domingo, 13 de diciembre de 2015

En Alcaraz, con SY

Nos avisó unas semanas antes. Que el lunes 7 de diciembre exponía en Alcaraz. Por si podíamos acercarnos. Le contestamos que por supuesto. A S. nosotros lo queremos mucho. Tenemos muchas razones para ello. Una, importante, es lo mucho que nos reímos cuando nos vemos. Sin parar. 

Algo nos contó de una asociación de desarrollo rural, no nos enteramos muy bien; que antes de la exposición, un tal Araújo echaría una conferencia y, luego, se inauguraría aquella, en una vieja iglesia desacralizada, la de San Miguel, que ahora utilizan para actos culturales y para poner el belén cuando las navidades; que después habría un vino español.

Pensamos que el tal Araújo sería un pintor local y llegamos para la hora de la inauguración. Aparcamos el coche a la entrada del pueblo y subimos hasta la plaza, al casino, por visitar el baño. La plaza de Alcaraz es, sin duda, de la más bellas que se puedan encontrar en este país. Y uno de los lugares desde donde mejor se puede contemplar, ese casino de pueblo, lleno de oriundos silenciosos y cabizbajos que dejan pasar las horas con una copa en la mano o jugando a las cartas. Si quitasen la tele y las porquerías que esta expulsa a todo color, ese casino pasaría perfectamente por un lugar de hace cincuenta, cien años. Los parroquianos también. En realidad, casi todo el pueblo tiene ese aire antiguo, con viejas casas con escudo, callejones expresionistas y negocios  y carnecerías que parecen del siglo pasado. De comienzos del siglo pasado. 


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Fue al salir de ese casino machadiano cuando vimos a S. Venía, junto a otra docena de personas, del edificio de la Lonja. Nos saludó con la mano y ya nos fuimos al encuentro. Vestía la que él denomina la chaqueta de las exposiciones. Nos explicó con detalle la naturaleza de todo aquello. Al parecer, varios pueblos de la zona acaban de crear una organizacón mancomunada, ARUME (Asociación Rural del Mediterráneo), para fomentar actos que promocionen la zona, y por eso la conferencia, la exposición y la entrega de un premio a un proyecto de desarrollo rural. Nos explicó que esa organización la formaba gente de cierta influencia: una antiguo ministro socialista que era natural de La Puerta de Segura, un antiguo secretario de estado de Arroyo del Ojanco, uno de su pueblo que fue director de Radio 3 durante largos años, y por supuesto los alcaldes y otras autoridades de la zona. Nos señaló con el dedo al de su pueblo, al de Alcaraz, al tal Araújo -que no era, como nuestra ignorancia había supuesto, un pintor local sino Joaquín Araújo, eminente naturalista, ornitólogo sobresaliente y académico de la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, además de otras muchas cosas.- También nos comentó que había sido avistado, por los alrededores de la plaza,  José Bono, pero que a la conferencia no había entrado. Fue presentándonos a casi todos, también a los amigos que lo habían acompañado desde el pueblo, por ejemplo su amigo carpintero, que tiene el taller al lado de su estudio. Cuando está en el pueblo, se toma un café con él a media mañana, en la cantina del tanatorio, que les han construido enfrente. Ahora son de los primeros en enterarse de las bajas que se producen entre la población.

La exposición estaba formada por cinco cuadros: tres grandes lienzos de rostros de imaginería barroca, desacralizados como la iglesia, y dos retratos de dos de su pueblo. Magníficos todos. De ese realismo crudo y expresionista que es marca de la casa. Emocinantes. Dijo unas palabras nuestro amigo, recordó el año aquel en que vivió en Alcaraz y ya nos paseamos un rato con cara de entendidos entre las naves y la capilla donde fue bautizado Vandelvira. Al salir, de camino al vino español, comentamos una coincidencia curiosa: S. vivó en Alcaraz en el callejón de San Juan de Dios y de San Juan de Dios era uno de los retratos de la exposición. Según nos contó S., al que le gusta la iconografía y el santoral casi tanto como los pájaros, se cree que este San Juan, antes de abandonarlo todo y presentarse en Granada, desde Portugal, a ayudar a los menesterosos, había sido librero.


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Todavía por el camino, nos contó que antes de la conferencia había visitado el museo parroquial de la iglesia de la Trinidad, y que estaba convencido de que uno de los cuadros que allí tenían era un Greco sin certificar. Y que se lo había dicho a un concejal. Y que ese pequeño museo era magnífico. Nos iba enseñando fotos: un descendimiento, una piedad, un San Blas..., y el Greco. Iba contándonos todo eso con esa naturalidad desarmante con la que S. lo cuenta todo, lo hace todo. 

