Hace una semana terminé de ver la quinta temporada de The Wire. Sentí una gran orfandad. No encontraba, en los días siguientes, nueva serie o película que me apeteciese. Yo lo que quería era continuar en Baltimore, saber qué va a ser de tdos y cada uno de los personajes de esa narración áspera, durísima y maravillosa...
Tratando de curar esa herida, de cubrir ese vacío, me leí un libro en el que varios escritores cuentasn cosas de la serie. Allí me enteré, entre otras muchas informaciones de gran enjundia, de que he visto, desde julio y hasta hace apenas unos días, unas sesenta horas de televisión. En el verano, cada días después de comer, y desde la llegada del otoño y las obligaciones laborales, cada noche, acostados A. y P.
Ya sé que la serie, a estas alturas, la ha visto prácticamente todo el mundo, y que este entusiasmo mío puede sonar ahora como el descubrimiento de la pólvora... Pero cada uno llega a los sitios cuando puede, y nosotros nunca nos hemos caracterizado por la precocidad en ningún aspecto de la vida, al contrario, somos de llegar más bien tarde a todo... Pero hemos llegado...
Además del libro que les digo, y de un par de novelas -estupendas- de Pelecanos, para curar tanta melancolía por ese relato sabio y torrencial, hemos escrito este artículo para la página de Tersites (blog que deberían ustedes visitar a menudo por los artículos de nuestro buen amigo C.G. De una indignación lúcida y enérgica, da gusto leerlos). En primicia:
La gran
novela americana
La gran novela americana
no es una novela sino una serie de televisión. Una novela como las
de antes, decimonónica, poliédrica y exuberante, y una serie como
no se había hecho nunca. Una muy voluminosa narración, estructurada
en cinco volúmenes-temporadas, más de sesenta horas de televisión
en las que, como en las novelas, no corres el riesgo de la
interrupción publicitaria...
La serie se llama The
Wire, y a estas alturas ya la habrá visto todo el mundo y
seguramente está viniendo ahora uno hasta aquí a descubrir la
pólvora. Incluso la idea de identificarla con una novela tampoco es
novedad, ni idea propia, pues al parecer ya lo han dejado dicho
sesudos analistas, expertos hermeneutas... Esta serie se estrenó
hace varios años, circula en DVD desde entonces, y son muchos los
que ya han proclamado su admiración rendida ante ella. Hemos llegado
tarde. Pero hemos llegado.
No abrió uno sus
páginas hasta este verano, cuando, con más tiempo y fuerzas, le
dedicamos todas las horas de las sobremesas estivales, y, con la
llegada del otoño y las obligaciones laborales, todas las noches
desde septiembre y hasta quien dice ayer.
Y andamos ahora en un
estado de gran exaltación, proclamando a los cuatro vientos las
excelencias de esta narración prodigiosa. Y si damos, pobre
inocente, con alguien más rezagado que nosotros, no le damos
cuartelillo y lo acosamos sin piedad. “¿Cómo puedes vivir sin
haberla visto aún?”
Y es que The Wire
es uno de esos grandes relatos que Benjamin pensaba que habían
desaparecido definitivamente, una obra de arte perdurable, una
ficción realista que demuestra que probablemente solo a través de
la ficción se puede llevar a cabo un análisis contundente y lúcido
de estos tiempos que estamos viviendo. Sinfonía de la gran ciudad,
también se la ha descrito de este modo. Pero la gran ciudad es
todas las ciudades, emblemas de un mundo despiadado.
Sus creadores, un antiguo
periodista y un ex-policía y ex-profesor de secundaria en un
instituto público, han levantado, junto con la ayuda de un productor
de cine y un puñado de escogidos guionistas, el más acabado retrato
de lo que nos ocurre a todos... Albacete no es Baltimore, ni España
los EE.UU., pero son muchas las semejanzas que se pueden encontrar al seguir
las peripecias de los personajes de este gran relato.
