viernes, 16 de septiembre de 2016

Un paréntesis (Septiembre)

Primeros días de septiembre

Le gustaría a uno pasarse el día soñando con el verano que acaba de pasar, pero no es posible. Ya hemos vuelto al trabajo, y hay que salir de casa para ir al supermercado y no moririse de hambre y sed. Estas dos obligaciones están, como cualquiera se puede imaginar, llenas de trampas y peligros.

Uno de estos es el de encontrarse a la Vecina, capaz, como una furia antigua, de enloquecerte y terminar con tu vida tan solo con su cháchara absurda. Me tropecé con ella el otro día, al bajar la basura. Iba yo con la cabeza a pájaros en el ascensor, cuando llegó este a su destino y se abrieron las puertas. Allí estaba Ella. Me abandonaron todos los pensamientos ociosos que me acompañaban, que salieron en estampida, huyendo. Casi se me para el corazón.

La verdad es que un encuentro de esta naturaleza  no es para contarlo. Habría que haber estado allí para dar crédito, para sufrirlo, para disfrutarlo, para rasgarse las vestiduras, desear tirarse bajo las ruedas del camión de la basura, abrazarla, matarla allí mismo. Si en lugar de ser la vida real y cotidiana se tratase de un espectáculo teatral, una performance, yo lo propondría para toda clase de premios: los Max, los Tonys, los Princesa de Asturias, qué sé yo... Te saca de tus casillas, te indigna, te hace partirte de risa, te conmueve en los más hondo... No sabes si llorar o reír, mientras te obligas a no dejar traslucir ninguna de esas emociones, como si no estuviese sucediendo nada y todo fuese un banal y azaroso encuentro en el portal. Te hace preguntarte por las grandes cuestiones que afectan al género humano. ¿Cómo es posible?, te preguntas... Lo suyo, decía, sería vivirlo a nuestro lado y, si eso no es posible, escucharlo. La próxima vez yo creo que, si se da la ocasión, la grabo.

Digo esto porque ahora que me dispongo a contarlo, no sé cómo hacerlo. Me siento incapaz. No creo que sea posible. Solo diré que tras saludarme y preguntarme por las vacaciones, sin dejar que le contestase ni una sola palabra, se lanzó a un monólogo que comenzó a envolverme como la Hidra de Lerna, y que fue pasando de un asunto a otro hasta llegar a contarme que no puede uno fiarse de lo que dicen los telediarios, porque no cuentan estos más que falsedades, y que ella eso lo sabe porque es muy observadora. Desde que nació, me explicó. Desde nada más nacer posee ella ese don de la observación aguda. "Sin darme cuenta", me dijo, "es algo que me sucede, yo observo las cosas y me doy cuenta de todo, aunque no quiera... Me fijo", me explicó alzando los hombros con aire de fatalidad. Y que los telediarios, prosiguió,  por si yo no me había percatado, ya que probablemente no poseería esa gracia suya, nos engañaban, que lo supiese.

No recuerdo cómo me libré, solo que ante los distintos contenedores no di pie con bola, y eché lo orgánico en el de papel, y los plásticos en el de lo orgánico, y el papel..., el papel yo creo que me lo comí. Cuando por fin volví a casa, iba tan pálido y fuera de mí que A. y P. se asustaron muchísimo. Balbuceé algunas palabras, conseguí decirles del encuentro terrible. Entonces lo entendieron, me llevaron a la cama y me arroparon asegurándome que al día siguiente se me habría pasado. "Podríais bajar la basura alguno de vosotros durante una temporada", les propuese, ya recuperada el habla.

-Anda, no seas exagerado- me contestó A. y dándome un beso se fue al salón con P., a seguir viendo la tele.

Naturalmente, ahora bajo la basura por las escaleras, a oscuras y al acecho.


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