Hace una semana fuimos al museo de la ciudad. Hacía tanto tiempo que no íbamos que ya casi no nos acordábamos de dónde estaba, en qué lugar se encontraba la puerta. Entramos por el parque. Lo hicimos al mismo tiempo que MM, el consejero de Educación y Cultura del gobierno de C, esa mujer. Le esperaba en la puerta GB, catedrático famoso de Teoría de la Literatura en una universidad de la corte, pero natural de este lugar. Al parecer, era este el inspirador de la exposición que se iba a inaugurar, un homenaje a El Greco rendido por una veintena de artistas contemporáneos. Al poco apareció también S., nuestro amigo pintor, que era el motivo por el que estábamos nosotros allí.
Venía desde su pueblo, acompañado por sus padres. Su madre caminaba con dificultad.
-Ha querido ponerse los zapatos bonicos y le molestan...-nos explicó.
Antes de dejarnos entrar a la sala, que tenía las puertas cerradas y custodiadas por un bedel, tuvimos que escuchar dos discursos. Primero el de MM, el consejero, y luego el de GB, el catedrático.
El consejero fue breve y muy graciosos: dijo, por ejemplo, que este año de El Greco habías sido "un acontecimiento cultural mundial" y que el que entra, el del centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote, será "un acontecimiento cultural universal". A los consejeros, a los ministros y validos, les gustan mucho estas hipérboles. Sin embargo, esos adjetivos, en Albacete y ante poco más de treinta personas que éramos las que sumábamos allí, me parecieron muy graciosos. MM es un maestro en el arte de la exageración desmesurada. Tiene un monólogo que ya es un clásico y que representa cada septiembre, al inicio de cada curso escolar. Todos son, desde que él los glosa, "el mejor comienzo de curso de la historia de Castilla-La Mancha". Para terminar, nos anunció que la exposición que estábamos a punto de ver nos iba a "desinquietar". Naturalmente, acogimos su intervención con una ovación cerrada, con grandes aplausos. Se lo merecía.
Tras él, el catedrático, aunque hizo varios mohínes de no querer intervenir, sacó varias cuartillas y estuvo largo rato hablando, básicamente contándonos cosillas suyas. Nos anunció que si ha conservado su casa en la ciudad es porque se ha traído aquí su biblioteca, según dijo que decían algunos, "una de las mejores bibliotecas de Europa". Luego nos alentó a leer el texto que había escrito para la exposición y que estaba colgado, como los cuadros, en un blanco panel. Eran tres párrafos -yo los leí, que suelo ser muy obediente- de aliño y compromiso, como sacados de cualquier manual...
Lo bueno fue que se le entendió todo perfectamente. De sus libros, en cambio, no se puede decir lo mismo. Son, sin duda alguna, incomprensibles. Resultan, por esa razón, libros muy tristes. Como una canción sin letra ni melodía. Como un paraguas sin lluvia. Como una piscina sin agua. Como una playa sin mar... Es toda una escuela esta de los libros inútiles, los discursos herméticos y oscuros, las palabras ensimismadas y enfermas. Todo esto, aunque parezca mentira, goza de gran predicamento y prestigio entre algunas gentes. Tristes gentes, tristes libros.
Cuando al fin concluyó el catedrático, nos dejaron pasar.
Los cuadros de S., impresionantes, ya los conocíamos. Nos los había enseñado en su estudio a la vuelta de Úbeda, al final del verano. Retratos magníficos, de ese expresionismo suyo tan particular. Contra el pronóstico del consejero, inquietantes, tiernos y terribles, blanco y negro, el calor y el frío de las cosas que están vivas y sobre las que aletea, precisamente por esa razón, la mariposa oscura de la muerte.
Estuvimos un breve rato con él, que le apremiaban unos y otros, la prensa, los familiares, el consejero y el catedrático...También algunos tíos y primos que habían venido del pueblo.
El resto de la exposición lo vimos muy rápidamente: cuadros a los que habían adosado unas luces de neón y fluorescentes; cartulinas escolares en las que habían trazado signos geométricos; abstracciones incomprensibles... Nos fuimos veloces de todo aquello. Nos despedimos de S. y huimos del museo.
Porque no habíamos ido allí a ver una exposición, que habíamos ido a ver a un amigo.
(La Tribuna de Albacete)
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