Después de terminar de
ver el último capítulo, huérfanos y desolados, nos lanzamos a la
búsqueda de algo que nos curase tan profunda orfandad, y nos hicimos
con un libro sobre esta especie de novela rusa en imágenes. Entre sus páginas,
comprobamos que sus creadores sabían bien lo que se traían entre
manos. De manera que es vano que seamos nosotros los que continuemos
intentando ponderarla cuando ellos mismos se han explicado con una
claridad luminosa. Así que, como las citas que les ponen algunos
editores a sus libros en esa fajas con las que los envuelven, vamos a
dejar aquí algunas de las declaraciones de David Simón, el
principal responsable de The Wire y
luego ya me dicen ustedes:
“The Wire describe
un mundo en el que el capital ha triunfado por completo, la mano de
obra ha quedado marginada y los intereses monetarios han comprado
suficientes infraestructuras políticas para poder impedir su
reforma. Es un mundo en el que las reglas y valores del libre mercado
y el beneficio maximizado se confunden y diluyen en el marco social,
un mundo en el que las instituciones pesan cada día más, y los
seres humanos, menos.”
“The Wire es una
tragedia griega en la que el papel de las fuerzas olímpicas lo
desempeñan las instituciones postmodernas y no los dioses antiguos.
El Departamento de Policía, la economía de la droga, las
estructuras políticas, el sistema educativo o las fuerzas
macroeconómicas son los que arrojan rayos jupiterinos y dan patadas
en el culo sin ninguna razón de peso (…) En este drama, las
instituciones siempre demuestran ser más grandes y los personajes
que tienen suficiente hybris para desafiar al postmoderno imperio
americano resultan invariablemente burlados, marginados o aplastados.
Es la tragedia griega del nuevo milenio...”
“La serie trata
sobre el capitalismo salvaje que va arrasándolo todo, sobre cómo el
poder y el dinero se confabulan en una ciudad americana postmoderna
y, finalmente, sobre por qué los que vivimos en ciudades
relativamente grandes no sabemos resolver nuestros propios problemas
ni curar nuestras propias heridas.”
“Aquí y en todos
los rincones del mundo, los seres humanos valemos cada vez menos (…).
La primera temporada trató de cómo se devalúa a los polis que
patrullan las calles y a los tipos que venden droga en las esquinas;
la segunda trató de cómo se devalúa a los estibadores y su entorno
laboral; la tercera trató acerca de las personas que quieren hacer
cambios en la ciudad; y la cuarta de los chavales a los que se está
preparando -pésimamente- para una economía que ya no los necesita
realmente. ¿Y la quinta? Trata de la gente que se supone que hace el
seguimiento de todo lo anterior y que da la señal de alarma: los
periodistas. La sala de prensa en la que yo trabajé albergaba a
cuatrocientas cincuenta personas. Ahora alberga a trescientas. La
dirección dice: “Tenemos que funcionar con menos”. Esa chorrada
la suele decir la gente a la que solo le interesa la cuenta de
resultados. Pues no, señor: con menos siempre se hace menos”.
“The Wire es
disidencia pura (…). Es, tal vez, la única ficción televisiva que
sugiere abiertamente que nuestros constructos políticos, económicos
y sociales ya no son viables, que nuestros dirigentes nos han fallado
una y otra vez y que no..., que no nos movemos en la buena
dirección”.
¿Les suena de algo todo
esto?
Una periodista que vivió
el rodaje desde cerca ha dejado escrito esto:
“Los creadores de
The Wire nunca dirán que su trabajo es tan bueno como el de Tolstói
o Dickens, pero tampoco se oponen a que se haga la comparación”.
Si es así, pienso que
hacen muy bien, pues si tuviésemos que buscarle unas raíces, unos
antepasados, no los encontraríamos en la televisión, sino en la
literatura de gigantes como esos que se nombran: Tolstói o Dickens,
Balzac, Melville, Galdós...
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