal modo que pudimos hacernos la ilusión de que estábamos realizando otro viaje disitinto, de que atravesábamos otros pueblos, otras ciudades, todas bien hermosas. La niebla lo poetiza todo. Tiene ese don. Como la nieve o la noche. Y como estas, posa una mano de silencio sobre el mundo que lo transforma, sin duda alguna, en algo mucho mejor. Las llanuras manchegas, los cerros y los oteros conquenses, los barrios inmensos de la periferia de Madrid, la sierra, los pueblos de Tierra de Campos, todo nos pareció, medio velado por ese celaje, mucho más hermoso. A poco que uno tenga una pizca de imaginación, la niebla te permite hacerte grandes ilusiones.
Elogio de las carreteras secundarias
Por causas que no vienen al caso, el viaje de vuelta también fue diferente al habitual. Al llegar a Benavente, en lugar de proseguir rumbo a Madrid, tomamos la vieja Vía de la Plata, que aunque muy antigua, es ahora una autovía flamante con el asfalto recién extendido. Nos pusimos en Zamora casi sin sentir; y en Salamanca, media hora después. Y al rato, entrábamos en Ciudad Rodrigo, donde abandonamos la autovía y fue entonces cuando el viaje se puso estupendo y bellísimo. No levantaremos aquí ningún falso testimonio contra estas autopistas, pues sería mostrarse muy desagradecidos con unos caminos que nos llevan tan lejos en tan poco tiempo. Pero lo interesante son las carreteras secundarias. Las autovías vuelven abstracto el paisaje. Lo borran. Sabes que estás pasando por un lugar -pongamos por caso Corrales, provincia de Zamora- porque lo dicen los carteles anclados en los arcenes, pero ese pueblo no se ve por ningún lado. En cambio, una carretera secundaria perfila las ciudades y pueblos que cruzas, las alquerías, los campos, los árboles, los ríos... A nosotros nos gustaría mucho disponer del tiempo suficiente para hacer todos los viajes por carreteras como estas, e ir parándonos en cada rincón que nos llamase la atención, y detenernos en cada uno de esos pueblos, y en cada uno de los puentes que salvan esos ríos, a contemplar cómo pasa el agua bajo sus arcos. Teníamos como destino Valverde del Fresno, en la raya con Portugal. Tomamos, por esa razón, el puerto de Perales. Nada más comenzar a subirlo, se presentó como una diva, teatral y mágica, la niebla. De manera que fueron dos placeres juntos, el de conducir por una carretera solitaria sumado al de contemplar un paisaje que, así difuminado, nos pareció el más hermoso de cuantos podíamos estar cruzando...
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