Pasamos un día en casa de mis padres, antes de proseguir camino a Palacio - camino que siempre es largo. A algunos les lleva toda la vida (fijémonos en el príncipe Carlos, el pobre)-.
Me asomo a la ventana. Mieres sigue igual. Calles grises rodeadas de montes verdes. Enfrente, el viejo cuartel de la Guardia Civil continúa cerrado. Está esperando a que alguien venga a derribarlo. A este paso se va desplomar él solo, sin ayuda de nadie. Algunos de los bares del barrio han cerrado por vacaciones. A veces creo que ese es el futuro que le espera a mi pueblo: cerrar por vacaciones. O por liquidación.
A mi padre se le ha muerto, en tierras de Salamanca, el último amigo. Con él salía a dar un pequeño paseo cada día. Estaba en Ledesma, de vacaciones, en un balneario del Montepío Minero. Se indispuso y se murió.
Además, mis tíos han entrado, a regañadientes, en una residencia. Me cuenta mi madre que cuando hablaron con ellos el primer día, por teléfono, mi tía se despidió con un consejo, casi una proclama: "Resistid", parece ser que les dijo.
Mi madre conserva la risa fresca y la voz juvenil. Mi padre no. A mi padre le duelen los huesos de la cadera y sabe que esto va de mal en peor. No solamente él, su cadera y el pueblo, sino el mundo en general. Muchísimo peor que antes, dónde va a parar.
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