miércoles, 28 de marzo de 2012

Crónicas hospitalarias II

No fue el lunes, como habíamos imaginado; tampoco el martes. Ese día lo vinieron a buscar para medirlo y pesarlo ("¿Me vais a mandar otra vez a la mili?", le preguntó a la enfermera) y nos comunicaron que el miércoles por la tarde le pondrían el marcapasos. También hablamos, mi hermano y yo, con el cardiólogo, doctor Cubero, que nos atendió en una sala diminuta y nos dijo que ya sabíamos lo que era eso -yo estuve tentado de decirle que no, que yo prácticamente no sabía nada de nada- y nos abrió la puerta invitándonos a salir con gran cortesía. "¿No es una intervención muy complicada, verdad?", le rogué que nos tranquilizara. Con la mano en la puerta, nos dijo que siempre que se mete uno en un quirófano, pues bueno, quién sabe, pero que si eso nos serenaba, del mismo modo que la pericia de los pilotos se mide por sus horas de vuelo, llevaba él ya muchas poniendo esos artilugios sobre el corazón de las gentes... Así que salimos de allí, mi hermano y yo, con un lema: "Cubero, mil horas de vuelo...", que fuimos repitiendo, como un mantra, pasillo adelante.

Ese mismo día le dieron el alta a Gelín, lo que dejó un tanto mohíno a mi padre. No habían pasado ni dos horas, y ya entraba en la habitación un nuevo inquilino. Mi madre y yo le dimos las buenas tardes muy sonoramente. Se dio la vuelta el hombre, que estaba sentado en su cama, de espaldas a nosotros, nos miró con fijeza, pero no contestó nada. Era un hombre mayor, con cara de nuez. Ese primer contacto nos espantó. "A lo mejor, -pensamos- se levanta en mitad de la noche, y estrangula a papá". Luego se puso el hombre unas botas negras muy deformadas y se fue al baño, en el que estuvo más de media hora.

Algo más tarde llegó su hija, con una mirada menos feroz, y nos contó su historia: llevaba el hombre dos traqueotomías, un cáncer de próstata y varios infartos. También estaba allí para un marcapasos.

Cuando nos íbamos, levantamos la mano, como los indios sioux en las películas, y ya el hombre de la cara de nuez, con la mirada más dulce, levantó también la suya para despedirnos.

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