Hace un par de semanas estuvimos en Úbeda, para una boda. Hacía tanto tiempo que no íbamos a una que ya casi no nos acordábamos de cómo suelen ser celebraciones de esa naturaleza. Si hubiéramos guardado memoria, tal vez nos habríamos resistido de algún modo. No sé. Trataremos de ser ecuánimes y breves y dividiremos el relato en tres secuencias:
1ª Secuencia (Exterior día). La salida.
Arregladitos como para ir de boda, igual que el maniquí aquel de la canción memorable del Serrat, pero nosostros porque realmente íbamos a una, nos agrupamos todos en el portal, para distribuirnos equilibradamente en los coches. Llevaba yo unos tirantes azules, un capricho que tenía desde de antiguo y ante el que A. se había mostrado siempre escéptica.
- No sé. Se te va a notar la panza.
-¿Qué panza?
-¿No irías más cómodo con un cinturón?
Sin embargo, no debieron de parecerle tan mal, pues si no hubiese sido así es seguro que habría encontrado la manera de desalentarme.
Subimos al fin al coche. Al volante, el de los tirantes; de copiloto, F., su suegra.
-¿Por dónde vamos, F.?
-¡Ay! Yo no lo sé...
De manera que arranqué y torcí a la derecha.
-¿Por qué vas por aquí?- se escandalizó F.
-Pues , no sé, para no entrar por dirección prohibida...
-Menuda vuelta vamos a dar...
-Pero no me acabas de decir que no sabes por dónde se va...
-Pero si yo no digo nada, tú vete por donde quieras... Pero vamos a dar mucho rodeo...
2ª Secuencia (Interior). El rito.
Hacía tanto que no íbamos a misa que no sabíamos de qué modo han mudado los tiempos. Por muy ameno y chistoso que se puso el párroco, la gente se mostró distraída y charlatana,y los chiquillos, revoltosos, se distrajeron corriendo y chillando todo el rato por los pasillos del templo.
Yo intentaba entender los que decía el cura, por no aburrirme demasiado, pero a duras penas alcanzaba a comprender sus palabras y las del Dios que invocaba. En un momento dado, se sacó de debajo de la casulla lo que me pareció un cuaderno infantil de tapas rojas. Lo abrió y abanicó rápidamente sus páginas, que se mostraron inmaculadas y sin tacha. Inmediatamente después de cerrarlo, repitió la acción y donde antes no había nada, aparecieron ahora unos dibujos muy inocentes peor llenos de color y detalles. Esforzándome todo lo que pude, por encima del alboroto general creí entender que les estaba diciendo a los novios -los únicos que conmigo parecían prestarle alguna atención- que así era su vida juntos, un libro sin escribir que se llenaría, a partir de ese mismo momento, de acontecimientos, de peripecias, de color y vida verdadera...
Finalmente, mientras levantaba el cáliz en el momento de la consagración, comparó ese gesto -y juro que esto lo escuché perfectamente- al del futbolista que recoge la Champion cada año...
Salí de la misa muy pensativo.
3ª Secuencia (Interior-Exterior). El banquete.
Si hay algo más triste que un salón de bodas, es un salón de bodas en mitad de un polígono industrial. Y si hay algo más bárbaro que un banquete de bodas a las dos de la tarde debe de ser un banquete de bodas a las nueve de la noche...
Eran las nueve de la noche cuando, con la panza -esa de la que hablaba A.- a punto de hacer saltar mis flamantes tirantes, hice un sencillo cálculo: si nosotros habíamos entrado a aquel lugar a las dos de la tarde y habían estado cebándonos hasta hacía apenas unos instantes, los invitados a otra boda que estaban llegando ahora, acabarían de cenar, sin duda, muy entrada la madrugada...
Es incomprensible que el ministerio de Sanidad no tome cartas en el asunto, porque esta clase de banquetes deberían estar prohibidos. Deberían ser ilegales e inconstitucionales. Por el bien de los estómagos de este país y, por consiguiente, de su buena marcha y gobierno. Bodas de esta clase son algo así como el Toro de la Vega de Tordesillas, con la diferencia de que aquí el alanceado y torturado es el estómago de los invitados...
No me traje la tarjeta donde se reflejaba el menú, pero resultaba tan larga y tendida que al principio pensé que era una broma. Una exageración desmesurada... Pero no. Más de cinco horas comiendo sin respiro y en mi caso sin vesícula, me hicieron temer que no saldría vivo de aquel lugar.
Luego encendieron un proyector y pasaron sobre una sábana imágenes de la vida de los novios. No sé si andaría por allí el cura, pero estaba claro que el libro lo traían ya un tanto escrito... Fue un poco largo, cosa que agradecí. Pasado ese tiempo, nos hicieron levantar, que iban a retirar las mesas e instalar la barra libre y la discoteca.
Me escabullí a la terraza. Desde allí pude contemplar cómo la mayoría de los invitados se lanzaba a la barra, cogía una copa de un extraño color pálido y se ponía a bailar desenfrenadamente al son de una música horrísona y tremeda.
Hacía una noche hermosa. La luna iluminaba el paisaje con la misma luz pálida que salía de las copas de los danzantes. Caía esa luz romántica sobre las naves silenciosas del polígono, sobre los olivares al otro lado de la carretera, sobre los tejados de la Torre... Los invitados de la otra boda, en el jardín, todavía estaban con los entrantes y canapés. "Lo que os espera", suspiré.
Al rato salió A., buscándome.
-¿Qué haces aquí, solo, como un hurón?
-Entre la digestión y la indigestión, cariño, así estoy yo, así estoy yo, sin tiiiiii...- remedé al cantante del pueblo.
-¿Pero tú te has visto que facha llevas?- y se puso a meterme la camisa por el pantalón, que como es natural, tras tantas horas sentado y comiendo, se me había desbordado.-Si un quiere llevar unos tirantes, tiene que estar atento a estas cosas...
Alcé la vista a la luna. Me guiñó un ojo.
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