Todos los veranos, desde hace más de veinte, al llegar a aquí nos encontramos con los mismos lamentos y la misma agria polémica. Los lamentos son los de nuestros parientes y amigos, que miran al cielo y maldicen, que se preguntan dónde demonios está el verano, que se tiran de los pelos porque apenas han podido poner un pie en la playa, porque llueve un día sí y el otro también, porque hace frío, y está oscuro y nuboso y sombrío... "Mierda de verano", mascullan los más desesperados.
Y la polémica, la misma de los últimos veinte años por estas fechas, es con los hombres del tiempo, los meteorólogos, que no dan una, y lo confunden y enredan todo de tal manera que cuando anuncian días soleados, nos visitan las nubes son más negras y las borrascas más profundas, y viceversa, cuando presagian días lluviosos y desapacibles, sale el sol y se está todo el santo día abrazando con sus cálidos y amoroso brazos este trozo de tierra al borde del mar Cantábrico... Los hosteleros llevan todos estos años quejándose de esto, que dicen que les perjudica lo indecible, y envían cartas y memoriales a las televisiones para denunciar un atropello tan abusivo e injusto. Los meteorólogos y los periodistas especializados se defienden diciendo que no será para tanto y que la culpa es de la orografía tortuosa del país, que no hay quien prediga nada con tanta montaña, tanta cordillera y tantos valles.
Así, como todos, comenzamos este verano en Asturias.
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