lunes, 25 de febrero de 2013

El artículo de los jueves, hoy lunes

Como el periódico ya no saca en su edición digital los artículos de opinión, ya no es posible enlazar lo que escribimos una vez al mes. Así que qué más da jueves que lunes. 



De la educación de los hijos

Cuestión peliaguda esta de educar a los hijos. Nunca sabe uno si lo que hace es lo correcto. Pienso que todo el mundo busca lo mismo para sus hijos, a saber,  dos cosas principalmente: que cuajen en buenas personas, apreciadas y queridas por quienes les vayan a acompañar en este incierto viaje de la vida; y, sobre todo, que sean felices y no tengan nunca que pasar por negras fatigas ni grandes penalidades. Para ello, el común de las gentes les damos todo nuestro amor, los mandamos al colegio, al instituto y a la universidad, e intentamos procurarles ejemplos de bienvivir manteniendo un comportamiento cívico y responsable. Tratamos de hacer de ellos personas rectas y cabales que sepan distinguir lo que está bien de lo que no lo está y que se comporten, al fin, como gentes decentes y nobles. Esto pienso yo que es lo que quiere cualquier padre para sus hijos. Y lo que hemos tratado de inculcarle al nuestro. Sin embargo, al cabo de un tiempo y viendo cómo van las cosas, vivimos en una dolorosa incertidumbre y damos en pensar ahora que tal vez nos hayamos equivocado de medio a medio.

Cada año celebran en el colegio de nuestro hijo una feria del libro con fines benéficos. Le damos entonces unos cuantos euros para que colabore y se compre algún libro. El año pasado, por hallarnos sin suelto, le dimos un billete de diez. Cuando volvió sin ningún céntimo en los bolsillos y con tres libros que le habían costado tres euros cada uno, nos explicó que el que faltaba se lo había prestado a un compañero al que no le había alcanzado con lo que se había llevado de su casa. Inmediatamente, nos explicó que no nos preocupásemos, porque al día siguiente le iba a devolver, ese compañero, un euro y cincuenta céntimos. Nos dejó perplejos. Pasados esos primeros segundos de sorpresa, le contestamos que de ninguna manera iba a aceptar semejante devolución, que si él le había dejado a su amigo un euro, pues un euro le debía y nada más. Que esas cosas no se hacían, y menos entre compañeros, y no sé cuántas cuestiones más. Nuestro hijo aceptó sin quejas nuestras reconvenciones y nos tranquilizó asegurándonos que lo haría tal y como le estábamos diciendo y que no reclamaría lo acordado. Y así fue.

Sin embargo, ahora que ha pasado un tiempo nos asaltan las dudas. Hemos comenzado a pensar, su madre y yo, que aquel día nos equivocamos de pleno. Cortamos de raíz lo que habría podido ser una próspera carrera en el mundo de las finanzas y los negocios abusivos. En lugar de todas esas zarandajas éticas y morales, le tendríamos que haber dado unas palmaditas en la espalda, haberle hecho mil monerías y melindres, y alabado exageradamente esa iniciativa suya. Y, nada más concluir esas fiestas, haberle proporcionado otro billete de diez euros para que los fuese a prestar a sus amigos del cole, para financiarles la compra de chuches y golosinas, a ese mismo interés.

O también, en lugar de llevarlo al teatro, a la biblioteca pública y las librerías, y apuntarlo a clases de inglés, tendríamos que haberlo afiliado a uno de los dos grandes partidos, casi no importa a cuál, para que comenzase bien pronto a hacer carrera en él.  De esa manera no tendría que esforzarse por encontrar un trabajo y podría incluso llegar a ser, por ejemplo, tesorero.

Porque a nadie se le escapa que las únicas actividades que pueden hoy asegurarle a uno una vida boyante y florida alejada de la peste negra del paro y de las arideces de los trabajos precarios y mal pagados, son esas dos de la política profesional y la usura.

Si a los diez años era nuestro hijo capaz de levantar negocios como el que estuvo a punto de perpetrar el día de la feria del libro de su colegio, no me cabe duda de que, con el tiempo, podría haber llegado a ser, si no hubiésemos llegado nosotros a estorbárselo, uno de eso financieros capaces de ingeniar complejísimos productos que llenan las arcas de los bancos y despluman a los clientes (con los hijos tiene uno siempre delirios de grandeza, es inevitable).

Y si en lugar de en esa academia de inglés – porque da la sensación de que, para esto, cuanto menos inglés sepas, mejor- lo hubiésemos apuntado al nacer en uno de los dos grandes partidos, entonces, qué les voy a contar que ustedes no sepan: sería como si le hubiese tocado uno de esos sueldos de por vida que sortean algunas marcas de café.

Claro que podría verse envuelto en algún caso de corrupción, pues por lo que se ve es algo que les pasa a los políticos con cierta frecuencia. Pero tampoco en ese caso habría que preocuparse mucho. Con el tiempo, todo quedaría en nada, como en nada quedará todo lo que leemos hoy en los periódicos al respecto.

De manera que creo que aquel día cometimos, mi mujer y yo, el más grande de los errores, y que ya no hay vuelta atrás. Ahora tendremos que continuar, por no desdecirnos y confundir a nuestro hijo, hablándole del valor del esfuerzo personal, de la necesidad de ser responsable, de ética y estética… Y probablemente estemos haciendo de él un desgraciado.

La Tribuna, 21 de febrero de 2013







1 comentario:

  1. El dinero bien aprovechado lo tenías que gastar en una buena formación (no en academias de inglés ni nada parecido), te comento los cursos que ahora están de moda y cuya afluencia en masiva:
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    Máster del Bar-cenas, especialidad en chorizo. El interesado.Presencial
    Máster de propiedad intelectual. Ramoncín.. On line
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    Ve corriendo,el plazo de matrícula está abierto

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