Aunque nos sabemos el trayecto de memoria, antes de salir instalamos en el coche el GPS que nos acabamos de comprar. Por probar cómo funciona. La voz que te habla, cuando vienen un cambio de carretera, una glorieta o un cruce, está bautizada. Se llama Mónica. Pero no te contesta nada cuando le das las gracias por una de esas indicaciones. Sin embargo, persevero. Cada vez que nos avisa de algo, yo se lo agradezco. A. me comenta que le recuerdo a su abuela, que también hacía lo mismo, aunque tampoco le contestasen, con los locutores de la televisión.
Al pasar Villarrobledo, nos paramos a echar gasolina. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que habíamos atropellado a un pájaro. Había quedado enganchado entre unas láminas que tenemos en el frontal. Lo retiramos con cuidado. Era un pájaro pequeño, con el pecho dorado. Nos habría gustado poder decir su nombre (¿reyezuelo?, ¿pinzón?, ¿colorín?) para pedirle perdón. Desmadejado y roto, lo envolvimos en un papel y lo dejamos al lado de una papelera. Nos habría gustado también cantarle un responso, leer algo, no sé, alguno de los capítulos de Los pájaros amigos de Sagarra, donde se hace el más hermoso elogio de estos seres aéreos y felices. Pero soplaba un viento feroz y otro coche estaba ya esperando a que nos moviésemos para repostar. No es la primera vez que nos sucede. No llevamos la cuenta exacta, pero ya son varios los pajarillos que nos hemos llevado por delante. Una vez, incluso con el famoso ornitólogo y naturalista Joaquín Araújo sentado en el asiento del copiloto. Algunos casos fueron, no nos cabe la menor duda, suicidios. Otros no, otros fueron, como este, lamentables accidentes.
Tras cruzar el paisaje sobrecogedor, con aires de apocalipsis, de la urbanización de El Pocero, en Seseña, cogimos una de esas radiales por las que vamos a pagar todos, poniendo un pozo, unas bonitas cantidades. Al poco, el atasco. Viajeros y estables, gentes del sur y madrileños, que buscamos los caminos del norte. Cuando al fin se despejó la ruta, se presentó una niebla densa, incómoda y misteriosa. Podríamos haber estado viajando por cualquier otra parte, no sé, por la estepa rusa, por ejemplo.
Cuando se levantó la niebla, casi inmediatamente cayó la noche. Ya estábamos, para entonces, muy cerca de casa.
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