Al llegar al bar resultó que no era un vino lo que nos iban a servir, sino una comida entera y verdadera: embutidos, pulpo, migas, atascaburras, ensaladas, carnes a la brasa, postres y café. Nos lo sirvieron en un pequeño salón. Seríamos treinta personas. Los de Arume y nosotros, los amigos de S. 
Nos contó un montón de cosas S. De sus viajes por el mundo (México, Cuba, París...), de su barrio de Berlín, de una novia terrible que tuvo en Monterrey y, sobre todo, de cosas de su pueblo, magníficas todas: de la posibilidad de que Pepe Marchena hubiese parado en Puente Génave, ya que le dedicó una taranta (Taranta del Puente de Génave); que Manolete paró en el Bar El Pintor, camino de Linares y de su muerte; que un extravagente personaje, natural de Alcantarilla, Murcia, pero emigrado en Perú durante mucho tiempo, llegó hasta el Puente y compró una finca -una que está al lado del estudio de S.- en la que inició profundas excavaciones ya que estaba convencido de que ese era el lugar donde estaba enterrada la Mesa de Salomón... Yo le pregunté por Justo Armenteros, el torero amigo de Picasso, y por aquel linóleo del malagueño que nos había enseñado una vez, colgado en un bar, al lado de un póster del Real Madrid. Siempre le pregunto por él. Me contó que Justo se murió, y que lo del linóleo colgado en aquel bar había sido una exposición temporal. 

Cuando estábamos con el café, uno de los comensales, un señor insignificante, se levantó y se despidió. Al pasar a nuestro lado, creímos reconocer en él algo familiar. Era José Bono, virrey que fue de todas estas tierras. Resulta que habíamos estado un par de horas comiendo casi a su vera y sin darnos cuenta. El poder -y este hombre dicen que aún acumula mucho en esta región-, visto de cerca, pierde una barbaridad. 

Luego nos llevaron a una almazara ecológica. Seguimos con S., riéndonos, como siempre, sin parar. Hasta atorarnos. Después de un rato, le pidió S. a su paisano Pablo García González -el que fue director de Radio 3-, que nos contase lo de Pepe Marchena. El hombre, una persona encantadora, aceptó el encargo de muy buena gana. La existencia de esa canción, nos relató, se la descubrió el marido de Carmen Linares y, una vez descubierta, comenzó a investigar el paso del cantaor por su pueblo. Pero no encontró nada. Ningún testimonio, ningún documento. De manera que decidió escribir un cuento. Un cuento en el que se narra, con lujo de detalles, el verdadero paso de Pepe Marchena por Puente Génave. Nos explicó, para justificarse, que su invención no lo era tanto, que era cosa más que probable ya que Pepe Marchena pasó la guerra en Arquillos, y no dejó de actuar por toda la zona mientras estuvo en manos de la República: en Albacete y Murcia, sobre todo, y que para ir a esos lugares resultaba inevitable pasar por el pueblo, y no habría sido nada raro, por tanto, que hubiese hecho noche en él, seguramente en una venta famosa que hubo en aquel tiempo. A nosotros nos pareció muy bien la solución y así se lo dijimos, pues en esta clase de negocios a veces lo importante no es tanto qué ocurrió sino cómo se cuente. Ya se sabe, eso tan itailano y fino de se non è vero, è ben trovato...

Fue un día magnífico. Al final nos despedimos de todos. De S. con una abrazo y nos trajimos a Araújo a Albacete, que tenía que coger un tren de vuelta a Madrid. Por el camino atropellamos a un pájaro. El naturalista exhaló un suspiro doloroso. No deja de ser mala suerte llevar en el asiento de al lado a uno de los más importantes ornitólogos del país y cargarse a un pobre pajarillo. Por disculparme, le dije que a mí aquello me había parecido un suicidio. Nos tranquilizó diciéndonos que más de ocho millones de vertebrados mueren de ese modo cada año en las carreteras del país. A. contó que hacía unos meses, camino del trabajo, se les había estrellado una lechuza contra el parabrisas... El hombre vovió a suspirar. Antes de salir de Alcaraz, S. le había explicado que él el amor a los pájaros lo había cobrado matándolos con tirachinas cuando chico. Que en los pueblos eso era lo corriente. Y que fue así como los conoció, aprendió a distinguirlos y empezó a amarlos. Le contó, por ejemplo, su descubrimiento maravillado de la oropéndola. Sobre el peculiar modo de comenzar su amor a los pájaros, el naturalista eminente no comentó nada; solo dijo  que durante un tiempo había tenido un programa en Radio Nacional que comenzaba con el canto de ese pájaro (Oriolus oriolus), que era uno de sus favoritos. Cuando lo dejamos en la estación se despidió de nosotros muy cortésmente. También muy aliviado, me pareció a mí.

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