Hoy es un día muy feliz. Porque cumple mi padre noventa años. La persona más buena que he tenido jamás a mi lado estaba leyendo el periódico cuando lo llamé para felicitarlo. Hablamos a voces porque ya está bastante sordo. También le duelen los huesos, sobre todo los de la cadera, y a veces se siente muy cansado, y aburrido y de mal humor. De los amigos, ya no le queda ninguno, se le han ido muriendo poco a poco. Pero tiene la cabeza en su sitio y una memoria prodigiosa. Sale cada mañana a comprar ese periódico que luego lee detenidamente sobre la mesa del salón. También compra el pan. Después de la lectura -empieza cada día por las esquelas, tal vez con cierto temor a encontrase un día la suya-, sale a dar un pequeño paseo, que termina en el bar de la esquina, donde se toma una cerveza sin alcohol. Y ya vuelve a casa, a comer. Después se sienta en el sillón y duerme un rato con la televisión encendida. Se pasa la tarde allí, hasta la hora de cenar. Esas son, me imagino, sus horas más aburridas.
Cuando colgamos el teléfono me puse un poco triste porque no vamos a poder comer con él, con mi madre, mi hermano, mis sobrinos -que además lo van a hacer en El Cenador, un sitio exquisito- pero reflexioné en la suerte de haber podido conservar a mi padre tanto tiempo. Cuando era niño, a veces pensaba qué sería de mí si me quedaba huérfano. Hacía cálculos. Pensaba que si mi padre se moría a los setenta, o los ochenta, ya tendría yo edad suficiente para llevar con madurez esa pérdida. Sin embargo, ahora sé que las cosas no son de ese modo. Que para ese trago nadie está preparado nunca, y que me hará mucho daño, y que lloraré como un niño...
Que bonita reflexion. Tienes mucha suerte de tenerlo aqui y me alegro de que sepas valorarlo. Que lo disfrutes. Un abrazo
ResponderEliminarEs verdad. Un abrazo.
ResponderEliminar89
ResponderEliminarTodavía estamos en el 16???? Meca, me equivoqué...
ResponderEliminar