La ciudad en la que vivimos no es una ciudad de la que se puedan decir muchas cosas. No es una ciudad hermosa, ni siquiera bonita. Cuando alguien desea alabarla, habla de la comodidad de sus calles, ninguna pina ni fatigosa; de la humanidad de sus dimensiones, que le permiten a uno recorrerla a pie en apenas media hora; de cierta vitalidad, que mantiene a sus habitantes casi a todas horas fuera de sus casas, de paseo; de lo cerca que está Madrid, a unas dos horas en tren, o la playas levantinas, más próximas aún... De las gentes que la pueblan, como ocurre en cualquier otro lugar del mundo, sí se pueden contar muchas y peregrinas historias, pues como decía Galdós -y repite Trapiello en cada una de las entregas de sus monumentales diarios-, por donde quiera que el hombre vaya, lleva consigo, encima, su novela. Y todas son, si se saben contar -Trapiello dixit-, fascinantes.
Pero de esta ciudad, dejando de lado aquel elogio extravagante y pasmoso de Azorín, o los años terribles de la guerra, no hay mucho que decir. Sin embargo, desde hace un año, hay aquí, en una calle como tantas, un lugar maravilloso y especial. El viernes hizo un año que abrió sus puertas una librería -calle Collado Piña, 10- como pocas debe de haber por esos anchos y ajenos mundos. Se llama Nemo, y está llena de tesoros prodigiosos. Dos libreros encantadores -María y Antonio- te los enseñan como quien muestra algo que ama mucho y que está dispuesto a compartir con quien lo desee. El espacio es luminoso, blanco, feliz; y los libros, colocados con un esmero que demuestra cuánto se les quiere, escogidos entre las mejores cepas editoriales de este país y más allá -tienen exquisitas ediciones en francés o inglés de los libros más hermosos que uno haya visto nunca-. Y los libreros, ya queda dicho, te reciben como si fueseses un invitado especial, y te hablan de esos volúmenes, porque los han leído casi todos, como si te contasen de viejos amigos con los que han pasado hermosas y agradabilísimas horas. No lo he comprobado, pero es casi seguro que si entras en google maps, y tecelas esa dirección en el buscador -Collado Piña, 10, Albacete, España-, verás, en ese punto del mundo, una luz que brilla.
De manera que, desde hace un año, desde que llegó Nemo, esta ciudad en la que vivimos ya no es una ciudad cualquiera.
Nosotros vamos a la menor ocasión. Sobre todo cuando nos asalta la melancolía. Para curárnosla. Mano de santo. Después de un rato, salimos con un par de libros y una sonrisa benéfica y feliz. Una visita a Nemo y salimos creyéndonos mejores personas.
Pues bien, este viernes pasado, para celebrar ese año de vida, invitaron a Enrique Redel, el editor de Impedimenta, a que se acercase a la libería, a dar una charla. Y, aunque seguramente teníamos otras cosas que hacer, allí nos fuimos nosotros.
Salimos de allí pensando que vivimos en la mejor de las ciudades y que el mundo, o al menos este país, a pesar de todos los pesares -que no son pocos-, puede que tenga arreglo. Mientras haya gentes que amen su oficio como lo hacen Antonio y María o Enrique Redel, y sean capaces de levantar, por ello, cosas tan hermosas -esta librería y los libros de esa editorial-, pienso yo que podemos mantener la esperanza.
Nos contó un montón de cosas Enrique Redel, de un modo natural y apasionado. Cómo comenzó en el oficio, cómo elige los libros que edita -los que le da la gana-, quiénes trabajan con él... Nos habló de alguno de sus libros, de alguno de los autores que publica, de traducciones y traductores, de otros editores amigos, de otros libros que no son los suyos, de distribuidores cómplices, de los grandes grupos editoriales... Con amenidad y sencillez. También nos informó de algunos datos sorprendentes, como por ejemplo que en este país, donde se calcula que no hay más de quince o viente mil lectores regulares y fieles, existen, en cambio, cincuenta mil escritores... Al final se habló del libro electrónico, que al parecer está siendo un enorme fracaso, cosa perfectamente explicable con tan solo mirar los libros que nos rodeaban. Otro dato jocoso que nos contó fue que, el año pasado, el producto más vendido en Amazon fue un sanitario. Un váter, sí.
Luego nos invitaron a vino, queso y bombones. Yo me quedé un rato, por continuar escuchando la conversación que, como una prolongación de la charla, se creó alrededor del vino, el queso y los bombones. Descubrí que tenían, un poco escondido, el Londres en las novelas de Jane Austen, de Aventuras Literarias, y charlé un rato con la librera sobre esa editorial de mi tierra, que me descubrió con generosidad, este verano, mi amigo H. Y ya luego elegí un libro de entre todos los que ocupaban la mesa dedicada a Impedimenta -me costó elegir-, lo compré -La puerta de los ángeles, de Penelope Fitzgerald- y me despedí. Volví a casa, benéfico y feliz, como si fuese caminando por la ciudad más hermosa del mundo.
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