Como el periódico ya no saca en su edición digital los artículos de opinión, ya no es posible enlazar lo que escribimos una vez al mes. Así que qué más da jueves que lunes.
De la educación de los hijos
Cuestión peliaguda esta de educar
a los hijos. Nunca sabe uno si lo que hace es lo correcto. Pienso que todo el
mundo busca lo mismo para sus hijos, a saber,
dos cosas principalmente: que cuajen en buenas personas, apreciadas y
queridas por quienes les vayan a acompañar en este incierto viaje de la vida;
y, sobre todo, que sean felices y no tengan nunca que pasar por negras fatigas
ni grandes penalidades. Para ello, el común de las gentes les damos todo
nuestro amor, los mandamos al colegio, al instituto y a la universidad, e intentamos
procurarles ejemplos de bienvivir manteniendo un comportamiento cívico y
responsable. Tratamos de hacer de ellos personas rectas y cabales que sepan
distinguir lo que está bien de lo que no lo está y que se comporten, al fin,
como gentes decentes y nobles. Esto pienso yo que es lo que quiere cualquier
padre para sus hijos. Y lo que hemos tratado de inculcarle al nuestro. Sin
embargo, al cabo de un tiempo y viendo cómo van las cosas, vivimos en una
dolorosa incertidumbre y damos en pensar ahora que tal vez nos hayamos
equivocado de medio a medio.
Cada año celebran en el colegio
de nuestro hijo una feria del libro con fines benéficos. Le damos entonces unos
cuantos euros para que colabore y se compre algún libro. El año pasado, por
hallarnos sin suelto, le dimos un billete de diez. Cuando volvió sin ningún
céntimo en los bolsillos y con tres libros que le habían costado tres euros
cada uno, nos explicó que el que faltaba se lo había prestado a un compañero al
que no le había alcanzado con lo que se había llevado de su casa.
Inmediatamente, nos explicó que no nos preocupásemos, porque al día siguiente
le iba a devolver, ese compañero, un euro y cincuenta céntimos. Nos dejó
perplejos. Pasados esos primeros segundos de sorpresa, le contestamos que de
ninguna manera iba a aceptar semejante devolución, que si él le había dejado a
su amigo un euro, pues un euro le debía y nada más. Que esas cosas no se hacían,
y menos entre compañeros, y no sé cuántas cuestiones más. Nuestro hijo aceptó
sin quejas nuestras reconvenciones y nos tranquilizó asegurándonos que lo haría
tal y como le estábamos diciendo y que no reclamaría lo acordado. Y así fue.
Sin embargo, ahora que ha pasado
un tiempo nos asaltan las dudas. Hemos comenzado a pensar, su madre y yo, que
aquel día nos equivocamos de pleno. Cortamos de raíz lo que habría podido ser
una próspera carrera en el mundo de las finanzas y los negocios abusivos. En
lugar de todas esas zarandajas éticas y morales, le tendríamos que haber dado
unas palmaditas en la espalda, haberle hecho mil monerías y melindres, y alabado
exageradamente esa iniciativa suya. Y, nada más concluir esas fiestas, haberle
proporcionado otro billete de diez euros para que los fuese a prestar a sus amigos
del cole, para financiarles la compra de chuches y golosinas, a ese mismo
interés.
O también, en lugar de llevarlo al
teatro, a la biblioteca pública y las librerías, y apuntarlo a clases de
inglés, tendríamos que haberlo afiliado a uno de los dos grandes partidos, casi
no importa a cuál, para que comenzase bien pronto a hacer carrera en él. De esa manera no tendría que esforzarse por
encontrar un trabajo y podría incluso llegar a ser, por ejemplo, tesorero.
Porque a nadie se le escapa que
las únicas actividades que pueden hoy asegurarle a uno una vida boyante y
florida alejada de la peste negra del paro y de las arideces de los trabajos
precarios y mal pagados, son esas dos de la política profesional y la usura.
Si a los diez años era nuestro hijo
capaz de levantar negocios como el que estuvo a punto de perpetrar el día de la
feria del libro de su colegio, no me cabe duda de que, con el tiempo, podría haber
llegado a ser, si no hubiésemos llegado nosotros a estorbárselo, uno de eso
financieros capaces de ingeniar complejísimos productos que llenan las arcas de
los bancos y despluman a los clientes (con los hijos tiene uno siempre delirios
de grandeza, es inevitable).
Y si en lugar de en esa academia
de inglés – porque da la sensación de que, para esto, cuanto menos inglés sepas,
mejor- lo hubiésemos apuntado al nacer en uno de los dos grandes partidos, entonces,
qué les voy a contar que ustedes no sepan: sería como si le hubiese tocado uno
de esos sueldos de por vida que sortean algunas marcas de café.
Claro que podría verse envuelto en
algún caso de corrupción, pues por lo que se ve es algo que les pasa a los políticos
con cierta frecuencia. Pero tampoco en ese caso habría que preocuparse mucho.
Con el tiempo, todo quedaría en nada, como en nada quedará todo lo que leemos
hoy en los periódicos al respecto.
De manera que creo que aquel día
cometimos, mi mujer y yo, el más grande de los errores, y que ya no hay vuelta
atrás. Ahora tendremos que continuar, por no desdecirnos y confundir a nuestro
hijo, hablándole del valor del esfuerzo personal, de la necesidad de ser
responsable, de ética y estética… Y probablemente estemos haciendo de él un
desgraciado.
La Tribuna, 21 de febrero de 2013
El dinero bien aprovechado lo tenías que gastar en una buena formación (no en academias de inglés ni nada parecido), te comento los cursos que ahora están de moda y cuya afluencia en masiva:
ResponderEliminarMáster del tocomocho a la catalana. Pujol-hijo .On line
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