martes, 9 de septiembre de 2014

UN CONCIERTO EN SAN LORENZO



El sábado dio la vuelta el aire en las esquinas de Úbeda. De pronto más sutil y más fino, su caricia fresca en la mejillas recién afeitadas hizo que recobráramos la esperanza. Había perdido, esa mañana, la densidad sofocante con la que nos venía abrazando desde hacía tanto tiempo. El monarca del verano abandonaba al fin sus palacios y cuarteles después de haber firmado, como aquel, la abdicación.

Si nos encontró allí este momento histórico -el fin del verano del 14, la llegada del otoño de este mismo año- fue para terminar las vacaciones, para cerrar el círculo de este verano circular, en el mismo lugar donde lo comenzamos. Y tan felices como entonces, porque teníamos entradas para el concierto en el que iba a actuar el primo J., bombero de Madrid - cómo me gusta esta aposición-, un concierto de versiones del cancionero rico y profundo de Joaquín Sabina.

No nos lo pudimos pasar mejor. Por la mañana, tomamos unas cañas y comimos con el cantante, su mujer y sus hijas y los veintidós amigos que lo acompañaron desde Madrid. Luego nos fuimos a comprarle una tele al Carrefour a F., que se le había descompuesto la vieja, un armatoste como un barco de grande, y ya no tuvimos más tiempo que el justo para vestirnos y bajar andando hasta San Lorenzo.

Se estaba cayendo esta iglesia magnífica, colgada sobre los miradores al valle hipnótico -con algo de paisaje infinito y marino- del Guadalquivir, hasta que un grupo de vecinos decidió crear una fundación para evitar una ruina que parecía inevitable. Es una iglesia vacía desde hace muchos años, un cascarón que no esperaba otra cosa en esta vida que el momento de desplomarse sobre las murallas y desaparecer, como una muela cariada en la boca de un viejo. Pero ahora estas gentes admirables de ese barrio de hortelanos han conseguido empastarle los cimientos, levantar un tejado nuevo para que no se maten los gatos que entraban a la nave por las noches ni los chiquillos que se colaban para jugar ni los amantes del arte del dibujo que han llenado los muros de muestras de su habilidad y sus fidelidades -rostros, figuras geométricas, botellas de vino, un escudo del Atleti...-.

El concierto nos dejó a todos con la boca abierta y unas ganas enormes de cantar como habían cantado el primo J. y los otros cinco artistas. ¡Qué envidia no poder cantar como todos ellos! Uno ha estado, en su juventud, en algunos conciertos, de grupos y solistas profesionales, y no creo que ninguno de aquellos pueda envidiarle nada a este con el que cerramos el verano. Voces prodigiosas, versiones que traicionaban al cantante famoso con gracia, talento y poesía...

Al final, ganó un muchacho que había llegado desde Montevideo, vía Denia, donde viven dos de sus hermanas. Y también estuvo un chamaco mexicano, chamaquísimo, que antes del concierto me pidió las señas de San Lorenzo y al que se las di de mil amores, el camino más corto y suave, cosa que me afearon los amigos del primo J., que creían que tendría que haberle mandado al otro rincón de la ciudad. Los madrileños quieren mucho a su amigo y venían con gran espíritu competitivo. Los demás eran de la tierra -Úbeda, La Carolina, Mancha Real y el primo madrileño de la calle Chirinos- pero cantaron como si fueran artistas internacionales. A mí, ya que no pudo ser J., me hizo ilusión que ganase el chico uruguayo, al que solo acompañaban entre el público sus dos hermanas, un cuñado y un sobrino, que saltaron de sus sillas cuando el jurado dio el nombre de su pariente al anunciar el ganador. Fue un cuádruple salto que me enterneció. El resto del público -que íbamos con los jienneses, cada uno con el suyo- recibió la decisión con deportividad y aplaudió largamente.

Todo acabó en los miradores de San Lorenzo, donde habían puesto un pequeño bar, los artistas y el público confundidos, el ganador llamando a sus padres, todos con una cerveza en las manos. A los pies de los felices bebedores, las luces de los pueblos del valle. En la oscuridad nos parecieron, esas luces, como barcos nocturnos en medio de un mar silencioso y dormido.

P.D. Durante el concierto, grabé la actuación del primo con mi ipad nuevo, y saqué, también con ese aparato emblema de la más alta y fina tecnología, un montón de fotos. Luego escribí en él esta entrada. Sin embargo, ahora no soy capaz de acompañarla con esas imágenes. De modo que me sirvo de youtube. Bien que lo siento.


                               
       


            



         

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