A uno le gusta tanto el fútbol, y es tan del Sporting, que cuando nos levantamos hoy y nos dio A. la noticia de que se había muerto Preciado se nos puso un nudo en la garganta. Era el hombre que sacó a nuestro equipo de los oscuros fines de semana en la segunda división, y que lo mantuvo luego, durante tres años y contra viento y marea, en la lujosa categoría de los Messi, Cristiano, Guardiola... El primer año lo consiguió después de derrotas dolorosísimas, a pesar de goleadas humillantes, de combates que en el boxeo el árbitro habría finalizado antes de tiempo para evitar semejantes castigos. Nadie creía, tras aquellas escabechinas, que el equipo pudiese levantar cabeza. Pero lo hizo, y yo no tengo duda alguna de que fue gracias a él.
Este verano concidimos en un bar de Gijón con él. Es tan querido ese hombre en esa ciudad, y tan popular, que hace unos años unos pícaros empresarios crearon un escanciador mecánico que era su viva imagen. Nos lo encontramos un día en el que habíamos ido a la playa y nos tropezamos con medio equipo por la calle. Luego, por la tarde, cuando estábamos tomando unas cañas con N. y A. entró Preciado, inconfundible, discreto a pesar de ese vozarrón de patrón de barco que tenía, afable, saludando a todos los que se le acercaban. Le firmó un autógrafo a P., en la libretilla roja que yo llevo por ahí, en el bolsillo, por si se me ocurre algo en mitad de la calle. Y A. les sacó un par de fotos. Tenía un aspecto muy juvenil. N., al marcharnos, le dio la mano y le deseó mucha suerte para la temporada que estaba a punto de comenzar. Pero el destino de una vida como la suya, tan marcada por las desgracias repentinas y sin cuento, a lo que se ve no es posible enderezarlo.
Los hinchas del Sporting nos sentimos hoy un poco huérfanos, y muy tristes.
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