domingo, 2 de diciembre de 2012

Sábado sin A.

El sábado se marchó A. a Úbeda, y nos dejó a P. y a mí aquí solos. Fue a llevar de vuelta a F., que tenía unas ganas locas de regresar a su casa, y a una comida en la que se iban a reunir con los amigos de la infancia, con los componentes de un grupo musical que tuvo su hermano hace más de treinta años. Nuestras manos se llamaba. Llegaron a dar un par de conciertos en los lejanos años de la Transición, con un repertorio de época: canciones protesta, cantautores y otras músicas más o menos populares. Se fue con su hermana, su guitarra y unas cuantas partituras... Las redes sociales les han juntado.

Se fueron muy temprano, que tenían que llegar pronto para afinar las guitarras. Cuando nos despertamos, con la casa vacía, andábamos un poco melancólicos P. y yo. Sin embargo, nada más salir a la calle el frío crudelísimo nos quitó la murria de golpe. P. se fue a patinar y yo a mis compras...

Elegí dos lubinas (seguimos viviendo, mientras nos dejen, por encima de nuestras posibilidades), compré la carne para la semana, el pan, unos dulces para el desayuno o por si volvía a presentarse, en la sobremesa, la melancolía... Después, como P. todavía iba a tardar porque después de la clase se queda una hora más de patinaje libre -así le dicen-, me fui de paseo... Acabé entrando en la librería de viejo... Terminé por comprar una caja para fabricar un monstruo con el precio en libras, muy aparente, para los reyes de Rodrigo, y un os ejemplares manoseados del Bearn de Villalonga y  del Lord Jim, para leérmelos inmediatamente, que me ha entrado el capricho de volver a ellos. A Bearn después de hojear la semana anterior las citas que le ha puesto a su nueva novela Bryce Echenique; y a la segunda porque la había visto en mi última visita a esa librería y el no haberlo comprado me tenía un poco desasosegado e inquieto... Me costaron un euro los dos. Lo dijo Trapiello hace tiempo: los libros que nos cambian la vida se pueden comprar en cualquier parte por un par de monedas...







Tenían también algunos libros nuevos, algunas novedades escogidas... Estuve a punto de llevarme también Los huérfanitos, novela de la que hemos escuchado grandes elogios. Pero costaba veinte euros y no me arriesgué. Para explicar mi miedo, tengo otro aforismo, este de Ramón Eder: "Los libros cuando son malos son muy caros y cuando son buenos son una ganga"...



Y ya me volví para casa, a encender el horno para las lubinas mientras esperaba que P. volviese de patinar (...)

Por la tarde nos fuimos al cine, a la filmoteca -para compensar el derroche de las lubinas, que cuesta dos euros la entrada- a ver Hugo... P. ya la había visto, pero cuando se lo propuse, le pareció estupendo volver a verla. "Te va a gustar", me anunció. El cine estaba lleno de señoras mayores, con sus abrigos de piel y tintineantes pulseras. Supongo que les aburrirá ya el Qué tiempo tan feliz de la Campos y estaban buscando allí un espectáculo más entretenido, y por un precio razonable.

Antes de la película pusieron unos cortos de Méliès. Yo creo que nunca había visto entero, a pesar de su brevedad, su Viaje a la luna. Es graciosísimo. Se lo tenía que pasar de miedo el gran Méliès rodando esas películas. Lo que más me gustó fue cómo se defienden los intrépidos astrónomos lunáticos de los selenitas, a paraguazo limpio (¿para qué se llevarían sus paraguas a la luna?)... Efectivamente, Hugo me encantó. Me pareció muy bella, como una historia de Dickens con todo ese lujo visual que le gusta a Scorsese y que con tanto entusiasmo utiliza... Es, esa película, como un gran juguete maravilloso... Además, está llena de cosas que nos gustan mucho: los trenes, París, la nieve, ... Cuando se terminó y comenzaron a pasar los títulos de crédito, la sala de butacas rompió a aplaudir. Fue un aplauso agradecido, educado, sincero y antiguo,  también muy alegre, por la música de las pulseras... Salimos del cine por un largo pasillo, por una puerta diferente, un pasadizo que nos sacó a una calle que tardé en reconocer. A pesar del frío, que ya era negrísimo en la noche recién caída, íbamos P. y yo con una gran sonrisa ne los labios...





Después de cenar, vimos el partido, a ver si perdía Mourinho...

Y así fue como pasamos P. y yo el sábado sin A., tratando que ocupar el tiempo desesperadamente, como tortugas boca arriba...

1 comentario:

  1. La verdad es que la película es una maravilla. Yo tuve la suerte de que la pusieran en el autobús, uno de los domingos en que volvía para Alicante. Por la forma en que me miraba mi compañero de viaje, un hombre de mediana edad que venía desde Gijón e iba hasta Denia, creo que me quedé ensimismada con la película.

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