Mañana del sábado. Temprano, bajo hasta la cooperativa. Llueve y por la carretera vieja de Jódar unas nubes muy oscuras amenazan el valle abierto del Guadalquivir.
Me atiende, en una oficina destartalada, un hombre muy pequeño y afable que hace la suma de las dos cajas que me llevo con la ayuda de una vieja calculadora. Luego me extiende una factura que cumplimenta con sumo cuidado, como un calígrafo chino.
Por la tarde, mientras A. celebra con sus antiguas compañeras, vamos a ver a la tita C., a la que acaban de dar el alta en el hospital tras una operación delicada. Bajamos en coche. Nada más arrancar, F. comienza a hacerme algunas preguntas:
-¿Por qué no vas por ahí? Así damos más vuelta...
-Esa calle es dirección prohibida.
-¿Por qué te paras aquí?
-Está el semáforo rojo.
-¿Por qué te pones aquí?
-Porque el otro carril es para girar a la izquierda.
Luego suspiró:
-Teníamos que haber bajado por el Rastro...
-¿No me dijiste que era mejor por el 18 de Julio?
Ya muy cerca de nuestro destino, me aconsejó:
-Ahora tuerces a la derecha y ya estamos...
-No puedo, F.
-¿Por qué?
-Porque está prohibido.
-Yo creo que todo esto lo hacen para que la gente gaste más gasolina...
Cuando al fin aparcamos y entramos a pie por la calle Chirinos, nos encontramos con J., el tío de Muñoz Molina. Nos estuvo contando lo de su operación de corazón, y cómo pensaba que de esa no salía... En su casa, vecina a la de la tita C., tiene un pequeño terreno donde sigue cultivando algunas cosas, por entretenerse. Es lo que ha hecho toda su vida.
A la tita C. la encontramos en un sillón eléctrico y sin dientes, pero muy enérgica y opinadora. Como una reina antigua.
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