No fueron muchos, pero sí cuatro o cinco los conocidos que me preguntaron, la semana pasada, por la polémica que se había encendido en Oviedo a propósito de los premios Princesa de Asturias.
Cuando me preguntaban al respecto, apelando a que uno es asturiano y con la inocencia de que por esa razón tendría uno que saber más que ellos, lo primero que se me ocurría era contestarles que yo soy de Mieres, de la cuenca minera, que qué sabía yo. Sin embargo, envanecido por esa condición de experto que me concedían, y como uno lee los periódicos de allí todos los días -hay costumbres peores-, carraspeaba un poco y componía un gesto de seria reflexión, para dar a entender que era ese un asunto complejo, lleno de matices difíciles, y les hacía un resumen de lo leído, sin citar fuentes.
Les expliqué que ya hace años que se reúnen, el día de los premios, unas cuantas personas en la Plaza de la Escandalera, casi todos republicanos, que pitan y protestan y lucen pancartas alusivas a la inutilidad de la monarquía. Que eso no era nuevo. Que en la televisión procuraban que no saliesen en ningún plano, y que les colocaban delante un número desmesurado de policías y de gaiteros, estos últimos encargados de no dejar de soplar ni un instante para acallar los gritos de protesta y las proclamas antimonárquicas.
Les dije que lo que había cambiado este año es que, desde el ayuntamiento, un par de nuevos concejales habían reflexionado, en voz alta, sobre la subvención que el consitorio le entrega a la Fundación que organiza los premios, que consideraban que era muy alta, y también que no parecía de recibo que, siendo un dinero público, no diese explicación ninguna esa Fundación de cómo, dónde ni en qué se gasta esos dineros. Que si es para organizar los actos culturales que con los premiados se realizan los días previos a la entrega, que muy bien, pero que si es para pagar los cócteles y los canapés de todas las autoridades que viajan a Oviedo esos días, pues que no les gustaba. Les informé también de que algunos protestantes se habían encerrado en el ayuntamineto, y que habían pasado la noche allí.
Les conté que, ante estas quejas y manifestaciones, un grupo de ovetenses -utilicé el gentilicio de carbayones, para que valorasen mis interlocutores mi profundo conocimiento del asunto y sus alrededores-, indignadísimos, habían promovido la creación de una plataforma para defender los premios, y que habían organizado una recogida de firmas para ello.
Pero, concluía, me parecía a mí que unos y otros habían dramatizado más de la cuenta, los encerrados en el ayuntamiento porque para qué dormir fuera de casa, y los defensores, porque no creía que los premios estuviesen en peligro alguno, y que eran muchos más los que salían a la calle a aplaudir y vitorear a los reyes nuevos, y a decirles que qué guapos eran. Y así cerraba mi intervención. Me pareció, cada vez, que a esos cuatro o cinco conocidos les satisfacía la explicación.
Si en lugar de ser conocidos hubiesen sido amigos, les habría dicho que a mí esos premios me importan un bledo. Que si uno estuviese en Oviedo ese día de la entrega, no estaría ni aplaudiendo ni protestando, que seguramente estaría en Cervantes, o en el Café Paraíso, o tomando sidra en El Fontán. Que me parecen muy sensatas las palabras de los concejales, y que los de esa plataforma se ve que lo que tienen son ganas de indignarse y tiempo de sobra para hacerlo. Que no sé si esos premios le dan un prestigio universal a la ciudad. Ni si son rigurosas las cuentas que calculan que son varios los millones de euros que acaban en la ciudad gracias a ellos. Que me parece, ese del prestigio, un concepto difícilmente mensurable. Y esas cuentas, las cuentas de la vieja. Que lo que resulta más que evidente es que esa entrega es, por encima de todo, un gigantesco ejercicio de propaganda para la monarquía. Que sin duda alguna es esta quien más ha ganado con ellos. Porque se trata de un modo que tienen estos reyes y sus herederos de mantener el negocio arrimándose a los buenos, de los que, de año a año, se olvida todo el mundo y cuyas palabras les importan un higo a todos esos políticos, banqueros y empresarios que ocupan las butacas del Campoamor y pagan la mayoría de los gastos de esta farra porque algún rédito le sacarán.
También les habría explicado que me resulta un poco triste ver tanta solemnidad en un teatro en donde nos hemos reído y emocionado tanto, donde hemos visto El hombre tranquilo, y El hombre que sabía demasiado, y a Les Luthiers, y conciertos, obras de teatro, conferencias... En el Campoamor escuchamos a Monterroso, a Bioy Casares, a los poetas del cincuenta... Un lugar donde este mismo verano asitimos a una visita guiada descacharrante y lírica y donde, por esas cosas del azar, me tocó leer, en alta voz y desde el patio de butacas, la receta clásica de la fabada para unos cincuenta turistas que me escucharon con mucha atención... Allí donde las altas palabras de los premiados y el rey, allí también las mías, explicando cómo se deben de asustar les fabes...
Les habría contado que, de no ser uno ya tan escéptico y tan hurón, amante del rincón y de la sombra, de estar en algún lado estaría con los de La Escandalera. Que a mí los monarcas me gustan poco y la monarquía la entiendo mal. Que no son otra cosa que teatro para la gente, y que Leticia, que es muy lista, lo ha entendido tan bien que se está conviertiendo, cada día un poco más, en una especie de actirz de Hollywood, glamurosoa y hiératica, como Elizabeth Taylor -aunque no tan guapa como ella, ya le gustaría- en la Cleopatra de Mankiewicz.
Les habría dicho que, además, pienso que le ha faltado a esta polémica un poco de humor, un poco de esa socarronería que acostumbraba a ser un rasgo distintivo de los asturianos. No de todos, claro, y desde luego no de los integrantes de esa plataforma de defensa, demasiado seriso y estirados. A todos les habría venido mucho mejor más cachondeo y menos envaramiento, un chiste, un chascarrillo inteligente. A mí, en eso, también me parecen mejor los de La Escandalera, con esas pancartas donde se pueden leer proclamas como: "LOS BORBONES A LAS ELECCIONES", o "LA ESPAÑA REAL NO TIENE NADA QUE CELEBRAR", o, por último, esa tan bonita de "FARTONES"... No sé. Me ha parecido, y ahora sí que ya termino, que ha faltado fineza.
Les habría dicho que, además, pienso que le ha faltado a esta polémica un poco de humor, un poco de esa socarronería que acostumbraba a ser un rasgo distintivo de los asturianos. No de todos, claro, y desde luego no de los integrantes de esa plataforma de defensa, demasiado seriso y estirados. A todos les habría venido mucho mejor más cachondeo y menos envaramiento, un chiste, un chascarrillo inteligente. A mí, en eso, también me parecen mejor los de La Escandalera, con esas pancartas donde se pueden leer proclamas como: "LOS BORBONES A LAS ELECCIONES", o "LA ESPAÑA REAL NO TIENE NADA QUE CELEBRAR", o, por último, esa tan bonita de "FARTONES"... No sé. Me ha parecido, y ahora sí que ya termino, que ha faltado fineza.
Todo eso habría dicho y, claro, inmediatamente después tendría que tomarme un vaso de agua, que se me habría secado la boca.
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Como efecto secundario que sepas que el Ayuntamiento sale muy bien valorado en Trip Advisor, sobre todo en el apartado relación calidad - precio.
ResponderEliminarSaludos y besos
Es que ye un gusto leerte... Nada, no le doy el acento.
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