jueves, 20 de diciembre de 2012

Primicia mundial

Como no tengo ningún contrato que me ate, y el sábado nos vamos de vacaciones, dejo hoy aquí, en exclusiva y como gran primicia mundial, el artículo que saldrá el jueves de la semana que viene. Dejo, además, una versión extendida, con escenas que no se publicarán en el periódico por falta de espacio. 


Un  belén sin mula ni buey

Como ya se habrán enterado, la fiebre de los recortes ha llegado también a los belenes y han venido  a contarnos que no hubo, en aquel pesebre de Belén -como toda la vida de dios habíamos creído-, ni mula ni buey que le diesen aliento al recién nacido… No se sabe si se hace para ahorrarle a los ayuntamientos y diputaciones la compra de esas dos figuras, pero el caso es que también en este asunto comienzan a timarnos… Como si le estuviesen haciendo un ERE al belén… Y ya se imagina uno a los Reyes Magos desasosegados e inquietos, porque a no tardar también les arrinconarán a ellos, por no saberse si fueron reyes o magos o astrólogos, ni si fueron tres, cuatro o sesenta... Y también por suponer, en estos tiempos crueles, un mal ejemplo de derroche, viajando por ahí y repartiendo regalos sin ton ni son. Ya han comenzado por decir que son andaluces; de eso a relacionarlos con los ERE y a tildarlos de flojos y  holgazanes solo hay un breve paso… Unos despilfarradores, nos dirán, y se los eliminará del belén como a esos dos pobres animales.
Al principio, esta afirmación del señor Ratzinger nos dejó desolados y mudos. Siempre hemos tenido gran inclinación por los belenes, por las maquetas y las miniaturas, esas representaciones detalladas y minuciosas del mundo. Seguramente por eso nos gustan tanto las novelas, porque no otra cosa son que eso: vida que palpita en unas cuantas páginas de papel… Reflejo de la vida, que decía Galdós… Y de vida están llenos todos los belenes.
A mí, en las Navidades lo que más me gusta, además de esa noche prodigiosa de Reyes, es visitar belenes. Visitamos todos los que podemos: aquí el de la Diputación, que es el que más nos gusta; también el que ponen en los bajos de una tienda de cortinas en la calle Baños, con esa recreación deliciosa de los Altos de la Villa; y el de la Caja Rural, dándonos de codazos con los chiquillos que se agolpan allí, la cara aplastada contra el cristal. Vistamos además cada año, en Oviedo, el que, señorial y majestuoso, colocan en la Plaza de la Catedral. Y en Úbeda, uno de una casa particular, en la calle de la Luna y el Sol, que aprovecha el zaguán para levantar un nacimiento muy vistoso y donde te reciben con borrachuelos y mistelas. Y, muy cerca de esa calle, nuestro preferido, el que instalan en la iglesia de Santo Domingo. Este lo visitamos dos o tres veces y disfrutamos como críos. Se trata de una iglesia cerrada al culto, con la nave vacía y un artesonado de madera prodigioso que se va pudriendo, con las humedades y los hielos, un poco más cada invierno. Sobre unos tablones, ocupando todo ese espacio normalmente vacío, se puede ver allí el relato completo de esa historia maravillosa: el viaje a Belén, las casas blancas, las callejuelas de ese lugar, la plaza pública y el mercado; el castillo de Herodes en lo alto; el viaje de los tres Magos por el desierto; un oasis y la cueva en la que un ángel avisa a unos pastores de lo que va a suceder; pescadores, mercaderes y hortelanos; rebaños, un campo de árboles frutales, almendros, un olivar, un río... Y, claro está, el pesebre, donde no faltan, como es natural, una mula y un buey… La figura que más nos gusta es la de un viejo al que acaba de caérsele un cántaro de barro que está hecho pedazos a sus pies. Nos recuerda a la pobre doña Truhana del cuento de don Juan Manuel. ¿Vendría él también soñando fantasías y quimeras, haciendo castillos en el aire y por eso se distrajo y se le cayó el cántaro? ¿O estaría pensando en el prodigio del nacimiento de ese niño, del que le habrían dado noticia en el mercado?
Cada vez que salimos de esa iglesia, de esa visita, nos acordamos con agradecimiento de San Francisco de Asís, que fue quien inició esta costumbre cuando construyó un casa de paja para explicarles a sus vecinos este misterio del nacimiento de Jesús, como ellos pobre, tan pobre que vino a nacer en una cuadra.
Así que, como comprenderán ustedes, aunque caigamos en pecado de herejía, por mucho Papa que haya dicho eso, nosotros nos negamos a creerlo. Está muy lejos el Vaticano de aquel corral, como lo está de la pobreza. Mármoles y tapices poco tienen que ver con un establo. Pide el Papa que le creamos, pero lo hace desde lo más alto del Vaticano, que según Enric González, que lo conoció bien en sus años de corresponsalía en Roma, es el último lugar del mundo donde uno puede encontrar, si eso es lo que busca, fe…
Sin embargo, apela el santo padre a esa fe, y dice que hay que creer a pie juntillas en la virginidad de María, pero no en que dos animales diesen calor a un recién nacido… Pues mire usted, señor don Joseph, se mete usted en un jardín…, que por otra parte es donde se acaban metiendo todos los teólogos… Es un poco como lo que nos dicen los políticos y poderosos de este mundo: que creamos en ellos, que ayudar a los bancos, y la amnistía fiscal, y los privilegios que se les conceden a las grandes corporaciones son cosa muy buena y justa, mientras que la solidaridad, la compasión y la ayuda al que menos tiene no importan nada, porque nada importan hoy los pobres, los enfermos, los menesterosos…
En lugar de leer ese libro papal, les recomiendo que busquen el “Libro de visitantes”, de don José Jiménez Lozano, que es como un belén construido con palabras, un belén viviente, una miniatura también en la que se representan con una delicadeza y hondura maravillosas esos días del nacimiento de Jesús… Y donde no faltan el buey y una “asnilla”. O “Los bueyes”, el bellísimo poema de Thomas Hardy en el que se pueden leer versos como estos: “¡Pocos creen en tan bella fantasía / en estos años! Y con todo, sé / que si alguien me dijera en Nochebuena / “Vamos a ver los bueyes de rodillas / en aquella majada solitaria / que nuestra infancia conoció” / con él me marcharía entre las sombras / esperando que así fuera”. ¿No ha leído el señor Ratzinger este poema? ¿No ha visto los frescos del Giotto y tantas otras pinturas verdaderas? ¿Cómo es posible que un Papa no se entere de lo necesitado que anda el mundo del calor de ese buey y esa mulilla, de su consuelo?



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