Hace apenas unos días, nos pidió N., por el whatsapp, que le pasásemos algunas citas literarias, para un trabajo de diseño que estaba haciendo. Le mandamos algunas que recordábamos y buscamos una vieja libretilla de tapas de hule donde solemos apuntar las que nos van saliendo al paso.
Por doquiera que el hombre vaya, lleva consigo su novela (Galdós)
El sentido último de la poesía es enamorarse del mundo a pesar de la Historia (Derk Walcott)
Un buen libro es el mejor de los amigos, lo mismo hoy que siempre (Rubén Darío)
La poesía no quiere adeptos, quiere amantes (Lorca)
Escribir constituye el placer más profundo, que te lean es solo un placer superficial (Virgina Woolf)
El poeta es como un charlatán compulsivo en un entierro. La gente le da codazos y le ordena callar, él se disculpa, reconoce que sí, que no es el sitio adecuado, etcétera, pero es incapaz de cerrar el pico (Charles Simic)
La literatura dice siempre incluso lo que no dice y más de lo que dice (José Jiménez Lozano)
Etc., etc. Pero la que más nos gustó, y que ya teníamos olvidada en la libretilla, es esta de Chéjov:
Escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
Entonces me acordé de una pequeña biografía del autor ruso que escribió Natalia Ginzburg, y de esta pasé a Pavese, que fue buen amigo suyo, y a aquel verso tan tremendo -Vendrá la muerte y tendrá tus ojos-, que leí en una hoja en la que lo había copiado mi hermano, y de ahí me fui a los poemas que este escribía cuando jovencillo, bien rimados y bajo el influjo de Sabina, al que escuchaba con veneración por entonces, y busqué en las estanterías el libro de sonetos del cantautor ubedí -en casa, todo lo que viene de ese pueblo lo tenemos en una hornacina, desde los ochíos hasta Muñoz Molina-, y no lo hallé -¿por dónde andará?-, y abrí el spotify, porque me acababa de enterar, un par de días antes, de que les había puesto música Pedro Guerra, y escuché algunos, y me gustó mucho el que se titula Que no llevan a Roma, que es una sucesión de nombres de lugares, ciudades o pueblos, reales o imaginarios, como le gustaba hacer a Unamuno. Me puse a hacer la cuenta, escuchándola otra vez, de en cuáles de aquellos sitios habíamos estado nosotros, cuáles conocíamos y cuáles no... Y así pasé una tarde ociosa de lluvia en los cristales, tan feliz y memorioso...
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