El sábado hicimos una excursión a Almagro, que, como todo el mundo sabe, es un pueblo lleno de prodigios. Principalmente, íbamos a enseñarles a los chiquillos el corral de comedias.
Por el camino, conduciendo por esas carreteras sin apenas una curva, los pueblos, en mitad de un paisaje irreal y abstracto como este, parecían a lo lejos espejismos. Tal vez sea por eso que resulten luego, cuando al fin se les da alcance, tan rotundos, de piedras tan sólidas, de palacios tan tremendos, de iglesias que parecen fortalezas...
La Plaza Mayor de Almagro es tan singular y abierta que daban ganas de echarse a correr con los chiquillos. Se acababan de comprar unas pistolas de agua y se aliviaban del calor disparándose sin otra tregua que la necesaria para el acopio de agua. Luego, el Corral, cubierto por unas lonas que parecían las velas de un barco y que gemían como estas cuando el viento venía a posarse en ellas...
Nos representaron una obrilla muy bien compuesta que, cuajada de versos de Lope, Calderón o sor Juana Inés, explicaba muy sencilla y ajustadamente lo que fue aquel teatro tan popular en su época como lo es hoy el fútbol... El lugar es tan precisoso que daban ganas de quedarse mucho más tiempo en él, y nos costó, cuando ya concluyó la obrilla, abandonarlo.
Después de comer visitamos el museo del teatro, que está ahora en un enorme palacio rehabilitado... Nosotros lo conocimos en un viejo callejón, en un bajo muy pequeño. No tenían entonces cosas demasiado significativas. Vestidos apolillados, retratos de olvidados artistas, casi todos cantantes de ópera, y recuerdo el corazón disecado de un antiguo tenor italiano... Hoy es más lujoso, más ordenado, más llamativo.... A los críos lo que más les gustó fueron los trucos de tramoya en la galería de la última planta, artilugios de madera para recrear el sonido de la lluvia o el trueno, escenografías para remedar las olas marinas, industrias mecánicas para hacer sonar el viento...
Al marcharnos nos cruzamos, en la misma Plaza Mayor, la de las galerías verdes, con una librería de autor. Me explico. Era un peqeño local en el que se vendían recuerdos del pueblo y libros. Al principio no nos dimos cuenta, pero todos los libros que se vendían allí eran del mismo autor, a la sazón detrás del mostrador y dueño del negocio...
Nos fuimos pensando que tal y como se están poniedo las cosas tendríamos que copiarle la idea a ese hombre, y morirnos de hambre así, gloriosamente, haciendo lo que más nos gusta, leer, escribir... Abrir una librería en la que solo vendiésemos los libros que nosotros mismos fuésemos escribiendo para la ocasión, las entradas de este blog, los artículos del periódico... Como no entraría mucha gente, tendríamos tiempo de sobra para las dos cosas, y como los libros que compusiésemos serían tan míseros y desdichados, no venderíamos ni uno, y podríamos regalárselos a los enemigos, por fastidiar. Nos moriríamos de hambre, efectivamente, pero quién nos dice que no va a ser ese nuestro destino igualmente...
O quién sabe lo que te esperaría tras la muerte. Puede que, al igual que Quevedo o Van Gogh, fueras recordado eternamente, y los nietos de tus alumnos tuvieran que estudiar tus obras.
ResponderEliminarPor cierto, pleno a la Generación del 27.