El martes pasado fuimos a una cata de vinos. Una cata a ciegas.
Nosotros, de vinos no entendemos absolutamente nada. De vez en cuando nos tomamos una copa. Unas nos gustan más y otras menos. Pero si alguien nos pidiese que dijésemos las razones, nos quedaríamos mudos. No solo no sabemos distinguir un vino de otro, sino que además carecemos del vocabulario necesario para decir nada. Ignoramos el código por completo.
¿Qué hacíamos entonces en una actividad de esa naturaleza, tan ajena a nosotros?
Pues porque la cata no fue en una bodega sino en la librería Nemo, y la daba Diego Moreno, el editor de Nórdica.
Como se ve que es un aficionado y hace unos meses publicó una edición ilustrada y preciosa de un cuento de Roald Dahl que se titula así, La cata, cuando le llaman de una librería para que hable de su editorial y de sus libros, se lleva unas cuantas botellas y organiza una a ciegas.
Como llegamos un poco tarde -veníamos de una reunión en la academia de inglés de P.-, nos perdimos la comparación entre la enología y el arte de componer libros. Ya estaban todos con el primer vino en la mano.
Hicimos cosas graciosísimas. Lo primero, contrastar el color del vino frente a un folio en blanco. Eso nosotros no lo habíamos visto nunca. Luego, eso sí sabíamos que se hacía, meter la nariz en la copa, bien profunda. Y ya luego probar un buchecillo. Con la primera copa lo del folio y la nariz lo hicimos muy apresuradamente y nos las bebimos casi inmediatamente y de un solo trago. Traíamos sed. Luego, las otra copas ya nos las bebimos más pausadamente. Probamos así tres o cuatro copas más. Mientras llevábamos a cabo todo ese protocolo, nos ilustraba el editor sobre a qué cosas debíamos prestar atención. Lo hacía con naturalidad y muy pedagógicamente. Nos decía las uvas que se habían empleado en cada uno de los caldos, nos hacía fijarnos en los colores, los aromas, el gusto y el retrogusto... Estaban muy buenos todos, nos gustaron mucho. Temimos salir de allí dando tumbos.
La cuarta o quinta, no lo recuerdo muy bien, fue la que catamos a ciegas. Debíamos adivinar qué tipo de uva se había empleado en su elaboración. Quien lo hiciese se llevaría como premio un lote de libros de la editorial. Si había más de un acertante, se repartirían los volúmenes. Quedamos eliminados a las primeras de cambio. Nos dio igual. No sé si fue por los vinos, o por el caráceter dulce y tranquilo del editor, o por el lugar -Nemo es una librería preciosa, como para quedarse a vivir en ella-, o por todas esas cosas juntas, el caso es que estábamos A. y yo cogidos del brazo y del mejor de los humores.
Aplaudimos a los vencedores, charlamos un rato con los amigos que allí estaban y, antes de irnos, nos presentamos al editor, yo para decirle lo mucho que me estaba riendo con Una historia de Nueva York, de Washington Irving, que aún andaba sin editar aquí, y A. para contarle que eran un poco paisanos, pues, nos enteramos este verano hablando con nuestra librera de Úbeda, la familia del editor es oriunda de Sabiote, pueblo a escasos quilómetros de la metrópoli ubedí... Le alegraron las dos cosas y ya nos despedimos y nos fuimos para casa, tan contentos.
www.nordicalibros.com
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