El sábado comimos todos juntos porque era el cumpleaños de nuestro beau frère y tuvo a bien invitarnos.
Lo hizo, como suele, en el Il Forno, una pizzería que debe de tener ya unos treinta años de existencia y que, salvo la pintura de las paredes y los cuadros que en ellas cuelgan, está exactamente igual que entonces. La carta es la misma que hace tres décadas, salvo el cerviche, que es una novedad que cuenta a su manera la biografía del dueño, que se separó de su mujer, se enamoró de una muchacha peruana, abrió con ella un restaurante de comida de aquellas tierras, lo cerró y ha vuelto a pasearse entre las mesas de esta pizzería enorme. Desconocemos si el regreso ha alcanzado otras fronteras..
Antes, cuando nosotros llegamos a estas costas -por decirlo en clave aventurera-, lo visitábamos a menudo. Luego dejamos de hacerlo. Y ahora vamos allí una vez al año, cuando nuestro cuñado cumple años...
Este conocimiento antiguo del lugar nos invita, cuando vamos, a que nos fijemos en los clientes...
El sábado nos llamó la atención una familia muy atildada, un matrimonio y sus tres hijos, que se sentaron muy cerca de nosotros, con gran ceremonia y muy cuidadas maneras. Iban todos vestido de un modo un tanto antiguo, a juego con el local. El cabeza de familia lucía pañuelo de seda al cuello, chaleco de cheviot y un bigote tupido y barroco sobre una barbita pulcramente recortada. Componía una figura teatral y lopesca. Las dos niñas eran muy coloradas y bien hermosotas. El niño, con un jersey de pico de un verde colegio-concertado-religioso, tenía también el color rosa del amanecer en las mejillas. La única moderna era la madre, con un vestido negro. Yo me los imaginé notarios, abogados o médicos. Fue entonces cuando A. me hizo ver que la mujer era su ginecóloga, la que nos atendió del día del parto y recibió a P. a nuestro lado. Estuve a punto de levantarme para recordárselo, y volver a agradecérselo, pero me contuve... Comían en silencio, con muy exquisitas maneras, sin abrir la boca y sin que se les notase apenas el movimiento de las muelas y los diente triturando y desgarrando la comida...
Al poco nos distrajo la llegada de una pareja con un crío de unos tres años. El hombre atendía con solicitud a quien debía ser su hijo, pero ella ni miraba para el chaval. Era una moza muy joven, muy delgada, muy poca cosa. Dejó sobre la mesa unas enormes gafas de sol y sacó una teléfono móvil no más pequeño que esas lentes. Mientras el joven que la acompañaba atendía al niño, se puso ella a toquetear con agilidad y soltura el teléfono enorme. Hombre separado, ennoviado de nuevo y al que le toca el chiquillo un fin de semana cada quince días, pensamos... Nos fijamos un poco más. La muchacha, aunque muy guapa, tenía cierto aire de arrabal, y a pesar de que movía sus manos con afectación, resultaba todo en ella un tanto ordinario. Había algo en ella de Fortunata, eso sí, con muchas menos carnes...
Fue entonces cuando las sobrinas de J.C. nos avisaron de que era, esa joven, una de las participantes de un programa llamado Mujeres y hombre y viceversa, un programa, al parecer, inefable. El día anterior, viendo el Torres y Reyes, habíamos escuchado a Joaquín Reyes describirlo como un programa de antropología... Buscaron las sobrinas en sus teléfonos, no menos pequeños que los de la estrella de la televisión, fotos de esta, y nos las enseñaron. Eran imágenes del programa, y se la veía muy maquillada y con peinados más elaborados, pero sí, efectivamente era ella...
Nos fijamos mejor. Allí, en mitad de esa vieja pizzería, no era más que una muchacha muy joven y muy delgada, más que guapa bonica, que hablaba moviendo mucho las manos con su novio, que le contestaba arrobado y al que interrumpía cada poco su hijo. Entonces ella se quedaba mirando al niño con cierta aprensión, como si fuese un objeto extraño, incomprensible y probablemente peligroso... El novio trataba de atender a los dos con idéntica atención... Hasta que el chiquillo vomitó todo el acuarius que estaba bebiendo. Entonces ella puso cara de gran espanto, y, mientras su pareja se ocupaba, se refugió en su móvil color rosa...
Y de esta manera tan entretenida pasamos la comida...
Y de esta manera tan entretenida pasamos la comida...
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