domingo, 22 de enero de 2017

Invierno en Asturias hacia 2016 (Nochebuena y Navidad)

 24 de diciembre

En el supermercado, frente al mostrador de la pescadería, donde me ha mandado mi madre a por unas gambas para la cena de esta noche, un señor polemiza con la pescadera, que se muestra muy escéptica ante estas fiestas navideñas. 

-Si por mí fuera, esta noche me hacía una tortilla francesa y me acostaba inmediatamente...

-¡No, mujer! Si no conservamos algunas ilusiones, ¿qué va a ser de nosotros?-le replica el cliente.

-Psssss...-persevera en su indiferencia la pescadera, mientras destripa una merluza.

-Mírame a mí, si no tuviese aún algunas ilusiones, ¿cómo podría haber llegado a mi edad...?

-Pero si usted todavía es joven...

-¿Cuántos años crees que tengo? ¿Cuántos me echas?- y sin dar tiempo a que lo haga, los confiesa- Setenta cumplo ya dentro de dos meses... Y, como te venía diciendo, sin ilusiones no se puede vivir... 




Luego nos fuimos a Oviedo, a hacer las últimas compras y a tomar un café con C. y H. Al salir de Paraíso, encuentro feliz con N. y los chiquillos. Venían de cortarse el pelo y N. olía maravillosamente, a loción antigua. Iban también a hacer unos recados. Decidimos que teníamos que organizar una comida todos juntos. Quedamos en hacer una cena, por concretar y por poner ya un día, decidimos que el martes, en el Boca a Boca (¡qué actores todos ellos!,¡qué bien mintieron!, ¡qué arte en el disimulo!).

Comimos en Casa Chus. Hace ya años que Mt. quería que lo hiciésemos en ese bar de barrio. No creo que aparezca en ninguna guía. Es lástima, porque se come maravillosamente. Es un bar de parroquianos antiguos, que se acomodan en la barra y hablan de las cosas de este mundo con el mismo escepticismo e incredulidad que la pescadera del supermercado de mi pueblo. Para comer tienen solamente los cuatro platos del menú del día. Si te gusta, bien; si no, te aguantas o te buscas otros sitio. No recordamos haber comido unas patatas rellenas como las que probamos allí.

La sobremesa la hicimos en Gijón, en casa de R. y M., para que nos enseñasen el documental que ha hecho M., sobre los pioneros del surf en Asturias. Llegamos a su casa en diez minutos, gracias a Mónica, la chica el GPS, que, aunque antipática, parece muy eficaz.

El documental es precioso. Aunque no te guste el surf, es bien hermoso escuchar a tanta gente hablar de su pasión, de los años en los que nadie sabía muy bien qué era eso, cuando apenas tenían tablas ni ninguna clase de material... Cuando la gente cuenta su vida, o parte de esta, con naturalidad, sin impostar la voz ni componer el gesto, cómo no escucharla. El gran mérito de esta película de M., aparte de otras muchas virtudes, nos pareció esa: el haber conseguido que toda esa gente hablase delante de una cámara como si lo estuviese haciendo ante un amigo, en la barra de un bar. Nos pusieron, para acompañar la proyección, unas casadiellas riquísimas que hacen en el instituto donde trabaja R. Cada poco, nos daban conversación, yo pienso que porque temían que nos aburriese un poco la película. Pero nada de eso. Nos gustó muchísimo.

Y ya nos despedimos, temprano, que nos esperaban mis padres para preparar la mesa de nochebuena y R. y M. debían hacer lo mismo con sus maletas, que se iban de viaje a Málaga.


25 de diciembre

Comida en casa con los sobrinos. G. aparece con traje y corbata. Elegantísimo. Él mismo se hace el nudo, con soltura y rapidez. Nos hace una demostración. Con diez años sabe hacer algo que uno, con cincuenta, es incapaz. En el bar de debajo de casa, antes de comer, nos encontramos con el hermano de J. En un par de minutos nos cuenta sus avatares comerciales. Muy joven abrió un quiosco donde vendía periódicos, revistas y chucherías. Le fue bien. Muy bien, incluso. Pero la socia que tenían les engañó y se vieron con el agua al cuello. Montaron entonces una tienda de galletas. A todo el mundo le pareció una locura. Hoy es un engocio próspero. Nos cuenta que han sido nombrados como una de las cinco tiendas más bonitas del país. Se iba con unos amigos, moteros como él, a comer por ahí. Tenía la Harley-Davidson aparcada en la puerta. Como a G., además de las corbatas, le gustan también las motos, le invita a subirse en ella. Tan elegante y encima de una máquina tan aparente, era como si estuviesen haciendo una sesión de fotos de moda, mi hermano el fotógrafo, con el móvil...

Después de comer, R. nos enseña sus dibujos. Va a todas partes con un enorme cuaderno, donde compone su obra. Inspirada en la de Francisco Ibáñez, al que adora. Una vez le contamos que lo habíamos visto, a Ibáñez, en Madrid, en una Feria del Libro. No sé cómo se lo contaríamos nosotros o cómo lo entendió él, pero según nos explicó después mi hermano, en el colegio, a sus compañeros,  les contó R. que sus tíos eran muy amigos del autor de Mortadelo y Filemón. Amigos íntimos.

Acabamos el día en un café-librería que han abierto en mi pueblo. En las paredes, fotos de los autores locales. Más de la mitad no sabemos quiénes son. Tampoco sabíamos que, en nuestro pueblo, escribiese tanta gente. Nos alegramos de ello, y también de que se abran, cuando la mitad de los locales muestran el cartel de Se alquila en los escaparates, negocios como este. Ojalá les vaya estupendamente. A todos.

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