Todavía hay raras ocasiones en las que alguien te pregunta que dónde has hecho la mili. Suelen ser, naturalmente, personas mayores, hombres que suelen guardar un recuerdo orgulloso de su paso por la milicia.
Yo les contesto la verdad, que no, pero como esa es una respuesta que no suelen encontrar satisfactoria, les tranquilizo hablándoles de F., a la que yo quiero con todas mi alma por muchas razones, entre ellas el haberme hecho comprender, fuera de los cuarteles, lo que debe de ser, más o menos, la vida castrense, la autoridad ejercida militarmente.
-No comas tanto pan, que te vas a quitar las ganas y no vas a acabarte tu plato... (un plato, por cierto, a punto de desbordarse como el mar cantábrico estos días).
-Eso no se va a quedar ahí... Échate esas albóndigas, que no has comío na... (en tu estómago ya digieres una docena).
-Tómate un par de ochíos y una cerveza...
-Deja ya de leer, que vas a perder la vista...
-Aféitate, que así, con esa barba, estás atroz y pareces mucho más viejo...
Todo esto, mientras blande el bastón -de mando- que le hemos regalado...
(
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