lunes, 17 de diciembre de 2012

Las pavesas del fin de semana

El tiempo quema veloz los fines de semana y solo deja, en el fondo del cenicero, unas pavesas. Con ellas vamos abonando los días laborables:

Viernes a la tarde.

¿Podrán los e-book con los libros de toda la vida? Lo dudo. Entre otras razones porque un libro tiene infinitas posibilidades. Por ejemplo, en la oficina municipal donde tramitan las multas de la zona azul (por qué estábamos allí es cosa que se contará en otra ocasión, si viniese al caso), vemos una pantalla de ordenador colocado sobre un grueso libro, para que el funcionario la tenga a la altura de sus ojos y pueda trabajar más cómodamente. El tomo es uno de las obras completas de Borges.



En el cine, para ver El Hobbit, con unos cuantos amigos de P. Somos tantos que en la taquilla nos hacen precio especial. En una esquina, medio 1º B me señala como si yo fuese un famoso. Algunos me saludan tímidamente... Me dan ganas de acercarme y decirles que han aprobado casi todos, y darme así un pequeño baño de popularidad. Como un obispo repartiendo bendiciones. Pero me contengo. Les devuelvo el saludo serio, distante y frío y pastoreo a P. y a sus amigos camino de la sala. Unos minutos antes de llegar al cine me había enterado de que duraba la película casi tres horas y de que era tan solo la primera parte de una trilogía. Esa información me dejó un poco confuso y preocupado. ¿Cuántas páginas tiene El Hobbit, trescientas? Yo creo que no llega. Así que me pareció exagerado y me puse en lo peor. Al principio creí que me dormía, pero salvado ese trance de la primera media hora, hasta me pareció breve y entretenida...



Sábado por la mañana.

Día de invierno. Gris, oscuro, cerrado. Cae una lluvia fina y tenaz. Dos chiquillos, vigilados por un padre sonriente y bien provistos de botas de agua, saltan felices sobre los charcos, muertos de risa...

El librero de H. me cuenta que él quiere hacerse vasco. Me dice que allí acaban de llevar a cabo una iniciativa para fomentar la venta de libros o discos, para que la gente vaya al cine y al teatro... Por veinticinco euros, el gobierno autonómico te daba un cheque con un valor de cuarenta para que lo gastases en conciertos, discos, libros, representaciones... Se agotaron, esos cheques revalorizados, en un solo día. "Yo he hecho el cálculo, y con lo que se genera de IVA, ya amortizan la inversión". Le contesto que yo llevo entre mis apellidos, y no muy lejos, el de Guisasola, y que si insiste en ese deseo suyo, a lo mejor puedo escribirle una carta de recomendación... Le pregunto luego por las Memorias líquidas de Enric González. Todavía no les ha llegado. Me recomienda La Buena novela, y me pone en las manos un ejemplar, pero le miro el precio y le digo que a lo mejor me lo pido para Reyes... Me lo alaba mucho y me dice que le gustaría que lo leyese, para que le dé mi opinión, pero insisto en que ahora ando enredado en otras lecturas... Compro unos regalos para P. y R. y me voy.



A la salida, encuentro con R. y M., unos amigos que viven en Toledo. Me tomo un café con ellos. R. me cuenta que a veces lee estas cosas -un saludo, R.-, y que por ello sabe de nuestra vida. Me cuentan un poco la que llevan en ellos en la imperial ciudad. Al final, inevitablemente, terminamos hablando de todo lo que está ocurriendo. Cuando nos despedimos, decidimos que la próxima vez, pase lo que pase, dedicaremos todo el tiempo a hablar de cosas amables y sin importancia...

Sábado a la tarde.

Después de comer paso dos horas corrigiendo exámenes. Esta de corregir es una labor ardua y estéril que nos deja casi siempre derrengados y mustios... Después nos vamos a la filmoteca, a ver un documental sobre la grabación de Let it be. La copia es muy vieja, y las imágenes tienen un color de fotos antiguas y están llenas de ralladuras. Nos asalta la sensación de estar en los mismos años en que se rodó esa película, y que si mirásemos a nuestro alrededor, en el cine solo veríamos jóvenes melenudos con pantalones de campana, fumando todos con los ojos cerrados... La barba de Paul McCartney, el abrigo de piel de John Lennon, el de señorona que lleva George Harrison, la gabardina roja de Ringo... Al comienzo los ensayos resultan caóticos y desordenados, y en las conversaciones no se entiende muy bien de qué están hablando realmente ni de qué se ríen. De vez en cuando, pasa la figura de Yoko Ono, como una sombra, la sombra del chino malo de una película de aventuras. Se les ve en armonía, y cuando cantan, Paul y John se miran cómplices y felices. La película va ganando poco a a poco fuerza, y el final, con la grabación definitiva de las canciones de ese disco y la actuación en la azotea del edifico Apple, nos dejan un grandísimo sabor de boca... (Son muy hermosas las imágenes de los transeúntes que se paran confundidos en mitad de la calle, y nos preguntamos qué habrá sido de ellos -porque del destino de los Beatles estamos al cabo de la calle-, de esos jóvenes melenudos, de los bobbys nerviosos que no saben qué hacer, de los señores con sombrero, de esas chicas que se comen las uñas...).

Domingo por la mañana.

En la Feria del Libro que han puesto al lado de casa, el librero de viejo de la plaza Mayor se sube por las paredes de su caseta contándole a un parroquiano que les han subido las tasas por esta feria un cien por cien. Y le explica cómo casi le echan del ayuntamiento porque les dijo de todo menos guapos. "Dictadores encubiertos, ladrones y estafadores", dijo que les había dicho, "que estaban arruinando el país", e insistía en que esa subida se la habían sacado "de los güevos, de los güevos se la han sacado", repetía una y otra vez... Y que era la única ciudad donde les ponían esos impuestos exagerados, y que en Cuenca, por ejemplo, ni les cobraban nada y hasta les pagaban la luz. "¿Y al churrero- porque aquí en esta feria que lleva celebrándose en las Navidades tan solo tres años, al lado de los libros hay siempre un puesto de chocolate con churros-, al churrero también le cobran esa barbaridad?"-preguntó el parroquiano.

-No, él ocupa menos metros y paga otra cosa... Que la gente se hinche de churros, eso no les molesta; ahora, que lea, eso ya les gusta menos- sentenció el librero.

Domingo a la tarde.

Pues eso, domingo por la tarde...

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