martes, 11 de noviembre de 2014

Una visita que hacía diez años que no hacíamos...

La Feria de Muestras

De la última visita hacía, efectivamente, y contando los años con los dedos de las manos, diez. Acudimos entonces, después de otros diez en barbecho, porque le apetecía a mi madre. Mi padre no quiso ir y fuimos mi madre, A., P. y yo. Tenía P. tres años y, después de la comida, se perdió. Solo fueron un par de minutos, pero a mí casi me da un vahído. Lo encontramos frente a un puesto mirando unas banderas de Asturias y de Fernando Alonso.

Y de la misma manera que aquella vez la encontramos igual que diez años antes, así ahora. Seguramente sea esta la razón por la que los asturianos sentimos tanto apego hacia ella. Dices la Feria, y no es necesario arrimarle adjetivo alguno, todo el mundo sabe a qué feria nos referimos. En la infancia la visitábamos, religiosamente, cada verano. Cuando niños. Cada verano los mismos pabellones, los mismos negocios, los mismos puestos de comida y de bebida. Cuando críos, comíamos en el Pueblo de Asturias, de las fiambreras que llevaba mi madre -tortilla de patatas y filetes empanados-, a la sombra de un hórreo.

Y ahora, tantos años después, sigue sin notarse ningún cambio: los mismos negocios de coches, caravanas o casas prefabricadas, la mismas baterías de cocina, o sartenes, o fregonas, o aviones boomerang... Los mismos tenderetes de café, de embutidos de León, de bocadillos de calamares...

Yo creo que, si alguna vez nos da a los asturianos por solicitar la independencia, un argumento sólido para ello, un rasgo de identidad nacional, sería sin duda alguna esta feria. Tenemos una geografía cerrada por marcados accidentes naturales -al Norte, el Cantábrico mar; al Sur, las encumbradas montañas; y, a Oriente y Occidente, dos anchas corrientes de agua-. Tenemos una lengua, un folclore y, sobre todo, esta feria de muestras, invariable a lo largo de tantísimos años, inconmovible y fielmente visitada por la mayoría de los ciudadanos -aunque algunos lo hagan de década en década-, que acuden a ella por ver cómo todo sigue igual y a llevarse, de paso, algún regalo: una gorra de la caja de ahorros, un globo con el logotipo de una empresa eléctrica, una libretilla de la Universidad de Oviedo o del pabellón del Gobierno del Principado, o de algún ayuntamiento... Cualquier fruslería nos vale.

Este verano fuimos con C., H., M. y N. Luego nos encontramos con N., que estaba con su madre y los chiquillos... Pasamos por la mayoría de los pabellones, participamos en todos los sorteos que nos encontramos, comimos algodón de azúcar y pasteles de Belem, conseguimos una gorra, un globo enorme y una libretilla... Y disfrutamos, en compañía de tan buenos amigos, como cuando niños.

Luego ya nos salimos. Descansamos en un café muy moderno, mitad café, mitad librería, que hay cerca del Muro, y acabamos cenando en una pizzería que nos encontramos sin querer, de nombre La Divina Comedia. 

Regresamos al aparcamiento a la medianoche. Por el Muro adelante. Las olas trenzaban una blonda blanquísima y perfecta en la orilla. La playa se veía, a la luz de las farolas, más hermosa que de día. El verano nos parecía tan dulce y el mundo tan bien hecho...


No hay comentarios:

Publicar un comentario