martes, 27 de octubre de 2015

Los amigos (Cuaderno de Palacio)

Cuando vivimos en Palacio, entre julio y agosto, viajamos alguna vez a la ciudad. Dejamos durante un rato la paz de la aldea, y nos paseamos entre semáforos y gentes. A veces vamos a Oviedo, otras a Gijón.

Vamos a ver a los amigos. A C. y a H., a A. y a N., a R. y a M. Depende. A veces vemos a unos, a veces vemos a otros, y en ocasiones a todos juntos. También entramos en alguna librería, comemos en algún chigre agradable o visitamos alguna exposición, como si fuésemos turistas. Nos lo pasamos bien.

Hablamos. Hablamos sin parar con nuestros amigos. Nos contamos las cosas del año, sin método ni plan, conforme van saliendo en la conversación, de un modo semejante a como deben de formarse las nubes.

H. nos cuenta cosas del periódico; C. de los nuevos políticos que gobiernan el ayuntamiento; R. de sus viajes; A. de su familia; N. de su pueblo; y con M. nos enteramos de que, además de amigos, si preguntamos por Pimiango, tal vez seamos hasta un poco parientes.

Pero también, a veces, estamos juntos y en silencio. Sabemos que son buenos amigos porque, entre otras cosas, podemos pasar un buen rato en su compañía sin decir una palabra. Cada uno enredado en sus pensamientos, o sin pensar absolutamente en nada, la mente en blanco, concentrada tan solo en ver la gente que pasa. En silencio, callados, pero no solos. Con los amigos.


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