lunes, 16 de diciembre de 2013

El deportista

Llevo dos semanas en el dique seco, sin jugar los partidos de los lunes ni los de los jueves. Por culpa de la rodilla. De la rodilla de mi suegra. Como anda A. muy liada, por ayudar dedico esas horas del fútbol a otros menesteres.

Sin embargo, no quiere decir esto que esté descuidando mi forma física. He dejado los partidos que yo juego, pero no los que juega él. Lo que no he podido abandonar es esa costumbre insana y masoquista de ver los partidos del Sporting. Y, créanme, sufro mucho más desgaste contemplando esos esforzados encuentros, que cuando corro arriba y abajo por el Pabellón del Parque. Muchísimo más, dónde va aparar. 

Acabo agotado y, la mayor parte de las veces, enfadado, mohíno, hosco, apesadumbrado. Incluso cuando ganan, como ayer, no termino a gusto... Y, se lo vuelvo a asegurar, tremendamente cansado. Ver un partido de fútbol del equipo del que uno es hincha, supone un desgaste nada desdeñable. No lo puedo consignar con exactitud, porque en casa no tenemos peso, pero yo calculo que debo de dejarme un par de kilos cada vez. Claro que los vuelvo a recuperar rápidamente, pues al acabar tan sombrío, arrastro mi triste figura hasta la nevera, donde trato de curar la melancolía con el embutido, porque el resto de habitantes de la casa, si son cosas de fútbol, no me hacen ningún caso y se desentienden de un modo frío y cruel...

-¿Qué le pasa a papá?-preguntaba antes P.
-Nada, hijo, no le hagas caso, el Sporting que habrá perdido o empatado o ganado pírricamente...

Ahora, cuando me ve, un sábado o un domingo, cabizbajo y gris, ya ni siquiera pregunta...

Pero yo estaba hablando del esfuerzo físico del hincha contemplativo. No sé si habrá estudios sobre la materia, pero si los hubiese, seguro que darían como resultado que la observación atenta y entregada de un partido es una actividad física de primer orden.

Por eso, cuando hace unas semanas me hice el reconocimiento médico para renovar el carnet -ver episodios anteriores-, cuando el doctor me preguntó si hacía ejercicio, junto con esos dos partidos semanales y los paseos en bicicleta, le dije lo de la tele... Me miró por encima de las gafas. No me arredré y le solté esta parrafada:

-Cuando nos entregamos a la contemplación de un partido de fútbol, sentimos las impresiones de fuerza, de agilidad y de destreza que los movimientos de los jugadores despiertan en nosotros. Nuestro propio yo, en cuanto yo, desaparece, pero queda nuestra sensibilidad física, en la cual se reproducen todas las impresiones que los futbolistas experimentan, o creemos nosotros que experimentan, con ocasión de su trabajo.
Así pues, no se trata de una pura contemplación, sino de una verdadera colaboración con los jugadores.
Me miró como se miraría a un loco y me despidió al mismo tiempo que mandaba pasar al siguiente...

(www.realsporting.com)

N. B. Para este entrada me han servido de inspiración  inestimable unas palabras de Eduardo Ovejero y Maury. Se pueden encontrar en su prólogo a Los fundamentos de la estética, de Theodor Lipps. Libro este, por cierto, que no he leído...


No hay comentarios:

Publicar un comentario