Esta mañana, en mitad de la niebla, partió el autobús con los chicos franceses del intercambio. Han pasado una semana con nosotros. Cuando llegue abril, serán los nuestros los que viajen hasta Francia, a Aix-Les- Bains, para devolverles la visita.
Ha sido una semana extraordinaria, fuera del orden natural y común que rige nuestra vida. De pronto nos convertimos en anfitriones de una chica de 14 años que apenas chapurreaba unas pocas palabras en español. De manera que nos hemos pasado siete días hablando en francés. Un francés mitad real y mitad inventado. Un francés comme ci comme ça. La primera mitad la desempolvamos de nuestros lejanos años de estudiantes. La segunda la sacamos, a su vez, mitad de la intuición, mitad de lo que hemos escuchado por ahí, en canciones o películas subtituladas. Lo curioso es que no nos hemos entendido mal. Todo lo contrario. Verdad es que, cuando la cosa se encallaba, acudía a nuestro auxilio P., con una pronunciación y una soltura que nosotros no le conocíamos.
También hemos modificado nuestros horarios. Por ejemplo hemos tenido que madrugar aún más de lo que es corriente, por preparar los bocadillos que debían llevar a las tres o cuatro excursiones que han hecho: a Valencia, a Cuenca, al parque de La Pulgosa, al Jardín Botánico..., o para organizarnos con las duchas.
Hemos cenado como nunca lo hacemos, en la mesa del salón, con un mantel florido -recién comprado, aquella tarde de otoño de la que se habló aquí-, con variedad de platos y bandejas repletas de delicias que, normalmente, solo pasan por esta casa de tarde en tarde: jamones y quesos finos, panes artesanos, suavísimos purés, salmón a la piedra, tortillas de patatas cuajadas con los mejores huevos...
El fin de semana, en compañía de muchos otros padres y sus correspondientes hijos y sus correspondientes franceses, nos fuimos a Almagro. Les enseñamos el Museo del Teatro. Asistimos a una visita teatralizada al Corral de Comedias -los franceses no entendieron nada de lo que los actores recitaron, ni tampoco ninguna de las palabras de recibimiento e introducción que se escucharon por los altovoces, grabadas por Fernán Gómez-. Comimos en la Hospedería, en un gran salón de techos altos, con un escenario al fondo en el que, nos explicaron, todas las tardes de los domingos van a bailar los viejos del pueblo... De vuelta a casa, paramos en Ruidera, en la Laguna del Rey. Nos atardeció allí y pudimos ver cómo la luz desmayada de esa hora transformaba la laguna en una fragua.
También P. ha estado desalado, en la calle a todas horas, en esas mismas excursiones, sin tareas del instituto, en comidas y cenas francoespañolas que se alargaban luego en paseos multitudinarios por las calles de la ciudad. Incluso un día, se fue de compras, a tiendas de ropa y boutiques, por acompañar a L.
L. resultó ser un chica encantadora, simpática, educada y muy divertida. Nos hemos reído mucho juntos, hemos hablado mucho -en ese francés que queda señalado más arriba-, le hemos enseñado algunas palabras, algunas expresiones que al final ya no le salían nada mal...
En fin, que cuando esta mañana se perdió el autobús en la niebla, como si se hubiese disuelto en ella, nos hemos quedado todos un poco tristes.
http://youtu.be/Yb3tGbuguyo
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