lunes, 14 de diciembre de 2015

Breve noticia de William McIlvanney

Lo descubrí este verano. Leyendo Laidlaw, que es como se llama el protagonista de una trilogía de novelas negras. Es la primera de la serie y me gustó muchísimo. De manera que me hice por internet, en una lejana librería de viejo, con otro de los títulos, el último, Extrañas lealtades. El segundo, Los papeles de Tony Veitch, está descatalogado y resulta imposible conseguirlo -al menos yo no he podido-. 

Su autor, William McIlvanney, es un narrador y poeta escocés. Y estas dos novelas suyas nos han parecido magníficas. Por decirlo en muy pocas y pomposas palabras, envuelto en las convenciones de la novela negra, encontramos en ellas un retrato profundo y poético del alma humana. Que es, más o menos, lo que uno espera encontrar en cualquier obra literaria. Por esta razón no resulta extraño que el protagonista, un detective de la policía de Glasgow, sea un gran lector de filosofía -en la última hasta cita a Unamuno- y un hombre con hondas preocupaciones sociales. Un gran hombre, complejo y oscuro. Y no digo más. Tan solo dejo este ENLACE del blog de Juan Carlos Galindo en El País, y unas cuantas citas, espigadas por un servidor, de Extrañas lealtades.

En todos los casos que he investigado he deseado implicar, sin excepción, a todas las personas que podía, yo mismo incluido. Mi banquillo de los acusados ideal incluiría a toda la población del mundo. Todos prestaríamos declaración, contaríamos nuestras tristes historias y luego habría una absolución general y nos iríamos todos y probaríamos de nuevo.

¿De qué valían las propiedades y los triunfos profesionales y los éxitos oficiales? La vida consistía solo en vivirla. Cómo actúas y qué y cómo eres y qué haces, esas cosas eran la única sustancia. Tampoco perduraban. Pero mientras estuvieses aquí, eran toda la luz que podía haber..., la mecha que enhebra la cera derretida del tiempo.

Yo durante la infancia era tímido hasta el punto de producir una sensación embarazosa en otras personas: dado a silencios paralizados y muy bueno ruborizándome. Puede que nunca nos hagamos adultos del todo y no dejemos nunca de ser los niños que hemos sido. Desde luego en mi madurez parece  haber un barniz que no se ha fijado bien.

De lo que no hay duda es de que buscaba algo que nunca iba a encontrar: un sitio donde la gente se portase entre ella como él creía que había que hacerlo. El que no se tratase a la gente con justicia le ofendió hasta su muerte. El mundo le parecía una habitación alquilada que no se ajustaba a sus condiciones y no pudo llegar a sentirse bien del todo en él. 

Detesto estos tiempos-dijo-. La superficialidad. Algunos de los sueños más nobles que ha tenido la especie se están ahogando en charcos. 

¿Escribir? ¿Quién necesita eso? Cuando escribes lo que haces es esto. Ir solo. Te construyes un escondite alrededor de ti mismo con lo que esté a mano: relaciones rotas, pesares acumulados, alegrías recordadas, rutina deliberada. Esperas. Pruebas varios señuelos diferentes. Dejas escapar todo (no importa que parezca muy bueno o las alabanzas que te proporcione el cazarlo) salvo aquello que estás esperando, lo que tú sabes que debes cazar. Estás dispuesto a perderte tú mismo antes que perder eso. Mientras tanto te alimentas de la quincalla que pueda haber a mano, raciones de chatarra del yo.

"La chatarra del yo", esto me ha parecido muy bueno. Perfecto para titular, por ejemplo, un blog como este. 

P.S. Al buscar en internet, antes de publicar esta entrada, alguna foto de este autor, nos damos de bruces con la noticia de su muerte. Tenía 79 años. Si supiésemos una fúnebre canción escocesa, saldríamos a la ventana a cantarla a grandes voces. Como no conocemos ninguna, ahora mismo vamos a ir hasta la nevera y vamos a tomarnos una cerveza en su memoria.


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